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Opinión

24 de Mayo de 2018

Columna de Constanza Michelson: Qué hacer con las pulsiones tras la revolución

¿Qué queda? Seguramente, el imaginario machista tiene para un buen rato, o quedará como una alternativa. Pero también se abre la posibilidad de la invención de nuevos lenguajes, no que impongan, sino que nos permitan ligarnos. Y eso es lo más subversivo del mundo, cambia los cuerpos y las relaciones.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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La Historia, así con mayúscula, se encarna en frases, canciones e imágenes. Aunque al escribir esto, no ha pasado más de una semana desde que se tomó, se puede afirmar que la foto de la chica encapuchada con las tetas descubiertas sobre la estatua de Juan Pablo II, es un pedazo de historia. Es una imagen que notifica el estado de la cultura.

No se trata de una foto que se dice temblando, porque evidencia una ruptura que ya se hizo. Quizás no nos habíamos dado cuenta del todo. Aunque algunos se sintieron ofendidos, no había ya nada que profanar. Por esos días hacían su renuncia todos los obispos de Chile. Todos.

Aunque la foto despierte en la memoria la pintura “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, tienen temporalidades y acciones distintas. La pintura retrata una revolución que se va gestando. La imagen huele a la humedad de los cuerpos en la guerra, que van sorteando obstáculos y el peso de las armas. La imagen de nuestra libertad, si bien es también ruidosa, lo es de carnaval. Guía esta vez el ojo de su pueblo, quienes más bien quietos, registran el momento con sus teléfonos.

Este cuadro, el nuestro, es el de una celebración que parodia la revuelta. Porque es insolente y porque es una toma de poder. Aunque lo hace como un guiño, su capucha es linda, roja y decorada, indicando que la violencia ya no sólo le pertenece a los hombres.

Sellado y timbrado. Algo cambió.

Pocos se atreverían a ir en contra de la ola. Por lo mismo han ido apareciendo algunas advertencias: cuidado con el uso político del movimiento, ojo con los colgados, atención con los machos resentidos con otros machos que aprovechan la oportunidad para patear.

Podría parecer que el nudo de la imagen es el pecho desnudo de la chica. Pero es una desnudez tejida de cultura, esas son tetas envueltas de política. Precisamente van en la dirección contraria a la idea del lugar natural de la mujer, de las tetas al servicio del deseo o de la maternidad. Se trata de la manifestación de que el cuerpo es territorio ideológico. Por eso cuando algunos – especialmente esta vez, muchas algunas – salieron hablando de que no se puede esperar respeto a teta pelá, está operando ahí la falsa consciencia con relación al deseo. Como si meterse cuchillo voluntariamente y ponerse plástico para agrandarlas, fuese un acto más respetuoso consigo mismas. Si las mujeres deben poner sobre la mesa la cuestión del cuerpo en la protesta, es porque ese es el primer lugar que debe adquirir soberanía.

Como sea, el tema pezones y sus resonancias, es un debate que está instalado en la agenda explícita. Para mí hay otro lugar de la foto que punza, que agujerea la imagen y abre otras preguntas: la segunda mano, la mano incómoda.
La foto se toma justo en el momento en que un brazo de la chica se alza con el gesto de la victoria por delante de la del pontífice. Ambos coinciden en el mismo ademán, indicando el camino al paraíso. ¿Tras el triunfo, qué hace la otra mano? El patriarca a la espada de la encapuchada, afirma un bastón. Mientras que la mano de ella está desnuda. Mucho más que sus pechos.

Cualquiera sabe que en la foto posada, una de las cosas más inquietantes es el problema de las manos. Dónde poner las manos cuando no se está haciendo algo con ellas. Las manos también son ideológicas. Están del lado de la producción, si no, se habla de flojera, que no es sino el eufemismo de hacerse la paja.

Estos días se debate qué hará la segunda mano del feminismo. Leyes, protocolos, todo lo que se instala tras la revolución. Hasta ahí, discusiones más, discusiones menos, todos estamos bastante de acuerdo de que es tiempo de cambiar las reglas. Que hoy las mujeres tomen un bastón tampoco parece ser el meollo del asunto. Porque la historia se trata de otorgar y quitarse el trono. Sin embargo, la imagen de este triunfo es a mano pelá. Como si fuera un señuelo de que lo que viene no es la inversión de lo que hay, algo así como un matriarcado con pantalones. Sino que se anuncia algo que no está escrito, que ni las mujeres sabemos.

Si hay un temor que se rumorea, no es que las mujeres quieran ser presidentas o astronautas, total eso le quita harto peso a los machos de encima. Sino que lo que se dice medio en chiste, medio para callado (!qué más real que eso!), “que no les dé la tontera de ponerse feas” andan diciendo. Me atrevo a hacer una traducción de esa frase: se teme a la revuelta de los códigos de la seducción. No a su inversión. Sino a que no existan códigos para guiar las pulsiones y los actos.

Se ha hablado bastante del fin del eros, de la amenaza del erotismo bajo el yugo de los protocolos, etc. No por nada el filósofo divulgador de moda es el coreano Byun Chul Han. Toda su obra está atravesada por esta idea. Y si bien es cierto, las reglas matan el deseo, la seducción es indestructible. Sobrevive a la caída de cualquier imperio, siempre encuentra otros caminos.

Para entender la potencia de la seducción hay que asimilarla a la música, pues porta su misma perversión. La música viola al oído, trasgrede al cuerpo e impone los ritmos cardíacos. La seducción hace eso mismo, atraviesa las capas de la razón, la seducción pasa no más y dirige el deseo. La seducción ha sido siempre considerada la estrategia del mal (J, Baudrillard). Para la religión es la cola del diablo, para las sociedades liberales es la ansiedad a la cual hay que ponerle mordaza con guiones, educación y reglas.

Hasta acá la seducción está controlada en una gramática determinada. La mujer o los cuerpos feminizados juegan a ser objeto de deseo y los sujetos masculinos cazan. Cada uno actúa, con algunas variaciones, su rol. El ojo recorta los cuerpos en función del erotismo masculino. Las mujeres también introyectamos ese ojo, nos miramos a nosotras mismas desde ahí. Incluso las fantasías sexuales se rigen por clichés. Vayan y clasifíquenlas, hay pura ideología ahí.

¿Qué pasa entonces si ese lenguaje, ese soporte conocido para la seducción, tambalea? No vaya a ser que la seducción ande suelta y nos caiga encima. ¿Qué desórdenes aparecen cuando no hay mujeres disponibles, que entonces se teme tanto que ellas varíen su posición en el deseo?

¿Qué hacer con las pulsiones tras la revolución?

No es extraño que surjan las nostalgias conservadoras. Pero también aparece el infantilismo del protocolo generalizado. Cuando se pierden las coordenadas, lo primero es hacer mapas. Quizás por eso, estos son tiempos de paranoia, donde no se apunta sólo a limitar los comportamientos abusivos, sino que a no dejar cabo suelto. De ahí que se acusa de totalitarismos para allá y para acá. Pero que a diferencia de los del siglo XX, estos son sin el bastón, porque no parecen tener que ver con la instalación de un poder concreto, sino que con el afán de ser dique a lo que hoy se le llama la sociedad líquida. Lo sólido se nos escurre por todos lados.

¿Qué queda? Seguramente, el imaginario machista tiene para un buen rato, o quedará como una alternativa. Pero también se abre la posibilidad de la invención de nuevos lenguajes, no que impongan, sino que nos permitan ligarnos. Y eso es lo más subversivo del mundo, cambia los cuerpos y las relaciones.

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