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Cultura

23 de Octubre de 2015

Historia: Niñas que tienen niños

Linda Forsell es una reportera gráfica sueca que ha dedicado su carrera a proyectos fotográficos que abordan la violencia contra la mujer. “Causa de muerte: mujeres”, uno de ellos, la transformó en finalista del premio a la Expresión de Magnum en el año 2012 y le abrió la puerta a su proyecto más actual “Niñas que tienen niños” (Children who have children), un trabajo en el que retrató a niñas guatemaltecas menores de 15 años embarazadas y otras que ya eran madres producto de una violación. Su obra ha encendido el debate sobre el aborto en diversos países del mundo y expone la peor cara de una de las realidades más crudas en Latinoamérica.

Daniela Yáñez
Daniela Yáñez
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Empecé a sacar fotos cuando tenía 18 años, pero no me transformé en reportera gráfica hasta después de estudiar un bachillerato en Fotoperiodismo en Suecia, mi país natal. Me interesaba contar historias y poder hablarle a la sociedad a través de la fotografía, especialmente sobre temas de género. Durante mi vida, a pesar de pertenecer a un mundo “desarrollado”, viví experiencias de discriminación y manipulación, y eso me empujó a investigar e involucrarme en el tema.

El 2010 empecé en mi primer gran proyecto, llamado “Causa de muerte: mujeres”. Para ese trabajo viajé a 10 países documentando la violencia contra la mujer. Ahí descubrí la dramática situación de Guatemala, que tiene una de las tasas de embarazo más altas en niñas menores de 15 años del mundo, siendo solo comparable con otros países de América Latina y África. Desde entonces el proceso fotográfico intentó visualizar la violencia contra la mujer de manera que fuera imposible no mirar. Ver a una niña de 13 años, con un bebé, es simplemente erróneo y toca el corazón de la mayoría de las personas. También es difícil argumentar contra la atrocidad de la situación y es casi imposible encontrar excusas para la violencia o culpar a las niñas pequeñas por eso.

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Ante esa realidad nació “Niñas que tienen niños” (Children who have Children), proyecto fotográfico que retrata la dura realidad en Guatemala, donde solo en el 2014, 5.100 niñas entre 10 y 14 años quedaron embarazadas por violación. Mi motivación partió cuando me contaron la historia de un hombre que había abusado sexualmente a cinco generaciones de mujeres en su familia, teniendo hijos con la mayoría. Una de sus víctimas más jóvenes tenía solo tres años. Murió sin pagar por su brutalidad y no pude sacarme ese relato de la cabeza. Era necesario mirar.

La ejecución no fue fácil, pero en Guatemala existen organizaciones y personas que trabajaban hace años con estos casos y que me abrieron las puertas para poder realizarlo. Ellos llevaban años desarrollando confianza con las víctimas. Me contactaron y me abrieron a este mundo, en el que estuve inmersa por dos años completos pasando temporadas enteras viviendo con las niñas. Estuve en su cotidianidad, entendí lo que viven en sus casas y creo que eso se ve reflejado en las fotografías que saqué. Una crueldad sin límites, amparada por un sistema donde las mujeres no son más que objetos de uso y desuso.

Como periodista y extranjera, es muy difícil encontrar la posibilidad de conocer y acercarme a gente con este tipo de problemas, completamente tabú y estigmatizadas por la sociedad. No es raro escuchar gente en la calle diciendo “ella se lo buscó” o “es una suelta”, en vez de entender la falta de educación, la vulnerabilidad, el desamparo de estas niñas. En ese sentido las organizaciones con las que trabajé me permitieron vivir con ellas, presenciar los abusos del día a día, acompañarlas a la escuela, a sus juegos de niñas. En ese tiempo construí una relación muy cercana que mantengo hasta hoy y logré que se sintieran cómodas ante mi presencia. En un par de casos solamente conocí a niñas al final del proceso, pero acá en Latinoamérica la gente es tan amigable y cercana que no me costó nada construir una relación con ellas.

