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Reportajes

15 de Enero de 2018

Reportaje: Las huellas de los pies secos y los pies mojados

Este 12 de enero se cumplió un año desde que la administración de Barack Obama derogara la llamada política “pies secos/pies mojados”, establecida en 1995 por el gobierno de Bill Clinton, la cual permitía que los cubanos que arribaban por cualquier vía, tanto terrestre como marítima, a territorio estadounidense, podían acogerse a la entrada bajo palabra para obtener luego una residencia legal en el país a través de la Ley de Ajuste Cubano, aprobada en 1966 y aún vigente. El siguiente reportaje recuerda la profunda conmoción que se produjo entre los cubanos el día del anuncio.

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A Maribel no hay quien la controle. Tiene los ojos rojos y el rostro desencajado. Sus lágrimas son gordas y ovaladas y le ruedan por toda la cara. Maribel grita y da golpes en la pared. Vendió su casa hace doce días para irse a los Estados Unidos y ahora ella y sus dos niñas ya no podrán cumplir su plan. Se han quedado sin sueño y sin techo.

El reciente acuerdo migratorio alcanzado por el gobierno de Cuba y la administración Obama –en su despedida– ha cancelado “la política de pies secos, pies mojados”, dos anexos de la añeja Ley de ajuste Cubano de 1966 que estimulaba la emigración ilegal de los isleños hacia los Estados Unidos.

Con esta derogación, los cubanos como Maribel y sus hijas dejarán de tener un trato preferencial y único al arribar a tierras estadounidenses y recibirán el mismo trato que el resto de los emigrantes de otras nacionalidades. Lo conseguido por los dos países es un viejo anhelo del gobierno cubano, el establishment de la isla lo vitorea, pero en las calles, muchos no saben si alegrarse o llorar.

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Maribel apostó todo lo que tenía a una travesía por México. Todo lo de Maribel era un cuartucho en un tercer piso de un edificio en Centro Habana, en los altos de uno de los Palacios de Computación creado por la Estado, justo frente al parque de la Fraternidad. Un sitio estrechísimo, donde la sala era el cuarto y donde entre la cocina y el baño solo había espacio para una cortina de tela.

“Lo vendí en 2500 CUC para poder irme rápido. Eso me daba para comprar el pasaje mío y de las niñas y para poder brincar después la frontera”, dice Maribel y mira a las hijas que juegan en una esquina de la sala de su vecina. Una tiene seis años y la otra cuatro. La menor no conoce al padre y el padre de la mayor, que vive en España, no sabe que Maribel se la llevaba a los Estados Unidos sin su consentimiento.

“Estaba cansada de luchar todos los días en la calle para poder darles de comer y vestirlas, para poder llevarlas a salir los fines de semana. Ellas no se merecen vivir en esa casa”, dice, y el desconsuelo le rasga la voz, se la tritura. “¿Y ahora que me hago? Tengo todo perdido, ni siquiera casa, ni siquiera dinero porque ya gaste una parte en los pasajes, no sé qué me voy a hacer”, y se desploma en una butaca de madera.

Maribel y las niñas no tienen familia. Era hija única y sus padres fallecieron hace más de una década atrás. Su vecina está consternada con la situación pero dice que no la puede asumir, que la ayudará hasta que Maribel pueda agenciarse algún sitio y que se quedará con las niñas para que puedan ir a la escuela al menos, pero que más no puede hacer.

Los pasajes de Maribel y las niñas tienen fecha para el 14 de enero hacia la Ciudad de México. “No sé qué voy a hacer, ya no puedo brincar la frontera pero en Cuba no quiero estar más”, dice.

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Después de escuchar la emisión estelar del Noticiero Nacional de la Televisión cubana, Marta Estrada y Humberto Gómez van corriendo a un parque wifi del barrio del Vedado para intentar hablar con su hijo Tony, que se encuentra en Saint Kitts and Nevis desde hace dos semanas.

Marta –51 años, chancletas, vestido corto y ancho– lleva un tablets, y Humberto –53 años, short y pulóver– un Smartphone. Llegan al parque y se sientan en la acera, debajo de un poste de luz.

Tony, de 27 años, viajó a Saint Kitts and Nevis –nación que no le exige visado a los cubanos– con la intención de encontrar alguna vía que lo transportara hasta las Islas Vírgenes de Estados Unidos y una vez allí poder negociar la posibilidad de asilarse con la Ley de Ajuste y posteriormente conseguir algún vuelo directo hacia territorio estadounidense.

