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Mundo

20 de Noviembre de 2016

El relato de violencia de género de una reconocida guionista argentina: “Por primera vez creí que me iba a morir”

En su columna en el diario transandino La Nación, Carolina Aguirre recordó a una tormentosa relación pasada que terminó con manipulaciones psicológicas, azotes contra la pared, cachetadas e intento de asfixia en un hotel a miles de kilómetros de su casa. A pesar de que los golpes fueron contra ella, la escritora llegó a cuestionarse si en realidad todo había sido culpa de ella, pero finalmente concluyó que "me pega porque vivimos en una sociedad machista que les enseña a los hombres que las mujeres somos una cosa. Me pega porque puede, porque desde hace años hay hombres que les pegan, violan o prenden fuego impunemente a las mujeres que les dicen que no".

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Carolina Aguirre Instagram

La reconocida guionista y escritora argentina Carolina Aguirre, ganadora del Martín Fierro (premios de radio y televisión de ese país) en repetidas ocasiones aprovechó su última columna en La Nación (Argentina) para denunciar la violencia física y psicológica que sufrió por parte de su ex pareja, que llegó a tal punto sin que ella se diera cuenta, hasta que ya era demasiado tarde.

En medio de una tormentosa relación con varios quiebres entremedio, la pareja viajó a Colombia con motivo de trabajo de él.

Hace tiempo que Carolina lo estaba pasando mal con su pololeo, “salvo cuando salimos y nos divertimos, al lado suyo la paso pésimo”, escribió en su columna.

Cuenta que cada vez que ella terminaba con él tenían la misma discusión: “llora y me jura que soy el amor de su vida, me muestra el whatsapp, me da la clave del celular, me ofrece casamiento. Tiene unos gestos desmesurados de amor que impresionan a todo el mundo. Cae con ramos de flores cuando estoy sacándome fotos para una nota, llega a mi casa con un whisky canadiense inconseguible que me vio googlear, saca pasajes para Nueva York, me lleva a la playa el fin de semana, me dibuja corazones por toda la casa”.

A su vez, la culpaba de toda esta situación, “dice que yo lo asfixio, que soy paranoica, que tengo miedo de amar y que es el novio perfecto”.

“Me la paso llorando y queriendo dejarlo todo el tiempo. Con los meses, mi angustia crece y las peleas son cada vez más dramáticas. En Cariló, una noche lo dejo en el medio del bosque y me bajo del auto. Me vuelve a meter por la ventana. En Buenos Aires lo dejo y me encierra en su casa hasta las nueve de la mañana. Dice que soy mala, que hago esto con todos los hombres cuando me canso, que ya sabe cómo hice sufrir a mis ex, que me voy a arrepentir de hacerlo sufrir tanto. Al final siempre me convence, le pido perdón y volvemos. ¿Estaré loca? ¿Será verdad que lo estoy haciendo sufrir así?”, añade.

Ya en Colombia, tras una nueva pelea se fueron a la cama a dormir. “Yo no puedo pegar un ojo, sólo lo miro. De repente, siento unas ganas de huir inexplicables. Lo quiero dejar ya mismo, no puedo esperar a volver a Buenos Aires, no sé por qué. En silencio agarro mi celular y busco un hotel cerca. Cuando lo encuentro, lo despierto y le digo que me quiero separar. Él me grita que es tarde y que me vaya a dormir. Yo me levanto de la cama y le digo que esta vez es en serio, que no puedo estar un minuto más al lado suyo. Él me arranca el celular de las manos y vuelve a gritarme que me vaya a la cama. Yo rompo en llanto y le digo que no soy feliz, que no lo amo más hace mucho tiempo, que quiero volver con mi exmarido”, recuerda Aguirre.

