Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

21 de Agosto de 2017

Gonzalo Justiniano y el estreno de Cabros de mierda: “Me molesta que cuestionen que se hagan películas de la dictadura”

Gonzalo Justiniano, el destacado director nacional, está a días de estrenar su última película, Cabros de mierda. En la década de los 80, Gladys, "la Francesita", una joven pobladora de La Victoria, recibe en su casa a un misionero gringo. Juntos viven una historia de amor, lucha y resistencia. Cómica y trágica a la vez, la película mezcla ficción con imágenes reales de las protestas contra Pinochet, que registró el propio Justiniano en su juventud. La obra es todo un tributo al mundo popular que resistió y agitó el ambiente social para hacer caer al dictador.

Macarena García Lorca
Macarena García Lorca
Por

Cabros de Mierda, la nueva película del director nacional, Gonzalo Justiniano, que se estrena esta semana en 35 salas de país, cuenta la historia de Samuel Thompson, un misionero que en 1983 llega a La Victoria a vivir a la casa de Gladys, una joven y valiente pobladora, para evangelizar y predicar las bondades del progreso. Con su cámara, Samuel registrará como la población resiste y organiza las primeras protestas populares contra el régimen.

De algún modo, la película relata la historia del mundo popular en dictadura, pero también la historia del propio Justiniano. En 1983, el director de películas como Amnesia, Caluga o Menta o B- Happy, estaba radicado en Francia. La televisión de ese país lo envió a cubrir los diez años del golpe militar. Con la ayuda del cura francés André Jarlan, asesinado por la CNI, se introdujo en La Victoria a grabar las primeras manifestaciones para derrocar a Augusto Pinochet.

Parte de esas imágenes sirvieron en el juicio por el crimen de Jarlan y hoy se exhiben en el Museo de la Memoria, donde, en 2013, treinta años después de grabarlas, Justiniano volvió a enfrentarse a ellas y decidió retomar el proyecto que había ideado, inicialmente, como un documental sobre La Victoria, pero que terminó por convertirse en la ficción Cabros de Mierda, que en cruce con la realidad, incluye imágenes inéditas de la época, captadas por Justiniano.

¿Cuántos años llevabas fuera de Chile cuando grabaste esas imágenes?
-Me fui en 1976 a Francia. Estuve involucrado con gente que escondió a personas importantes, pillaron a a varios y lo secuestraron, entonces me recomendaron irme. Yo me hubiera ido igual, porque no soportaba más ese país. Chile era como un hoyo negro que te chupaba toda la energía. La mayoría de las cosas que detestaba habían triunfado, la mentalidad, ciertos personajes, un Chile de mierda, que no pensábamos que era tan criminal como lo era.

¿Y qué pasó cuando volviste a Chile el año 83?
-Vine a filmar por encargo de la televisión francesa y me pasó algo especial. Al recorrer las calles, ver a cierta gente, me di cuenta que este país había cambiado mucho. Había muchas cosas que eran increíbles, inmediatamente, me surgió este concepto de la normal/anormalidad que se vivía acá.

La cotidianidad dentro del horror.
-Claro, como si el resto del mundo fuera así. No había libertad de prensa, no había clase política, tampoco se podía hablar de política, porque era peligroso. Todos esos tics que te dejaba la dictadura; sospechar que si alguien te miraba mucho, te podía estar siguiendo. Filmé unos días y volví a Francia, pero me di cuenta que la aventura estaba acá, que quería volver a Chile, -pese que allá me estaba perfilando bien-, me tiró el compromiso. Quería ver el proceso que se estaba viviendo, habían ciertos signos que iban a empezar a pasar cosas. Fue fuerte también cruzarme con gente tan potente como los curas Pierre Dubois o André Jarlan en La Victoria. Hacíamos entrevistas casi escondidos a Rodolfo Seguel o Manuel Almeyda. Originalmente, quería hacer un documental sobre La Victoria, registrar cómo se preparaban las jornadas de protesta, cómo se ejecutaban y lo que venía después.