“Estamos preocupados por él porque acaban de tumbar los pies secos y los pies mojados y puede ser un problema si lo atrapan ilegal. La suerte es que él aún está en Saint Kitts and Nevis como turista y puede regresar para atrás”, comenta Marta, mientras Humberto le escribe a Tony.

Un rato más tarde hablan por video llamada. Tony les dice a sus padres desde el Smartphone: “Esto aquí está revuelto, hay cientos de cubanos que igual que yo iban a cruzar pero que ahora no saben qué van a hacer, yo voy a esperar unos días y el domingo viro para La Habana”.

Los padres le aconsejan que regrese, que no haga ninguna trastada. Al parecer Tony lo tiene bien claro y está decidido a ponerle marcha atrás al asunto. “La culpa es mía, cuando el río suena por algo es y hace rato la gente estaba diciendo que esto iba a pasar y mira pasó incluso antes de Trump, yo tenía que haberme ido antes”, dice el rostro pixelado de Tony, que se congela en los momentos más álgidos de la conversación.

Pasada una hora, Marta y Humberto se despiden de Tony, todo está bajo control. En el camino de regreso Humberto dice: “No le preguntamos por Enrique y su hija y su esposa. Ellos fueron los que viajaron con nuestro hijo pero ellos sí están contra la pared, imagínate que vendieron aquí en Cuba el Moskvitch, el apartamento donde vivían y dejaron sus trabajos. Pobres, no sé qué podrán hacer, ahora no tienen para dónde coger”.

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En el otro extremo de la ciudad, en el municipio San Miguel del Padrón, Lorena De la Caridad le ha puesto unas mariposas blancas a una foto. Los rostros no se distinguen, los pétalos blancos están justo delante de ellos. Sólo se ven los cuerpos, son dos hombres, y se nota que van vestidos iguales.

“Cuando me enteré no pude hacer nada, me quede quieta en mi sillón hasta que vino Pancho, mi esposo. Él lo sabía, parece que había escuchado la noticia en la calle y nada más que entró por la puerta nos abrazamos y empezamos a llorar”, cuenta Lorena, de 59 años.

Lorena y Pancho son militantes activos del Partido Comunista de Cuba y tienen su casa llena de objetos alegóricos a la Revolución. Hay dos fotos del Che Guevara en una pared, hay una pintura de Fidel Castro bajándose de un tanque de guerra en la batalla de Playa Girón y un almanaque del 2017 con el slogan: “Las conquistas de la Revolución seguirán invictas”.

Y quizás por ello Lorena se refiere a Estados Unidos como “el enemigo” o “los del norte”, en tono despectivo. “Ellos se los llevaron a los dos y nunca se los voy a perdonar, hicieron que el mar se los tragara”, dice Lorena mirándome fijo, sin pestañar.

El 6 de abril del 2001, Lorena llegó del trabajo en la tarde y le llamó la atención que la casa estuviera cerrada aún. A esa hora, siempre, Adrián y Arián, sus hijos gemelos, ya habían regresado de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana donde cursaban el tercer año de la carrera. Cuando Lorena abrió la puerta y llegó a la mesa de la sala se encontró con una nota escrita a mano, con puño y letra de Adrián.

“Primero pensé que era un bonche de ellos porque siempre estaban haciendo bromas de ese tipo, pero cuando empezó a pasar el tiempo y nadie sabía de ellos, me di cuenta de que era verdad”, cuenta Lorena.

La nota decía: “Mami, cuida a papi y no le pelees por sus majaderías. Nosotros vamos a estar unos días lejos. Ari y yo nos fuimos a bucear con unos amigos. Esperen nuestra llamada. No nos tiendas las camas que nosotros ya somos grandes para dejarlas desordenadas. Ari y Adri”.

Y los días pasaron y los gemelos Adrián y Arián nunca regresaron a casa a tender la cama como le habían prometido a su madre. Junto con 12 tripulantes más, armaron una pequeña embarcación clandestina y se lanzaron al mar en busca de las costas norteamericanas. Ni Lorena y Pancho, ni las familias de las otras 12 personas, supieron más nunca alguna noticias de ellos.

“Yo no tengo palabras para explicar eso, no hay manera de explicarlo, es un dolor que nunca se va, que siempre tengo en el pecho todos los días de este mundo. Desde ese día Pancho no habla casi, lo único que hace es ir todos los domingos al Malecón. Se sienta allí dos horas y le tira dos mariposas blancas”, dice Lorena.

Y Pancho agrega, por primera vez en la noche: “Lo que me duele a mí es no saber realmente quién lanzó a mis hijos al mar, si la Ley de Ajuste o la Revolución”.

*Este artículo fue publicado originalmente en el www.revistaelestornudo.com en enero de 2017.

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