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Opinión

19 de Abril de 2018

“No queremos que esto sea un lavado de imagen, ni un premio o una especie de reconocimiento vacío”

Fue la primera persona en denunciar los abusos del sacerdote Fernando Karadima, el año 2003. Protestó activamente mientras el Papa estuvo en Chile, -gira que ha sido catalogada como la peor en lo que va del pontificado de Francisco- y, hace pocos días, aceptó una inédita invitación de la máxima autoridad católica. Hoy, el filósofo y director de la Fundación para la Confianza, se ve relajado; dice que ya no le tiene miedo a la influencia de los discípulos de Karadima, y que no le preocupa que el perdón de Francisco resulte ser un lavado de imagen para la curia. “No vemos esto como un reconocimiento o el final de algo,” sostiene el hombre que hace 15 años, y casi sin quererlo, participó del inicio del derrumbe de la Iglesia chilena.

Jonás Romero Sánchez
Jonás Romero Sánchez
Por

Ya no quedan más personas en la oficina. Son las 19:00 horas de un lunes cualquiera, y el filósofo y exaspirante a sacerdote jesuita, José Andrés Murillo, acaba de regresar de un viaje relámpago que hizo a Puerto Montt.

Hace poco más de una semana, él y el resto de los denunciantes del caso Karadima –James Hamilton y Juan Carlos Cruz- se sorprendieron con una invitación al Vaticano: Francisco los convocó a pasar unos días en Santa Marta “para conversar”. Esto, justo después de la carta enviada a los obispos chilenos reunidos Punta de Tralca, donde Francisco reconoció haber “incurrido en graves equivocaciones de valoración” y en la que pidió “perdón a todos aquellos a los que ofendí, y espero poder hacerlo personalmente”. Un hecho inédito que fue replicado en medios de todo el mundo.
“De verdad no teníamos idea, a nosotros nos descuadró totalmente esta invitación”, afirma, desde su oficina en el segundo piso de la casona en Providencia que sirve de sede a la Fundación para la Confianza, entidad creada en 2010, con el objetivo de proteger a otros del infierno que vivió él.

Es tarde y, para quienes han conocido con anterioridad a Murillo, el cambio es evidente. Más relajado, como con un peso menos en su espalda, asume sin prisa las preguntas de esta entrevista y las devuelve como un mazazo: al excardenal Francisco Javier Errázuriz, al arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati y, en definitiva, al Chile que cambió.

Al Chile que ellos, dicen algunos, ayudaron a cambiar.

¿Les costó aceptar la invitación que les hizo Francisco?
-Sí, no es fácil. Es raro que de pronto nos invite, si muchas veces lo tratamos muy mal.

¿Les sorprenden la invitación, el pedir perdón?
-Es algo que uno no se puede explicar. Un día en Iquique dice “tráiganme pruebas” sobre Barros, y de pronto se pega un alcachofazo. Puede ser que haya sido el encontrarse con un país frío ante su visita. O la prensa, que le sacó la cresta por la frase de Iquique. Se dio cuenta de que había que estar atentos a Chile.

Pero, ¿ven algo entre líneas tras esta invitación? ¿Tras el perdón?
-Nos descuadró totalmente. A todos. Un par de días previos a que publicaran su carta, supimos que se venía algo. Pero una invitación así, directa, no lo imaginábamos. Donde encima nos propusiera a nosotros poner las condiciones.
Dijimos, bueno, lo que no queremos es que esto sea una operación de relaciones públicas. No queremos que sea un lavado de imagen, ni un favor, ni un premio o una especie de reconocimiento vacío. Queremos que sea una reunión para trabajar y hablar sobre el abuso sexual a nivel global.

¿Ustedes entienden la implicancia de sacarse una foto con Francisco?
-Sí, puede ser, pero me da un poco lo mismo la foto. Uno puede utilizar la foto para decir quién vence a quién, ¡pero nosotros no somos nadie! Es él quien nos está elevando a una plataforma muy importante para poder hablar de esto a nivel mundial.
Pero considerando las acciones previas de Francisco igual da para sospechar un poco
Es que aquí, ni el Papa ni nosotros somos el tema. El tema es que hoy, a nivel mundial, el abuso sexual infantil, el sexual en contextos eclesiásticos y asimétricos, es considerado inaceptable a niveles tales que un Papa invita a tres pelagatos a conversar sobre esto.

