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Planeta

16 de Mayo de 2017

Pesca con explosivos o cómo dinamitar el futuro para vivir el día

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Usar dinamita o pasar hambre. Ese es el dilema al que aún se enfrentan muchos pescadores en algunos países pobres que ven en la pesca con explosivos su única forma de vivir al día pese a comprometer su futuro con los daños ecológicos que causan.

Prohibida en casi todos los países, esa práctica sigue representando una vía rápida, no sin riesgos, para obtener pescado en zonas de África y el Sudeste Asiático.

Con el estallido de artefactos caseros se envían ondas a través del agua que matan grandes cantidades de peces, incluidos los más pequeños.

Su comercio y el tráfico ilegal de explosivos, vendidos a bajo precio en minas y fábricas, mantienen vivo el negocio, del que se aprovechan contrabandistas y patrones, según los investigadores.

Uno de los casos más sonados es el de Tanzania, donde las explosiones destrozan los arrecifes de coral, importante polo de atracción turística, y con ellos el hábitat de las poblaciones de peces.

“Acabar con esta pesca es cada vez más difícil porque se trata de algo ilegal, un mercado negro que continúa operando por la demanda de pescado de la población, dependiente de ese recurso”, señala a Efe el experto Johannes Dirk Kotze, del grupo Stop Illegal Fishing (“Paremos la Pesca Ilegal”).

Organizaciones internacionales, activistas y autoridades se han unido en los últimos veinte años contra la pesca con explosivos en Tanzania hasta casi erradicarla, pero la falta de fondos llevó a relajar los controles desde 2005 y el problema resurgió.

Desde 2011 el programa regional SmartFish, financiado por la Unión Europea y puesto en marcha por la Comisión del Océano Índico y la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ayuda al Gobierno a perseguir los delitos pesqueros.

Las operaciones conjuntas permitieron en su día arrestar a sospechosos y confiscar cientos de kilos de explosivos y decenas de buques de pesca, pero pusieron en evidencia su incapacidad de desmantelar una red que resultó ser mucho más compleja de lo que se creía.

Tras varios cambios, ahora existe una misión formada por agencias y ministerios del país que trabaja con las comunidades locales.

Una portavoz de SmartFish evita hablar sobre un asunto “delicado en África” y sostiene que se limitan a dar apoyo técnico a la nueva estructura creada.

Más detalles aporta Kotze, que explica que ese equipo “trata de educar a los pescadores para que utilicen métodos de pesca sostenibles y den información para detener a los traficantes de explosivos”, una labor obstaculizada -dice- por la falta de medios y la corrupción.

En paralelo, las ONG están intentando introducir en Tanzania tecnología GPS que ya han probado en Filipinas y que avisa de las detonaciones en la costa sin tener que hacer uso de patrullas.

Pero por mucho que se refuercen las inspecciones y se endurezcan los castigos, la falta de alternativas es lo que empuja más que nada a los pescadores a lanzar dinamita al mar.

“Lo único que funciona es hacer que los propios pescadores lo vean en contra de sus intereses”, detalla el especialista de la FAO Pedro Barros, y apunta que en esas zonas la pesca en pequeña escala representa “la última red social de seguridad para los pobres”.

Sin tierras que cultivar ni otros recursos, solo les queda echarse al agua y pescar para sobrevivir, como hacen muchos de los 7,4 millones de pequeños pescadores que viven en África.

Una cifra que podría elevarse conforme aumente la población en ese continente y el sureste de Asia, que se estima que absorberán a la mayoría de los mil millones de nuevos jóvenes que habrá en el mundo para 2050.

Frente a la presión demográfica, Barros insiste en la necesidad de dar más oportunidades laborales y destaca que en ese contexto quienes disponen de derechos tradicionales de pesca pueden llegar a oponerse a que los nuevos usuarios destruyan su forma de vida.

“A menudo en países con pesca tradicional como Senegal las comunidades son perfectamente conscientes de que están dañando su propio futuro, pero no ven otra alternativa”, argumenta.

En Angola, las autoridades están impulsando la construcción de obras públicas y otras fuentes de ingresos para mantener lejos a la población de la tentación de dañar el medioambiente con la pesca con dinamita, que allí recibe el nombre de “muduco”.

Sin información completa de los lugares donde se sigue empleando esa técnica, los expertos no descartan que ocurra donde se mezclan altos índices de pobreza y desempleo, auge de la población, acceso fácil a materiales para fabricar bombas y sistemas débiles para hacer cumplir la ley, creando un cóctel de lo más explosivo.

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