En ese contexto fue que registraste lo que pasó en la jornada que mataron a Jarlan. 
Sí, bueno, a partir de eso, me iba a ir a Francia dos días después, pero como fue un escándalo internacional, me llegó a buscar la CNI al lugar que tenía mi material, donde estaba editando. Fue fuerte. Aparecieron tres: dos gorilas y un flaquito de bigote. Me pegaron y me pidieron el material. Les dije que era corresponsal, me puse choro, pero resistí como cuatro minutos. Me agarraron y me pusieron de cabeza en una baranda de un cuarto piso, miré para abajo y dije ya, ya, llévense todos. Pero quedaron dos cintas en un morral. Logré rescatar esos rollos y un amigo los sacó del país. Me trataron de bajar a la calle para meterme a un auto, pero yo ni cagando me quería subir. Alertaron a la embajada francesa y a la Vicaría que llegaron a intervenir y yo me fui.


Gonzalo Justiniano

Qué fuerte. Quizás no la cuentas si te hubieran subido al auto.
Cuando volví a ver este material, 30 años después, en el Museo de la Memoria, me di cuenta dónde chucha estaba metido. Hice todo eso porque era parte de una generación. Nuestro objetivo era pelear por la vuelta de la democracia, lo hacías básicamente por eso, arriesgábamos el pellejo. Nadie me contrabata tampoco, me conseguía presupuesto. Cuando vi el material, fue muy especial, porque fue como mirar ese personaje que era yo treinta años atrás.¡Qué locura donde estaba metido! ¡Qué locura lo que era Chile! Me evocó todo mi pasado, toda una época. Encontré interesante retomar el proyecto que había comenzado en el 83, en 2005 lo postulé a Fondart y no me pescaron. Pero, en 2013 al ver las imágenes, me di cuenta que tenía que retomarlo igual. El guión ya estaba medio armado, se trataba de un extranjero que venía, filmaba y tenía una historia de amor con una pobladora. No es autobiográfico, ah.

Pero tiene muchas similitudes con tu propia historia.
Emocionalmente, sí. Cabros de mierda empieza con el gringo, Samuel, que viene al Museo de la Memoria muchos años después, a ver esas imágenes que había captado en La Victoria.

Centraste tu película en el mundo popular, en la épica y dolor que se vivió en poblaciones como La Victoria.
Fue parte de mi proceso, yo viví la resistencia en las poblaciones. Vi la organización maravillosa, cómo se jugaron y agitaron el ambiente para volver a la democracia, las mujeres, los niños, los jóvenes. En las protestas morían más de 10 personas cada vez. Pensé que era importante testimoniar eso y recordar cuando mataron a Jarlan. A la iglesia le regalé el material, le quería mostrar al cardenal Juan Francisco Fresno lo que pasaba en una población en día de protestas. Era el mundo popular el que a mí me interesaba. En la sociedad, las luchas se dan a distintos niveles y todas son importantes.

A diferencia de ti, que eras cineasta, en la película quien registra las imágenes es un misionero gringo, ¿por qué esa elección?
-En esa época, estuve con muchos misioneros y curas, pero no me interesaba la historia de los buenos o lo políticamente correcto, si no dar cuenta del paraguas histórico que se vivía en esa época, Chile en dictadura, en un mundo con un tipo de relación entre Estados Unidos y América Latina… Las cosas son tan evidentes. Esta película no es un panfleto que pretende hacer una acusación, es una constatación de hechos y situaciones históricas, incluso el plan de La Escuela de las Américas, en Panamá, que formó a todos los torturadores que dejaron la cagá en nuestros países. Los gestores de eso tienen nombres y apellidos, entonces es importante constatarlo. La imagen que tengo de estos mormones, Testigos de Jehová, o estas sectas menores, es que llegan ordenaditos a las poblaciones, con sus visiones paternalistas del primer mundo hacia el tercer mundo, con un discurso muy naif de querer traer el progreso. Ese cliché me pareció importante retratarlo.