¿Ustedes son tres pelagatos?
-Sí po. Podría haber sido cualquier otro. Es decir, nosotros hemos dado una lucha, pero no somos ni miembros de la ONU, ni ministros de nada.

¿No hay temor en el grupo de que esto sea, como dijiste, un “lavado de imagen”?
-Es que podría serlo. Pero por eso era tan importante para nosotros dejar en claro que esto no se convertirá en un acto de relaciones públicas. Y si esto efectivamente es un lavado de imagen, pero termina provocando la mejora en los protocolos y las medidas de protección a los niños de todo el mundo, me da lo mismo.

¿Sopesaron el hecho de que Francisco, constante y consistentemente, ha puesto en duda casos de abusos?
-Es que pareciera que este acto apunta hacia todo lo contrario. Puede que sea un acto performativo, pero él está reconociendo estos hechos. Es imposible que nos invite a decir “¿Saben qué? todo esto es mentira”. Si de pronto el Papa toma conciencia -ya sea por razones políticas o espirituales profundas- de que esto es inaceptable, y que hay que poner medios y acciones en la prevención, de intervención y acompañamiento de víctimas hacia la justicia, puta, es un triunfo.

Entonces, ir es un acto de fe
-Sí, es un acto de fe.

El remezón
Por más olvidadizo y desordenado que se reconozca, hay un día que José Andrés Murillo dice no olvidará jamás.
— El 21 de abril de 2010—, dice. — Un día para el que no estaba preparado—.
Aquel día, La Tercera llevó en una de sus páginas interiores un artículo titulado “Iglesia investiga a ex párroco de El Bosque por abusos reiterados”. La nota en cuestión, que fue firmada por el “Equipo Nacional”, relataba en 3 mil caracteres -o una carilla de Word- la historia de cuatro anónimos que acusaban por abusos sexuales al entonces jubilado párroco de El Bosque, Fernando Karadima.

Era la primera vez que alguien denunciaba públicamente al párroco.
— Fue muy fuerte. Pasé de ser un NN a ser muy famoso por esta cuestión. Por dos años no paramos de salir todos los días en la prensa. Y nos intentaron pegar muy duro—, recuerda.
Al día siguiente, el 22 de abril, la historia ocupó una portadilla en La Tercera. En esa ocasión, se presentó por primera vez a James Hamilton como denunciante, y al abogado Juan Pablo Hermosilla como patrocinante. La nota, firmada esta vez por tres periodistas, recogió además las impresiones del entonces cardenal Errázuriz –“hay que proceder (…) con el cuidado de no herir el buen nombre de otra persona de la cual nadie supone que podría haber sido causante de ese dolor”- y de Andrés Arteaga, actual obispo auxiliar de Santiago: “el querido padre Fernando Karadima (…) tiene toda mi confianza”.

Estremece un poco leer esas declaraciones del año 2010, ¿cómo fue enfrentar a esa Iglesia?
-Pienso que la Iglesia mundial ha cambiado mucho desde entonces. Aunque localmente no tanto. Entre Ezzati y Errázuriz son un poco lo mismo.

¿En qué sentido?
-En que ambos son poderes absolutistas, feudales, que mandan sobre su grey. Y todos los obispos son súper parecidos, al menos en Chile. Ezzati y Errázuriz no son pastores, son policías y reyecillos. Por eso pienso que es fundamental hablar de las dinámicas de poder que hay dentro de la Iglesia. Afuera en el mundo se han cuestionado y reconfigurado esas dinámicas hace años, pero parece que adentro de la Iglesia nadie se ha querido enterar.

La primera vez que denunciaste esto, en 2003, Errázuriz te mandó a decir “que iba a rezar por ti”
-Fue una tremenda decepción. En ese momento era católico, y siempre pensé que la Iglesia iba a actuar de manera correcta. Yo pensé que el cardenal Errázuriz iba a dejar la cagada. Pero en vez de decir eso, me dijeron: “estamos rezando por ti”. Era exactamente lo que no me esperaba que pasara. Si yo hubiese sido cura, y sé que alguien abusó de conciencia, de poder o sexualmente, de un niño, hueón, le pego. O en el sentido metafórico, le saco la cresta, pero no lo abandono.