Agrega que “cuando digo exmarido la cara se le deforma de odio. Me agarra del pelo y me grita que nunca nos vamos a separar, que antes de que lo deje y verme con otro me mata. Que en Colombia un sicario sale cincuenta mil pesos, que si quiere me hace matar ahora mismo. Yo me suelto y me río. ¿Un sicario? ¿Cincuenta mil pesos? ¿Por qué me habla como en un culebrón mal escrito? Mi risa en vez de relajarlo lo vuelve más loco. Yo lo ignoro y me voy a hacer la valija a la otra punta de la habitación. Nunca llego. Me agarra del brazo, me grita que a él no lo deja nadie y me arrastra hasta el baño y me empuja contra la pared. Siento mi espalda crujir contra los azulejos, dolorosa como un sable, y ahí entiendo que está hablando en serio. Son las tres de la mañana, estoy sola en un país donde no conozco a nadie, a siete mil kilometros de mi casa, y mi novio me está pegando”.

Y continúa su relato de esa tétrica noche: “en el baño me pega un cachetazo y me sigue sacudiendo. Corro a la habitación, pero me tira al piso y me tapa la boca mientras me grita que me calle. Pataleo, lo empujo y trato de sacármelo de encima, pero no puedo moverlo ni un milímetro. Soy hermana de varones y nos hemos peleado de mano, pero hasta ese momento no sabía que los hombres tenían tanta fuerza. Estoy segura de que ninguna mujer lo sabe hasta que no tiene un manojo de dedos fríos en la cara, hasta que no siente que si él cierra el puño un poco más te mata en serio”.

“Me acuerdo de todas las veces que le dije a mi psiquiatra que él tenía algo raro y oscuro. De mis angustias supuestamente injustificadas. De las ganas de dejarlo todo el tiempo. Me duele la espalda y no puedo respirar, pero más me duele no haberme escuchado, no haber confiado en mí”, añade.

Mientras la mano de su en ese entonces novio la “aprieta mas fuerte la cara y me retuerzo como una lombriz fuera de la tierra, sin aire. Soy un alarido mudo debajo de su cuerpo pesado y hostil. Por primera vez en la vida creo que me voy a morir. Dios mío, qué pena me da morir así”.

En ese momento seguridad del hotel toca la puerta de su habitación. “Lo muerdo y mi voz traspasa su mano gruesa y furiosa. La puerta se abre y entran dos hombres de traje con un handy. Él se asusta y me suelta. Avergonzado, se deshace en explicaciones mentirosas: que estábamos discutiendo, que mil disculpas, que es una pelea de pareja. Les digo a los guardias que no es cierto y que me está pegando, que por favor me esperen”, cuenta.

Mientras esto ocurre, él le suplica que se quede y arreglen la situación. Pero ella no da la mano a torcer. La gente del hotel le pide un taxi, Carolina se va a otro lugar a pasar la noche y llama a su asistente para que le saque un pasaje de regreso a Argentina lo antes posible. “En el auto lloro, presiono mi billetera contra mi estomago y pienso algo insólito: qué suerte que tengo plata. Qué suerte que tengo tarjetas de crédito. Me pregunto qué hacen las mujeres que no tienen plata ¿Adónde van? ¿A quién llaman? ¿Quién les paga el hotel? ¿Quién les saca un pasaje para volver a su país?”, dice.

Al otro día, cuando se da cuenta de que la pesadilla de anoche ocurrió en realidad, su novio le habla por celular para ver cómo está. “Peleamos. Le digo que lo voy a denunciar, que jamás me va a volver a ver. Se hace el desentendido. Reconoce que me empujó, pero dice que sólo quiso taparme la boca, que jamás quiso hacerme daño, y me pide disculpas si en algún momento sentí que no podía respirar, pero que yo soy muy fuerte y era imposible frenarme, que soy como un toro. Yo sólo lloro y él aprovecha para volver con el mismo discurso: que estoy loca, que siempre arruino todo, que hago esto con todos los hombres cuando me canso de ellos. Me miro los moretones. Le mando una foto. ¿Estos moretones mienten? ¿Estos los estoy inventando yo?”, consigna.

