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Cultura

8 de Octubre de 2015

Columna: Blues para currutacos

El blues improvisado y a pulso son 3 acordes en guitarra y la armónica es pura intuición, sólo cuidar que la nota en que está afinada calce con los acordes de la guitarra. La armónica, según dicen, era un aparatito de segunda mano para afinar pianos. El blues tiene que ver con cierta precariedad de […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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El blues improvisado y a pulso son 3 acordes en guitarra y la armónica es pura intuición, sólo cuidar que la nota en que está afinada calce con los acordes de la guitarra. La armónica, según dicen, era un aparatito de segunda mano para afinar pianos. El blues tiene que ver con cierta precariedad de los medios: la improvisación, finalmente. Se nota cuando hay demasiadas garantías, pasa lo que decía el maestro Kurogawa acerca del karate en el mundo moderno: las artes marciales, desarrolladas por personas sin ser sometidas a condiciones extremas, pierden su sentido, se pierde el sentido de ese arte sin la amenaza constante de morir. De esa precariedad esencial viene el blues tradicional, el blues canero por ejemplo, de “Down in the Valley” (Send me a letter / send it in care for / Birmingham jail) o “Midnight Especial”. Por otro lado está el aterrizaje de la academia o del virtuosismo al blues. He ido a conciertos de blues donde tres músicos salidos de conservatorio se turnan para tocar solos con absoluta frialdad, haciendo pedazos la escala de blues que tan humildemente vi enseñarle a un gringo al poeta Andrés Azúa, que toca armónica y guitarra de la misma manera que escribe. Con lo suyo hay que cerrar los ojos o participar con los coros, de las dos maneras se vacila. De más está decir que el blues es el padre del rock.

Estuve en eua unos meses hace tiempo por una beca y me dediqué precisamente a escuchar música; en el Blue Note, la meca del bebop, y donde me recomendaran. Y en Chicago, por supuesto, fui a los bares de blues. Pero lo bueno cobra su impuesto. Así como no se puede acariciar a un tigre porque te comería, y acariciar a un tigre domesticado no es acariciar a un tigre sino a un peluche, una cosa desprovista de su ser; así como tras la belleza de una tela de araña anda la dueña de casa que puede picar; así como son altísimos los impuestos que cobra el amor, asimismo ir a meterse a los bares de blues es un peligro que casi me cuesta un cogoteo por lo bajo, riesgos que uno corre por ver esa música en vivo donde la gente pide cerveza con gestos porque no se escucha nada con la música a todo dar. Mucho delincuencillo y vagabundo de todos los estilos. Los blancos usan Hood o capucha y caminan como negros para que por detrás no se note que son blancos. Brigidísimo. Salir del encuevamiento académico es the real thing, el eua lleno de marginales, sectas, timadores, canutos, conservadores, cogoteros, fauna.

Ahora vengo llegando de Bs As, lugar al que viajo siempre por mi hijo, que es porteño. Ahí las charlas son interdisciplinarias, divertidas, subversivas, con especialistas de verdad y creadores. Judith Butler acaba de dar una charla sobre violencia a auditorio lleno. Veo afiches con mesas sobre psicoanálisis, organización, con dirigentes sindicales, pobladores, intelectuales, músicos. Y al llegar a Santiago, me encuentro con que en la Universidad del Desarrollo se da una conferencia sobre ¡blues! Currutacos conservadores que no se han tomado una cerveza en la plaza en su vida, no conocen ni su ciudad y llegan vírgenes al matrimonio… van a unas conferencias sobre blues. Puede ser positivo, aunque los conferencistas son los mismos que hablan de metafísica sobrepronunciando las eses y frunciendo la boca. No hay que ser militante de un tema para abordarlo, pero por lo menos no hay que representar el espíritu completamente opuesto. Algo de códigos. El blues habla de violencia intrafamiliar desde un punto de vista amoral, es a veces misógino, habla de whisky, de crímenes, de abandono.

Recuerdo a las bandas antiguas de rock chileno, eran síntoma puro y en ese sentido eran folclor. No la conciencia y lucidez que inauguraron Los Prisioneros sino síntoma puro: Tumulto y todas esas bandas motoqueras y medio alienadas hablaban de drogas, de billares y de cana sin distancia, desde el lugar del hecho y con el sonido sucio de los hechos. La ventaja del blues es que les permite cierta distancia a los diseccionadores: pueden analizar a un insecto muerto clavado en un alfiler con la aduana de la lupa y sabiendo que no va a picar. Creo que es en otro primo de la música negra, el hip hop, donde está la papa caliente del síntoma social. Pero de eso no se van a hacer cargo. El hip hop tiene la política real demasiado encima, los obligaría a hablar de temas ingratos. Y el negocio, al parecer, es hacer extensión para seguir acarreando rebaño y clientes –de los que pagan altos aranceles– a una de las instituciones de educación más ideologizadas y conservadoras del mercado.

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