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13 de Diciembre de 2016

Columna: A 10 años de la Sudamericana 2006, mi derrota más dolorosa

“No miento cuando digo que jamás he visto los goles de esa final que perdí, o el partido repetido. Es mi mayor frustración”. Arturo Sanhueza, el exmediocampista y capitán de Colo Colo, hizo un repaso de su trayectoria en el fútbol profesional hace una semana en el Mercurio de Calama tras 750 partidos oficiales en […]

Ricardo Ahumada
Ricardo Ahumada
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Hincha de Colo Colo A1

“No miento cuando digo que jamás he visto los goles de esa final que perdí, o el partido repetido. Es mi mayor frustración”. Arturo Sanhueza, el exmediocampista y capitán de Colo Colo, hizo un repaso de su trayectoria en el fútbol profesional hace una semana en el Mercurio de Calama tras 750 partidos oficiales en torneos chilenos, y confesó que la derrota de la noche del 13 de diciembre de 2006 fue la más dolorosa de su carrera.

Estuve en la misma situación de Sanhueza hasta hace dos semanas, cuando decidí dejar atrás los 9 años, 11 meses y 15 días sin ver el resumen del partido. Es el dolor como hincha más grande de mi vida porque además de perder una final continental, terminé barriendo vidrios de vasos y envases de cerveza, con mi camiseta ensangrentada y sin saber cómo los mexicanos metieron el gol del triunfo.

Ese día, ese miércoles, estaba en época de exámenes universitarios y estuve trabajando en uno de ellos hasta casi una hora y media antes del partido. Después de eso me puse la camiseta Reebook modelo 2005, la más actual que tenía hasta ese minuto, y me fui al negocio de mi familia, el Pipas Bar, en Macul, donde trabajaba atendiendo como refuerzo los viernes y los días que había fútbol.

Mi tío Gabriel, el otro barman del lugar junto a mi viejo, había decorado el techo con globos blancos y negros y tenía unas bolsas con papel picado y algo de cotillón preparado para el festejo. A esa hora ya estaba repleto, literalmente hasta las banderas. Tuvimos que poner un televisor bajo el parrón del negocio incluso, para poder ubicar a más gente viendo el partido.

Nos repartimos los lugares para atender a los asistentes y a mi me tocó el “privado”, un sector separado por una muralla al medio del negocio, donde había un televisor de 21 pulgadas. Estaba sobrepasado, con gente encaramada sobre las columnas de esa sala para poder ver el partido.

La euforia y el alcohol hicieron lo suyo y al final fue la peor combinación. El festejo ya había comenzado. Estaban -estábamos- todos seguros del triunfo. Íbamos a lograr un título continental 15 años después de la Libertadores.

Partimos ganando con un gol de Chupete Suazo, a 10 minutos del final del primer tiempo, y la seguridad del triunfo aumentó. A los mexicanos de Pachuca les costaría dos goles, por lo bajo, para llevarse el trofeo y hasta entonces nunca habían ganado un título en este hemisferio. La celebración era total. A pesar de que el contrincante jugaba mejor, nadie imaginó lo que iba a ocurrir.

Nadie recordaba tampoco que en el partido de ida, el 30 de noviembre de 2006 en el Estadio Hidalgo de Pachuca, nos salvamos al menos siete veces de perder el partido. Empatamos a 1, pero Cejas sacó cuatro pelotas que iban adentro y los mexicanos tuvieron un palo y otras tiros que pasaron bastante cerca.

Nada de se acordaba de eso porque Colo Colo iba ganando. Pero toda esa algarabía se vino abajo en el segundo tiempo. A los ocho minutos, un viejo conocido, el argentino nacionalizado mexicano Gabriel Caballero empató el partido con la misma fórmula del gol en el partido de ida: centro al segundo palo, dejando metros atrás la marca de Gonzalo Fierro.

Entonces el gol reveló el verdadero trámite del partido. Colo Colo era superado por los mexicanos, que le quitaron el control del partido a un equipo que se creía superpoderoso. Cuatro días antes, prácticamente los mismos once habían jugado la primera semifinal del Torneo de Clausura 2006, contra Cobreloa.

