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Opinión

10 de Septiembre de 2015

Columna: Las cartas de Errázuriz

El cardenal representa la degradación de la autoridad moral de la iglesia que en Chile dirigió, puesto que los antecedentes que dan cuenta de actos de encubrimiento para abusadores solo se apilan y, en lugar de cumplir con sus deberes pastorales —ayudar a sanar a las víctimas, educar y prevenir los abusos y sancionar a los responsables— somos espectadores perplejos de acomodos retorcidos para que la verdad no salga a flote. “Usted diga esto, padre.... para que la versión sea más verosímil”.

Jorge Contesse
Jorge Contesse
Por

ERRÁZURIZ

Hemos conocido dos cartas —es muy probable que no sean las únicas— escritas de puño y letra por el arzobispo emérito de Santiago, el cardenal Francisco Javier Errázuriz. En ellas, el líder moral aconseja con calidez a Fernando Karadima, de quien no hace falta decir más, y Diego Ossa, vicario que habría pagado a testigos para dirigir declaraciones en juicio. “Usted podrá decir a quien quiera escucharlo más o menos lo siguiente…”, le dice Errázuriz a Karadima en 2006, preocupado por su salida de la parroquia de El Bosque sea vista como un castigo.

“Seguramente recuerdas mi proposición para hacer más verosímil tu versión” —le indica, por su parte, a Ossa, cuatro años más tarde— “que el dinero era una obra de misericordia, y no una medida para acallar a un denunciante”.

A estas alturas, lamentablemente, no sorprende que líderes de la iglesia Católica más bien parezcan partícipes activos de conspiraciones criminales. De hecho, estas cartas serán usadas en el juicio civil que se sigue en contra de la iglesia por el daño causado a personas que fueron abusadas, tal como lo ha reconocido el propio Vaticano. Los denunciantes han querido utilizar la palabra del derecho común —el de la República— para dejar establecida la verdad de lo que ha ocurrido durante demasiado tiempo, con la aquiescencia y complicidad de quienes dicen públicamente servir a la moral y cuidar la rectitud de las costumbres de sus fieles y, por cierto e inapropiadamente, de quienes no lo son también.

Desde el punto de vista del derecho penal, es posible que algunos de los delitos que se pudieran configurar estén prescritos (aunque con la carta de 2010 de Errázuriz podría no ser el caso). El cardenal y su defensa jurídica —no es poca cosa que un líder espiritual requiera de un equipo legal listo para salir a contenerlo públicamente— dice que jamás ha encubierto a Karadima y que la carta a Ossa tenía por objeto reprocharle el haber salido él, y no su abogado, a defenderse. No está fácil sostener esa versión si uno lee lo que Errázuriz escribe.

Pero los estándares del derecho penal son muy altos y, como suelen recordar nuestras autoridades políticas cuando sus amigos se ven en problemas, acá opera la presunción de inocencia. Es cierto: aunque Errázuriz probablemente miente y sus acciones se encuadrarían en la figura del encubridor que define el Código Penal, debemos tratarlo como un inocente. Por ahora. Habrá que ver qué sucede con la demanda civil, donde estos antecedentes sin duda servirán de prueba a la pretensión de los demandantes y los estándares para una condena son menos elevados que en materia penal.

Pero hay también una dimensión política en las revelaciones epistolares del cardenal. Es una especie de caso Penta eclesiástico. El cardenal representa la degradación de la autoridad moral de la iglesia que en Chile dirigió, puesto que los antecedentes que dan cuenta de actos de encubrimiento para abusadores solo se apilan y, en lugar de cumplir con sus deberes pastorales —ayudar a sanar a las víctimas, educar y prevenir los abusos y sancionar a los responsables— somos espectadores perplejos de acomodos retorcidos para que la verdad no salga a flote. “Usted diga esto, padre…. para que la versión sea más verosímil”.

Las cartas de Errázuriz y las versiones imposibles que tienen que dar sus defensores jurídicos recuerdan las actuaciones del exministro Peñailillo, cuando manoteaba declaraciones inverosímiles justo antes de ser removido de su puesto, en mayo pasado. ¿Qué hace falta para que las autoridades, civiles y religiosas, hagan lo justo y necesario: reconocer las faltas, pedir perdón y despejar el camino? ¿Cuántas cartas más tendremos que leer para que el cardenal afloje la tensión que carga sobre sus hombros? La iglesia Católica tiene derecho a intentar influir con sus puntos de vista la vida en común (y quienes se oponen a dicha influencia tienen derecho a impugnar esas perspectivas). Pero con arzobispos que, en lugar de tender la mano a los débiles, conspiran en contra de ellos y del Estado de Derecho, teniendo que dar explicaciones políticas y judiciales con asesorías comunicacionales, tal cosa simplemente no será posible. Ya ha sido suficiente.

* Profesor de Derecho, Rutgers University.

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