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Deportes

3 de Mayo de 2015

La interminable lucha de Felipe Flores

De chico nunca lo criticaron y nadie pensaba que fuera malo para el fútbol. Era uno de los grandes proyectos de Colo Colo, al nivel de Vidal o Matías Fernández, pero una lesión en su mejor momento y dos años de oportunidades perdidas frenaron su proceso. De vuelta en el club del que es hincha le ha tocado superar, con goles decisivos, la lista de préstamos, el bullying de las redes sociales y el sentir que paga el doble por cada error que comete. Incluso habiendo bajado él mismo la estrella número 30, Felipe Flores no puede estar tranquilo. Parece condenado a tener que conquistar a su hinchada cada día.

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“17, Felipe Flores!”.

Entendía que los aplausos para sus compañeros fueran tibios por la mala campaña de Colo Colo en el 2013, pero jamás esperó la pifiadera que soltó su propia hinchada al oír su nombre. Desde el túnel sentía los implacables chiflidos en su contra y en la tribuna Rapa Nui su familia guardaba silencio. Hasta entonces, sólo había sido blanco de críticas a través de las redes sociales pero ahora, antes siquiera de pisar la cancha, Flores se planteaba solo dos objetivos: tratar de no cometer errores y soltar rápido el balón para evitar más pifias.

Al final de ese mismo año, ante más de 30 mil personas en el estadio Monumental, Flores paseó su camiseta en la punta de un banderín del córner, emulando una celebración de Marcelo Espina el año 96. Con un remate cruzado en el minuto 90, marcó el 3-2 con que Colo Colo le ganó el superclásico a la “U”. Al término del partido, se encaramó en la reja de la galería Arica. Se había reconciliado con los hinchas.
Para celebrar salió a almorzar con su familia. Estaban a punto de servirles cuando a Jorge Flores, su padre, lo llamaron por teléfono. Era para avisarle que, en ese mismo minuto, hinchas de la U apedreaban los ventanales de su casa y la camioneta de su hija.

La noticia, en rigor, no fue tan mala. Al menos los ataques, esta vez, no venían de su propia hinchada.

FELIPE ERA GOL
“Ahora es bueno, pero cuando chico era extraordinario. ¡Era terrible de bueno!”. Luis Banda, amigo de infancia de Felipe, lo conoció cuando hacía zumbar las rejas y rompía los vidrios de los vecinos de la Villa Parque de Quilicura. Jugaba de arquero, delantero, donde lo pusieran. Burlesco, como ahora, les decía “¡cuidado!” a los jugadores que se pasaba de hoyito. Si perdía, aunque fuera en la pichanga menos competitiva del barrio, entraba llorando a su casa.

Flores se lucía en el club Real San Francisco, el mismo donde su padre, Jorge, fue figura en los tiempos en que los partidos terminaban en una cantina y lo premiaban con cerveza gratis. Su primer paso al profesionalismo fue a los 8 años, un día en que su amigo Luis lo invitó a probarse a la Unión Española, donde él jugaba. Su madre habló con los papás de Flores y les ofreció pagar la mitad de la matrícula. “No alcanzó a pagar ni 5 lucas por el Felipe, quedó becado altiro”, recuerda Banda.

En Unión jugaba de 10 y empezó a destacar por su cabezazo. Sus amigos todavía conservan una foto donde aparece en pleno salto superando a un espigado arquero. Su serie, la del año 87, comenzó a quedarle chica y empezó a jugar en categorías mayores a la suya.

De ahí todo vino rápido. Se aburrió de Unión y fue a probarse a la escuela de Colo Colo en Conchalí. En menos de tres semanas estaba entrenando en el Monumental. La rutina era agotadora. Se despertaba a las 7 de la mañana, iba al liceo Paula Jaraquemada de Quilicura -donde nunca destacó por las notas-, luego volvía a su casa y partía de inmediato al estadio. En la micro aprovechaba de almorzar y dormía una siesta apoyado en las piernas de su madre. El viaje duraba dos horas. Pasadas las 6:30 su papá lo iba a buscar, luego de su turno como taxista, y lo llevaba de vuelta a casa. La rutina se repetía intacta en invierno y verano.

