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Opinión

14 de Junio de 2017

Manuel Antonio Garretón: “Tenemos una ciudadanía muy poco empoderada con la ilusión narcisista de que tiene poder”

El sociólogo que en tiempos de la Concertación representó la mirada crítica desde adentro, sigue creyendo que esa coalición cumplió su tarea sólo a medias. Pero también sigue creyendo que es imposible transformar Chile sin formar alianzas de mayoría. Por eso estaba con Lagos y por eso lamenta que el único proyecto viable sobre la mesa sea ahora el de Piñera. Presidente de la FEUC a mediados de los 60, le parece ingenuo que el Frente Amplio y el movimiento social pretendan resistirse a las lógicas de la política institucional, en sintonía con una sociedad que, por caer en el mismo error, ha cedido su poder ciudadano a los intereses corporativos. A partir de un análisis sobre las razones que empantanaron el proyecto reformista de Bachelet, Garretón postula acá cuáles serían los caminos para recuperar –si todavía es posible– el vínculo entre la política y la sociedad, y cuáles los más confiables para chocar una y otra vez contra el muro.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Después de apagar una radio a transistores que en la casa de un intelectual treintañero sería una reliquia kitsch, pero que en la suya sólo sirve para sintonizar Cooperativa, Garretón da inicio a la entrevista:

–Tú que trabajas en medios, sácame de una duda. ¿Cómo puede ser que TVN, un canal público, te cambie a última hora un programa porque el rating no le conviene? Te lo digo yo, que soy fanático de una teleserie: te las cambian cuando quieren, ponen lo que quieren. “Es que sin la plata de los auspiciadores no podemos sobrevivir”. Ya, entonces yo no puedo sobrevivir si no vendo droga, así que déjenme vender droga. ¡Hay cosas que no se hacen, punto! En Chile nos hemos comprado el criterio de que no hay ética en la producción de las cosas, porque lo importante es que eso se produzca. No, lo siento: hay cierta ética. ¿Viste cómo los periodistas se hacían los héroes cuando cubrían los incendios? Eso es un crimen. Es lo mismo que un profesor que manipula a sus alumnos aprovechando la credibilidad del lugar que ocupa. Bueno, entremos en materia…

¿Te quedaste sin candidato?
–Sí. Mi candidato era Ricardo Lagos, y me había sumado a una especie de consejo de personas que trabajaban con él desde sus respectivos ámbitos. De hecho, no me he refichado por el Partido Socialista (PS).

¿Por qué no?
–Porque siempre he criticado a los militantes díscolos, entonces no quería pertenecer a un partido que podía proclamar a un candidato por el cual yo no iba a votar en las primarias.

Y ahora, ¿votas por Guillier?
–No sé todavía. Yo no me niego a votar por un mal menor, pero aún no sé a qué mal menor puedo atenerme. Más allá de la chimuchina, de los palos que se tiran unos a otros, hasta ahora no hay ningún proyecto sobre la mesa capaz de enfrentar al de Piñera y la derecha, que es revertir el proceso de reformas. O sea, volver a la esencia de la sociedad neoliberal heredada de la dictadura –aunque esto parezca eslogan– que la Concertación corrigió pero no superó. Ese es el único proyecto con actores dispuestos a llevarlo a cabo: el candidato, los parlamentarios, los partidos, el mundo empresarial que lo apoya. Detrás de Guillier no hay coalición, no hay proyecto, ¿qué hay? Un candidato al cual se le colgaron partidos, pero todavía no sabemos para qué.

Por ahora, para evitar que gane Piñera.
–Si el proyecto es ese, muy bien, tendré que limitar mis expectativas a eso. Pero votaré entonces por quien me asegure cumplir ese objetivo.

¿Y qué veías en Lagos?
–Lagos era, para mí, el único que podía profundizar el proyecto de transformaciones que propuso Michelle Bachelet en 2013. O sea, cambiar el principio fundamental de este modelo económico y social: el predominio de lo privado y del mercado por sobre lo público, lo colectivo, lo estatal y lo político. Este gobierno logró cuestiones bastante sustantivas, pero es evidente que el proyecto se empantanó. Y en medio de esta crisis de la política, si había alguien capaz de reconstruir una coalición para retomarlo, era Lagos.

