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Planeta

14 de Junio de 2017

Tierra del Fuego, donde el pingüino es el rey

La historia de la colonia de pingüinos rey que habita en Bahía Inútil está envuelta en el misterio. Nadie sabe por qué estos simpáticos visitantes han vuelto tras miles de años a este paraje, uno más de los grandes atractivos turísticos de la Patagonia. Una ruta costera de poco más de un centenar de kilómetros […]

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La historia de la colonia de pingüinos rey que habita en Bahía Inútil está envuelta en el misterio. Nadie sabe por qué estos simpáticos visitantes han vuelto tras miles de años a este paraje, uno más de los grandes atractivos turísticos de la Patagonia.

Una ruta costera de poco más de un centenar de kilómetros lleva desde Porvenir, la capital de la provincia de Tierra del Fuego, hasta el Parque Pingüino Rey, en Bahía Inútil. La carretera discurre entre la pampa inabarcable, salpicada de guanacos (llamas) e inmensas estancias ovejeras, y un mar gélido y gris como pocos.

El parque es una sucinta instalación privada que se autoabastece energéticamente con placas solares y aerogeneradores. Posee un pequeño centro de visitantes donde se les imparte una breve charla introductoria y proporciona una detallada relación de las estrictas normas a seguir para garantizar la tranquilidad de los animales.

Los turistas se sorprenden de las mil preguntas que hoy permanecen sin respuesta sobre el origen de la colonia. Se sabe que esta especie poblaba en abundancia buena parte de la Isla Grande de Tierra del Fuego, y también que desapareció por completo de este territorio, quién sabe por qué, hace miles de años.

Desde entonces, las costas fueguinas no habían sido sino lugar de paso en sus migraciones desde la Antártica, las Islas Malvinas o las Georgias del Sur.

Con cierta frecuencia se avistaban ejemplares aquí y allá por breves espacios de tiempo. Sin embargo, en 2006 empezaron a llegar pequeños grupos para quedarse, y la colonia ha continuado creciendo hasta hoy, que ya cuenta con unos 80 individuos, la mitad de ellos, crías nacidas en este mismo entorno.

Una valla de madera con espacios habilitados para observar sin ser vistos separa a los turistas y observadores de los pingüinos. Ellos se encuentran a una veintena de metros, ajenos a la curiosidad y simpatía que generan. Las aves se mueven con divertida torpeza dejando ver sus características siluetas, pintadas en blanco, negro y un llamativo anaranjado que le cubre parte del cuello y el pecho.

Los turistas parecen olvidarse del frío y del tiempo contemplándoles a simple vista, escudriñando detalles con sus prismáticos o grabando con sus cámaras cada movimiento y gesto.

Aunque el parque permanece abierto buena parte del año, el verano austral es, sin duda, el mejor momento para programar una visita. En época de cría resulta tierno e interesante contemplar a los polluelos al cuidado de su padre o a ambos progenitores turnándose para incubar un único huevo en una somera hendidura arañada en la tierra.

El lugar no es sólo una atracción turística y un lugar para la conservación de la especie. Sus propietarios, una familia fueguina, promueven en él el desarrollo de estudios que tratan de resolver los muchos interrogantes que aún existen en torno a estos animales.

Claudia Godoy, la veterinaria del centro, explica que una de las líneas de estudio es la monitorización de sus procesos migratorios: “por el momento, parece que no se alejan mucho en sus migraciones y se quedan en aguas del Estrecho de Magallanes”.

Otro motivo de estudio es la relación de la especie con el pueblo Selknam, los antiguos pobladores de Tierra del Fuego, extinguidos por brutales cacerías humanas en el siglo XIX.

Estudios antropológicos y arqueológicos pretenden poner algo de luz en torno a un contacto, al parecer, evidente: ¿Cazaban estas aves para alimentarse? ¿Los consideraban animales mágicos? ¿Hervían sus cuerpos para extraer su aceite?

La participación privada en la conservación de los espacios y la protección de la naturaleza es habitual en Tierra del Fuego, sino que sucede en otros espacios, como el parque Karukinka, de 300 hectáreas, propiedad de la organización no gubernamental Wild Conservation Society.

Éste es precisamente uno de los valores que el guía turístico experto en la Patagonia Marcelo Noria intenta transmitir a las personas a las que acompaña.

“Siempre es una alegría compartir con la gente cómo una iniciativa privada puede romper con la costumbre paternalista de que sean sólo los gobiernos quienes tomen las decisiones sobre los lugares a proteger o las medidas a desarrollar”.

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