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“Cuando llovía, tenía que ir igual, a veces llegábamos a la puerta solo para que nos dijeran que no se entrenaba”, recuerda su madre María Angélica Chandía. Los fines de semana él mismo despertaba a sus papás para ir a jugar los partidos oficiales de cadetes. Le gustaba tanto el fútbol que, cuando volvía, quería seguir jugando con sus amigos del barrio.

Por entonces no recibía más que elogios. Era titular indiscutido en las juveniles, ganaba campeonatos. A los 14 años salió goleador en la Copa Nike en Portugal y la misma marca lo empezó a patrocinar. Jaime “el Pillo” Vera lo entrenó tres años en su paso por juveniles. “Los jugadores que más llamaron la atención fueron Felipe Flores, Arturo Vidal, Matías Fernández -recuerda-, él era uno de los jugadores con más proyección de Colo Colo, un goleador sobre todas las cosas”. Su madre todavía guarda un cajón lleno de medallas.

La selección estaba a un paso. César Vaccia lo llevó al Sudamericano Sub 17 de Bolivia, con un año menos que el promedio, y anotó un gol contra Venezuela. Dos años después participó en el equipo Sub 20 que José Sulantay armó para el Mundial de Holanda. “Recuerdo que en ese tiempo hicimos un partido contra la UC sub 23 y Felipe, con 5 años menos, les hizo tres goles. Él era gol”, dice Sulantay.

Con 17 años, en el año 2004, debutó en Colo Colo contra la “U”. Dos meses después hizo su primer gol contra Wanderers y, a principios de 2005, le ganó la titularidad a comienzo de temporada a su actual técnico, Héctor Tapia. Al año siguiente, el supuesto año de la consolidación, en el inicio de la denominada “era Borghi”, tan sólo alcanzó a jugar seis minutos el primer semestre y 240 el segundo. Una rotura de ligamentos en la rodilla izquierda privó a Felipe Flores de consolidarse en el equipo que disputó una final continental ese mismo año. Fue el destape de Matías Fernández y Arturo Vidal.

DOS AÑOS DE REBELDÍA

“¡Mira cómo están mis compañeros! ¡Quiero puro jugar!”.

Con la lesión, Flores no podía ni siquiera bajar la escalera caracol de su casa. Su mejor amigo “Charles” Vergara se iba después del trabajo a acompañarlo. “En lo único que pensaba era en jugar, pero le tocó jugar con las manos al puro play”, bromea.

Luego de seis meses de lesión y de ver por la tele al mejor Colo Colo de los últimos años, en 2007 empezarían las oportunidades para Flores. Oportunidades perdidas. A principio de año Sulantay lo nominó para el Sudamericano Sub 20 de Paraguay, pero la lesión lo tenía fuera de forma. No jugó bien, al punto de que en un partido contra Uruguay el DT lo pilló caminando y lo sacó a los 36 minutos. Fuera de la cancha, alegaba por la comida: “Profe, todos los días arroz, pollo y puré, ya estamos aburridos de lo mismo”. Detalles que empezaron a molestar a su DT.

Chile clasificó al Mundial de Canadá Sub 20 donde obtendría el tercer lugar. A jugadores como Sánchez, Isla o a su amigo Vidal les lloverían ofertas del extranjero, pero Flores se quedó abajo del avión. “Yo lo tenía como un goleador que no tendría que haber salido de ahí, él se marginó”, reflexiona Sulantay.
En sus clubes no mejoraría el panorama. Llegó a préstamo a O’Higgins y entró en conflicto con su técnico Jorge “Peineta” Garcés, que le reprochaba sus largos viajes diarios a Santiago, sus salidas nocturnas y sus constantes retrasos a los entrenamientos. “La calidad que tenía y su inmadurez me producían sentimientos encontrados. Por eso me preguntaba ‘¿cómo se va a perder?’ ”, dice Garcés.