Pero mucha gente de izquierda se oponía a Lagos precisamente porque no creía que él pudiera representar ese proyecto.
–Él estaba comprometido a eso. Si la gente decide no creerle, ese es otro problema, yo le creo. Si me dice que lo va a hacer, lo va a hacer. Nosotros sólo queremos lo que existe en todas las sociedades desarrolladas: que los derechos básicos no estén supeditados al mercado. ¡Aspiramos sólo a eso! Y hasta aquí nadie me pudo nombrar a otra persona con la capacidad de organizar una coalición para hacer eso. Pero como había sectores que no estaban interesados en que eso se hiciera, o que perdieron totalmente la capacidad de pensar la sociedad chilena, no lo apoyaron. Esa es mi opinión del PS.

Muchos militantes lo ven al revés: el PS perdió esa capacidad por alejarse de la izquierda, y apoyar a Lagos era seguir alejándose.
–Ah, claro, y seguramente Guillier es mucho más de izquierda… No, hay que ser serios. El PS ha sido responsable de grandezas y caídas, pero es el partido más importante de Chile en los últimos 80 años. Fue un pilar fundamental tanto del Frente Popular como de la UP, y no habría habido Concertación sin el PS. Porque la DC no quería alianza con la izquierda, quería la llamada “coalición chica” con el Partido Radical. En eso estaban Boeninger y Aylwin. Es el PS el que logra armar la coalición, entendiendo, a partir de su proceso de renovación, que en este país no hay transformaciones si no es con una mayoría política que desborde a la izquierda. Tiene que ser con el centro. Y si tú dices alianza con el centro, dices, obviamente, negociación con el centro. Entonces, ¿cómo un partido con esa historia decide, por problemas enteramente menores, abdicar de su liderazgo y renunciar a formar una coalición que pueda reflotar el proyecto transformador?

Pero sigues creyendo que la Concertación consolidó el modelo que tanto importa cambiar.
–Sí. A ver, la Concertación realizó una transformación de enorme importancia en el país, y ahí no comparto la visión tan negativa de algunos sectores. ¡Reducir la pobreza a un tercio es una tarea no menor! Democratizar a una sociedad como era la chilena en 1990, ¡no es cualquier cosa! Pero había un gran problema: Chile es el único país que heredó de su dictadura una sociedad completa. En Brasil, Uruguay, Argentina, los problemas cotidianos de la gente –laborales, de salud, de previsión, de organización de las ciudades– no son herencia de la dictadura. En Chile, todos lo son. Entonces era el único caso en que tú necesitabas refundar un modelo, no bastaba con democratizar. Y hubo correcciones al modelo, pero al corregirlo, de algún modo, lo consolidas.

LA MAYORÍA EN MINORÍA

Más allá de los problemas de gestión, ¿qué lecciones hay que sacar del gobierno de Bachelet?
–Yo creo que este proyecto se empantanó por tres razones principales. Primero, hubo una oposición de la derecha política, mediática y económica como no la había desde la UP. Es cuestión de ver los editoriales de El Mercurio y La Tercera del año 2014. A mí me recordó absolutamente el año 71, 72, cuando todavía no se llamaba al Golpe.

Pero había que contar con eso, ¿no?
–¿Con una oposición brutal sobre la base de mentiras y descalificaciones? Si tú me dices que eso es normal, bueno, te creo, pero no quita que sea muy grave. Un segundo punto débil fue la coalición de gobierno, que no tenía la consistencia de la Concertación. ¿Por qué? Porque se armó a partir de un proyecto que no brotó de ella, sino del movimiento social. Con la Concertación fue al revés: el programa se armó a partir de la existencia de la coalición, que al comienzo era partidos y movimiento social a la vez. Es una diferencia crucial. No existió en Chile, desde los años 30, ningún proyecto de sociedad que no naciera de los partidos, porque esos partidos estaban al centro de la sociedad. Pero en 2011, la sociedad se le adelantó a una política que ya no la representaba. Y Bachelet supo entender que ahí había un proyecto nuevo, y que se necesitaba crear un nuevo sujeto político para llevarlo a cabo. Pero la Nueva Mayoría (NM) nunca discutió su proyecto. ¿Qué pasa entonces? Que la lealtad principal de sus miembros va a ser consigo mismos. Y por tanto la lealtad de la DC va a ser con su posibilidad de recuperar un rol hegemónico. Y como el éxito del proyecto de Bachelet significaba la hegemonía de la izquierda, a ellos no les interesa ese éxito. Aquí no malas voluntades ni nada: en el interés de la DC no estaba el éxito del gobierno.

