Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Entrevistas

23 de Noviembre de 2017

Armando Uribe no vota desde los años 50: “No soy ningún esteta, pero no me gusta ni la cara de Piñera”

Enclaustrado en su departamento en el Parque Forestal, ansiando hace años la esperada muerte, el Premio Nacional de Literatura y abogado Armando Uribe (84) ni se inmutó el día de la primera vuelta presidencial. Hace más de medio siglo que le importa un comino votar. Ni siquiera le interesa profundizar en quiénes son los candidatos. “No lo hago por un tema de flojera”, confiesa el último caballero que nos va quedando en Chile. Sin embargo, como lo hace acá, le gusta meter la cuchara siempre. Aunque después le terminen haciendo la cruz.

Por

¿Votó?
-No, no, no. Mire, no lo hago por un tema de edad y también por razones de flojera. Me he dejado llevar por un autor de máximas francés del siglo XVII, como es el duque de La Rochefoucauld, que dijo que la principal pasión de los seres humanos es la flojera. O sea, la pereza. Y yo tengo, no digo padezco, hasta gozo, de esa mala pasión que es mi propia flojera.

¿Es primera vez que no vota?
-No. Es casi una costumbre mía no votar por aburrimiento. No hay ninguna causa biológica ni de ninguna especie, sino que simplemente flojera.

¿Cuándo fue la última vez que votó?
-Ni me acuerdo. Por lo demás, me pasó que desde que pude votar en elecciones presidenciales siempre me tocó estar en el extranjero. Y no voté, entonces, en las elecciones presidenciales de los años 50, 60, y 70. Y en tiempos que estuve desterrado durante la dictadura, menos todavía. Y en los 90, para la transición, tampoco.

¿Por qué no?
-Porque hubo mucha trampa. La llamada transición fue sumamente tramposa. Hay casos penalizados, pero qué persecución real y política se ha producido respecto de quienes gobernaron bajo la dictadura. Cero coma cero. Al contrario, se les reconocieron con toda suavidad, por lo demás, trampas que hicieron para apoderarse de bienes y posesiones. Pinochet hasta fue senador vitalicio, pues.

Se defraudó de la Concertación…
-Puede que yo sea desde siempre bastante crítico y, por lo tanto, que no sea una cosa excepcional, pero los de la Concertación fueron acomodaticios y se aventajaron a sí mismos. A la Concertación le faltó hombría. Hombría en el antiguo sentido. Esto no es antifeminismo. Lo digo para que quede claro.

¿Qué le parece la Nueva Mayoría?
-Qué es la Nueva Mayoría. Le pregunto con seriedad y no con ironía. Yo leo los diarios todos los días y nunca he entendido lo que es la Nueva Mayoría.

Es el pacto de la centroizquierda. Hasta hace poco con la DC y el PC incluidos…
-Bueno, que en una centroizquierda esté la DC y el PC es perfectamente explicable. El PC chileno ha sido chileno. No es cierto que fueran títeres de Moscú. Esto del anticomunismo bestial, cerril de cerro, rústico, es una torpeza para quien conoce la historia de Chile. Ahora, no tengo nada de comunista. No puedo serlo. Soy católico observante.

¿Se siente cercano a algún partido?
-No me identifico con nadie. Alguna vez participé en un partidito que se descabezó, que se llamaba la Izquierda Cristiana, pero lo hice para no quedar flotando cuando estuve como embajador en el extranjero a fines de los años 60. Una persona adulta, a mi edad, sobre todo, ya viejo vejestorio, no puede sentirse identificado con nada, pues. ¿No le parece?

No me parece…
-No. Yo puedo sostenerlo con mi edad. Es cuatro años más que ochenta. Y me he tontificado bastante. Y, puedo decirle, que yo he sido tonto de nacimiento. Y se lo digo en serio. Uno a ciertas edades piensa puras tonteras. Es una falla mentirosa, casi como una cuestión mecánica, esto de suponer que una persona vieja por ser vejestoria, como es mi caso, es sabia. ¡Mentira! La vejez significa un cúmulo de experiencias que, por lo demás, muy frecuentemente con el paso del tiempo, tontifican a las personas. Lo que opina un viejo como yo es tontera. La naturaleza humana, repito, es tonta. Parte natural del género humano es la tontería. Mire, ese roto con esa china, como eran Adán y Eva, querían ser Dios. Nada más ni nada menos, francamente. ¡Más tonto no se puede ser! Y eso, fíjese, se llama el pecado original. Ahora, hay algunos que pueden ser sabios, pero son poquísimos.

