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Opinión

3 de Agosto de 2016

Columna de Pedro Pablo Achondo: Si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

"No es toda la Iglesia la que ha tratado mal a nuestros pu peñi pu lamgnen y tampoco es todo el pueblo Nación Mapuche el que se siente lejano de la Iglesia de Jesús...Muchos Mapuche profesan la fe en el Dios de Jesús sin que ello sea una traición ni un conflicto con su identidad y raíz más profunda".

Pedro Pablo Achondo
Pedro Pablo Achondo
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Qué fácil olvidamos los cristianos que somos discípulos, seguidores y servidores de un injusticiado, de un hombre subyugado, preso y asesinado. Cuán fácil olvidamos que la Iglesia se debe a su Maestro y que las aspiraciones de poder, dominación, explotación, dinero, influencias y recursos están lejos del querer del Dios-en-la-carne. Las tensiones entre el pueblo Mapuche y la Iglesia Católica (y también Evangélica) han ido aumentando los últimos años. Nos haría bien una mirada amplia y no estrecha respecto a ello.

Nos duelen las caricaturas, provenientes ellas de ambos lados. No es toda la Iglesia la que ha tratado mal a nuestros pu peñi pu lamgnen y tampoco es todo el pueblo Nación Mapuche el que se siente lejano de la Iglesia de Jesús. De ello yo soy testigo. En algunos lugares este es un conflicto ficticio, exportado, wingka y valdría la pena ver bien a quién le conviene. Muchos Mapuche profesan la fe en el Dios de Jesús sin que ello sea una traición ni un conflicto con su identidad y raíz más profunda. Este es un tema interesante y apasionante que aquí nos supera. Pero vale la pena aludir al proceso histórico de reconciliación, diálogo y mutua fecundación de gran parte de los pueblos indígenas de nuestra América Latina. Me avergüenzan los cristianos de juicio fácil, aquellos que viven en una dinámica –anticristiana por lo demás– de amigos y enemigos, de bandos y posiciones antagónicas, de malos y buenos. Me avergüenzan también los hermanos mapuche que desconocen toda una historia de defensa, de mártires y de amor y respeto de parte de la Iglesia –que se sabe en deuda– hacia ellos.

De lo que aquí–en el hoy de Chile– se trata es de un conflicto entre ciertas personas y ciertas comunidades. Entre un segmento de la Iglesia que no ha sabido reconocer las demandas históricas de un pueblo y de comunidades de resistencia que están responsabilizando a ese pequeño segmento de su apoyo y silencio a una política de Estado represiva, opresora y completamente injusta. Eso sí. No hay cómo defender las injusticias cometidas de parte del gobierno, no hay manera de apoyar bases militares en tiempos de democracia ni allanamientos violentos; no se puede entender la aplicación de la Ley Antiterrorista ni los testigos ocultos en juicios arbitrarios. Eso no puede ser, ni debería apoyarlo nadie. Tampoco puede ser el uso de la violencia, la quema de maquinaria o del trabajo de campesinos que muchas veces nada tienen que ver.

Diálogo debe haber, pero un diálogo fecundo, un diálogo real; un diálogo en donde se conozca lo que sucede, se reconozcan las injusticias, se repare lo destruido, se reconstruya la confianza. En el diálogo el gobierno debe escuchar mucho más, debe humillarse y bajarse del podio para atender las necesidades del pueblo, del pueblo chileno-mapuche del sur. La Iglesia debe humillarse más y dar el ejemplo devolviendo las tierras ancestrales que están en conflicto y poniéndose en la mesa, una vez más, como quien sirve. El camino se ve difícil y largo –y esto hay que tenerlo muy en cuenta–, no sin tensiones ni retrocesos; pero se ve. Es posible. Es posible un camino de comprensión y dignificación, de derechos y reconocimiento.

Digamos NO al avance de la violencia, pues ello –¡y la historia no se cansa de demostrarlo!–, y aunque a algunos les guste, produce más heridas que soluciones. Y digamos NO a la represión y la injusticia, a las políticas subjetivas y violentistas contra el pueblo Mapuche; digamos NO al continuo atentado contra la Tierra y sus creaturas; digamos NO a la segregación, exclusión y clasismo que aún vivimos en Chile; y no perdamos la inmensa oportunidad de caminar juntos y crecer en espiritualidad y entendimiento; de cuidar juntos nuestra Casa Común, Casa multicultural y polifónica.

La pregunta de Jesús al Sumo Sacerdote: Si he hablado bien, ¿por qué me pegas?, es la pregunta del Mapuche al Estado y es la pregunta de la Iglesia de los pobres a los lof en resistencia. Es la pregunta que nos hacemos todos y nos seguiremos haciendo mientras discutamos y conversemos con las armas antes que con el corazón; con la rabia –razonable pero infértil– antes que mirando los ojos del otro y oyendo su hablar, igualmente hermano y hermana hijos de la tierra y del Padre de todos. Iñchiñ taiñ küme Chaw, eluñmamukeliyiñ konael wedake düngu mew. Eymün tamün choyüm ta inchiñ, eymün tamün fotüm ta inchiñ, nosotros somos tu imagen, nosotros somos tus hijos.

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