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Cultura

4 de Septiembre de 2015

Columna: Algo inútil

* Casi ya no hay artistas que aparezcan donde menos te lo esperas. Pero es posible todavía. En el lago Tagua Tagua, un artista comienza a recolectar material que navega a la deriva por el río Puelo. Fragmentos de muebles, o la quilla de un barco. Probablemente fragmentos arrastrados o destrozados por algún temporal en […]

Juan José Santos
Juan José Santos
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ALGO-INÚTIL

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Casi ya no hay artistas que aparezcan donde menos te lo esperas. Pero es posible todavía. En el lago Tagua Tagua, un artista comienza a recolectar material que navega a la deriva por el río Puelo. Fragmentos de muebles, o la quilla de un barco. Probablemente fragmentos arrastrados o destrozados por algún temporal en Argentina. Noticias de fracasos o de catástrofes. El artista los selecciona, los estudia y en lugar de destinarlos para algo útil –leña– les concede una segunda vida: confecciona una especie de monumento efímero a las orillas del lago.

Pocos, muy pocos son testigos de su re-creación. Cerca hay un hotel refugio. Aparte de los turistas, las personas que trabajan y viven allí. El artista los conoce, les explica qué es aquello que hace y por qué lo hace. Sus vecinos quizás no lo entiendan del todo, pero le ayudan a agarrar palos. Y en el proceso aprenden a valorar aquello, sin saber si tiene valor.

Como se pueden imaginar, esto lleva unas semanas. “Todo tiene un tiempo”, dice este artista. Relacionarse con la gente, con los materiales, con el lugar. Los visitantes se acercan a la extraña construcción, se sientan sobre ella –pues tiene un aspecto confortable, y una buena vista–, toman mate, fuman y se relajan. Como vive allí, el artista sabe que su trabajo podría ser objeto de ese uso, pero no le importa. También sabe que la cuenca del lago aumentará y se llevará su obra por delante. Y así sucede: la corriente cambia y traslada la escultura unos metros más allá. Al cabo de unos días se desarma y vuelve a ser un montón de maderas sin sentido. Todo tiene un tiempo.

Recientemente entrevisté al curador Ivo Mesquita, quien el año 2008 vació toda una planta de la Bienal de Sao Paulo como “muestra de desencanto”. Me comentó algo tan interesante como inquietante acerca de artistas (o no necesariamente artistas) que realizan obras en espacios fuera de circuito, pensadas únicamente para la gente que les rodea. Y finalizaba su alegato con un “Es posible todavía”, seguido de una desengañada conclusión: “pero quizás ya no para nosotros, que sabemos de todo, que vamos a Sao Paulo, que vamos a Madrid, que vamos a Venecia, que vamos a dOCUMENTA…”.

Nuestro artista vive cerca de Los Muermos, en el bosque. Se llama Sebastián Baudrand. Su forma de entender el arte se relaciona con el habitar, el trabajo, el proceso, la naturaleza, la construcción y la destrucción. Pero alejémonos de una visión romántica del artista recluido, outsider, cuya Mano Divina de genio toca una piedra y la convierte en magia. La intención es mucho más prosaica, e inútil. Baudrand ha estudiado Arte en la universidad, ha expuesto fuera y dentro, tiene un sitio web, le gustaría vender más, lee libros especializados en arte contemporáneo, está actualizado. Pero está donde menos te lo esperas, y se toma su tiempo.

En el 2011 realizó otra intervención en su área. Convivió con una familia ganadera y los acompañó en sus faenas diarias durante el invierno. Fruto de esa experiencia es el site-specific “Campo deconstructivo”. 25 fardos de paja situados en el campo, formando unos pequeños edificios rústicos. Los únicos espectadores, él y la familia ganadera. Y las vacas. Baudrand se sentó frente a su obra efímera, al día siguiente de finalizarla, a las seis de la mañana. En 15 minutos las complacidas vacas devoraron la pieza de Land Art por completo. Mientras, nosotros, más burros, engullimos a tres segundos por plato las casi siempre incomestibles creaciones que se nos ofrecen en los grandes eventos, donde pocas cosas tienen un tiempo, y demasiadas, un valor.

*Curador y crítico de arte.

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#sao paulo#tagua tagua

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