Entonces el proyecto estaba condenado de antemano.
–Eso podemos decirlo ahora, pero la DC decía estar totalmente de acuerdo, no puso ninguna objeción. Después Walker y Gutenberg Martínez comienzan su tarea: que no tuvimos espacio, que no me leí el programa. Pero falta el tercer problema, que a mi juicio es el principal. Cuando se arma la NM, incorporar al PC significaba contar con toda la izquierda de ese momento, ¿no? Pero no se dimensionó que el espectro político de centroizquierda ya no representaba a la mayoría social de centroizquierda, lo cual quedó evidenciado en una paradoja fundamental: por primera vez la clase política toma un proyecto de transformación que viene de la sociedad, y por primera vez, sin embargo, vota menos de un 40% de la gente.

Bueno, porque pasamos al voto voluntario.
–Pero la inscripción con voto obligatorio era cada vez menor, es lo mismo. Y esta ruptura entre política y sociedad es un fenómeno mundial, pero en ninguna parte la caída de la participación es tan grande. Entonces, cualquiera que ganara las elecciones de 2013 iba a ser una minoría social en el país. Y para hacer reformas de esta profundidad, lo primero es resolver el problema político, no los de contenido. O sea, lo primero era reconstruir la mayoría, y ahí creo que estuvo el error del gobierno. Frei padre hizo la reforma agraria sin la izquierda porque tenía mayoría. Pero Allende intentó hacer una transformación mucho más grande, inédita en democracia a nivel mundial, ¡siendo minoría! O sea, sin resolver el problema político, que en su caso significaba una alianza con la DC para ser mayoría. Aylwin tampoco enfrenta el problema de una Constitución hecha para amarrar el modelo, y se decide entrar en negociaciones permanentes que van desnaturalizando el proyecto transformador. Y el gobierno de Bachelet no entendió la enorme legitimidad que tuvo el tema constitucional en 2013. De los nueve candidatos, excepto dos o tres, todos lo tenían como central. El Mercurio hacía editoriales cada tres días sobre la AC, porque estaban desesperados.

¿Qué crees que debió hacer Bachelet?
–Ponerlo como el primer punto. O sea, convocar al país a resolver a través de la Constitución sobre qué principios se quería organizar la sociedad, y a partir de eso plantear las reformas.

Se hubieran demorado los cuatro años en todo ese proceso.
–Lo que quiero decir es que si lo planteas desde el comienzo, puedes hacer las reformas en paralelo. Pero al no atacar ese punto, el proyecto quedó entregado al tipo de oposición que hubo y a los amarres de la Constitución: el Tribunal Constitucional, el Estado subsidiario. Pese a eso, el primer año se lograron avances importantes, y en enero nos fuimos tranquilos de vacaciones porque además se había cambiado el sistema binominal. Pero ahí surgieron todos los escándalos de corrupción y la capacidad de acción política se perdió completamente.

Pero las reformas ya habían perdido bastante legitimidad el 2014.
–Precisamente porque no dijiste “decidamos qué país queremos”. Se apostó a una mayoría política que ya no expresaba a la sociedad, y las reformas se convirtieron en intereses de un grupo político. Pese a ser las mismas que la sociedad le demandó a la política. ¡La gente que se mueve el 2011-2012 sí quería el fin del copago!

