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Poder

14 de Mayo de 2015

La compleja rearticulación de la G90

Estuvieron a cargo de la campaña de Michelle Bachelet y llevaron adelante las primeras reformas del gobierno. Desplegaron su red por varias reparticiones del Estado y se transformaron en el centro de las críticas de la vieja guardia de la Nueva Mayoría. Los acusaron de falta de liderazgo y de ser un grupo ambicioso por poder. Los anticuerpos que generaron, sin embargo, les pasaron la cuenta. Aunque aseguran que no renunciarán a sus cargos, entienden que todo lo ocurrido es un llamado de atención y una buena oportunidad para madurar un proyecto político que no se acaba con la caída de Rodrigo Peñailillo.

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Dos semanas antes de que la presidenta Michelle Bachelet anunciara por televisión que se iba a tomar 72 horas para cambiar su gabinete, el ahora ex ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, inició una inédita ofensiva: decidió hacerse cargo él mismo de los rumores que circulaban sobre la veracidad de los informes que decía haber hecho para la sociedad Asesorías y Negocios SPA, del operador Giorgio Martelli, quien fue uno de los recaudadores de la campaña de Bachelet y que es investigado por recibir aportes de SQM. Peñailillo, junto a su equipo, definió una estrategia comunicacional que incluía dar entrevistas y mostrar parte de los informes. Inició, también, una ronda de conversaciones con directores de medios de comunicación, ante quienes no solo buscaba defender su versión, sino que también sondear cómo se venía la mano para el futuro.

Fue en ese despliegue que Peñailillo le habría pedido un favor al entonces ministro de Defensa, Jorge Burgos. Según recuerda un cercano al ex ministro del Interior, éste le habría solicitado mediar en una reunión con el director de El Mercurio, encuentro que nunca se concretó: “Burgos le comentó a sus cercanos el favor que Rodrigo le había pedido, evidenciando que el ministro no tenía las redes, ni el poder, para llamar a un medio de comunicación”, dice.

No está claro cómo, pero los comentarios de Burgos llegaron a oídos de Peñailillo, quien ordenó no realizar las gestiones. El desencuentro, que hasta ese momento fue advertido por su grupo cercano como otra ofensiva más del ninguneo de la vieja guardia del que había sido víctima, hoy ha adquirido un significado distinto: “Burgos conspiró contra Peñailillo, traicionó el respeto mutuo que se tenían los dos. A varios amigos parlamentarios, Burgos les decía que había poca coordinación política, era muy crítico. Eso, no solo lo decía en lugares donde no debía hacerlo, sino que también erraba en referirse así sobre su jefe”, cuenta hoy un cercano a Peñailillo. “Por cosas como estas, todos creen que acá hubo un plan para sacar al ministro de su cargo”, agrega otro.

LA CONSPIRACIÓN
En el grupo cercano a Rodrigo Peñailillo se cuidan de no usar la palabra “conspiración”. Aunque eso no signifique que no lo crean, algunos prefieren hablar de “un plan”, que fue orquestado por distintas fuerzas para quienes la G90 -la generación del PPD en quien Bachelet confió su campaña y su primer año de gobierno- se transformó en una molestosa piedra en el zapato: “Esta es la consecuencia de una elite que fue confrontada y que respondió”, explica un miembro de este grupo. “Cuesta dar peleas cuando la elite no está dispuesta a los cambios”, añade.

Desde el punto de vista de la G90, según cuenta otro miembro del grupo, lo que hubo acá fue una vuelta de mano por todos los callos que se pisaron en la discusión de la reforma tributaria, de la educacional, del cambio al binominal y de todo el caldo de cultivo que había generado la reforma laboral y las ideas del cambio constitucional. “Nosotros estábamos en una etapa transformadora y llevamos adelante lo comprometido en el programa y algunos no estaban de acuerdo con esto”, afirma un cercano a Peñailillo.

El mismo diagnóstico tiene un ex funcionario del gobierno, que abandonó su trabajo en este cambio de gabinete y que conoce a la G90, pero que es crítico del camino refundador por el que optaron: “La G90 tuvo una actitud arrogante. Peñailillo comenzó a mover todo, pero generó muchos anticuerpos, porque fue muy bruto como político. Por eso los partidos acumularon bronca contra él. Además, por su origen, él estaba enfrentado con la elite política, y cuando lo vieron debilitado fueron por él”, precisa.
En el círculo interno de Peñailillo, la llegada de Burgos es interpretada como un triunfo de la vieja guardia. Dicen que no es perder por goleada, porque no llegó José Miguel Insulza ni alguien cercano a los intereses que representa Camilo Escalona, pero entienden que Burgos no está muy lejos de allí. Otro cercano al grupo lo explica así: “Burgos es una persona que no cree que el programa sea la Torah, ni nada parecido. Es conocido públicamente que él no está dispuesto a entregar su brazo derecho para que las reformas funcionen y que es una especie de híbrido que representa esas antiguas ideas, pero que no es de la misma generación que se enfrentó abiertamente al ministro: Burgos es como Pérez Yoma, pero con pantalones cortos”, ejemplifica un proclive a Peñailillo.

