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Opinión

29 de Marzo de 2015

Hijo de Manuel Guerrero: “Es tiempo de desprenderme de su calidad de asesinado y reencontrarme con él como papá”

Hoy se cumplen 30 años desde que aparecieran los cuerpos de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino. Militantes del Partido Comunista, Manuel y José Manuel fueron secuestrados el 29 de marzo de 1985. A Santiago se lo llevaron un día antes. Manuel fue profesor normalista, padre, esposo y compañero; pero antes que todo fue un activista por la emancipación de los trabajadores. Su hijo Manuel, que debió compartirlo con las marchas, las manifestaciones y con el pueblo, recuerda aquí los 14 años que alcanzaron a pasar juntos. "En la vorágine de vida que tuvo, intentaba reservarse ciertos espacios para nosotros. Que no eran del día a día que yo como niño hubiese querido, pero para mí son recuerdos que no terminan nunca. De transmisión de música, el gusto por la literatura, por la naturaleza, por las causas sociales, la ternura, la dulzura, la poesía. Una persona que en poco tiempo lograba entregarte muchísimo. Una persona muy cálida. Nosotros lo recordamos como alguien blandito, que olía muy bien. A pesar de que fue tremendamente torturado no generó un bloqueo respecto a su cuerpo, entonces era una persona que tú podías tocar y abrazar y él era de tocar también".

Manuel Guerrero
Manuel Guerrero
Por
manuel guerrero

*

Para el ‘85 yo tenía 14 años. Iba en el Colegio Latinoamericano y debo haber estado en primero medio. Hay distintas dimensiones de la relación con mi papá, porque se trata de una persona que ya en forma previa a que yo naciera era muy activo políticamente. Él fue presidente de los estudiantes normalistas de Chile, era el miembro más joven de la comisión política de la Jota, conoció a mi mamá en medio de las marchas contra la guerra de Vietnam. Entonces estamos hablando de una persona de un gran activismo y de una presencia no como un funcionario interno de un partido, sino de un dirigente público, con mucha salida a la sociedad y por lo tanto una persona que de muy joven, de antes que yo naciera, viajaba mucho en esa época en Chile.

Yo nací el ’70. Para el Gobierno de la Unidad Popular mi papá estuvo a cargo de la organización de los trabajos voluntarios y se coordinaba en el Ministerio de Educación y con el general Carlos Prats, porque era el Ejército el que ayudaba. Entonces por un lado está el recuerdo desde muy pequeño del hijo que prácticamente aprendió a caminar tomado de la mano del papá yendo a las marchas. O en brazos del papá, pero en manifestaciones masivas.

A mí la verdad, como a otros niños seguramente, no me quedó otra que enterarme siendo tan pequeño. Porque eran detenciones públicas. En junio del ‘76 lo detienen en la calle, lo secuestraron, lo balearon, dejaron a mi mamá embarazada, tirada y golpeada. Ahora sabemos que era el Comando Conjunto, en esa época no lo sabíamos. Mi mamá llegó llorando, lo salimos a buscar inmediatamente. Entonces siendo pequeño me fui enterando muy rápidamente de lo que sucedía. Lo buscamos meses, iba a tribunales de la mano de mi mamá, a todas partes. El ‘76 hubo una reunión de Naciones Unidas en Santiago, entonces la Junta Militar quiso dar la imagen de que en Chile no habían presos políticos así que liberó a mucha gente. Nosotros íbamos a los distintos campos de concentración y no aparecía.

