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Cultura

24 de Julio de 2016

Crónicas del New Age chileno: La visita del Maharishi y la revolución que no fue

En 1966, un año antes de convertirse en el guía espiritual de Los Beatles, el afamado maestro Maharishi Mahesh Yogi visitó nuestro país, donde un numeroso grupo de seguidores –además de la prensa– siguió con atención sus inspiradoras charlas y sesiones de meditación. Su visita puede ser considerada como el primer hito de lo que sería la “movida” esotérica en Chile, y el mensaje del gurú supo adelantar, también, el conflicto que se plantearía entre estas prácticas de desarrollo personal y los ideales de emancipación social.

Matías Wolff
Matías Wolff
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Aunque el espiritismo, la Teosofía y otras disciplinas esotéricas eran un divertimento más o menos instalado en ciertos círculos de la elite chilena a comienzos del siglo XX –e incluso en el mundo obrero, como confirma Manuel Vicuña en Voces de Ultratumba–, Chile se mantuvo relativamente fuera del tránsito espiritual entre Occidente y el Lejano Oriente que ya había impactado a Europa y los Estados Unidos antes de los años 60. Probablemente por razones geográficas, pero sobre todo por nuestro fuerte arraigo en la cultura católica, fue recién en la antesala del flower power que este tipo de prácticas se expandió en el país, en medio –y a contrapelo– de las transformaciones políticas y culturales que cambiarían el mundo.

Así, la visita del maestro hindú Maharishi Mahesh Yogi aparece como una manifestación fundacional de ese cambio: de sus posibilidades, pero también de sus limitaciones. Proveniente de Buenos Aires, donde había comenzado la etapa sudamericana de su gira mundial, el Maharishi –que un año después, convertido en guía espiritual de Los Beatles, alcanzaría una fama aún desconocida por otros gurúes orientales que habían penetrado en Occidente (Krishnamurti, Rajneesh o Gurdjieff)– tocó la losa del aeropuerto de Cerrillos el jueves 26 de octubre de 1966. “Su pelo largo, desgreñado, que cae liso y mezclado con la barba sobre la túnica blanca” impactó desde el primer día a la prensa capitalina, que no le perdió pisada y le dedicó extensas notas y reportes –incluida una portada en El Mercurio– durante esa semana.

El Maharishi se había iniciado a los 24 años, cuando conoció al Swami Brahmananda Saraswati y se convirtió en su principal discípulo. Por más de trece años estuvo con él en los Himalayas, practicando yoga, meditando y preparándose para continuar su legado. Así fue como en 1958, cinco años después de la muerte de Saraswati, fundó en las riberas del río sagrado Ganges el Movimiento de Regeneración Espiritual, basado en lo que se conocería luego como la Meditación Trascendental. Ante los periodistas chilenos apostados en el aeródromo, sostuvo que su intención era “enseñarles a todos la filosofía y la práctica de la meditación, a través de la cual es posible relajar las tensiones personales y sociales”. Sus charlas y prácticas tendrían lugar en el centro de mediación del Shudharma Madalam, en el 411 de calle Marín, y en el tradicional Hotel Carrera.

Su visita, revela la prensa de entonces, se produce en un momento en que el yoga penetra con gran éxito entre “jóvenes, adultos, empleados o dueñas de casa” que acuden regularmente a practicarlo en los diferentes institutos buscando una iluminación que los ejercicios y deportes occidentales parecen no entregar. Aunque “presenta serias dificultades y limitaciones para los occidentales, ya que está muy lejos de nuestra mentalidad”, su adaptación a la realidad nacional entusiasma a un grupo de santiaguinos, quienes al ser entrevistados polemizan sobre uno de los valores canónicos de la práctica espiritual esotérica: la autenticidad. “Los centros que existen en nuestro país –advierte Waldo García, de la Sociedad de Amigos de la India– son más bien comerciales. Se dicen ‘iniciados’ y dejan a la gente sicológicamente desorientada. Yo conozco varios que se han chiflado”, previene.

Con sus pies descalzos y su túnica blanca, el Maharishi convence a los periodistas de que se trata de un “verdadero” maestro, lo que no evita una mirada exotista y cómica de su figura. En tono burlesco, la revista VEA relata una de sus actividades en el Hotel Carrera: un centenar de santiaguinos llega a oír el mensaje “del barbudo hindú”, cumpliendo al pie de la letra sus indicaciones, las que incluyen ofrendas como “flores, frutas, pañuelos blancos e incluso una donación equivalente a tres días de sueldo”. Quietos en la silla y con sus ojos cerrados, los descalzos asistentes oran y reciben instrucciones para meditar profundamente, evitando toda distracción en su camino hacia sí mismos. “Placenteros pensamientos se habían apoderado de las mentes. Nada de tensión ni expresiones duras, sólo suavidad y relajamiento. Hasta que de pronto el maestro comenzó a hablarles lentamente a través del intérprete. Y empezaron a abrir sus ojos, a contestar poco a poco, hasta tomar plena conciencia de la realidad y del lugar donde estaban”.

Consciente de la competencia en el novedoso campo de la cura psíquica, el maestro asegura a la audiencia que su método es mucho más rápido que el psicoanálisis, pues en lugar de las eternas sesiones que exigen los seguidores de Freud solo basta una hora diaria de meditación profunda para encontrar “la felicidad dentro de sí mismo”. Es cuestión de sentarse, relajar los músculos y comenzar a repetir nuestro mantra, esa palabra “completamente individual y secreta” que debe ser hallada por cada discípulo.

Pero la cura del dolor personal era sólo el primer paso. Hacia el final de la actividad, y cambiando su semblante a uno más preocupado, el Maharishi releva una ambición de mayores alcances frente a los cambios que atisba en el mundo: “Si el individuo no está en paz consigo mismo, si no ha logrado su propio equilibrio, todo afán pacifista de la humanidad se pierde en el vacío”. Acento en el individuo muy similar al que invocaría Lola Hoffmann, algunos años después, frente a la amenaza ecológica.

Las palabras del gurú y su presencia en Chile chocan, sin embargo, con los afanes conflictivos de la revolución social y política que se propagan en el marco de la Guerra Fría. “La calidad de vida del individuo está manifestándose como calidad de vida de la sociedad que conforma. El cambio sólo se puede lograr entonces a partir del cambio individual”, insiste el maestro. Su mirada al desarrollo personal como preámbulo necesario para la emancipación encontraría eco en otras movimientos locales como el siloísmo, pero terminaría por desdibujarse entre la polarización de la lucha de clases, poco receptiva a las disquisiciones místicas “pequeño burguesas”, y los usos múltiples de su propia retórica, tan maleable que corre el riesgo de quedar en el vacío o ser utilizada, directamente, con fines muy poco elevados.

En 1968, John Lennon pondría en evidencia ese riesgo al caer en cuenta de los intereses sexuales que el travieso maestro escondía tras su semblante seductor, y se lo haría saber sin demasiado cariño en una de sus canciones más bellas, incluida en el segundo disco del White Album:

Sexy Sadie what have you done (Sexy Sadie ¿qué has hecho?)
You made a fool of everyone (Los engañaste a todos)
[…]
Sexy Sadie you broke the rules (Sexy Sadie, quebraste las reglas)
You laid it down for all to see (Te las arreglaste para que todos lo vieran)
[…]
Sexy Sadie you’ll get yours yet (Sexy Sadie, pero ya las pagarás)
However big you think you are / (Por muy importante que te creas)

*Antropólogo

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