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Cultura

1 de Diciembre de 2017

Fragmento de “Los Cantos de Maldoror” de Lautréamont

¿Y qué dirán los hombres de mí, ellos que tanto me veneraban, cuando lleguen a conocer los extravíos de mi conducta, el andar vacilante de mi sandalia por los laberintos fangosos de la materia, la trayectoria de mi marcha tenebrosa a través de las aguas estancadas y de los húmedos juncos de la charca donde, […]

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¿Y qué dirán los hombres de mí, ellos que tanto me veneraban, cuando lleguen a conocer los extravíos de mi conducta, el andar vacilante de mi sandalia por los laberintos fangosos de la materia, la trayectoria de mi marcha tenebrosa a través de las aguas estancadas y de los húmedos juncos de la charca donde, envuelto por la niebla, se vuelve morado y ruge el crimen de pata sombría! Comprendo que debo trabajar mucho en mi rehabilitación futura, para poder reconquistar su estima. ¡Soy el Gran Todo, y, sin embargo, hay algo en mí que me hace sentir inferior a los hombres a los que he creado con un poco de arenilla! Cuéntales alguna mentira audaz y diles que jamás he salido del cielo, donde estoy permanentemente encerrado, absorbido por las tareas del trono, entre los mármoles, las estatuas y los mosaicos de mi palacio. Me presenté ante los hijos celestiales de la humanidad y les dije: Arrojad el mal de vuestras cabañas y dad entrada en vuestro hogar al manto del bien. Aquel que ponga la mano sobre uno de sus semejantes provocándole una herida mortal en el pecho con el hierro homicida, que no espere los efectos de mi misericordia, y que se cuide de la balanza de la justicia. Irá a esconder su tristeza en los bosques, pero el murmullo de las hojas a través de los espacios claros cantará a sus oídos la balada del remordimiento; y huirá de esos parajes pinchado en la cadera por la zarza, el espino y el cardo azul, sus rápidos pasos obstaculizados por la elasticidad de las lianas y las picaduras de los escorpiones. Se encaminará hacia los guijarros de la playa, pero la alta marea con su rocío y su proximidad peligrosa, le explicarán que no ignoran su pasado; entonces él se lanzará en ciega carrera hacia lo alto del acantilado, en tanto que los vientos estrepitosos del equinoccio, al penetrar en las grutas naturales del golfo, y en las canteras excavadas bajo la muralla de rocas resonantes, mugirán como las inmensas manadas de búfalos en las pampas. Los faros de la costa lo perseguirán hasta los límites del septentrión con sus destellos sarcásticos, y los fuegos fatuos de las marismas, simples vapores en combustión con sus danzas fantásticas, harán temblar los pelos de sus poros, y volverse verde el iris de sus ojos. Que el pudor tome así vuestras cabañas y esté seguro a la sombra de vuestros campos. De ese modo vuestros hijos se criarán hermosos y reverenciarán a sus padres con agradecimiento; de otro modo, enfermizos y encogidos como el pergamino de las bibliotecas, avanzarán a grandes trancos, encabezados por la rebeldía, contra el día de su nacimiento y el clítoris de su madre impura.’ ¿Cómo se van a someter los hombres a esas leyes, si el legislador mismo es el primero que se rehúsa a ceñirse a ellas?… ¡mi vergüenza es inmensa como la eternidad!

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