Andrés Zaldívar, a los 81 años, quería seguir en el parlamento, pero se fue para la casa. ¿A él lo encuentra sabio?
-No diría que lo encuentro sabio. Ni creo que él mismo se crea sabio. No creo que tenga la vanidad de creerse sabio.

INFLADOS COMO GLOBOS

Pese a su desinterés en los políticos, ¿siguió estas elecciones?
-Poco. Leo, más bien, los diarios. Soy poco capaz de captar las noticias por radio y menos todavía con imágenes o caricaturas de televisión.

¿Por qué?
-A mí me aburren, fíjese. Si fueran entretenidas, pero la verdad es que la política, sobre todo en las últimas décadas, es muy aburrida, banal y tonta.

De lo que ha leído, ¿qué le ha llamado la atención?
-Nada, oiga, le confieso. Francamente, ahora estaba leyendo el diario, pero no deduzco nada de ahí.

La tontería humana de la que habla, ¿está muy presente en los candidatos políticos?
-Tendría que ver a los candidatos presidenciales como un espejo mío, de modo que ahí la estaría viendo todo el tiempo. Pero no necesito verme en las caras de los candidatos para considerar que no hay ninguno que tenga mucha inteligencia ni menos todavía mucha cultura entre los elegidos, es decir, presidenciales hasta diputadillos. Puede parecer xenófobo lo que voy a decir. Pero casi todos los que nos gobiernan, los que aspiran a cargos de poder o manejan económicamente este país, son bastante extranjeros al tipo humano chileno verdadero. Son gente que ha venido a hacer la América a Chile y han hecho fortunas en tiempo récord en una o dos generaciones. Son en buena parte personas que traen maneras de ser -no quiero decir genes, porque no significaría nada, no sé tampoco lo que es un gen, pese a que entiendo cómo se usa la palabra- que no corresponden al carácter más o menos promedio chileno de la población del país.

¿Se imagina a un presidente mapuche para representarnos mejor como chilenos, entonces?
-No digo que sea exigible, pero es posible, porque eso es un chileno verdadero. Ahora, es perfectamente natural que hubiera un presidente de origen popular en Chile.

Si tuviera que elegir entre Piñera y Guillier en segunda vuelta, ¿con quién se queda?
-Mire, ni uno ni otro. Creo que son de la misma estofa. La palabra estofa es una buena palabra para designar en forma despreciativa a la naturaleza de estas personas. Y digo estofa y no estafa que podría confundirse con razón. Jamás votaría en una elección tal de esas especies. No tengo nada especial contra los periodistas, pero Guillier no es más que un periodistita poh, oiga. No tiene peso. No sé cómo explicarte. Hay personas que cuando se proponen o son propuestos a grandes categorías de cargos tienen que tener un cierto peso, un cierto volumen, y este no tiene ninguno. Su volumen es el globo que se alza y no estalla, sino que se deshace en la atmósfera, o sea es puro aire.

¿Qué le parece que Piñera haya pasado a una segunda vuelta y que tenga posibilidades de salir re electo?
-No tengo idea. Yo conocí a su padre, el Pepe Piñera, que era muy cómico. Era cercano a la DC, fue embajador y otras cosas, pero sus hijos resultaron inferiores como personas humanas y, en mi opinión, incluso como intelecto. Los hijos de Piñera padre son menos inteligentes que él.

¿Le gusta la idea de tenerlo como presidente?
-No. No soy ningún esteta, además de que soy feo de nacimiento, pero no me gusta ni la cara de Piñera. Pero esto que estoy diciendo no es político. Es una reacción, cómo decirle, del género que uno le puede producir asco o repulsión. No digo estima ni afecto porque también eso es posible, pero no son las palabras adecuadas para un señor Piñera. Mire, como usted me hace las preguntas y yo me comprometo a respondérselas, si le digo lo que de verdad creo de Piñera va a resultar, prácticamente, injurioso.

¿Por qué?
-Porque hizo fortuna en forma bastante sinvergüenzona. Yo creo que la gente vota por él porque está presente nomás. La gente entrecomillas está forzada a optar por las posibilidades que le presentan. No está entre una elección entre el Padre Hurtado y algún otro santón. Francamente, no. Entonces, la gente cae, pisa el palito, porque hay una tendencia al auto engaño, a creerle. Yo no le creo a ninguno de los dos.