Aunque quizás no quería volver a los liceos públicos…
–¿Entonces por qué pedía educación pública? Y el fin del lucro ni siquiera estaba en las demandas originales, eso creció con las movilizaciones y por la participación de los padres de familia. No es que la gente pensara una cosa y después pensó otra, eso es una ilusión. Lo que pasa es que si mi demanda es “yo quiero esto”, pero no veo el vínculo entre mi demanda y su mediación política, es más fácil convencerme de que eso no es lo que yo pedía. Y ahí empezó el juego de la derecha –y también de la DC y la Iglesia, que tenían muchos intereses en el sistema educacional– de meter miedo: “mira que vas a perder lo que has ganado”, “esto termina con la libertad de enseñanza”. Hoy día, esos discursos tienen una capacidad de reproducción mucho mayor a la que tiene el gobierno de mostrar un proyecto, porque el mundo político no es creíble.

 

 

EL FRENTE AMPLIO

No hemos hablado del Frente Amplio. ¿Podrías terminar votando por Beatriz Sánchez?
–¿Por qué me preguntas por Beatriz Sánchez y no por Mayol? Hay dos candidatos.

Pensaba en la primera vuelta, pero si te gusta más Mayol, digámoslo.
–En materia programática, no electoral, a mí me parece mucho más consistente Mayol. Y creo que tiene razón cuando dice “somos un movimiento de izquierda”. Que haya gente de otros sectores está bien, pero el Frente Amplio obviamente es de izquierda. ¡No puedes decir que no eres de izquierda! Ahora, mi problema con el Frente Amplio es que puedo coincidir con sus propuestas, que son propias de una socialdemocracia, ¿pero se puede hacer todo eso sin el resto de la izquierda? Y más aún, ¿se puede hacer sin una coalición con el centro? Porque toda la izquierda junta, contando hasta el Partido Radical, no es mayoría política en Chile. Salvo que hubiera proyectos demagógicos, con liderazgos personalizados, que entiendo no es la política del Frente Amplio.

Beatriz Sánchez dijo en Tolerancia Cero que no nombraría ministros a militantes de los partidos que hoy están en la NM.
–¡Se condenaría a ser un gobierno estrictamente de minoría! Si llega a ganar el gobierno, va a tener que buscar un acuerdo con ellos, y eso implica decir “bueno, entonces participamos en el gobierno”.

Pero si el programa va a ser como lo están planteando, la DC no va a estar ahí.
–Entonces dime dónde va a estar. ¿Va a preferir ser minoría en una coalición de centroderecha? Ese es su problema. Y ofrecerle un espacio es la única manera de ser mayoría. El PSOE o los socialistas franceses fueron mayoría en sistemas bipartidistas. En Chile han existido y siguen existiendo sectores sociales que no se van a identificar con proyectos progresistas si no es desde el centro. De hecho, los dos grandes proyectos democráticos que funcionaron en Chile, te guste o no la orientación que tomaron, fueron los del Frente Popular y la Concertación. O sea, centro e izquierda. Sólo que la Concertación fue con hegemonía de centro y mi aspiración es una coalición con hegemonía de izquierda.

La lectura del Frente Amplio es que mientras el PS esté con la DC, el centro de gravedad va a estar siempre del otro lado.
–A lo mejor ellos creen que pueden, sin negociaciones, sin alianzas, desguazar a los partidos y quedarse con su electorado. Esa ha sido una ilusión permanente. La DC creía que al hacer la reforma agraria se iba a llevar todo el voto campesino y de izquierda, y no fue así. Fue la ilusión de Allende al tomar las reivindicaciones de la clase media, que nunca recibió más beneficios que en el primer año de la UP y nunca se organizó mejor para botar un gobierno. Y ahora es tan poca la gente que vota, que es muy difícil que se traslade masivamente.

Por eso apuestan a conquistar a la gente que no vota.
–Pero esa reconstitución de la relación entre la sociedad y la política tampoco la va a poder hacer la izquierda sola. Hablo de la política institucional, porque me van a decir que “todo es política”.