“Lo único que quería era que pasaran esos seis meses de préstamo y volver a Colo Colo a hacer las cosas bien. Eso no me importaba en O’Higgins, porque pensaba que no se me iba a ver. Cosas de inmadurez”, recuerda Flores.

Al final de la temporada partió a Cobreloa y el conflicto con Garcés se haría más mediático. En septiembre le tocaba jugar con O’Higgins y prometió que si hacía un gol se lo gritaría a su ex DT, a lo que éste respondió: “Él puede ser una gran figura en el fútbol nacional, pero vino de fiesta acá. Por algo los hinchas le decían borracho y quizás se lo vuelvan a decir el día del partido”.

En ese encuentro, su amigo y vecino Juan Campos viajó a Rancagua a verlo. Estaba en la galería rodeado de hinchas de O’Higgins y veía cómo le gritaban a su amigo: “¡Ahora jugái hueón, cuando estuviste acá anduviste puro hueveando!”. Pasaron solo 6 minutos de partido antes de que Flores abriera la cuenta. Juan -que no es hincha de Cobreloa, sino de su amigo- gritó el gol y los hinchas rivales se le tiraron encima golpeándolo con puños y pies. “Parecía pelota”, precisa.

Casi dos meses después, una noche de Halloween, luego de empatar con Palestino le advirtieron que no podía irse del hotel donde se concentraba. No hizo caso y se escapó con Fernando Meneses para ir a una disco hasta las 4:30. A pesar de sus 5 goles ese semestre, lo echaron del club. Su amigo Charles le exigía un cambio: “Anduvo incluso enojado conmigo por cosas que le reproché, después se dio cuenta de que tenía razón y que él la estaba cagando”.

Su último escándalo fue en Unión Española el 2008. Luego de una temporada regular con Marcelo Espina, le tocó reencontrarse con Garcés. “Era muy difícil en pocos meses de diferencia poder encontrarlo cambiado, me encontré con el mismo Felipito de O’Higgins”, apunta el “Peineta”. A media temporada fue culpado junto a Nicolás Canales de orinar los jacuzzis de Santa Laura. “Yo morí con él -recuerda Flores- pero obviamente fue por inmadurez, no le echo la culpa a nadie”.

César Contreras, preparador físico de Unión en ese tiempo, define los problemas que tuvo Felipe en el club como “niñerías”. “A veces te sientes un poco rey del mundo cuando estás ganando cosas, pero uno trata de decirle que la vida no es así, que el fútbol cambia de un rato para otro”, agrega.
Sus padres recuerdan hoy cómo fue esa época:

-En ese tiempo terminaba un partido y venían como 20 amigos a buscarlo. ¿Uno qué iba a decirle? Estaba viviendo en un mundo de Bilz y Pap- señala Jorge.

-¡Ahora ha cambiado tanto!- asegura María Angélica.

***

Flores camina junto a cuatro compañeros rumbo al camarín después de un entrenamiento. Mientras ellos se apuran, él se queda. Firma hasta la última camiseta y se fotografía con todos. Así era cuando lo criticaban, así es ahora.

-Felipe tengo un bingo en Cerro Navia, ¿me podrías dar una camiseta?
-Flores, sabí que tengo una enfermedad…
-Ya compadre, no hay problema.

“Cuando andaba mal en Colo Colo tú podíai ver que por dentro estaba hecho mierda, pero por fuera le sonreía como siempre a cualquier persona”, cuenta Charles. Flores participa activamente de la Fundación Deportistas por un Sueño y, en su barrio, regala camisetas y balones en los cumpleaños organizados por la junta de vecinos. En el aniversario número 30 de su Villa, se puso con carnes PF, cervezas y una actuación de los PayaHop.

