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Opinión

25 de Junio de 2015

Una buena selfie también la vende

En Chile, hay que recordar las mordaces travesuras del Chino Caszely: saludar con la mano zurda a Pinochet, usando a propósito una corbata roja; aparecer en la franja del NO y hacer de su despedida en el Estadio Nacional en 1985 un carnaval político superior a cualquier happening artístico. Frente a cada toque del Chino, los hinchas en coro bramaban una y otra vez: “y va a caer… y va a caer”.

Guillermo Machuca
Guillermo Machuca
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carlos caszely
El deporte –sobre todo el fútbol– sirve como un poderoso lente de aumento de ciertos asuntos sociales. Nadie discute que el fútbol es una industria con un fuerte apego social. La cantante Anita Tijoux, en una reciente entrevista a El Gráfico Chile, dijo que le “encantaría ver a los futbolistas más politizados… tiene que ver con un tema de clase, de dónde vienen”. Mientras Claudio Bravo, al ser consultado sobre si se sentía presionado en su debut en la Copa América, dijo algo como esto: “Para nada. La presión la tienen los hogares que no llegan a fin de mes”.

En este sentido el fútbol, espectáculo de masas, guarda determinados parentescos con el arte. Este último tuvo que politizarse para superar determinadas visiones idealistas acerca de la belleza y su distancia con asuntos contingentes, políticos o morales. Este cambio ocurrió en la modernidad, cuando emergieron los intelectuales y artistas rebeldes (tanto de izquierda como de derecha): Courbet, Millet, Marx, Marinetti, Céline, Breton, Pound, Sartre, Gramsci, Picasso, Neruda, Pasolini, por nombrar algunos. Cierto es que al deportista no hay que exigirle tanto a nivel intelectual o político: como la mayoría de nosotros, trabaja en lo suyo y tiene la libertad de votar en las elecciones públicas (después de todo, el llamado “empoderamiento” tiene sus límites). Sin embargo, en una época menos mercantilizada del deporte se dieron gestos donde éste y la política establecieron un lazo productivo.
El ejemplo más citado es el de Cassius Clay, luego Muhammad Ali. Conocida fue la opinión del apolíneo gladiador de raza negra respecto de sumarse a la Guerra de Vietnam: “Ningún vietnamita me ha dicho con desprecio negro” (y antes, el mítico Jack Johnson tuvo que escapar de EE.UU. por su locuaz verborrea, meterse con mujeres blancas y noquear a los ídolos yanquis del mismo color). Como se sabe, Ali no solo fue un diestro boxeador: también mantuvo –a diferencia de Sonny Liston, que era monitoreado por la mafia–vínculos con activistas como Malcolm X y Martin Luther King.

Otro caso sería el de Maradona. Cómo no citar su vengativa “mano de Dios” frente a los ingleses en México 86, sus desacuerdos constantes con los inmaculados dignatarios de la FIFA, su tatuaje del Che Guevara y su ventilada amistad con el eterno Fidel Castro, entre otras muchas declaraciones de principios del “10” argentino como parte de su cruzada de los débiles contra los poderosos.

En Chile, hay que recordar las mordaces travesuras del Chino Caszely: saludar con la mano zurda a Pinochet, usando a propósito una corbata roja; aparecer en la franja del NO y hacer de su despedida en el Estadio Nacional en 1985 un carnaval político superior a cualquier happening artístico. Frente a cada toque del Chino, los hinchas en coro bramaban una y otra vez: “y va a caer… y va a caer”.

Efectivamente, el dictador cayó. Y los tiempos han cambiado. Ahora los futbolistas tienen más músculos, menos pelos y lucen meticulosos peinados que hay que mantener cada tres días. Son amantes de Twitter, los perros, lucen mujeres espectaculares y la mayoría son buenos cabros, alegres y respetuosos de sus padres, algo que encarna a la perfección Michelle Bachelet. Invisible junto a Sergio Jadue durante el partido inaugural, pudo vérsele en una tierna selfie en el camarín de la Roja. Por un momento la eficiencia y la gestión que se vayan al diablo. Para eso está la Copa América: para sentirnos en familia, para encontrarnos amorosamente pese a las diferencias. Una madre cariñosa, un pueblo empoderado, apaciguado de momento (esperemos lo que pueda pasar en la sede de Temuco), y unos tiernos y revoltosos muchachos que le han ganado a la pobreza y marginalidad gracias a su positiva forma de ver la vida.

Al igual que el famoso delantal de la campaña anterior de la mandataria, ahora una buena selfie también la vende

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