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Opinión

5 de Marzo de 2016

¿Quién gana, quién pierde? Apuntes sobre los acuerdos Cuba – EE.UU.

Mientras Obama persigue dejar, como legado de su administración, la integración de Cuba a la comunidad de naciones con las cuales EE.UU. se relaciona a través de canales regulares, diplomáticos y, sobre todo, comerciales, y de paso hacer más tersa su relación con América Latina –complicada por el recurrente reclamo de la mayoría de sus países ante el trato discriminatorio, embargo incluido, a que ha estado sometida la Isla Grande–, para el gobernante cubano el asunto es dejar atado, y bien atado, un acuerdo que permita la supervivencia económica del país.

Max Marambio
Max Marambio
Por

barackefe

La visita de Barack Obama a Cuba, el 21 y 22 de marzo, será la guinda de la torta en el proceso de acercamiento entre ambos países. Consciente de su alto valor simbólico, y apostando a él, Obama pretende dejar sellada la partida, como en el ajedrez, sin posibilidades de retroceso.

Por su parte, Raúl Castro entrará en la historia como el coautor de un hecho tan relevante como es la plena normalización de relaciones entre ambas naciones, hasta hace poco enfrentadas de manera encarnizada por más de medio siglo.

Sin embargo, no son las mismas razones las que empujan a cada una de las partes de este acuerdo.

Mientras Obama persigue dejar, como legado de su administración, la integración de Cuba a la comunidad de naciones con las cuales EE.UU. se relaciona a través de canales regulares, diplomáticos y, sobre todo, comerciales, y de paso hacer más tersa su relación con América Latina –complicada por el recurrente reclamo de la mayoría de sus países ante el trato discriminatorio, embargo incluido, a que ha estado sometida la Isla Grande–, para el gobernante cubano el asunto es dejar atado, y bien atado, un acuerdo que permita la supervivencia económica del país.
Es un hecho que el gobierno cubano carece hoy de recursos propios que sean capaces de garantizar la viabilidad de su economía. Como herramienta sólo cuenta con un sistema productivo desmantelado, no apto ni material ni ideológicamente para crear riqueza, situación que las tímidas reformas a la iniciativa privada no han logrado revitalizar, creando nuevas alternativas viables a corto o mediano plazo.
Entonces, sin más alternativas a la orfandad económica en que quedó Cuba luego de perder el subsidio que por décadas recibió de la URSS y después de Venezuela –ayudas que no existen más, sea porque ya no hay disposición en el caso de la primera o por imposibilidad en la segunda– y sin relevo a la vista para esos fondos, no sorprenden las buenas caras frente a lo que hasta hace poco hubiera sido una píldora difícil de tragar. Realismo puro y duro, a fin de cuentas, receta que para sorpresa de muchos puede transformarse en la solución para lograr lo que la voluntad política no consigue: provocar cambios en Cuba que no estaban, ni remotamente, considerados en la voluntad de su gobernante.

Aquí de lo que se trata es de la población cubana toda, o al menos de la gran mayoría. Para ellos la vida cotidiana es ardua y de gran sacrificio, cada vez con más carencias. Para ellos, la supervivencia personal es la primera preocupación y no los aspectos políticos relativos a sus derechos democráticos, como pudiera pensarse.

Ellos han recibido con alegría las noticias de los avances en las tratativas, pero con una cierta disposición a ver para creer, más que con serena confianza. Y sus expectativas están puestas en que eso se vea traducido –más allá de si se cierra o no la cárcel de Guantánamo– en la comida de cada cual, en la mejora de los alicaídos servicios de salud y educación, y en las oportunidades de cada uno para salir adelante en un país necesitado de ilusiones pero más aún de resultados.

Hasta el momento, mientras ambos gobernantes se afanan para lograr acuerdos ante las cámaras y sus luces, la vida de los cubanos no ha cambiado mucho.

Se trata de un pueblo que, durante 57 años, ha soportado enormes sacrificios para defender su independencia y su intento de construir una sociedad más justa. Los más pobres accedieron sin duda a otro estadio de derecho, como es el pleno acceso a la vivienda, la salud y la educación. También han logrado en ese tiempo una inédita movilidad cultural, aunque, paradojalmente, sin correlato económico para quien es más estudiaron y se prepararon. Cuba debe ser hoy, entre los países en vías de desarrollo, el que ha graduado a una mayor cantidad de profesionales y técnicos de nivel medio y universitario en relación a su población total. Pero probablemente es también el país en que más personas de esa condición trabajan en funciones distintas por razones de supervivencia. La cantidad de traductores, ingenieros, abogados, físicos, etc., trabajando como taxistas, es una muestra de esta anomalía. Las decenas de miles de médicos y técnicos de la salud exportados oficialmente por el gobierno a terceros países, que reciben un salario marginal por su abnegado trabajo, dan cuenta de lo complejo y necesario de un proceso reformista. Proceso que, por supuesto, no se menciona, pero cuya aparición todos esperan –como secuela y no como intención– después de los acuerdos que tendrán su epifanía en la visita de marzo.

El asunto es que los intereses de los que firman no son los mismos que se declaran. Lo que está por verse es cómo se resuelve la “normalización” de los vecinos distantes sin que por ello el asunto termine en que, en el proceso de ordenar la casa –usando una frase de Marx– se bote al niño junto con el agua sucia.

El niño, en este caso, es todo lo bueno que el pueblo cubano ha logrado desde 1959 a la fecha. El ejemplo que las mujeres y hombres de la isla dieron, y que iluminó a tantos en el ancho mundo, en su desigual lucha por la subsistencia, ante el encono cruel de la guerra desarrollada en su contra por la más grande potencia del mundo.

Esa dignidad, sin duda, se verá mellada si los valores solidarios son reemplazados por la cruda realidad de que sólo algunos tengan la posibilidad de salir adelante. Y eso ocurrirá si las autoridades cubanas no abren el cauce, con reformas políticas, a la participación ciudadana en la gestión de su destino.

Sería una gran tragedia que por desconfianza del gobierno cubano en su pueblo y por una porfía inaceptable en hacer los cambios necesarios, este proceso terminara en que EE.UU. obtenga, sin grandes costos y pacíficamente, el trofeo que nunca logró en más de medio siglo de historia usando la fuerza; y que el único resultado de la simbólica visita de Obama a la isla fuera una versión renovada, y con más pirotecnia, de los acuerdos quid pro quo que Washington ha alcanzado con otros regímenes “ruidosos” del pasado –en que la permanencia de los gobernantes no se cuestiona a cambio de apertura económica y de cierta moderación en el trato a los disidentes–, en vez de un punto de partida para que un protagonista no considerado hasta el momento, el pueblo cubano, sea el que finalmente le dé cuerpo y sentido a esta escenificación formal entre el gigante del norte y la isla de la revolución.

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