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Opinión

19 de Mayo de 2016

Editorial: El espanto

Negar la mirada del otro, es la constante en la historia del abuso, no del amor. Pero el estupor inhibe la indignación. Yo tiemblo al imaginar el momento en que Nabila despierte, si despierta, y constate que el padre de dos de sus hijos le robó los ojos.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-647
Me ronda sin parar la escena de un hombre sacándole los ojos a una mujer. El acto tiene un valor simbólico de tal intensidad, que Nabila Rifo no sólo es ella atacada por su pareja en la esquina de Lautaro y Montreal, en la ciudad de Coyhaique, con una piedra que le hizo tiras la cabeza, le rompió los dientes y quebró los dedos antes de vaciar sus cuencas; es también un acto ancestral y macabro. La demostración palmaria de que el hombre puede ser la bestia más brutal de la naturaleza. De que sus ansias de poder y control no tienen límites. Las fieras irracionales no sacan los ojos. Dos años atrás, sucedió lo mismo mil kilómetros al sur, en Punta Arenas. “Me dio un combo en la mejilla izquierda tan fuerte que la hinchazón fue inmediata y apenas podía hablar. Luego me agarró del hombro derecho y me tiró al piso donde me golpeó la cabeza. Nunca perdí la conciencia, pero sí quedé atontada. Lo último que recuerdo fue que tomó un cuchillo de mango naranja… entonces vi la última imagen de mi vida: era mi guagua recostada en el sillón, con los ojos achinados, mirándome, hermoso. Luego, todo se fue a negro por completo”, contó Carola Barría en la revista Paula. No supo que Juan, su ex marido, le había sacado los ojos hasta unos días después, “cuando una amiga me dijo que la policía andaba buscando mis ojitos. ‘¿Qué ojos?’ le pregunté, y me empecé a tocar la cara desesperadamente por primera vez. ‘¿Es que no te han dicho?’ me comentó ella, ‘te sacó los globos oculares’”. Entonces se puso a gritar como una desesperada, “porque no podría ver más a mis hijos”, aseguró. El motivo es siempre el mismo, los celos. Es decir, la posesión. Es decir, la voluntad de manejar al otro hasta el extremo de impedirle ver cualquier cosa que no quiera él. La quintaescencia del tirano. Ya avanzado el siglo XXI, el Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Ovalle, al ver un caso de “femicidio frustrado”, consideró como atenuante el arrebato que le produjo al acusado una “infidelidad” de su pareja, a la que había intentado matar, quizás porque pensaron que su cuerpo no le pertenecía a ella (como alguna vez dijo Ena Von Baer), o al menos no del todo. ¿Hay cosas que la mujer debe entender para cuidar el equilibrio del patrón? Cuenta la historia de Lucía de Siracusa, que al rechazar casarse, o entregar su virginidad –la historia confunde ambas cosas– al novio que su madre la tenía jurada, éste, enfurecido, la denunció ante Pascasio, y el gobernador de Sicilia, en castigo, la condenó a ser puta en un prostíbulo. Como Lucía era santa, según relata la Leyenda Aurea, “ni mil soldados, ni mil bueyes pudieron llevársela”. Entonces la mandaron como bruja a la hoguera, pero el fuego tampoco le hizo nada. Lo último que se le ocurrió al torturador, fue sacarle los ojos. Santa o bataclana, da igual: el asunto es que obedezca, que no piense por sí misma, que no se mande sola. Poco tiene que ver el amor en esta tragedia. Negar la mirada del otro, es la constante en la historia del abuso, no del amor. Pero el estupor inhibe la indignación. Yo tiemblo al imaginar el momento en que Nabila despierte, si despierta, y constate que el padre de dos de sus hijos le robó los ojos. (“¡Que se muera, quiero que se muera!”, gritó Carolina Barría cuando le pasó a ella) Tiemblo de horror y vergüenza, pensando que lo hizo un hombre en nombre de su hombría. ¿Un loco? No necesariamente. Con creerse más que ellas, basta y sobra.

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