¿Qué piensas cuando se habla de una ciudadanía “despolitizada pero empoderada”?
–Que es una contradicción en los términos: una ciudadanía despolitizada no tiene poder. Ser ciudadano es tener derechos políticos por ser parte de la polis. Sin polis, sin espacio deliberativo de toma de decisiones, no hay poder. ¿Cuál es el poder de la ciudadanía empoderada que vive diciendo “nosotros podemos reclamar pero al final nadie nos hace caso”? Eso es decir “no tenemos ningún poder”. Lo que hay es una ciudadanía movilizada y mucho más informada que en nuestra época, pero mucho menos empoderada. Cuando los partidos podían hacer reforma agraria, era porque había una ciudadanía empoderada, y esa ciudadanía estaba empoderada porque existían esos partidos. Pero este supuesto empoderamiento –palabra que me carga– sólo refleja una tendencia muy actual, que es el narcisismo ciudadano.

¿Cómo es ese narcisismo?
–Por ejemplo, cuando Yerko Puchento hace una crítica para después decir “lo dije y qué”, “toma cachito de goma”, o sea, “mira que soy choro”. Al final lo que le importa no es el efecto que pueda causar lo que dijo, sino que él lo dijo, es un acto narcisista. Y el acto narcisista es un acto de impotencia, no de poder. Una ciudadanía que se mira sólo a sí misma y que desprecia a quien se dirige, o considera que no hay interlocutor porque “ningún político vale la pena, son todos corruptos”, puede protestar, incluso instalar su agenda, pero hasta ahí llega. Si no vota, si no interlocuta a través de actos políticos institucionalizados, no tiene poder político. Entonces, yo creo que hoy tenemos una ciudadanía muy poco empoderada con la ilusión narcisista de que tiene poder y de que no necesita a la política. Y que en la misma medida que no necesita a la política, no tiene poder.

A las nuevas generaciones les cuesta verlo de esa manera.
–El tema generacional es muy complicado. A los de mi generación nos hace falta la política. José Donoso, en “La desesperanza”, decía “la política nos molestaba como ropa húmeda estrecha”, porque la teníamos en los poros ¿A los jóvenes les hace falta la política, tienen esa necesidad vital? ¿O entraron a la sociedad, simplemente, sin necesitarla?

Eso sí pasa en todas partes.
–Con una pequeña diferencia: en las sociedades desarrolladas hay una tradición de sociedad civil organizada, en distintas formas, no sólo sindicatos, que generan diálogo social. Eso hace que puedas necesitar un poco menos de la política, pero que al mismo tiempo se la respete, porque no la reemplazas sólo por tus intereses individuales. Acá no tenemos esa sociedad civil, pero es más profundo que eso: la memoria histórica de la sociedad chilena es que no hay movimiento social si no es en relación con la política y el partido. Porque estaban fundidos, no existían el uno sin el otro. No había FECH, movimiento campesino, sindicato, colegios profesionales, sin PC, sin PS, sin DC. Por eso, lo he se ha roto en Chile es la manera que había de generar identidades. Y reconstituir eso –que nunca va a ser exactamente igual– es un proceso muy largo.

¿Por dónde se puede empezar, suponiendo que hubiera el acuerdo político de intentarlo?
–En algunos países, las elecciones han sido hitos fundantes de nuevos sujetos político-sociales. Pasó en Bolivia cuando se eligió a Evo Morales. En otros, ha sucedido a partir de grandes movilizaciones.

Pero en Chile ya se intentaron ambas cosas.
–Exacto. Pero los partidos estaban todavía muy cristalizados y en la ilusión de que seguían representando a la sociedad. Un tercer hito han sido las crisis catastróficas, económicas o bélicas, pero no queremos eso. Entonces, ¿qué nos queda? Generar hitos, inventarlos. Por eso yo creo que no hay otra que un proceso constituyente donde se plantee qué tipo de sociedad vamos a buscar. Pero claro, tiene que ser un proceso con múltiples formas de representación, donde puedas tener a alguien diciendo “los políticos son corruptos” no en el Festival de Viña para la galería, sino con el político al frente, y que el otro le pueda contestar.