En esos minutos, la rabia de los presentes en el bar comenzó a acumularse. Reclamaron una y otra vez contra el partido, contra los mexicanos, contra el árbitro Baldassi -que no influyó en absolutamente nada- y luego contra los mismos colocolinos que estábamos en el bar.

Los ánimos se caldearon y después de una discusión entre quienes veían el partido, justo en el lugar que estaba a mi cargo, comenzaron a putearse y se fueron a las piñas.

El partido pasó a segundo plano y un tumulto empujado por la rabia y las innumerables cervezas que se habían tomado comenzó a pelear a combo limpio. Todo en medio de las demás personas que veían nerviosos el partido. Ahí uno de los pelotudos le rompió una botella de cerveza en la cabeza a una mujer embarazada y la pelea se volvió incontrolable.

Los gritos espantaron a la mayoría de los clientes, que arrancaron como pudieron. Otros tantos persiguieron a los que iniciaron la pelea y un grupo pequeño siguió peleando adentro, amenazando con romper más botellas en la cabeza de alguien más. Varios de nosotros les tuvimos que quitar las botellas de las manos y encararlos para que dejaran de pelear.

A esa altura, ya habíamos apagado la televisión. Los peleadores y clientes asustados se perdieron por Exequiel Fernández o Avenida Macul. Con la adrenalina al máximo, volvimos a entrar al negocio y cerramos el local sólo con conocidos. Imaginen una mezcla de cerveza, restos de comida, platos y miles de pedazos de vidrio de vasos y botellas esparcidos en el suelo. Y la amargura de todos los que quedábamos.

Prendimos la tele de nuevo y ahí estaba: 2 a 1 abajo, los mexicanos habían dado vuelta el partido. No lo podía creer. Mientras se rompían la cabeza a botellazos, estábamos perdiendo la copa. Los intentos que vinieron fueron en vano y minutos después terminó el partido y se acabó todo.

Mientras celebraban los mexicanos en el Estadio Nacional y se escuchaba cómo cantaban en el estadio los colocolinos que vieron la derrota ahí mismo, yo comencé a barrer la mezcla de cerveza y vidrios rotos. Lloré agachado pasando un escobillón y recogiendo lo que había en el suelo. El negocio familiar estaba hecho un desastre y habíamos perdido la Sudamericana.

Estuve al menos tres días hablando sólo monosílabos, deprimido por la noche terrible que habíamos tenido. Días después salimos bicampeones frente a Audax -faltamos al bar y fuimos al Estadio Nacional con mi hermano a verlo en vivo y en directo- y pasó un poco el trago amargo.

Desde entonces juré no ver el gol de la victoria mexicana. He visto cientos de veces en Youtube esa entrada maravillosa que nos dejó ese día -cuando Fernando Niembro dice que argentinos y brasileños quedaron a la altura de un poroto- pero recién ahora vine a ver el gol de Cristián Giménez.

Y fue terrible. Iba el minuto 72 y el estadio cantaba “dale, dale, dale dale oh” mientras Álvaro Ormeño sacó un tiro de esquina. Hubo un despeje mexicano y el rebote le cayó a Damián Álvarez, que la bajó de pecho y con dos controles se sacó a Sanhueza para enfilar hacia el arco de Cejas.

Miguel Riffo llegó al cruce y lo trabó, pero la pelota le quedó igual a Álvarez, que se la dio a Giménez, instalado en mitad de cancha. Éste jugo de primera con Chitiva, que desbordó y sacó un centro antes de llegar al área y de la llegada de Kalule Meléndez.

La pelota cruzó la cancha y cayó en Giménez, que controló y le pegó un derechazo cruzado hacia abajo que pasó entre las piernas de David Henríquez. Después hubo descontrol, un expulsado por cada equipo y un cabezazo de Riffo que sacó fácilmente el colombiano Calero.

Después de eso, 10 años de fracasos en torneos internacionales. Ahora creo que hice bien con ver este video, para cerrar un ciclo y para saber qué errores no podemos cometer cuando lleguemos a otra final. Yo creo que Sanhueza ya no lo vio, y lo entiendo. Yo lo viví con una pelea de por medio y terminé masticando una derrota multiplicada, pero ahora quise revivir ese dolor para terminar de cerrar la herida. De todas formas, estoy dispuesto a barrer millones más si la próxima vez los vidrios rotos son por festejar una nueva estrella continental.

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