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Opinión

6 de Julio de 2017

Columna de Constanza Michelson: Política, fútbol y opio

"Los tiempos no están para centro, ni matices, ni negociaciones. El inconsciente social en el mundo, está radicalizado... Y cada tanto nos arroja uno de sus restos. Como el veterinario ludópata que se acriminó. Descolgado de la política y del fútbol, o sea, de todo lazo social, en que el juego de perder-ganar se hace metáfora y opio. Como buen representante de la caída de las metáforas, el juego se le hizo verdadero, en el peor sentido de la verdad: lo crudo".

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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El otro domingo el mundo quedó resumido en Chile: unas primarias políticas de posiciones ultra antagónicas y un centro vacío. La nueva-vieja mayoría representada en una final de fútbol. Un pistolero solitario actuando su delirio, para todo Chile y el planeta. Y una crisis del aire, una alerta ambiental que pasó desapercibida.

Vivimos como en un collage de lógicas modernas y posmodernas que coexisten, y se disputan el lugar que tuvo alguna vez la religión, el sentido. Según Terry Eagleton estamos por primera vez en una época en que se vive sin religión. Aunque sus sustitutos como la política, ciencia, arte, deporte, se hagan cargo de algún aspecto religioso – rituales, épica, moral, opio- ninguna alcanza para aunar. Por el contrario, la cultura y la política hoy enfatizan las divisiones. Más allá del color del discurso, se generan particularismos militantes, religiones personales, más angustia que futuro.

Y si hablamos de angustia, uno de sus efectos parece ser la nostalgia reaccionaria. Nostalgia de aquellos de espíritu moderno, que reclaman una vuelta al orden, binario y represivo, pero un orden a fin de cuentas. “Tiempos mejores” dice el eslogan de Piñera, haciendo un guiño a ese futuro con olor a fusta vieja, como el “great again” de Trump.

Se habla de la importancia de las ideas en política, pero no vamos a decir que el éxito en primarias del expresidente tuvo que ver con el triunfo de éstas. No escuchamos nada novedoso, por el contrario, su campaña tiene el color de cultura ochentera: ellas se hacen las muertas, ellos los vivos, y todas las implicancias de su fórmula. Ni con relación a la delincuencia avanzó demasiado, como sí lo hicieron los contrincantes de su coalición, quienes al menos proponían no sólo acabar con la lumpen delincuencia, sino que también con la de cuello y corbata. Supongo que Piñera no puede prometer eso, porque amenazaría al modelo económico. Su triunfo tiene más tufo a miedo, a reacción, que a otra cosa. Quizás por lo mismo, por más que se develen sus dudosas movidas financieras, a su votante parece no importarle.

Más allá de los nuevos estándares de transparencia y corrección que muchos andan vociferando, raya para la suma, las elecciones no pasan por la racionalidad, ni por las ideas, sino que por alguna corriente que capture el inconsciente.

Al otro lado, el inconsciente no estuvo menos presente. En el Frente Amplio la disputa fue por las ideas. Pero no para definir cuáles eran las mejores, sino que a quién le pertenecían. Curioso, la tensión estuvo en la propiedad privada.

Desde el bando de Mayol, apuntaron a la escasa preparación de “la Bea”, acusándola de robo de ideas, como si en ella no hubiese más que esa vacuidad que se le crítica a la última Bachelet. Sin embargo, ganó ella. ¿Triunfaron las ideas finalmente? Al menos no las conscientes.

Si Sánchez tiene un capital, es su sonrisa libre de narcisismo. Que finalmente es a lo único a lo que se le puede creer realmente: alguien sin el fetichismo del ego, está más disponible para escuchar a los demás. Precisamente lo que el candidato inteligente, el sociólogo, no tiene. Pues, aunque éste se ubique en las antípodas ideológicas de Piñera, se parecen demasiado. Al menos en ese masculinismo (que incluso puede portar un feminista declarado) que lleva a gozar sobremanera del amor propio. Eso hace el masculinismo extremo, juega con su cosita frente a los otros, siendo sólo él quien entiende las cosas como son.

Pero algo entendían varios, más de lo que se esperaba, y fueron a votar a pesar de la final de fútbol. Poca fe le tenían al futbolero. La elite sabe que el fútbol es el opio del pueblo, sabe que genera una falsa unidad, pero no sabe por qué en el fútbol estamos como un país de la OCDE. Pregunté a varios expertos en la materia, algunos lo atribuyen a Bielsa (que entendí que era como tener a Elon Musk en el Ministerio de Transporte), otros, al hambre del pueblo por ser alguien. ¿No será que da acceso a una experiencia que reúne más allá de uno mismo, como nostalgia de lo sagrado? Al menos se puede decir que es la vieja mayoría, que en lo posmoderno no encuentra suficiente representación. La elite política siempre ha considerado a las masas ignorantes, y la de corte posmoderno prefiere a las minorías.

En fin, nada sorprendió demasiado, ni la derechización de Chile, que responde a una nostalgia por la modernidad binaria. Ni la sub representación de la nueva apuesta de la izquierda. La que a pesar de tener un discurso que suena a siglo XX, es de sintaxis posmoderna, confundiendo diversidad con alteridad. Tampoco es sorpresa un centro que se desdibuja, al que ya no se le perdonan los pecados y que actúa de manera errática. Porque los tiempos no están para centro, ni matices, ni negociaciones. El inconsciente social en el mundo, está radicalizado.

Y cada tanto nos arroja uno de sus restos. Como el veterinario ludópata que se acriminó. Descolgado de la política y del fútbol, o sea, de todo lazo social, en que el juego de perder-ganar se hace metáfora y opio. Como buen representante de la caída de las metáforas, el juego se le hizo verdadero, en el peor sentido de la verdad: lo crudo.

Ah, y el aire claro. La pauta noticiosa no alcanzó para eso. Y qué importa, si ahogarnos es ya algo crónico.

Dios no sobrevive al absurdo.

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