¿Y a Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, que fue la gran sorpresa en estas elecciones?
-Mire, no la conozco. No tengo idea.

¿Qué le parece el Frente Amplio?
-No tengo idea de lo que es el Frente Amplio. Desde luego, el nombre de las palabras Frente y Amplio no significan nada: son un globo. Es la verdad. Mire, hasta cuándo le colocan títulos, nombres, palabras, a sus presencias públicas que resultan ser vagas, infladas, hinchadas y que apenas soplan.

¿Cuál es su opinión de José Antonio Kast?
-Mire, creo que es completamente extranjero. Es Kast Rist. ¿Qué es esto, oiga? ¿Que quiera gobernar y a representar al chileno promedio de la población un señor que se apellida Kast Rist? ¿Un señor de una familia que llegó aquí a hacer la América? No me parece. Ellos no vinieron a la cultura ni a la realización de la patria. No. Llegaron a llenarse los bolsillos. Son unos aprovechadores, profitadores, inmigrantes de mala categoría, de mala calidad.

¿Y MEO, por la cercanía que usted tiene con su abuelo Rafael Agustín Gumucio, le cae mejor?
-Ese tiene la gracia suya o de su madre, a quien conocí bastante porque fui amigo de su padre, que le hayan puesto el diminutivo de MEO. Debe tener sentido del humor o más de algo o estar contento de que lo llamen MEO. Es la única persona que se siente orgullosa que le digan MEO. La verdad es que, pese a que lo vi de niño con su abuelo, Rafael Agustín Gumucio, en mi destierro en París, yo creo que este niñito sigue siendo bastante niñito más que otras cosas.

¿No ve una esperanza en los jóvenes que se meten en política?
-No, oiga. Desde joven no he tenido ninguna confianza en que los jóvenes se porten mejor que los viejos en cualquiera generación.

Pero usted decía también que los viejos no eran sabios…
-Sí. En ese sentido, los jóvenes tienen razón de ser tontos, por cierto, por los ejemplos que tienen. Una persona que le habla como le estoy hablando yo ahora, ¿no le parece que es mal ejemplo? Mejor quedarse callado. Es lo que uno debería hacer. En todo caso, debido a mi soberbia y tontera, siempre termino metiendo la cuchara. Por algo me han hecho la cruz.

¿Quién?
-Ayayay. El ambiente digamos. No sé cómo decirlo. Mire, he dicho y hecho cosas que caen mal, porque se adelantan a decir verdades que solo son reconocidas décadas más tarde. No quiero decir que yo sea un profeta. Tampoco soy de buen consejo. Por eso no le doy ninguno a mis hijos varones. No soy un buen ejemplo de nada. Decirlo es jactarme. O sea, me jacto de no ser un buen ejemplo de nada. Se lo digo en serio. Yo soy soberbio por naturaleza, cosa que lleva al infierno, entonces para mí, que soy católico cristiano, no es ningún chiste. Pero la verdad es que hay que reconocer que algunos nos damos el lujo, que va a ser castigado, de ser soberbios. Y, por lo tanto, de rechazar lo que es generalmente aceptado. Y portándome mal, sobre todo con palabras. Y no me avergüenzo de nada, porque más bien eran cosas para avergonzar a otros. A Agustín Edwards, a quien le escribí una carta abierta, por ejemplo.

Que no le cayó para nada de bien…
-Sí. Yo lo conocí bastante porque éramos amigos de una hermana de su mujer. La última vez que nos vimos, que fue de reojo, fue cuando yo estaba sentado en la primera fila de una capilla donde estaba sentado al frente mío, por lo demás, en una mesita con una lámpara sobre las manos el cura José Miguel Ibáñez Langlois. Y yo estaba sentado en la primera fila y era el único en ese banco. Ahora por qué yo estaba ahí en la primera fila no recuerdo, pero entré y había un hueco y me senté nomás. Y llegó un poco atrasado Agustín Edwards y se sienta al lado mío. Pero mira de reojo, me ve y bum, se resbaló hacia la otra punta del banco, ja, ja, ja. Era muy cobarde ese hombre. Hay personas que reaccionan de esa manera infantil por razones de infantilismo. ¿Qué puede haber creído? ¿Que yo le iba a pegar un codazo o un puñete? Se asustó nomás. En el recreo de esa prédica, el cura Valente se rió del espectáculo. No, ese tipo de reacciones son del mundo de colegio de niños en el que hemos vivido siempre. Otra tontera más.

Notas relacionadas