Paulo Rigo, ex líder de la Garra Blanca conocido como el Fido, recuerda que Felipe fue a visitar a Iván “el Kunta” Álvarez, hincha que quedó parapléjico luego de una puñalada, cuando estuvo hospitalizado. Afirma que esa clase de gestos lo diferencian de otros jugadores. “Aquí en Colo Colo podís jugar muy bien, pero si erís pesado vai a pasar sin pena ni gloria. Hay que tener un poquito más, y Felipe Flores lo tiene. Nunca entendimos por qué se le hicieron trolleos, si fue el primer jugador en hacerse socio cuando se hizo la campaña, el primero en subirse a la reja cuando el equipo iba mal y siempre besó la camiseta”.

SOLO EN MÉXICO

En 2009 Felipe Flores quedó sin club. Con la ayuda de Arturo Sanhueza, llegó a la segunda división de México. En su primer partido hizo dos goles y fue portada de Las Últimas Noticias. Pero allá no tenía compañía, se comunicaba con su familia por Nextel y el ambiente no era el mejor. En un partido de su equipo, Los Petroleros de Salamanca, un cabezazo suyo eliminó de los play offs a Dorados de Sinaloa, club de una región ampliamente reconocida por el narcotráfico. Luego del partido le llovieron botellas de cerveza y estuvo 45 minutos, con las luces del estadio apagadas, sin poder salir de la cancha. “Yo pensé que nos iban a agarrar a balazos”, recuerda.

Ahí se dio cuenta de todo lo que se había perdido. “Cuando tenía como 17 años, yo era la figura en Colo Colo y después, de un día para otro, me veo en México jugando en Segunda División. Entonces veo que los Vidal, los Alexis Sánchez y los Matías Fernández están en Europa, sabiendo que yo era en su momento mucho mejor que ellos”, explica Flores.

Se paseó por clubes chilenos hasta que encontró un cupo en Santiago Morning. A Juan Campos, su amigo, le dijo: “En menos de un año estoy en Colo Colo”. Luego de un paso fugaz por Cobreloa -esta vez sin escándalos, con 6 goles y un llamado a la selección- cumplió su promesa.

***
Sigue siendo burlesco, sobre todo contra la “U”. Le hizo un gol en 2013, al año siguiente provocó un autogol que celebró como propio y habilitó a Paredes en el partido de vuelta ese mismo año. El segundo gol de aquel encuentro de Jean Beausejour se lo celebró en la cara a Johnny Herrera.

“Es un ‘Chipamogli’ jugando fútbol”, sostuvo el arquero después del partido.

Flores respondió: “La verdad es que todos somos ‘Chipamogli’, todos venimos del barrio. Me enorgullece ser un representante del pueblo”.

ENTRE LA CRÍTICA Y LA 30

-¿Qué número me pongo?, le preguntó Flores a un amigo en su vuelta a Colo Colo.

-¡Está diciendo, la 17 de tu compadre Sanhueza!- le respondió.

Con la 17 en la espalda Flores lleva tres años desde que regresó al club de sus amores. Goles, críticas, y luego una estrella a modo de tapabocas son el registro de quien se ha autobautizado, imitando a Cristiano Ronaldo, con la sigla FF17.

Llegó con goles: en el clausura 2012 hizo siete. Una performance que iguala los goles de los tres refuerzos que estuvieron antes en el club: Claudio Graf, Javier Cámpora y Mario Salgado. Ese año fue el segundo mayor goleador del equipo luego de Carlos Muñoz. Celebraba sus anotaciones con “el paso de la muerte”, una escaramuza con las manos que inmortalizó el Flaco de Dinamita Show en el festival de Viña del Mar. El equipo clasificó a la copa Sudamericana y Borghi lo llamó a la selección.

Pese a sus logros personales, Colo Colo no salía campeón desde el año 2009 y el hincha comenzó a perder la paciencia. De un momento a otro el único culpable fue Felipe Flores. En el torneo de transición 2013 hizo un solo gol y fue víctima del bullying despiadado de la hinchada. En un partido contra Rangers, intentó pisar la pelota y se cayó. En cosa de minutos el video de la jugada se transformó en viral en las redes sociales y la jugada fue bautizada como “La Floresinha”. Incluso le cambiaron la página en Wikipedia varias veces, diciendo que jugaba de aguatero en el Real Madrid.