Cuéntame de tu personaje principal, Gladys, la Francesita.
-Nunca se ha hablado de esa mujer joven común corriente, que escapa un poco a los análisis, que tiene su instinto sexual, que lo vive, que es empoderada, resistente, esa chilena o chileno simpáticos, no con cara de poto. Las mujeres de esa época fueron heroínas, había una hecatombe en los sectores populares, -además de la represión, de la gente desaparecida o clandestina-, había mucha cesantía. Ellas se organizaban con las ollas comunes para subsistir, acogían a los niños. Como me decía una pobladora, a veces los hombres se deprimían, se ponían a tomar, se iban y ellas tenían que aperrar. Me interesaba mostrar también ese lado pícaro, lúdico, de las mujeres reales, no las que subliman ciertos medios de comunicación. De hecho, Gladys se describe como una enamoradiza y caliente.

En medio de tanto drama y tragedia, igual hay espacios para el humor y placer.
-Existe una especie de cultura de la culpabilidad, pero el goce, el placer y el amor son parte de la vida, parte de la revolución, parte de la lucha por la democracia, el proceso tuvo todas esas facetas. Me interesaba rescatar la vida cotidiana, con todos su matices, lo sabio, lo lúdico, lo cómico y lo perverso que somos los seres humanos, representado en ese grupo que vive en la población y los que interactúan con ellos.

En su casa, Gladys acoge a niños y adolescentes que sus padres están en problemas,como Vladis.
-La historia del padre de Vladis se basa en una real que saqué del Informe Retting. Mi propósito en esta película era narrar a través de la emoción. Siempre he querido perseguir la similitud que podría tener la música con el cine. Según la canción, puede variar tu estado de ánimo.

El personaje de Vladis, al igual que Gladys, es notable.
-Elías Collado hizo un taller de teatro en Recoleta, fue un regalo encontrarlo. Me preocupaba que es colorín y pareciera noruego, ja, ja, ja. Nos emocionó mucho verlo actuar mientras filmábamos las escenas.

¿Cuál es tu reflexión sobre la memoria y por qué crees que importante seguir trabajando en ello?
Siempre me preguntan por qué seguir abordando estas historias cuarenta años después. Mi reflexión es que, en este país, los grupos de poder estigmatizan el tema de la memoria. La memoria es algo natural, parte del ser humano, algo maravilloso y esencial, que nos distingue de otras especies. Me molesta que cuestionen que se hagan películas de la dictadura, algunos periodistas tienen ese prejuicio o gente que no les gusta que se hable de la dictadura, que se lo mamen. Los datos duros ya están, mataron a más de 3 mil. A mí lo que me interesa es trasmitir la historia particular de una víctima o del victimario. Creo que esta es una película sobre mi generación y es una invitación a que otros cuenten las cosas que les pasaron, sus pequeñas o grandes anécdotas. El cine queda como un testimonio que sirve para plasmar el mosaico de la historia. Me interesa constatar lo enfermizo que fue ese periodo y todo lo que padecimos como sociedad. ¿Cuántas películas hay sobre la guerra de Vietnam?

Es probable que Cabros de mierda se incorpore al imaginario cultural del país ¿Estás satisfecho con el resultado?
Sí, mucho. Para mí, emocionalmente fue muy devastador, fuerte, aunque me entran y no me entran balas. No sé, hay otros aspectos en la película, como la banda sonora, que es un gran aporte, y que forma parte del inconsciente colectivo y de nuestra vida. Este fue el desafío de hacer referencia a una época. Ojalá que hayan más películas así. La historia es un collage de todos, si quieren que hagan las películas de ellos. La suma de todo eso va a gestar la identidad nacional.

¿Cuál es tu expectativa con respecto a la recepción del público y al debate que genere la película?
Que la gente la vea, se ponga nerviosa y punto.

¿Cómo se viene el estreno?
Habrá una avant premier el 21 y luego se estrena el 24 de agosto. Estamos invitados a varios festivales internacionales y también va a participar en la competencia del Festival de Cine de Viña.

Director: Gonzalo Justiniano
Guión: Gonzalo Justiniano
Elenco: Nathalia Aragonese, Daniel Contesse, Elías Collado, Corina Posada, Luis Dubó
Montaje: Carolina Quevedo-Gonzalo Justiniano

Notas relacionadas