Lo empezamos a buscar por todas partes y, cosas que sucedían en la época, nos llegó un llamado anónimo que nos decía “Manuel está en Puchuncaví”. Entonces partimos con toque de queda con mi mamá, mi abuela y mi hermana que tenía semanas de haber nacido. Me acuerdo que nos fuimos con un pañal blanco, como de bandera, para que no nos detuvieran los milicos. Llegamos al campo de prisioneros de Puchincaví y ahí iban saliendo todos los buses porque habían liberado a los prisioneros políticos. Eran marinos, el guardia pregunta y dice que no queda nadie, que estaba vacío. Efectivamente se veían las barracas vacías. Mi mamá seguramente en su desesperación dijo: “No, tu papá está aquí. Y yo no me muevo”. Y a unos 50 metros de donde nosotros estábamos, en otro portón sale un jeep, que tenía que pasar al lado de nosotros. Venía a toda velocidad y mi mamá nos tomó a todos y nos pusimos frente al jeep. Pararon y me toma mi mamá corriendo, nos vamos para atrás y estaba sentado mi papá, lo tenían apuntando con las armas. Estaba flaaacoo, pálido. Me parece que le habían puesto un poncho. Y sus ojos al vernos, era un resucitado.

Nos subieron a todos al jeep, ¡si habíamos encontrado a un detenido desaparecido! Nos detuvieron a todos y nos llevaron al cuartel Silva Palma. Nos tuvieron dos días y una noche presos. Volvieron a interrogar a mi papá, interrogaron a mi mamá, y yo estuve preso con marinos, que ahí supe que eran marinos constitucionalistas, estaban presos también, con mi abuela y mi hermana América. Somos de los niños que están en el informe Valech por prisión política. Y ahí el encargado del cuartel se dio cuenta que era muy fuerte tener a niños, incluso para ellos, y decidió soltarnos. Y al soltarnos tuvo que reconocer a mi papá como preso político, lo que significaba en esa época volver a la vida.

Incluso es divertido porque le hicieron un proceso en contra por difamar a la Armada. Porque en la conversación con el almirante les dijo que lo habían detenido, que lo habían baleado, que todavía tenía la bala debajo de la axila y que lo habían torturado. Fueron tan brutos que eso permitió que mi papá fuera a declarar a muchas partes, y llegó a la Corte Suprema. Fue muy valiente, nadie se atrevía a algo así. Esto lo investigó la Mónica González en un libro y aparece el caso de mi papá. El que lo reconoció y contó todo esto es Andrés Valenzuela. Él fue agente del Comando Conjunto y habló el año ‘84, era de la Fach. Y es ese testimonio el que estaba validando con José Manuel, y es por lo que estos tipos que habían sido del Comando Conjunto el ‘76, vuelven a actuar el ‘85.

Como niño, en el año 1976 me enseñaron a no hablar mucho, a no dar la dirección de la casa porque mi papá estaba clandestino. El primero básico lo hice como en tres escuelas distintas, lo que implicó que aprendí a escribir en tres estilos distintos, entonces tengo hoy día una letra espantosa que la sufren mis estudiantes. Mi papá hacía artesanías, era muy talentoso en el tema manual porque era una habilidad que desarrollaban en las escuelas normalistas. Él generó talleres de artesanía en cuero, en bronce, y nosotros íbamos el fin de semana a verlo a Tres Álamos donde lo tenían detenido. Me llevaba las cosas que hacía a la casa y las salía a vender en el barrio de Ñuñoa y eso era un ingreso. O sea, en cada hito acompañando a este dirigente que no paró nunca su activismo, después ya no en Chile sino a nivel internacional, haciendo las denuncias de que en Chile había detenidos desaparecidos, habían torturas, en Ginebra, en Naciones Unidas, a Europa, Centro América, África, armando solidaridad internacional. Y yo apenas podía acompañándolo también.

Alcancé a tener conciencia de lo que mi papá impactaba en las demás personas. Una persona muy valiente, incluso yo diría, a veces temeraria. Es por eso entre otras cosas que lo toman en la puerta de un colegio cuando él había estado con orden de aprehensión durante meses. Una persona muy carismática, de un magnetismo y un encanto personal que movía montañas, movía masas de personas. Además una persona muy coherente, muy consecuente con sus ideas, con sus planteamientos. Además profesor, una persona culta, de origen humilde, sin fanfarronería. Era un dirigente potente, importante.