“Me la comí calladito. Sabía que cuando te pasan cosas malas después los momentos lindos los disfrutas mucho más”, cuenta Flores, el mismo que tuvo que cambiar su número de celular y cerrar su twitter.
Su hermana Carolina Flores resalta su carácter reservado. “Felipe siempre ha sido muy para adentro, no cuenta sus cosas. Imagínate que después de un año supimos que estaba pololeando por la nota que salió en LUN”, cuenta.

No podía hacer goles, pero su entrega era constante. “Lo mejor que le podía pasar era que conmigo ese tipo de jugador iba a jugar siempre, porque se sacrificaba por el equipo y corría por dos o tres compañeros”, expresa Gustavo Benítez, su entrenador en ese tiempo.

En noviembre del 2013, con la llegada de Héctor Tapia a la banca de Colo Colo, su historia empezaría a cambiar. Fue ahí que empezó a forjarse algo que hasta entonces parecía imposible. Flores se convirtió en el hombre de “los goles importantes”. Goles de último minuto que pasaron a la historia: en un superclásico, sin ángulo contra Cobreloa y desde el suelo contra Audax Italiano. Cada vez que anotaba, Colo Colo ganaba. Tanta era su confianza que cada vez que convertía tranquilizaba al público, igual que Cristiano Ronaldo, bajando las manos en señal de calma. “Tranquilos, estoy aquí”, parecía decir.
Flores comenzó a poner cumbia y reggaetón antes de los partidos. “Como uno es joven y está lleno de viejos el camarín, uno trata de poner la música que está sonando en el momento, para darle alegría y tratar de salir motivado a la cancha”.

Para coronar la buena campaña y a estadio lleno contra Wanderers, agarró un rebote de una jugada que él mismo había iniciado y sacó un zapatazo que le dio a Colo Colo su campeonato número 30, por el que habían esperado casi 5 años. Ese botín zurdo está en el museo del club. Se tatuó una estrella con el número 30 y la sigla “F.F.17” con una profesional del programa Miami Ink y hasta un hincha se lo tatuó a él en su pierna. “¡Menos mal que fue de espaldas y no de frente eso sí!”, explica su amigo Charles.

El torneo siguiente hizo un solo gol, pero fue el máximo asistidor del club. A pesar de esto, a principio de año Tapia lo puso en la lista de préstamos. Con un debut goleador en la Copa Libertadores y liderando las asistencias del club en el torneo nacional, logró ganarse nuevamente un cupo en el club, adquiriendo el apodo de “el Zamorano de Quilicura”.

Se ha forjado un personaje en torno a él. Para asegurar su futuro, armó una sociedad de producción de eventos con Esteban Pavez, con un capital de 20 millones con el que traen a artistas reggaetoneros. Hace unas semanas lanzó una polera que dice “No Pipe, No Party” y en las votaciones para Rey Guachaca 2015, donde la gente decide, salió segundo con poco más de 13 mil votos.

La indisciplina ya no es tema para él. Hace un tiempo le mandó camisetas a Jorge Garcés para su escuelita de fútbol en Talca. “Profe, usted tenía razón”, le dijo por teléfono.

Su casa ya no se llena de “zánganos”, como le decía María Angélica a los ex amigos de Flores en sus tiempos de indisciplina, sino que ahora recibe solo a los más cercanos.

“No me siento ni más ni menos el día de hoy, sigo trabajando de la misma manera. Uno no se puede relajar, porque con dos o tres partidos malos nuevamente vuelven las críticas”, indica Flores.

Hace dos fines de semana jugó de titular ante Audax. Desde el primer minuto las redes sociales estaban pendientes de cuántas veces perdía la pelota. Al poco tiempo de partido, le hicieron un penal en que le sacaron un zapato, lo cobró Emiliano Vecchio y ganó Colo Colo. Lo trataron de inteligente, de malo, de piscinero. Un tweet repitió una frase que más de alguna vez le ha tocado leer: “te amo y te odio”.

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