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Nacional

12 de Noviembre de 2015

Declaración de víctimas del ex párroco de El Bosque: “Los Karadima existen porque se les cree, se los protege, se los financia”

Ayer, Karadima fue el indolente y sobreprotegido ser que siempre ha sido. Para nuestra desilusión, con su declaración a la distancia, desapegada de la verdad concreta del recorrido de nuestra causa, desprovista de la más mínima empatía por las víctimas y concentrada en que otro sea el que cargue por las culpas compartidas, el Arzobispado de Santiago vuelve a rehuir sus responsabilidades históricas y se niega a reconocer que no estuvo a la altura de su mandato pastoral y de humanidad en nuestro caso.

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Las declaraciones de Fernando Karadima ayer, en el marco del juicio civil que estamos sustanciando contra el Arzobispado de Santiago por negligencia y encubrimiento de los abusos sexuales del propio Karadima en contra nuestra, han llamado la atención de mucha gente. No recuerda nada, no sabe quién financia su defensa, niega hechos acreditados por la investigación de El Vaticano, rememora un tiempo lleno de regalos, lisonjas y aplausos de sus superiores, a quienes llama jefes, y desconoce su actuación criminal que, de acuerdo al fallo vaticano en su contra, involucró abusos contra más personas que nosotros tres.

Por nuestra parte, no esperábamos nada distinto de Karadima. Al leer sus respuestas a las preguntas de nuestro abogado, afloró prístinamente el personaje que siempre hemos conocido: incapaz de asumir sus responsabilidades, provisto de un halo de superioridad que se nota en cada una de sus palabras, por haber sido siempre servido, financiado y protegido.

El Karadima de ayer es el Karadima de siempre.

Lo que nos parece increíble es que el Arzobispado de Santiago saque una declaración pública, a minutos de haber terminado el interrogatorio al ex párroco de El Bosque, donde señala que “lamenta que Fernando Karadima no hable con la verdad”. Y agregue que “este era un momento privilegiado para hacerlo, y reconocer sincera y humildemente su exclusiva participación y responsabilidad en estos abusos”.

Lo hemos dicho desde que iniciamos nuestra causa contra Karadima, hace 12 años: lo que padecimos pudo ser porque nunca dejó de haber gente en la parroquia y fuera de ella que protegió, encubrió y desacreditó lo que estábamos denunciando. Lo hicieron especialmente los “jefes” de Karadima que, cuando recibieron nuestras denuncias, siguieron colmándolo de regalos y atenciones, mientras a nosotros se nos desacreditaba e ignoraba públicamente.

¿Cómo espera el Arzobispado de Santiago que Karadima confiese, cuando ayer él mismo reconoce que cuando debe salir de la parroquia producto de nuestras denuncias, el arzobispo de entonces le consulta al mismo Karadima a quién debe nombrar en su reemplazo? ¿Qué clase de gestión imparcial y que acompaña a las víctimas es esta, donde el denunciado sugiere quién debe continuar cautelando sus huellas allí donde se produjeron los delitos?

¿Cómo no iba a sentir protección Karadima si mientras a nosotros se nos denostaba y ofendía a plena luz, él recibía de sus hermanos en el sacerdocio y sus jefes, durante años, el mismo trato afectivo, acogedor, lleno de regalos y muestras de privilegio?

Lo que verdaderamente nos sorprende es que dos arzobispos de Santiago, a la hora de revisar las actuaciones de la Iglesia en este caso, sientan que todo lo que hicieron estuvo impecable.

¿Cómo se le pide a Karadima que reconozca sus crímenes, si a la hora de la sinceridad en lo propio, el Arzobispado jamás ha reconocido ninguno de los suyos?

Basta de hipocresía. Los Karadima existen porque se les cree, se los protege, se los financia. Durante mucho tiempo y, sobre todo, luego que se levantan voces que se atreven a denunciar lo que está pasando.

Ayer, Karadima fue el indolente y sobreprotegido ser que siempre ha sido. Para nuestra desilusión, con su declaración a la distancia, desapegada de la verdad concreta del recorrido de nuestra causa, desprovista de la más mínima empatía por las víctimas y concentrada en que otro sea el que cargue por las culpas compartidas, el Arzobispado de Santiago vuelve a rehuir sus responsabilidades históricas y se niega a reconocer que no estuvo a la altura de su mandato pastoral y de humanidad en nuestro caso.

James Hamilton
Juan Carlos Cruz
José Andrés Murillo

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