Otra dimensión es este mismo niño que teniendo un padre hiperactivo políticamente trataba de encontrar los momentos, y él también, de armar la relación padre e hijo. Entonces era un papá muy presente en lo político, pero no tan presente en el acompañamiento diario que yo hoy día, por ejemplo, trato de hacer con mis hijas. Son otros momentos, pero siempre habían motivos históricos para que él estuviese siendo compartido con mucha gente.

Él es una persona que nunca fue de la familia, sino que estaba compartido con su partido, con su pueblo, con su generación también. Él fue uno de los pocos sobrevivientes del Comando Conjunto el ‘76, su generación prácticamente toda está detenida desaparecida. Entonces además él tenía un sentido de responsabilidad, de deuda respecto de sus compañeros de generación que no le permitió detenerse nunca. Producto de su activismo, estuvo ausente del crecimiento diario de este niño. O sea, yo no recuerdo muchas tareas que haya hecho con él, por ejemplo. Yo me las tuve que arreglar solo o cuando estaba mi mamá apoyándome, pero además estaba mi hermana América. Y mi mamá también era dirigenta comunista, aunque no con el grado de actividad de mi papá. Entonces hay muchas experiencias de la infancia y de la pre adolescencia que recuerdo haberlas vivido solo, pero los momentos que él nos daba a nosotros eran tremendamente intensos.

Pero además de ser un compañero y dirigente magnífico, que para mí sí fue una gran enseñanza, es que en la vorágine de vida que tuvo, intentaba reservarse ciertos espacios para nosotros. Que no eran del día a día que yo como niño hubiese querido, pero para mí son recuerdos que no terminan nunca. De transmisión de música, el gusto por la literatura, por la naturaleza, por las causas sociales, la ternura, la dulzura, la poesía. Una persona que en poco tiempo lograba entregarte muchísimo. Una persona muy cálida. Nosotros lo recordamos como alguien blandito, que olía muy bien. A pesar de que fue tremendamente torturado no generó un bloqueo respecto a su cuerpo, entonces era una persona que tú podías tocar y abrazar y él era de tocar también.

Muchos de los momentos que tuvimos juntos eran con él estando clandestino. Aparecía de repente, y estaba con nosotros dos horas y tenía que meterse en la maleta de un auto y el auto desaparecía y no lo veía en dos meses. Y ahí nos escribía cartas, siempre se comunicaba a través de cartas. Y recibíamos las cartas, las leíamos y las teníamos que romper, entonces tampoco tengo testimonios de eso. Eran momentos, por ejemplo, el lavar la loza juntos. La familia Guerrero somos de origen proletario, que viene de Chillán, de origen campesino, somos una familia muy extensa, originalmente eran nueve hermanos. Por lo tanto eran los hermanos, más las señoras y todos los primos. Entonces una mesa té club gigantesca. Y había que lavar toda esa loza. Y era un momento de compartir con él, lo que demuestra su calidad de que estando en una familia de origen humilde y un abuelo machista, él lavaba los platos. Entonces ahí yo me afirmaba de él y los lavábamos juntos. Eso podía ser dos horas o tres de conversar. Era muy bueno para jugar ping pong, eso jugábamos juntos. O salir a trotar, algunos paseos.

Él no encontraba mucho trabajo porque estaba con la cruz hecha por sus antecedentes políticos. Entonces no tenía muchos ingresos, pero lograba él una situación estoica. Iba con una grabadora a pilas y escuchábamos a Bob Marley, o salsa. Eso no se escuchaba mucho en Chile, se lo mandaban sus amigos del extranjero. O Pink Floyd, me acuerdo de haber escuchado The Wall con él. Entonces tenía ese aspecto sorprendente. Siendo un dirigente comunista, no era el clásico comunista que no escucha cosas en inglés. No, era abierto y eso él lo transmitía. Y yo con él siendo bastante chico aprendí mucho.