Después vino una denuncia con Ezzati, en 2005, que en ese entonces era obispo auxiliar de Errázuriz
-Me dijo que le parecía muy grave y que lo iba a investigar. Hasta donde sabemos, se dio vuelta en banda. Después de eso me llamó un procurador de justicia, una especie de investigador, y me dijo “ya está todo andando. Hiciste todo lo que tenías que hacer”.
Muchos años después, en 2010, nos juntamos con Juan Pablo Hermosilla. Casi ningún abogado quería tomar el caso, porque estaba prescrito, y se metía con la Iglesia. Karadima era, o es, un hombre cercano al poder económico, político e incluso militar.

Y además las denuncias tocaban a las máximas autoridades de la Iglesia chilena
-Sí po. Piensa que todos los curas de Karadima iban a ser obispos. Eran los llamados a mandar en el Chile católico del futuro. Yo pensaba, “no puede ser”. Tenía pesadillas.

¿Errázuriz, representa a esa Iglesia chilena más anticuada?
-No sólo a la Iglesia, sino a la sociedad. A esa élite y a la aristocracia más momia. Pero estamos cambiando. ¿Te das cuenta que el caso Karadima, las marchas de los estudiantes, Hidroaysén, todo eso pasó en un año, justo después del terremoto? Vino el 27/F y al mes, ¡paf! Caso Karadima. Al mes y medio, la central Castilla, a los dos meses, Hidroaysén, y al mismo tiempo que eso las marchas por la educación gratuita y de calidad.

Entonces, el Chile donde ustedes iniciaron las denuncias, pelear con la Iglesia era pelearse con poderes intocables.
-Sí, pero luego se cambiaron las configuraciones. Ahora, por ejemplo, las personas tienen que salir a dar explicaciones. Mira lo que hizo Luksic, cuando explicó no sé qué cosa por video. Antes, que un presidente tuviera que vender sus acciones para ser candidato era un trámite voluntario, ¿cachai? No sé cómo, de un momento a otro, los abusos, el financiamiento a la política, o incluso el Sename, pasó a importarnos.

Sí, pero siempre hay un caso, una punta de lanza, que abre esa sensibilidad. En el caso de la Iglesia chilena, esos fueron ustedes. Piensa que por años la Iglesia chilena se opuso a las campañas de uso del condón. ¡Y Canal 13 y Mega no las pasaba!
-¿Me estai echando la culpa? Ja ja.

Al menos de la pérdida de influencia, sí. Si hoy Ezzati manda un comunicado de lo que sea…
-Y no le llega a nadie, claro. A mí me encantaría que alguien hiciera un estudio de cuántas veces a la semana o al mes, un obispo da una opinión política. Antes del 2010 eso ocurría todo el tiempo, y ahora no pasa. De alguna forma, Chile cambió radicalmente. Pero, ojo, que nuestra intención no era desacreditar a la Iglesia, sino pelear contra el abuso. Lo que pasa es que la Iglesia representaba -y representa-, muchas veces, el abuso.

Y lo defendió
-Y lo ocultó. Hizo todo mal.

¿Tú crees que el impacto que tuvo el caso Karadima hubiese sido posible, habiéndose dado en otro contexto social?
-¿Tú dices que si no nos hubiera pasado a tres cuicos?


-Muchas veces las cosas pasan en Chile porque le pasa a la gente de clase alta, y si no, es como que no existieran. Es inaceptable, pero pasa. Nos dimos cuenta al tiro, pero dijimos, quizás de una forma media burda, que era una oportunidad.
En el fondo, que esto haya pasado y que nosotros hayamos tenido una oportunidad de pegarle un martillazo a la campana, produjo un eco. Permitió también que se le pegara un martillazo a la campana del Sename, y a la de un montón de otras cosas. Probablemente al revés no se da, pero qué importa, o sea, no sé si importa, pero es la configuración y yo lo asumo.