 

MOVIMIENTOS SOCIALES

Otra lectura más pesimista, pero para muchos más realista, es que las lógicas individualistas del mercado se impusieron en la sociedad e insistir en politizarla es no entender los tiempos.
–Sí. Y yo creo posible que en los próximos decenios sea eso lo que se imponga. Pero también creo que a veces surgen momentos, oportunidades, para generar un cambio de ciclo. En 2011-2012 estuvimos muy cerca de eso. No hubo nadie que no hablara de cambio de época o de ciclo. Entre otros, Ricardo Lagos, que fue el primero en decir que la Constitución había que discutirla sobre una página en blanco, después de que él mismo la había firmado en 2005. Pero también Piñera –y supongamos que la gente no es mentirosa– dijo en la ONU “el movimiento estudiantil expresa los ideales más nobles de una sociedad”. O sea, se creó un momento de inflexión, de consenso para cambiar la sociedad. Y respondiendo a tu pregunta, lo creó la misma gente que llevaba veinte años volcada al consumo. La pregunta es, ¿qué se podría haber hecho en ese momento para aprovechar la oportunidad?

A ver…
–Hay una anécdota muy significativa. A fines de julio de 2011, los partidos de la Concertación se iban a reunir con Piñera para tratar las demandas de los estudiantes. Pero el mismo día –si mal no recuerdo– el movimiento estudiantil les pide que no vayan a hablar con Piñera, y los partidos dejan a Piñera plantado en La Moneda, causando la indignación del gobierno. Días después, sacan un documento haciendo suyas casi todas las demandas del movimiento. Dime si no es evidente que ese era el momento por parte de ambos: partidos y movimiento social. El movimiento estudiantil no entendió eso. Lo entendió después, al ser sus dirigentes candidatos, pero en 2011 no entendió que había forzado un momento político institucional que ya no les pertenecía sólo a ellos. Esa siempre es la tragedia de los movimientos sociales. A mí me tocó vivir el de Mayo del 68.

¿En París?
–Sí, estaba haciendo un doctorado allá.

¿Y qué pasó?
–Que cuando De Gaulle se vio obligado a llamar a elecciones, el movimiento sacó un lema que en español también rima: “Elecciones, trampa para huevones”. Y por supuesto, las ganó la derecha. Ese movimiento había cambiado la faz de Francia, había paralizado el país por meses. Pero para un movimiento social, su triunfo es en parte su muerte, porque ya no puede seguir dirigiendo salvo que se transforme en partido y vaya a elecciones, si es democrático, o haga la revolución y se transforme en gobierno, con lo cual también muere. Hay un momento de lo político que es intrínsecamente distinto al de lo social, y los actores deben entenderlo. Eso faltó, y en general no faltaba en Chile cuando lo social y lo político estaban imbricados.

Ellos te dirían que sí entendían eso, pero que endosarle a la Concertación lo que habían logrado era repetir el 2006 y por eso eligieron construir lento pero seguro.
–Claro, era mejor esperar 10, 20 o 30 años, que apostar en ese momento a lo político. ¿Y por qué entonces el movimiento estudiantil es mucho más débil ahora? Yo creo que se equivocaron. Tampoco podremos saber qué habría pasado si se hubiera apoyado a Bachelet para formar realmente una mayoría, con las exigencias que fuera.

Eso implicaba negociar.
–Exacto.

Pero “nosotros dialogamos, no negociamos”, decía el movimiento.
–Negociar o dialogar es lo mismo. A ver, yo no estoy diciendo que los políticos debieron ir a hablar con Piñera. Hacen muy bien en no ir, pero entonces lo que cabía era decir “hablemos entre nosotros”, y no hablaron. No creo que en la historia de la república haya otro caso de un conjunto de partidos que deja al presidente colgado a pedido de los estudiantes. ¡Estaba todo dado para el diálogo entre esos partidos y el movimiento social! Pero la verdad es que ninguno quiso soltar su protagonismo. Al mundo político le ha costado mucho entender que antes se juntaban cuatro secretarios generales y algo le pasaba al país, pero hoy día se juntan todos los días y no le pasa nada al país. Y el mundo social tampoco quiere entender una cuestión elemental: no puede resolver por sí solo las contradicciones de sus propias demandas.

