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Mundo

27 de Julio de 2017

La historia de la brillante atleta alemana que Hitler dejó fuera de los JJOO de Berlín por ser judía

“Fue para mí un golpe terrible, porque era la mejor”, diría 79 años después Gretel Bergmann, quien acaba de morir esta semana en Nueva York a los 103 años.

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Un poco antes de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, Gretel Bergmann, alemana, pintaba para hacer historia quizás como la mejor saltadora en altura de la que se tuviera registro. Faltaba un mes para la cita deportiva y Gretel ostentaba el récord nacional de 1,6 metros. Pero como el nazismo ya se había instalado con Hitler a la cabeza, Gretel Bergmann viviría la desilusión más grande de su vida: su origen judío la alejaba para siempre de la posibilidad de que el mundo conociera sus dotes. El régimen la vetaba, la dejaba fuera de la competencia. Había comenzado la barbarie.

Dice un artículo de El País que cuenta su historia que Gretel “había nacido en 1914 en la pequeña Laupheim, cerca de la frontera suiza. Morena y chispeante, en 1931 y 1932 arrasó en los campeonatos del sur de Alemania de salto de altura. Su futuro parecía asegurado hasta que Hitler llegó al poder”.

Entonces, en 1933, Gretel simplemente por ser judía es expulsada del club de atletismo. Acaso advirtiendo el horror que se viviría años más tarde con la persecución y matanza mecanizada que implementaría el nazismo, sus padres deciden enviarla a Reino Unido, donde Gretel hace lo que sabía hacer: Se convierte en campeona nacional en 1934 y 1935.

A pesar de que la inmediatez de la prensa no era tal, no como ahora, su caso traspasó las fronteras y el régimen de Hitler, así como hacen los totalitarismos, previó el repudio con los Juegos en ciernes, y la volvió a invitar a competir a su país de origen.

Es ahí que Gretel Bergmann vuelve a Alemania, pues se le promete que podrá competir, que cumplirá su sueño.

Pero a falta de 30 días para el inicio de la cita, el nazismo decide no inscribir su marca y Gretel queda fuera de los Juegos. “Fue para mí un golpe terrible, porque era la mejor”, diría 79 años después.

Ya asqueada de Alemania, dice El País, Gretel se va en 1937 y llega a Nueva York con una mano adelante y otras atrás y 10 dólares en su bolsillo. Entonces se promete no volver más.

En Estados Unidos vuelve a ganar las competencias en las que participa, pero la guerra la priva de representar a EEUU en Helsinki.

Gretel Bergmann acaba de morir, y hasta sus últimos días pensó en lo que pudo ser. En 1999, cuando en su pequeña ciudad natal decidieron bautizar con su nombre el estadio local, regresó a Alemania. “Volví porque pensé que cuando los niños preguntasen quién era esa Gretel Bergmann, contarían la historia de lo sucedido”.

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