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Cultura

19 de Diciembre de 2017

Crónica de Bukowski sobre los poetas arribistas hijitos de mamá

Descubrí una cosa curiosa: ninguno de ellos tenía medios visibles de subsistencia. Si tenían libros publicados, no se vendían. Y si daban recitales de poesía, muy poca gente acudía a ellos, excepto digamos que entre 4 y 14 personas, también POETAS. Pero todos vivían en departamentos bastante bonitos, y parecían tener tiempo de sobra para sentarse en mi sofá y beberse mi cerveza.

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¿Qué hacen los escritores cuando no están escribiendo? Yo me dedico a ir al hipódromo. O, en los viejos tiempos, me moría de hambre o hacía trabajos que me arrancaban las entrañas.

Ahora me mantengo alejado de los escritores, o de los que se hacen llamar escritores. Pero entre 1970 y 1975, aproximadamente, cuando tomé la decisión de quedarme plantado en un sitio y escribir o morir, venían a visitarme escritores, todos ellos poetas. POETAS. Y descubrí una cosa curiosa: ninguno de ellos tenía medios visibles de subsistencia. Si tenían libros publicados, no se vendían. Y si daban recitales de poesía, muy poca gente acudía a ellos, excepto digamos que entre 4 y 14 personas, también POETAS. Pero todos vivían en departamentos bastante bonitos, y parecían tener tiempo de sobra para sentarse en mi sofá y beberse mi cerveza.

Yo me había criado fama de loco en la ciudad; de montar fiestas en las que ocurría lo indecible y en las que mujeres alocadas bailaban y rompían cosas, o de tirar a gente de la terraza de mi casa, o de que había redadas de la policía o etc., etc. En gran parte era cierto. Pero también tenía que poner las palabras en la página para cumplir con mi editor y con las revistas, para pagar el alquiler… y todo eso significaba escribir narrativa. Pero estos… poetas… sólo escribían poesía… A mí lo que hacían me parecía endeble y pretencioso…, pero ellos seguían adelante, y vestían bastante bien, y parecían bien alimentados, y todos tenían tiempo libre para sentarse en el sofá y para hablar. Para hablar de su poesía y de sí mismos.

Muchas veces les preguntaba: “Oye, dime, ¿cómo te ganas la vida?”. Se limitaban a seguir allí sentados y a sonreírme y a beberse mi cerveza y a esperar que llegaran mujeres locas, con la esperanza de que de alguna manera les cayera una migaja; de sexo, de admiración, de aventura o de lo que demonios fuera.

Me estaba empezando a resultar evidente que tendría que quitarme de encima a aquellos aduladores reblandecidos. Y, poco a poco, fui descubriendo su secreto, uno por uno. En la mayoría de los casos, al fondo, bien escondida, se ocultaba la MADRE. La madre se ocupa de ésos; pagaba el alquiler y la comida y la ropa.

Recuerdo que una vez, durante una rara escapada en la que salí de mi casa, estaba en el departamento de uno de estos POETAS. Aquello era bastante aburrido, nada que beber. El tipo decía que era injusto que no se le hubiera reconocido más ampliamente. Los editores, todo el mundo, estaban asociados contra él. De repente me señaló con el dedo.

—¡Y tú también! ¡Tú le dijiste a Martin que no me publicara!

No era cierto. Luego siguió quejándose y hablando sobre otras cosas. En ese momento sonó el teléfono. Lo cogió y empezó a hablar sigilosa y suavemente. Colgó y se volvió hacia mí.

—Es mi madre, viene para acá. ¡Tienes que marcharte!

—No hay problema, me gustaría conocer a tu madre.

—¡No! ¡No! ¡Es horrible! ¡Tienes que marcharte! ¡Ahora mismo! ¡Date prisa!

Tomé el ascensor y me marché. Y a ése lo borré de la lista.

Había también otro. Su madre le pagaba la comida, el automóvil, el seguro, el arriendo y hasta escribía algunas de sus cosas. Increíble. Y llevaba décadas así.

Había otro individuo que siempre parecía estar muy tranquilo, y bien alimentado. Llevaba un taller de poesía en una iglesia los domingos por la tarde. Tenía un bonito departamento. Era miembro del partido comunista. Vamos a llamarle Fred. Le pregunté a una señora mayor que acudía a su taller de poesía y le admiraba enormemente:

—Oiga, ¿cómo se gana la vida Fred?

—Bueno —me dijo—, Fred no quiere que lo sepa nadie, porque es muy reservado para estas cosas, pero se gana la vida limpiando furgones de comida.

—¿Furgones de comida?

—Sí, ya sabe, esos furgones que van por ahí vendiendo café y bocadillos durante los descansos y las horas de comer en los lugares de trabajo. Bueno, pues Fred limpia esos furgones de comida.