¿Como una responsabilidad?
-Sí po, asumo que es así, Chile está armado como en esta sociedad de castas raras, que es así, y si nosotros podemos influir para que sea menos así. Me gusta mirarlo de esa manera, ¿me entendís? No mirarlo como que esto es un tema cerrado, enclaustrado en la clase alta. Podría haber sido así: esto se resuelve, alguien arma una teleserie y eso sería todo ¿Cachai? En vez de eso pensamos en crear la Fundación, nos propusimos apoyar en todas partes, mientras más podíamos mejor, porque sabíamos –y sabemos- que esto no se acaba en la clase alta con cuatro cuicos que fueron abusados por un cura arribista.

“Ellos tienen mucho menos poder que antes”
¿El perdón y la invitación de Francisco, es el corolario del proceso que iniciaste con tu primera denuncia ante la Iglesia, en 2003? ¿Lo sientes como el final de algo?
-Es un paso más. Uno súper importante, pero un paso más. No quiero pensarlo como la finalización de algo, ni menos como un reconocimiento o un premio. Ni un favor.

¿Pero este no es el primer caso donde el Papa recibe víctimas de abusos en el Vaticano, o sí?
-Sí, aunque creo que se ha reunido en otras ocasiones para pedir perdón. Esto no tiene que ver solamente con nuestro caso: hubo hechos similares en Francia, en países de África, Australia e Irlanda. Sólo que algo pasó que al Papa le pareció importante, precisamente, este caso, esta historia ocurrida en Chile.

¿Sientes que estarás representando los casos de los países que mencionaste?
Sí. Así es la única forma en que para mí tiene sentido. Ahora, esta es una invitación no sólo para pedir perdón, sino que a conversar sobre el tema. Lo que siento es que él, Francisco, quiere comprender, hacer cosas.

A través del caso chileno…
-Sí. Eso tiendo a pensar y así me gustaría que fuera. No tiene que ver solamente con la Iglesia chilena ni con nosotros. Esto está a tres niveles: el nivel personal, el nacional y el global. Y son las tres cosas al mismo tiempo.

En tu primera respuesta hablaste de que no era un corolario ¿por qué?
-Creo que no es el final de un camino. No era como que esto era lo que queríamos lograr y aquí se acaba. Esto, probablemente, transforma lo que ha sido una lucha personal y regional, en una lucha global. Ese sería el único modo en que para mí tiene sentido.

¿Pero qué sigue después de eso? Imagínate, te reúnes con Francisco… ¿y qué pasa después?
— Antes de responder, Murillo se toma unos segundos, mira al techo y sonríe—. No lo sé.

Han pasado 15 años de tu primera denuncia ante Juan Díaz y Errázuriz ¿Cuál fue el momento más difícil y el más feliz de todo este proceso?
-Cuando me levantaba en la mañana e iba a ver el diario para ver qué decían de mí en la prensa. Me daba pánico pensar en que lo iban a leer mi familia o mi mujer sobre mí. Ese momento, en el año 2010, fue durísimo. Quería saber qué estaban diciendo de mí Ezzati, Barros o Arteaga. Nos sacaban la cresta porque queríamos poner un tema.
Y los momentos más felices es cuando nos juntamos con Jimmy (James), Juan Carlos (Cruz) o Juan Pablo (Hermosilla). Nos juntamos a reír, a comer y echar la talla. Esos son siempre los momentos más felices, siempre.

Respecto a los sacerdotes que trabajaron en el círculo de Karadima ¿Te preocupaba la influencia que puedan tener en sus lugares de destinación?
-Ya no. El abuso es un tema de poder y la manera que se ejerce el poder –como se hacía en El Bosque-, está cambiando. Hoy ellos tienen mucho menos poder que antes.

Entonces la lucha va no por la vía judicial, si no quitarles el poder que tuvieron
-Sí, y eso se logra empoderando a otros. Para mí lo que ha hecho Osorno es maravilloso, son gente que admiro profundamente. Ellos deberían hacer un documental, es la mejor película que uno puede pensar en hacer. Un día les llegó un obispo que venía de Karadima, y empezaron a hacer reuniones externas, misas preciosas, bailadas, con cueca.

Fuera de la Catedral, que es el templo oficial
-Ellos querían recuperar su fe, porque sentían que esta era un patrimonio que no dependía de un obispo, menos de uno patológico como Barros. Y no fueron cuicos, esto surgió desde el pueblo.

¿Vas a prepararte de forma especial antes de ir a Roma?
-Sí, tengo que comprarme un par de zapatos.

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