Quienes conocen de los pormenores de la nominación del militante DC aseguran que nadie podría haberse sorprendido del llamado que le hizo la Presidenta. Era, según cuentan, el candidato natural al cargo si lo que se buscaba era dar un giro intermedio que aminorara la presión del ambiente, pero que no significara en ningún caso entregarle el poder a quienes han criticado al gobierno en el último tiempo. En la decisión de la nominación –de hecho- no influyeron los partidos políticos, y según un vinculado al proceso, Bachelet tomó esta decisión en bastante soledad, rodeada de algunas opiniones de Ana Lya Uriarte, su jefa de gabinete, y Patricia Poblete, ex ministra de Vivienda en su primer gobierno y actual asesora, entre otras personas que ahora componen su círculo de confianza.

Según han comentado algunos militantes DC, en el partido no todos están contentos con el nombramiento de Jorge Burgos. No es un cargo que hayan pedido, ni mucho menos están convencidos de que esto le haga bien a la colectividad. Aseguran que aún hay varias cosas en las que no están completamente de acuerdo con el programa del gobierno, y que tener el ministerio del Interior les presenta más un problema que una oportunidad. Temen que esto signifique un apoyo irrestricto a las ideas del gobierno, además que su ascenso termine presionando la salida de la presidencia de Jorge Pizarro, para evitar que su vinculación con el caso SQM dañe la imagen del asumido ministro.

El reordenamiento de las fuerzas al día siguiente del cambio de gabinete, no solo era preocupación de la DC. Mientras los comunistas celebraban la obtención de un nuevo ministerio, y José Antonio Gómez daba explicaciones por la declaración a favor de una salida al mar para Bolivia, la G90 evidenció el duro golpe que esto significó para sus pretensiones. Además de sentirse menos poderosos, para varios de ellos, el titular de la portada de La Segunda del lunes pasado, “Giro al centro”, es el mejor ejemplo de que parte del objetivo central por el que habían trabajado perdió su sentido original: “Esto no fue una aventura fallida. Logramos correr el eje del poder, pero el cambio de gabinete demostró que éste sigue estando donde siempre ha estado”, se lamenta hoy un amigo de Peñailillo.

EL FUTURO DE La G90
Un poco antes de que Rodrigo Peñailillo iniciara su última ofensiva comunicacional para aclarar el vínculo con Giorgio Martelli, la G90 había comenzado a diseñar un plan para minimizar el efecto interno, que la posible salida de su líder podría generar en el grupo. Para eso se reunieron el 24 de abril en un céntrico hotel de Santiago, sin la presencia de Peñailillo. Al encuentro llegaron varios de los máximos representantes del círculo cercano al ex ministro, un par de ellos provenientes de regiones, donde se desempeñan en distintos cargos intermedios. La reunión sirvió para reafirmar compromisos. Según cuenta un asistente, todos coincidieron en que el escenario actual no podía significar la disolución del grupo. El proyecto de la G90 seguía vivo: “Acordamos ver esto como un traspié, una caída que nos hace madurar, pero no como el fin de algo, porque nuestro compromiso con el gobierno es permanente”, expone uno de los presentes en la reunión.

Pese a lo doloroso que ha resultado el quiebre de confianzas, existe consenso –incluso en los detractores de la G90- de que el grupo todavía tiene futuro y que aún le quedan 30 años para seguir haciendo política. En el corto plazo –dicen- lo único que podría perjudicarlos es la vinculación con Giorgio Martelli y la mala defensa que Peñailillo hizo de las boletas que había entregado: “Está claro que ellos hicieron una máquina para sobrevivir fuera del gobierno, cuando ganó Sebastián Piñera. Son personas que fuera del servicio público no son nada, por lo que tenían que financiarse de alguna manera y así se vincularon con Martelli”, explica un ex funcionario de La Moneda que ha sido crítico del grupo. “Tampoco digamos que son excelentes funcionarios, más bien diría que algunos son bien pencas. Mira lo que pasó con los informes: está claro que Peñailillo no hizo ningún trabajo para que Martelli le pagara, pero si van a mostrar los informes, por último que se pongan a trabajar una semana para hacerlos bien, pero terminaron copiando unos de internet”, agrega.

Sobre el futuro del grupo en el gobierno no hay nada claro. Al cierre de esta edición -salvo el jefe de asesores Robinson Pérez y su jefa de prensa Paula Jarpa- ninguno de los miembros cercanos al círculo del ex ministro había renunciado a su cargo. Al contrario, habían tomado la decisión de mantenerse firmes, pese a que muchos creen que la red que el G90 logró instalar en el Estado debería ser jibarizada: “La red de Peñailillo estaba hecha para generar una plataforma para su futura candidatura presidencial. Eso hoy ya no tiene sentido. La máquina que crearon estaba tan bien aceitada, que en casi todas las reparticiones públicas, de Arica a Punta Arenas, hay un funcionario leal a Peñailillo”, cuenta un crítico del grupo.

Para los miembros de la G90, sin embargo, aún hay mucho por delante. Prefieren quedarse con las declaraciones que el ex ministro dijo al retirarse de la ceremonia del cambio de mando: “Del lugar que yo provengo, sé de la lealtad y el esfuerzo”. Sus palabras –explican- sintetizan lo que son y el momento que viven: “Ese es el origen de la G90 y esto es sólo un tropiezo”, dice un amigo de Peñailillo.

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