Pasó un par de años y luego se descubrió que Fred también era propietario de un par de edificios de departamentos, y que vivía principalmente de las rentas. Cuando me enteré de eso me emborraché una noche y me fui al departamento de Fred. Estaba situado encima de un pequeño teatro. Todo muy artístico. Salté del vehículo e hice sonar el timbre. No me quería contestar. Yo sabía que estaba allí arriba. Había visto moverse su sombra detrás de las cortinas. Volví al automóvil y empecé a hacer sonar la bocina y a gritar: “¡Eh, Fred! ¡Sal de ahí!”. Lancé una botella de cerveza contra una de sus ventanas. Rebotó. Eso le hizo aparecer. Salió al pequeño balcón y echó una mirada miope hacia donde estaba yo.

—¡Márchate, Bukowski!

—Fred, baja aquí, te voy a dar una patada en el culo, ¡terrateniente comunista!

Fred entró corriendo. Yo me quedé allí esperándole. Nada. Luego se me ocurrió que estaría llamando a la policía. Y yo a la policía ya la tenía muy vista. Me metí en el auto y regresé a mi casa.

Había otro poeta que vivía en una casa junto al mar. Bonita casa. El tipo nunca había trabajado. Yo le acosaba: “¿Cómo lo haces? ¿Cómo lo haces?”. Finalmente, se rindió. “Mis padres tiene propiedades y yo les gestiono el cobro de los alquileres. Me pagan un sueldo”. Me imagino que un sueldo cojonudo. Pero bueno, por lo menos aquel tipo me lo dijo.

Algunos nunca te lo dicen. Había otro tipo. Escribía poesía que no estaba mal, pero muy poca. Siempre tenía su bonito departamento. O estaba a punto de marcharse a Hawai o a alguna parte. Era uno de los más relajados. Siempre vestido con ropa nueva y recién planchada, zapatos nuevos. Nunca iba sin afeitar y sin el pelo corto; tenía dientes brillantes y resplandecientes. “Venga, hombre, ¿cómo lo haces?”. Jamás decía nada.

Luego hay otro tipo de gente que vive de las subvenciones. Escribí un poema sobre uno de ellos, pero nunca lo envié por ahí, porque finalmente me dio pena de él. Éste es un fragmento del poema, todo apretujado:

Jack el del pelo colgante. Jack exigiendo dinero, Jack el barrigón, Jack el de la voz alta, alta, Jack el del gremio, Jack el que danza delante de las damas, Jack el que cree que es un genio, Jack el que vomita, Jack el que habla mal de los que tienen suerte, Jack haciéndose cada vez más viejo, Jack exigiendo dinero todavía, Jack bajando por la estaca, Jack el que habla pero no hace nada, Jack el que se sale con la suya, Jack el que se la menea, Jack el que habla de los viejos tiempos, Jack el que habla y habla, Jack con la mano extendida, Jack el que aterroriza a los débiles, Jack el amargado, Jack el de las cafeterías, Jack exigiendo a gritos el reconocimiento, Jack el que nunca tiene trabajo, Jack el que sobrevalora completamente su valía, Jack el que grita que no se le reconoce su talento, Jack el que le echa las culpas a todos los demás.

Sabéis quién es Jack, lo visteis ayer, lo veréis mañana, lo veréis la semana que viene.

Queriéndolo todo sin hacer nada, queriéndolo gratis.

Queriendo fama, queriendo mujeres, queriéndolo todo.

Un mundo lleno de Jacks bajando por la estaca.

Ahora me he cansado de escribir sobre los poetas. Pero añadiré que se perjudican a sí mismos empeñándose en vivir como poetas en lugar de vivir como otra cosa. Yo trabajé de obrero hasta los 50. Metido allí dentro con la gente. Nunca afirmé ser poeta. Y no es que pretenda decir que ganarse la vida trabajando sea una maravilla. En la mayoría de los casos es horrible. Y a menudo tienes que luchar para conservar un empleo horrible, porque hay 25 tipos detrás de ti, dispuestos a aceptar ese mismo empleo. Por supuesto que no tiene sentido; por supuesto que te machaca. Pero creo que el estar metido en esa porquería me enseñó a dejarme de pendejadas a la hora de ponerme a escribir. Creo que tienes que meter la cara en el barro de vez en cuando; creo que tienes que saber lo que es una cárcel, lo que es un hospital. Creo que tienes que saber lo que se siente cuando no has comido desde hace cuatro o cinco días. Creo que vivir con mujeres desquiciadas es bueno para el espinazo. Creo que puedes escribir con alegría y liberación después de haber estado atrapado en la mordaza. Y todo esto lo digo porque los poetas que he conocido han sido siempre unas medusas reblandecidas y unos arribistas. De lo único que pueden escribir es de su ausencia egoísta de aguante.

Sí, me mantengo alejado de los POETAS. ¿Se me puede reprochar?

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