Una persona que aún en su rol de dirigente y masculino, de izquierda, no tenía trabas para emocionarse, para llorar. Muy respetuoso de las mujeres, algo que nos inculcó a nosotros. El respeto por la mamá, por la hermana, por la compañera. Y una persona tan convencida de sus ideas que llegaba a ser cabeza dura. Era muy difícil hacerlo cambiar de opinión. Necesitabas mucha capacidad argumental porque era una persona además que se dedicaba a estudiar, no teoría, pero sí hacía una análisis de la prensa diaria. Entonces era una persona muy informada con opinión propia. Cuando ya tomaba una posición, era muy complejo sacarlo de eso.

GUERRERO CEBALLOS MANUEL LEONIDAS

Recuerdo a mi papá saltar en las noches y gritar en pesadillas. Lo acompañé a tratamientos para quitarle la carga eléctrica del cuerpo. Pero todos esos momentos tenían su espacio de ternura. Por ejemplo me acuerdo que cuando salimos de Chile, que debe haber sido en noviembre o diciembre del ‘76. Para que a él no lo volvieran a tomar, la Vicaría de la Solidaridad lo escondió. Después supimos que había sido en un convento en Santo Domingo, con unas monjas. El propio cardenal Silva Henríquez se preocupó de eso. Después lo volvimos a ver ya en la loza del aeropuerto. Cuando íbamos a subir la escalera al avión se baja mi papá de un auto y subimos juntos la escalera y partimos en el avión y ahí de nuevo juntos.

Era muy intenso. Íbamos camino a Suecia porque nos dieron refugio. Hicimos una escala en África y yo nunca había visto a un negro, sólo en cuentos. En ese tiempo Santiago era muy poco multicultural. Llegamos a África, bajé con mi papá, mi mamá se quedó con mi hermana que era guaguita. Lo único que había en esa isla prácticamente era el aeropuerto y las casas de la gente que trabajaba ahí. Habían unas personas vendiendo artesanías, nos acercamos a verlas, yo recién retomando una relación con mi papá después de meses de no haberlo visto. Y el africano me ofrece un producto, y me ofrece la mano, entonces yo se la quité. Mi papá vio eso y en vez de retarme, con mucha dulzura, le tomó la mano al africano y además de tomársela, lo tomó y lo abrazó. Y me quedó mirando. Entonces el africano se dio cuenta de lo que estaba haciendo mi papá y me tendió la mano y ahí yo se la tomé. Y cuando se la solté me miré a ver si me había manchado, y ahí se rieron los dos. Entonces ahí él me habló de que somos todos iguales a pesar del color de la piel. Y así era él.

Estuvimos unos meses en un campamento de refugiados en Suecia. De ahí nos trasladamos a Budapest, Hungría, que es donde nos quedamos, porque mi papá se hizo cargo de la comisión exterior de la Jota. Ahí nos quedamos del ‘76 hasta el ‘81 más o menos. Ahí hice mi enseñanza básica. Y fue el periodo en que yo vi más seguido a mi papá. Yo empecé a estudiar guitarra clásica, a pesar de que él quería que estudiara acordeón. Mi mamá quería que estudiara piano y yo elegí la guitarra por Víctor Jara. Ahí fue más presente, escuchaba las piezas que yo tocaba.

El año ‘81 mis papás se separaron. Que es algo bastante común en el exilio. Son relaciones que se vieron muy exigidas bajo la represión y en el exilio, el cambio de cultura terminó por separar a las parejas. También les pasó a mis papás. Entonces viví su separación, lo acompañé bastante, hasta que él encontró un nuevo amor que fue Owana, que también vivió en Hungría. Entonces yo alcancé a compartir ese nuevo amor que nació entre ellos, muy muy lindo. Mi papá quiso mucho a mi mamá y también muchísimo a la Owana, fue feliz.