¿Qué contradicciones?
–Por ejemplo, la gratuidad. Cuando la Confech pedía educación gratuita, la pensaba como en todos los países serios: para la educación pública, porque el Estado va a pagarla. ¿En qué país del mundo hay un 20% de educación pública y un 80% de educación privada subsidiada por el Estado? ¡Es una locura! Pero por eso mismo, para responder a su base, el movimiento tuvo que incorporar a las instituciones privadas. Y ahí la demanda por gratuidad, guste o no, pasa a ser corporativa. Por eso ahora reclaman que el proyecto es un sistema de vouchers que consolida el modelo para siempre. Bueno, ¿cómo resuelves esa contradicción entre la gratuidad universal y transformar el modelo educacional? Otro ejemplo. Un millón de personas en la calle dicen “no más AFP”, pero la mayoría quiere que el 5% adicional vaya a sus cuentas privadas que están en las mismas AFP. ¿Quién resuelve eso? La política. Si dar gratuidad a todos consolida el modelo, tengo que consensuar otra fórmula que dé gratuidad en las instituciones privadas por un tiempo, pero después se aumenta la oferta pública. O que el 5% adicional vaya en parte a la cuenta individual, pero no a las AFP. ¡Eso es la política! La demanda universal del movimiento social siempre se transforma en corporativa, y el consenso entre puras demandas corporativas es un consenso conservador. Por eso la universalidad queda a cargo de la política.

Se están cumpliendo 50 años de la muy histórica Reforma Universitaria de la UC en 1967. Fue justo tu último año en esa universidad, y además habías sido presidente de la FEUC.
–Sí, en el período 63-64. Y el fenómeno del 67 no se entiende sin lo que fueron las federaciones anteriores, desde Claudio Orrego padre, que fue el segundo presidente DC de la FEUC. Yo fui el cuarto. Y cuando fui presidente logramos la participación con derecho a voto en el Consejo Superior, pero además hicimos una convención que dejó hecho todo el planteamiento central de la reforma. Luego las federaciones siguientes, ante las trampas que hacía la autoridad ligada al Vaticano, entendieron que no se podía hacer la reforma sin cambiar a las autoridades. Así se llega a la toma, pero la reforma fue el proceso completo. De repente se sacraliza un poco la toma, y existen los viudos de la toma, gente que vive pensando en la toma… La toma fue una gesta, pero era inevitable. Todo el profesorado y la mayoría del estudiantado estaban en contra del rector y su vinculación con el Vaticano. Y ya el país no estaba para eso.

¿Por qué fue tan emblemática esa reforma?
–Porque en ese Chile quedaban sólo dos grandes enclaves de la sociedad oligárquica: el mundo agrario y la UC. La Iglesia ya se había democristianizado, por decirlo así. Entonces, mientras el gobierno DC propone la reforma agraria, que es la gran revolución que se hace en Chile en el siglo XX, la FEUC, que también era DC, se plantea democratizar el enclave cultural de esa oligarquía. Y el letrero “El Mercurio miente” fue clave, porque ligó esa reforma con la resistencia del gran poder fáctico, El Mercurio, a las reformas del gobierno de Frei.

¿Cuál era la principal diferencia entre esas federaciones y las de ahora?
–Que estaban muy ligadas a los partidos grandes, y por lo tanto no pensaban el país desde una posición política marginal. Teníamos autonomía, de hecho yo no militaba, pero nuestros puntos de referencia eran los del país, no había estos grupos que salen cada año con un nombre nuevo. En los 60, todas las federaciones eran DC, la izquierda aparece el 68 o 69. De ahí que la reforma no sólo transformó a la universidad, también produjo la ruptura de la DC, con la creación del Movimiento 11 de Agosto, que preanunció al MAPU. Por eso te digo que los de mi generación echamos de menos una política que sea expresión de la sociedad, porque la vivimos.

No todos la echan de menos.
–Es cierto, a algunos les gusta más la sociedad “empoderada”. Qué palabra más detestable.

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