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Cultura

12 de Febrero de 2016

Aniversario: Las recordadas crónicas de García Márquez y Benedetti tras las muerte de Julio Cortázar

"Algunos pensarán que Cortázar muerto molesta menos que Cortázar vivo. Se equivocan, claro. Cortázar les molestará siempre, ya que su obra y su actitud seguirán marcando rumbos, abriendo caminos, y los lectores, que siempre le fueron fieles, y particularmente los jóvenes de Latinoamérica, los de hoy y los de mañana, seguirán acudiendo a sus páginas como quien penetra en un mundo en que la realidad es un descubrimiento, y la fantasía, un hecho cotidiano", redactó el uruguayo el 20 de febrero de 1984.

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Hace 32 años, en París, el mundo perdía a uno de sus más eximios escritores, el argentino Julio Cortázar, quien en 1981 se había decantado por la nacionalidad francesa en protesta contra la dictadura militar del país sudamericano. Días después de su deceso, dos representantes de la literatura hispanoamericano, el colombiano Gabriel García Márquez y el uruguayo Mario Benedetti escribieron sendos artículos para recordar al autor de “Rayuela”, entre lo mucho que dejó el hombre nacido en Bruselas en plena Primera Guerra Mundial.

“Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estarse muriendo otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo”, redactó García Márquez el 22 de febrero de 1984, según reseña un archivo del diario El País de España.

Dos días antes, Benedetti rubricaba que “con su muerte, probablemente se calmarán los desaforados enconos y surgirán las tardías reivindicaciones. Curiosamente, Julio era un ser desprovisto de odios; jamás respondía a los virulentos ataques, que pretendían ser literarios, pero en el fondo eran políticos. Algunos pensarán que Cortázar muerto molesta menos que Cortázar vivo. Se equivocan, claro. Cortázar les molestará siempre, ya que su obra y su actitud seguirán marcando rumbos, abriendo caminos, y los lectores, que siempre le fueron fieles, y particularmente los jóvenes de Latinoamérica, los de hoy y los de mañana, seguirán acudiendo a sus páginas como quien penetra en un mundo en que la realidad es un descubrimiento, y la fantasía, un hecho cotidiano. La verdad escueta, irreversible, es que hemos perdido a un ser entrañable que nos contaba historias inesperadas y asombrosas”.

Cortázar tenía 69 años cuando una leucemia le arrebató la vida. Su existencia la pasó entre entre Argentina y Europa, y sus restos se encuentran en el cementerio de Montparnasse.

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