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Opinión

2 de Febrero de 2017

Editorial: El odio a Bachelet

Me refiero a esos que pertenecen a la así llamada "derecha social", es decir, los miembros de la clase alta chilena, esos que viven en barrios muy definidos (Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea), que tienen un acento distintivo, que veranean juntos y se casan entre sí. Para los miembros de este grupo, Bachelet no es simplemente una mala presidenta. Hablan de ella con un desprecio aterrorizante. La rotean, la tontean, y se refieren a su aspecto físico con un desdén y falta de respeto que no recuerdo haber visto antes en la conversación política, al menos desde la recuperación de la democracia. Por consideración a su persona (la misma que merece cualquier ser humano) no me atrevo a repetir las frases y apelativos con que les he escuchado referirse a ella en el último tiempo. Hay cadenas de WhatsApp al interior de ese mundo en que su imagen circula tratada con evidente crueldad.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Es un dato de la causa que Michelle Bachelet cuenta con un bajo apoyo ciudadano. Según la última encuesta Cadem su rechazo habría subido en las últimas semanas a cerca de un 75%, y el porcentaje de quienes apoyan su presidencia ya estaría bajo el 20%. Los incendios no le han ayudado: si algún flanco débil tiene este gobierno, es la imagen de mal gestor. No sólo carga con el peso de unas reformas que, además de disgustar ideológicamente a un sector que va desde la DC a la extrema derecha, han sido llevadas a cabo con mediocridad técnica, sino que también con el recuerdo de juicios y cuestionamientos al modo en que enfrentó el terremoto y maremoto del año 2010. La oposición, por su parte, se ha encargado de acrecentar esta imagen de ineficiencia echando mano a argumentos no siempre fidedignos (ya sabemos que la verdad no pasa por su mejor momento), pero el juego de la política es así, y como suelen repetir sus protagonistas cuando las circunstancias le son adversas, “es sin llorar”.

Otra cosa es el tono que en un sector muy específico de nuestra comunidad ha ido tomando este rechazo al gobierno. Me refiero a esos que pertenecen a la así llamada “derecha social”, es decir, los miembros de la clase alta chilena, esos que viven en barrios muy definidos (Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea), que tienen un acento distintivo, que veranean juntos y se casan entre sí. Para los miembros de este grupo, Bachelet no es simplemente una mala presidenta. Hablan de ella con un desprecio aterrorizante. La rotean, la tontean, y se refieren a su aspecto físico con un desdén y falta de respeto que no recuerdo haber visto antes en la conversación política, al menos desde la recuperación de la democracia. Por consideración a su persona (la misma que merece cualquier ser humano) no me atrevo a repetir las frases y apelativos con que les he escuchado referirse a ella en el último tiempo. Hay cadenas de WhatsApp al interior de ese mundo en que su imagen circula tratada con evidente crueldad. Ni siquiera faltan quienes le desean la muerte. En varios de esos memes, ha vuelto a aparecer la figura de Pinochet proponiendo, ni más ni menos, cómo desaparecerla.

Para este sector de privilegiados que año tras año han ayudado al crecimiento del mercado del lujo, Chile se fue a la mierda por su culpa. Estaríamos viviendo algo así como un estado de revolución, una situación de ruina semejante a la de Venezuela. No habría mayores diferencias entre ella y Nicolás Maduro. Han llegado incluso a responsabilizar a Michelle Bachelet de los incendios. En una de esas cadenas de WhatsApp leo lo siguiente: “Estamos viviendo un gravísimo estado de guerra (…) Un estado de guerra muy particular, porque el principal aliado del enemigo es el propio Estado de Chile (…) Esta guerra no se puede ganar con una pala, y voy a fundamentar el por qué. 1- Mientras las fuerzas de combate al fuego se despliegan en cientos de puntos… en cientos más están las brigadas terroristas encendiendo otros, en vehículos, motos, a caballo o a pie. 2- Estos terroristas apoyados y asesorados por extranjeros, tienen licencia para matar, y cuentan con la protección y patrocinio del propio gobierno y organismos de DDHH. 3- Si por algún motivo llegan a ser detenidos, con una simple huelga de hambre vuelven a sus casas y sus andanzas. 4- Cuando los pequeños agricultores pierdan todo por los esfuerzos del fuego, solos y empobrecidos, no tendrán otra alternativa más que vender al Estado y éste lo entregará al terrorista que les quemó la vida…” Difícil no recordar el plan Z al leer estos infundios. Y eso que dejé fuera de la transcripción la parte en que se llama a los militares a hacer a un lado la cobardía.

Yo no creo, por cierto, que estemos ad portas de ningún golpe de Estado ni otra barbarie por el estilo. Sólo advierto que así como algunos le temen a los jóvenes izquierdistas que vociferan, no viene mal ponerle atención a estos otros gritones desbordados. Mal que mal, poseen plata y poder, y una inmensa capacidad para desestabilizar el funcionamiento de un país que, si bien está lejos de ser perfecto, tiene muchos logros que proteger.

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