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Cultura

2 de Junio de 2015

Deseos en estado de excepción

Lejos de las prácticas sexuales cuya aparente osadía termina siendo domesticada por su propio guión, la muestra internacional de videoarte Obey! ¡Obedece! pone en escena un goce menos explícito, pero donde los riesgos de los deseos ocultos se ponen realmente en juego.

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DESEOS-EN-ESTADO-DE-EXCEPCIÓN--“Something-to-love”-de-Jesper-Just-(captura-de-video)

Cuando me sugirieron ir a ver Obey! Obedece!, una muestra de videoarte que se está exhibiendo en Matucana 100, reconozco que pensé que se trataba de otra apología más al sadomasoquismo de mall. Una muestra más de esa efervescencia por el sexo con pretensiones libertarias.
Mi suspicacia con esta “variedad” sexual presentada como expresión de deseos periféricos, es que en realidad se trata de una moral sexual cooptada por el mainstream: los látigos se volvieron rosados, el sexo anal una conversación de peluquería (bueno, quizás no tanto, el ano desde una generación hacia arriba sigue siendo “una tumba”, según decía Leo Bersani). Como sea, en la exaltación actual por el sexo hay algo de revolución trasnochada, demasiado domesticada con slogans y souvenirs. Hace un buen rato que ese dispositivo llamado sexualidad/sexología, además de parecerme una siutiquería, me aburre.

Pero fui a la muestra. Me encontré con una serie de videos separados por muros de concreto, que permiten que cada uno quede en una sala separada y oscura para conectarse con las puestas en escena.

DESEOS-EN-ESTADO-DE-EXCEPCIÓN--“Pink-Ball”-de-Annika-Larsson-(captura-de-video)

Y debo decir que el título no le hace justicia, quizás porque el imaginario sadomasoquista ya pasó por el cedazo de la norma y huele demasiado a unas sombras de Grey, o a porno patriarcal, sin convocar riesgo alguno. Por el contrario, aquí me encontré con lo raro en serio. Y cuando digo “serio” me refiero también a esa seriedad de las cosas cuando están fuera de la órbita de los deseos conocidos, donde hay más angustia que chiste. Se trata de lo ominoso, o lo siniestro: esa grieta que se abre en lo que nos resulta familiar, transformándolo en algo extraño e inquietante. Es el reverso del deja vu, esa sensación de que ya vimos antes algo que es nuevo. Esta es la experiencia de estar situados en un escenario conocido pero en el cual dejamos de entender las reglas del juego. Algo así como una película de Lynch o una crisis de pánico: de pronto ya no sabemos con qué personaje identificarnos ni qué guión seguir. En rigor, se congela nuestro deseo, no sabemos qué ni cómo desear. De eso se tratan estos videos: de los estados de excepción del deseo.

Por ejemplo, en “Something to love” de Jesper Just, la escena inicial anuncia una secuencia lógica, de las que conocemos del cine: un hombre mayor llora mientras lleva a un joven en un auto. Suponemos que algo debe decir y no puede. Una vez que el joven se baja del auto, parece que el mayor se anima y corre tras él, para encontrarlo besándose con una mujer en un ascensor. Suponemos que esa es la escena de acción que nos explica el conflicto y esperamos que pase algo: un combo, una discusión, una decisión. Y es ahí donde el artista nos engaña y nos deja colgando en nuestras teorías. Se congela la escena y lo que ocurre es que no sabemos con quién identificarnos, ni quién gana o quién pierde ahí, quién está caliente, quién desea a quién. De nuestras categorías de deseo, nada sirve.

En “Pink Ball” de Annika Larsson, tres hombres ritualizan la obsesión de uno de ellos, aunque posiblemente cada uno esté satisfaciendo sus propios fantasmas. La obsesión es de por sí un estado de suspenso del deseo. Porque el deseo humano tiene una lógica de insatisfacción crónica: uno busca lo que quiere hasta que lo tiene, momento en que se convence de que eso no era realmente lo que quería, y vamos de vuelta buscando otra cosa. Pues la obsesión, como la adicción o el fetichismo (en serio, no el de sex shop), detiene el desplazamiento eterno del deseo y nos lleva a quedarnos pegados en la certeza de que “eso es” lo que buscamos realmente. Por eso las obsesiones nos toman, nos diluyen, van por sobre nuestra voluntad consciente; aunque nos parezcan irracionales, son nuestro secreto sucio. Un goce solitario y silencioso que se acerca más a la angustia que al placer.

DESEOS-EN-ESTADO-DE-EXCEPCIÓN--'The-Stamp-Collector',-de-Dani-Marti-(captura-de-video)

En ninguna obra de esta muestra hay una referencia a la sexualidad genital. Si aparece un pene es en su estado tripa, no fálico. Sin embargo, hay lo sexual: un goce de los protagonistas distinto al de esas prácticas sexuales que, como decía al principio, pretenden ser otra cosa que la cachita en posición del misionero, pero de todos modos siguen un guión comprensible y sostenible por los comensales. En el sadomasoquismo, por ejemplo, se trata de que no haya riesgo alguno, ni físico ni subjetivo; incluso el sumiso tiene control sobre su goce. Y si bien en estos videos tampoco hay escenas en que alguien corra un riesgo real, hay al menos la amenaza de la suspensión del deseo conocido y la aparición de uno de los fantasmas más reprimidos: la pasividad y el masoquismo. Ser objeto.

Esa es la gran grieta de la realidad (fálica/patriarcal) que estos videos provocan: enfrentarnos a ese goce por ser poseído, por la obsesión y morir ahí. El goce del esclavo. Ese goce que Etienne La Boetie nombró como “servidumbre voluntaria” para explicar el fracaso de las revoluciones, por la eterna búsqueda de un amo que someta. Es lo que cada uno puede haber sentido cuando vuelve a hacerse mierda aunque se prometió no volver a hacerlo. Son nuestros rituales dolorosos y secretos en el baño. Son esos momentos en que el deseo se congela y no se sabe hacia dónde seguir.

Lo ominoso nos enrostra una verdad incómoda: que hay algo más allá de nuestras consignas y autoafirmaciones. Hay un goce silencioso y oscuro que es el responsable de nuestros tropiezos.

OBEY!-¡OBEDECE!
Artistas: Jesper Just (Dinamarca), Annika Larsson (Suecia), Dani Marti (Australia/España), Markus Schinwald (Austria), Atom Egoyan (Egipto/Canadá) y Julião Sarmento (Portugal).
Galería VideoConcreta,
Centro Cultural Matucana 100.
Hasta el 9 de junio.

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