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Opinión

31 de Marzo de 2018

Columna de J.A. Kast: La derecha irreductible

La revolución no puede, ni debe ser silenciosa. Al contrario, debemos alzar la voz y manifestarnos por todos los años de silencios y cavilaciones, que terminaron siendo tierra fértil para el crecimiento del populismo de izquierda. La travesía será dura y aunque no estará exenta de censuras y golpes, incluso más fuertes que los vividos recientemente, la satisfacción será plena.

José Antonio Kast
José Antonio Kast
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Nos odian porque nos temen, y nos temen, porque nos saben irreductibles, decía Jaime Guzmán hace poco más de 30 años, para reflejar el carácter de los gremialistas y su coherencia frente al populismo, la demagogia y tantos males que afectan, afectaron y siguen afectando a la política en su relación con las personas. Pero, ¿seguimos siendo irreductibles?, o desde otra perspectiva, ¿nos sigue temiendo la izquierda a consecuencia de esa irreductibilidad? Tiendo a creer que no.

Por lo pronto, la izquierda nos sigue odiando. Pero ya no es por temor a lo que decimos o representamos. Tampoco es por temor a cómo defendemos nuestros principios o la fortaleza en nuestras convicciones. Creo que el odio de hoy es simplemente una costumbre y una forma de actuar en política que, mediante la búsqueda permanente de imposición totalitaria, ha hecho del amedrentamiento y de la persecución de ideas, una forma de vida y una táctica política para imponer el odio por sobre la capacidad de diálogo y entendimiento.

Uno de los muchos ejemplos de esto se vio reflejado el jueves pasado, en la Universidad Arturo Prat, cuando un grupo de personas, de manera concertada y organizada, se juntó para golpearme e impedir cualquier tipo de diálogo, manifestación o expresión de la diferencia. Es el mismo odio que refleja un comunista como Manuel Riesco, que no tiene problemas en reivindicar la fuerza como método de acción política y que derechamente llama a reprimirme a palos, sólo por pensar distinto.

Pero estas expresiones no son motivadas por el miedo a algo o alguien, sino por la sensación de impunidad que su posición hegemónica en la sociedad les garantiza. La izquierda antidemocrática ya no le teme a la derecha ni la considera irreductible, pues ha logrado suplantar el sentido común y acomodar las convenciones sociales al discurso totalitario e ideológico que suprime la libertad, ahoga el emprendimiento y coarta el desarrollo humano.
¿Cuándo se jodió la derecha verdadera? Es difícil ponerle una fecha precisa o asignarle la responsabilidad a alguien determinado. Es preferible entender que la derecha ha ido perdiendo consistencia de manera gradual y que ello no es atribuible a una persona, sino que al conjunto de dirigentes y militantes que no supimos frenar este fenómeno y que no alzamos la voz con fuerza cuando correspondía. La derecha acomodaticia es la que cayó en el oportunismo mediático y que buscó, afanosamente, vestirse con ropas ajenas y proyectar un falso consenso, que terminó deslegitimando nuestro actuar.

Pero este proceso no es irreversible. El resultado de las recientes elecciones abre una luz de esperanza para recuperar el valor del sentido común en política y volver a reconstruir a esa derecha verdadera, una derecha irreductible. La reacción histérica del establishment frente a este fenómeno, es la mejor señal de que se está configurando un discurso y junto con ello, una serie de acciones asociadas que buscan volver a poner a la persona en el centro de la acción política y recuperar la libertad, el Estado de derecho, la defensa de la familia y la patria y la responsabilidad como ejes prioritarios del desarrollo de nuestra República.

La derecha tiene que entender, desde la mirada histórica y la observación actual, que sólo en la medida en que se muestre consistente y coherente con sus convicciones, es que logra posicionarse frente a la izquierda antidemocrática y dejar en evidencia la esencia de su discurso: la mentira. Porque no hay que olvidar una diferencia fundamental: la derecha habla desde una verdad objetiva que, con respeto y fuerza, busca defender principios y valores inmutables. En cambio, la izquierda ideológica se funda en una mentira permanente y sobre la constante oposición que, lejos de proponer alternativas reales, se dedica a desestabilizar a su oponente y a imponer discursos demagógicos que no tienen asidero en la realidad.

Para concretar este cambio, la revolución no puede, ni debe ser silenciosa. Al contrario, debemos alzar la voz y manifestarnos por todos los años de silencios y cavilaciones, que terminaron siendo tierra fértil para el crecimiento del populismo de izquierda. La travesía será dura y aunque no estará exenta de censuras y golpes, incluso más fuertes que los vividos recientemente, la satisfacción será plena. Haciéndoles frente con la fuerza de nuestras convicciones y la inagotable perseverancia de ir a desafiarlos a universidades y poblaciones, en gremios y sindicatos, a los centros de estudio y en cada espacio de operación política en la que se desenvuelven.

Los venceremos con un lápiz, y no una piedra, en cada contienda electoral, en las universidades, los gremios y sindicatos, liberando a los cuerpos intermedios secuestrados de su correcto actuar por la izquierda. Con una presencia masiva, debemos volcar nuestra vocación en las poblaciones y contribuir, de manera honesta, al progreso de esas comunidades. Con una entrega verdadera, debemos seguir construyendo masa crítica, formando jóvenes y denunciando, a rostro descubierto, las inconsecuencias de la izquierda, y también las de derecha.

Revivamos esa derecha irreductible, que no se amilana frente a la intolerancia y la violencia de la izquierda y que no se deja seducir frente a las tentaciones del populismo y la popularidad en las encuestas o las redes sociales. Porque en el mundo de lo políticamente correcto, la rebelión del sentido común es el camino más seguro al triunfo.

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