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Opinión

30 de Enero de 2015

Columna: El Laberinto democrático

* Los acontecimientos recientes vinculados al financiamiento de los procesos electorales han ayudado poco a la ya de por sí herida relación entre la sociedad y los políticos que la representan. La gente mira con recelo a sus representantes y no sólo es comprensible el disgusto y coraje, sino que es necesario para cambiar la […]

Pablo Collada
Pablo Collada
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Senado Vota el Binominal

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Los acontecimientos recientes vinculados al financiamiento de los procesos electorales han ayudado poco a la ya de por sí herida relación entre la sociedad y los políticos que la representan. La gente mira con recelo a sus representantes y no sólo es comprensible el disgusto y coraje, sino que es necesario para cambiar la manera en que se hacen las cosas. En ese contexto, hace unos días se aprobó la reforma al Sistema Binomal, detonando una gran cantidad de opiniones al respecto. Muchas de ellas dedicadas al escándalo y no a los retos.

La discusión, como era de esperarse, se ha centrado principalmente en dos ámbitos: los costos de la transformación y el balance político que resultaría. Los ciudadanos, esos sujetos extraños que resulta que son los que votan, se han preguntado cosas como ¿Deberíamos gastar más plata para mantener a un número mayor de holgazanes como diputados y senadores? La reflexión evidentemente orilla a una desaprobación de la reforma. Por otro lado, los integrantes de los partidos y analistas, a su vez, han enfocado la discusión según cálculos políticos: ¿Quién se beneficia o perjudica de la modificación al sistema según los análisis y proyecciones electorales?

Al enfocarnos (y reducir la discusión) en las preguntas anteriores, la percepción general es que la democracia en lugar de mejorar sólo se encarece, y que los beneficiados terminan siendo los mismos. Por eso, es necesario reconocer que la reforma es más compleja y hay varios elementos para tomar en cuenta.

Con el rediseño del mapa electoral, los ajustes al sistema electoral y el aumento en número de diputados y senadores, se abren nuevos retos. Quizá el más complejo tiene que ver con renovar la relación entre los representantes y sus representados, algo que en estos días no parece nada sencillo. Este nuevo sistema está fijado con un criterio de proporcionalidad donde el número de escaños a elegir se va asignando según la proporción de votos obtenidos en los comicios. Los candidatos y partidos aspirantes deberán lograr no sólo tener una mayoría en los votos registrados, sino que exista una mayor cantidad de personas que voten. En tiempos de cinismo, aumentar el interés por votar será un acto casi milagroso.

Otro reto tiene que ver con la ampliación de las opciones electorales. Con la reforma se reducen los requisitos para la creación de nuevos partidos. Será incluso más fácil crear un nuevo partido que ser candidato independiente, por lo que la oferta probablemente sea mayor (igual que el gasto), con nuevos actores políticos compitiendo.

Finalmente, está el reto vinculado con las cuotas de género. En un sector tradicionalmente dominado (en número) por hombres, con este sistema ningún partido podrá postular a más del 60% de sus candidatos de un mismo género. Se obliga y fomenta la diversidad y eso requerirá de otra renovación -muy necesaria- en los espacios de participación.

Se aproxima un período con nuevas reglas, y quien quiera participar en la contienda se enfrentará a una ciudadanía incrédula y ávida de políticos y política más fresca y transparente. Estas nuevas reglas requerirán tiempo de adaptación en el que los más beneficiados serán aquellos capaces de convocar a más electores, de entender y consolidar la equidad entre sus candidatos, y de garantizar la cercanía entre el representante y el representado. Los espacios son de la ciudadanía y nos toca cuidarlos y otorgarlos con la más alta exigencia y responsabilidad. En estos días de opacidad, errores involuntarios e irregularidades, no queda de otra: renovarse o perder el escaño.

*Sociólogo y Director Ejecutivo Fundación Ciudadano Inteligente

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