Y él decide volver a Chile para el año ’82, porque se daba cuenta que ya estaba despertando la gente. No vuelve con permiso, él tomó el riesgo. Ese era el tipo de decisiones que tomaba. Entonces él se despidió de nosotros, fue una despedida. No sabíamos si iba a llegar al aeropuerto y lo tomaban y lo mataban. Se despidió de mi hermana, de mi mamá y de mí. Tuvimos un paseo y conversamos, que él tenía que estar en Chile junto a su pueblo. Entonces se vino y a los meses nos vinimos nosotros también. Y ahí estamos en un periodo muy corto, pero muy intenso. Llegamos a las protestas. El ‘84 decretan Estado de sitio y empiezan a perseguir a mi papá. Enero, febrero él escondido porque tenía orden de arresto y expulsión del país firmado por Sergio Onofre Jarpa, por orden del presidente de la República que era Pinochet.

Para el terremoto de principios de marzo del 85, le levantan la orden de captura y él se va a trabajar al Colegio y llegamos al 29 de marzo. Entonces fue un periodo muy corto, a pesar de que fueron dos o tres años que yo recuerdo como toda una vida con él.

Sabíamos que mi papá corría peligro todo el tiempo. Fue una de las razones por las que mi mamá decide volver, a pesar de que estaban separados. Se tenían mucho afecto y quería estar cerca para que nos viéramos. Todo el mundo que lo quería, tanto en el exilio como en Chile le dijeron que no volviera. Pero él no era capaz de mantenerse más años fuera. Quería venir a dar la pelea.

Owana Madera es la mamá de la Manuela. Mi papá y mi mamá me tuvieron a mí y a la América. Ellos se separaron y mi papi se juntó con la Owana y la Manuela nació póstuma. Estaba embarazada de la Manuelita la Owana, no sabemos si mi papi alcanzó a saber. Y mi mamá se juntó después con una pareja y nació mi hermana Monsterrat. Así que tengo tres hermanas.

Mi papá viene de una familia proletaria comunista. Mi abuelo y mi bisabuelo, ambos Manuel Guerrero, son formadores en distintas generaciones, del movimiento obrero en Chile. Y mi papá trae un activismo de clase social. Para esa generación es importante. Ellos eran de una clase social que buscaba su emancipación. Y él se sentía parte de esa clase para conquistar el gobierno popular. Él es de esa política. De la liberación de los trabajadores de Chile. Él era un dirigente de los trabajadores, más que un dirigente de izquierda.

Entró a militar a las Juventudes Comunistas me parece que a los 13 años. Y fue una vida comunista entera, disciplinado, pero con ideas propias a partir de la defensa de su clase social.

Hubo periódos, cuando estuvo en Hungría, que fue disidente de una línea política y trató de hacer otra. Él es de una generación de jóvenes que trataron de hacer las cosas no estalinistamente. Pero era una persona finalmente muy disciplinada, jamás hubiese dudado de su partido. Aunque sí estaba muchas veces en desacuerdo con la dirección del partido. Él distinguía entre el partido y la dirección. Y de hecho cuando él se fue a despedir de nosotros en 1982, él nos dijo que a él le podía pasar algo en Chile. Y nosotros le decíamos que no volviera entonces. Él nos decía que tenía que volver, pero nos dijo: “me pase lo que me pase, jamás culpen al partido”. Tenía una lealtad muy grande hacia el partido.

Le gustaba leer, pero no le gustaba todo tipo de literatura. Era de la línea del realismo social. Esa era la literatura que le gustaba, una literatura comprometida con las causas sociales. Leía también El Padrino, de Mario Puzzo, u otras cosas, pero tenía sus autores favoritos. El poeta favorito de mi papá era César Vallejos. Leía los clásicos del marxismo, por supuesto. Mi mamá no. Tenían discusiones porque mi mamá leía a José Donoso, por ejemplo. “No, ¡esa es literatura burguesa!”, decía él. Lo mismo respecto la música. Después de que lo mataron, la Owana me pasó a mí su colección de cassettes, música muy amplia, latinoamericana y además Pink Floyd, Bob Marley, Rubén Blades, que eran novedades para esa época. Era muy busquilla.