Ya de vuelta en Argentina, Carolina se cuestiona: “¿y si estoy loca como él dice? ¿Y si estoy exagerando? ¿Y si de verdad fue una pelea fuerte, si él no supo cómo frenarme, si yo soy imposible?”, pero vuelve a enfocarse y termina definitivamente con su novio.

“Él me sigue escribiendo durante meses. La mayoría de los e-mails son amenazas: dice que va a mandar mis fotos privadas a todos lados, mis chats a la productora de tele en la que trabajo, que va a inventar mentiras sobre mí. Otros son de amor. Dice que me extraña, que soy el amor de su vida y que éramos perfectos juntos y yo lo destruí”, relata.

Durante las noches siguientes Carolina reflexiona, “¿por qué yo? ¿por qué me pasó esto a mí? A mí, que siempre fui fuerte, inteligente, independiente. A mí, que soy tan arisca y desconfiada. A mí, que acabo de escribir un programa sobre mujeres y violencia de género. A mí, que me subí a recibir el Martin Fierro con el cartel de Ni una menos. A mí, que soy feminista. A mí, que tengo una carrera, que soy exitosa en lo que hago, que les cuento todo a mis amigas, que hice terapia quince años. A mí, que leí tantos libros. A mí, que siempre tuve parejas que me amaron tanto, que tuve el matrimonio perfecto, que soy amiga de todos mis exnovios. ¿Por qué yo? ¿Cómo me pasó esto a mí?”

Estos pensamientos despiertan en ella “la fiera machista que duerme dentro de mí. Que en el fondo pienso que estas cosas les pasan a las feas o a las tontas, a las que no tienen una carrera, a las de carácter débil, a las que fueron abandonadas por el padre cuando eran chicas. Que una parte de mí piensa que al elegir a este enfermo mental un poco me lo busqué. Que creo que debió haber un motivo para que me maltrataran y que tengo que encontrarlo. Que no soy culpable, pero que un poco de responsabilidad tengo”.

“Con el tiempo también descubro que no soy la única que piensa eso. Cada vez que me cruzo con un conocido me pregunta cómo terminé con un tipo tan insignificante y charlatán. Lo dicen sin mala fe, pero sorprendidos, como si ahora yo fuese de peor calidad por haber salido con un hombre así. Yo ensayo algunas excusas: que estuvimos juntos sólo un par de meses, que siempre tuve novios amorosos, que no sabía lo que hacía. Como si fuera yo la que tiene que dar explicaciones. Como si su furia, su impotencia, su cobardía fueran culpa mía y no de él. Como si esto no les pasara a todas y yo no fuese igual a todas. ¿Por qué no a mí, si le pasa a todas? ¿Qué tengo tan especial que no tengan las demás? ¿Tengo coronita? ¿Soy marciana? ¿Estoy hecha de huesos y carne distintos al resto?”

Pero finalmente la guionista concluye que no están dentro de ella las razones de la violencia que sufrió. “Me pega por impotencia, por bronca, porque es un psicópata. Me pega porque soy fuerte y libre. Me pega porque vivimos en una sociedad machista que les enseña a los hombres que las mujeres somos una cosa y las cosas no hacen valijas, no se van a las tres de la mañana, no deciden que no te aman más. Me pega porque es el último recurso que le queda cuando toda su manipulación y sus falsos gestos de amor fracasaron. Me pega porque sabe lo que todos murmuran: que es poca cosa para mí. Me pega porque puede, porque desde hace años hay hombres que les pegan, violan o prenden fuego impunemente a las mujeres que les dicen que no. Pero por sobre todas las cosas me pega porque además de mujer soy guionista, y no hay nada que me importe más que escribir. Y sabe que, a no ser que esa noche me mate, apenas esté lista, escribiré también sobre esto”.

Cristóbal Briceño critica la “burrada” de la igualdad de género: “el hombre y la mujer somos muy diferentes” – The Clinic Online

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