Mi primera intención en el proyecto fue mostrar las consecuencias de la invisibilidad de la mujer. Al principio mis expectativas eran más bajas, pero a medida que el proyecto se fue desarrollando, fue claro lo que necesitaba retratar. Yo soy sueca y esto para mí era otro mundo, volver a tiempos que pensé olvidados y superados. Sin duda eso también es un plus como fotógrafa, despierta la curiosidad, la indignación y todo lo que puede provocar grandes pasiones sobre la situación de las mujeres y niñas en América Latina, donde existen leyes antiaborto, donde no tienen derecho a elegir sobre sus cuerpos y más encima cuando son violadas o violentadas, el Estado no las protege.
Estoy al tanto de la prohibición del aborto en Chile. Y aunque no manejo en profundidad la situación, me sigue pareciendo una política sistemática contra los derechos humanos de las mujeres y niñas. Suecia es en muchas maneras opuesta a Chile y América Latina. Tenemos leyes sobre el aborto desde al menos 1938 y actualmente se puede abortar libremente hasta las 18 semanas de embarazo, sin importar la razón. Esa ley, que permite y le asegura a las mujeres tener completo control sobre su natalidad, está desde 1974 y creo que es un estándar mínimo y que asegura muchas cosas. Por ejemplo, valora la vida de la mujer antes de las células que se están formando dentro de su cuerpo y que en un futuro, después del parto, se convierten en un niño. Pero entiendo que hay mucho debate social con respecto a este tipo de percepciones, especialmente desde los grupos más conservadores.

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Me cuesta entender la negativa a legislar sobre el aborto. La mayoría de las mujeres se debe enfrentar al menos una vez en la vida a ese dilema, esté prohibido o no por su gobierno. Lo único que cambia la legalización es proteger la vida de esas personas, cuidarlas, establecer un ambiente seguro donde puedan tener el apoyo psicológico y físico que necesitan. Yo no soy partidaria del aborto como método anticonceptivo y no creo que haya alguien que pueda creer que eso es viable. El aborto siempre es la última posibilidad y las mujeres entienden eso. Nadie se hace abortos porque sí. Los gobiernos tienen que entender que muchas veces el aborto es la última oportunidad a la que pueden acceder las mujeres cuando no hay educación sexual, no hay métodos anticonceptivos gratuitos y tampoco información, porque el tema es un tabú en sociedades profundamente conservadoras.

En América Latina hay una cultura del patriarcado, pero también otros grandes problemas que complementan este malestar: la pobreza, la malnutrición infantil y la falta de educación. Todos estos problemas a la vista de las autoridades son mucho mayores y urgentes que “el problema de género”, por decirlo de alguna manera. Generalmente se aborda como un problema que se “busca solución cuando todo lo demás está solucionado”. Pero cuando eso pasa, una violación como la que sufrió una niña de 9 años en Chile por parte de su padre y que la transformó en madre, es una violación a todos los derechos que cualquier persona tiene, y los trasgrede en distintas maneras. Las mujeres están bajo ataque en muchos aspectos de su vida.

Creo que no es posible mirar el proyecto “Niñas que tienen niños”, sin formarse una opinión política. La igualdad de género es un problema donde para mí, al menos, recaen muchos problemas de la sociedad. En este contexto las niñas pierden completamente sus opciones. La educación es muy importante para cambiar este tipo de cosas. Ambos, hombres y mujeres, tienen derecho a decidir, a existir y a vivir su niñez. Como sociedad no podemos seguir mirando hacia otra parte. El mundo se está volviendo cada vez más pequeño, las luchas se están alineando y se está perdiendo el miedo a los cambios radicales. Mientras más información haya al respecto, más oportunidad existirá para que eventualmente las mujeres entiendan el valor de pelear por sus derechos. No debemos culpar solo a los hombres, tenemos que entender que este es un problema del sistema, pero sustentado por todos.

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