Nosotros éramos niños cuando lo mataron, entonces esto nos toca en la dimensión infantil de que perdemos al papá. Fue muy dramático enterarnos, primero de que lo habían matado. Cuando lo tomaron en el Latino yo estaba a tres metros, de espalda. Lo oí todo y me confirman que es a mi papá al que se llevaron y dije: “Lo perdimos”. Por eso asumimos un activismo muy rápido esas 24 horas para tratar de que para ellos fuera un costo el eliminarlo, y efectivamente los mataron y de la peor forma.

La dictadura y este grupo trató de dar una señal de un amedrentamiento colectivo. Y la reacción que nosotros vimos en esos días del velorio y el funeral, de la masividad, fue impresiontante. Lo recuerdo. Yo caminé desde Lord Cochrane, en la AGECH, que es donde estaban velando a mi papá con masas de gente, a la Plaza de Armas para tomar a José Manuel que lo estaban velando en la Vicaría, y con los dos féretros caminando por Santiago en Estado de sitio. Masas de gente, no lograbas ver el final, hasta el Cementerio General. Entonces la reacción popular fue masiva.

Ha pasado harto tiempo y es bien impresionante que hayan pasado 30 años. Como que los familiares no nos dimos cuenta que pasó tanto. Este es un caso que abrió caminos en la resistencia. Nosotros logramos meter presos a los asesinos materiales, están cumpliendo condenas de más de 20 años. No logramos meter a los autores intelectuales. En el clima de impunidad que hay en Chile que forman parte probablemente de los acuerdos de la transición, no hay ningún general preso, excepto Contreras. Pero logramos que renunciara un miembro de la junta de gobierno militar. Logramos saber la verdad después de 10 años de investigación. Logramos mantener la memoria. Hoy día están las tres sillas y el que llega a Chile en el aerupuesto pregunta qué es eso. Logramos que hayan escuelas públicas, centros culturales, sindicatos, que lleven sus nombres. Publicamos los libros de nuestros padres que nosotros transcribimos. No hemos parado. Y todo como un homenaje a la vida de ellos, con mucho respeto, pero también a la memoria de lo que fue la dictadura y a la resistencia. Porque ellos fueron luchadores sociales. Entonces yo pongo en la balanza y en 30 años logramos cosas, faltaron otras.

Ahora las que faltaron, como el tema de la justicia y los beneficios para criminales de lesa humanidad, yo que ya soy más viejo de lo que era mi papá cuando murió, que yo mismo soy padre, que tengo tres hijas y una mayor de lo que yo era cuando mataron a mi papá, creo que ya hay tareas pendientes que le corresponden a la sociedad. Y ya no a la familia. Entonces veo este aniversario 30 como mi última velatón. Es la última en la que yo soy uno de los artífices y organizadores. Y me alegra mucho que, como nunca, este año se hicieron muchas actividades simultáneas de homenaje. Entonces creo que la sociedad los hizo suyos y va a continuar esta memoria. Y en mi caso creo que es tiempo de cerrar un ciclo y de desprenderme de la calidad de asesinado de mi papá, de su calidad de mártir y de héroe y de reencontrarme con él como papá, del niño que yo era, del abuelo de mis hijas. Irme a un espacio más bien de lo que me queda ahora, que me queda mucho tiempo de vida útil. De irme a un espacio más bien íntimo y ya no desde este activismo frenético. No quiero repetir lo que hizo mi papá conmigo, quiero estar presente en la vida de mis hijas en el día a día.

* Este testimonio se construyó a partir de una entrevista presencial con Manuel Guerrero de la periodista Melissa Gutiérrez.

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