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6 de Junio de 2018

El insoportable sex appeal del golf

El mejor invento de los escoceses es el buen whisky. Pero al golf no le ha ido mal. Hoy es un deporte bastante más popular, al menos en Norteamérica, Europa y los resorts de alta gama, de lo que uno imaginaría y, a la vez, continúa siendo lo suficientemente distinguido como para que las más […]

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El mejor invento de los escoceses es el buen whisky. Pero al golf no le ha ido mal. Hoy es un deporte bastante más popular, al menos en Norteamérica, Europa y los resorts de alta gama, de lo que uno imaginaría y, a la vez, continúa siendo lo suficientemente distinguido como para que las más virtuosas almas de este mundo prefieran
conservarlo así: como su pequeño gran tesoro verde y chic. Los dueños del prado son tipos celosos y joviales que pasan su vida esperando el fin de semana para castigar la diminuta pelota blanca, un copo de nieve en el centro mismo de la primavera.

Esto pensaba mientras salíamos del Hyatt Regency hacia el Club de Golf Chapultepec. Éramos una flotilla de perdedores a bordo de una de las camionetas climatizadas que cada 15 minutos trasladaban a la prensa hasta el campo donde se celebraba, del 1 al 4 de marzo, el WGC-Mexico Championship 2018 correspondiente al circuito profesional de golf estadounidense (PGA Tour).

Se trataba de una operación casi secreta. La mayoría de la urbe ignoraba en qué andábamos ahora mismo yo, un enjambre de periodistas especializados o advenedizos (como yo), los contingentes de NBC Sports, Golf Channel, TV Azteca y ESPN, una legión de organizadores y voluntarios, 65 de los mejores golfistas del planeta y varios miles de
personas dispuestas a pagar lo justo por el picnic más cosmopolita y el suceso deportivo más exclusivo del año.

Quiero decir: todos lo sabían, la noticia estaba desde hace meses en los diarios y en la televisión, sin embargo, a estas horas, el 99 por ciento de los conciudadanos había olvidado el dichoso torneo, el aristocrático deporte y el ajeno esplendor de sus estrellas, porque, si vamos a ver, a quién demonios le importa, cuando amanece la vida real en la Ciudad de México, lo que está ocurriendo en el distante, inaccesible mundo de al lado.

La Van, hermética y con cristales polarizados, buscaba el nivel más alto del Periférico, giraba sobre la capital como en una afable montaña rusa diseñada para pacientes cardiovasculares crónicos, se incorporaba a una avenida, atravesaba la breve sombra de un túnel o un paso elevado y más adelante franqueaba un cuello de botella y tomaba un desvío en el que estaba la policía militar, o eso me pareció. La policía, en este país, siempre me provoca mala espina, pero esta mañana nuestro destino era irreductible y se anunciaba en el exterior de la camioneta: “EL MEJOR GOLF DEL MUNDO”.

Entramos al Club Chapultepec cruzando el fairway del Hoyo 10. Observamos la ancha calle de césped y los grandes árboles, allá lejos alguna ondulación sobre el tapiz verde claro.

Resultaba fácil imaginar a aquellos viejos escoceses inventando el juego. Aburridos como ovejas, saya y medias altas a cuadros, manta de lana a juego, bonete oscuro y barba rojiza, caminando por la campiña después de un largo y nefando invierno. Las ovejas propiamente dichas están pastando en silencio dos colinas más allá. Cada quien da un trago a la petaca de whiskey single malt. Bien, se dicen, y ahora qué…

El Chapultepec es un campo tradicional de fairways vigilados por árboles antiguos; cada hoyo se protege con trampas de arena y a veces hay un fresno gigante, un lago oculto, un repecho o una disimulada pendiente en el green que maximiza los desafíos técnicos e imaginativos que enfrenta el golfista. Diseñada por los también escoceses Willie y Alex Smith e inaugurada en 1928, se trata de una cancha old school de par 71 que castiga al menor desliz pero que suele recompensar la audacia y el riesgo, dijeron a Golf Digest asistentes hace un año en la primera edición del evento. Miles de metros cuadrados de pasto y cielo en medio de la colonia residencial Lomas Hipódromo, Naucalpan, al noroeste del antiguo Distrito Federal.

Ahora ajusto mi cámara y enfoco a los jugadores que aún están practicando. Hay un montón de bolas junto a los zapatos con softspikes. Entonces el golfista arrastra una de ellas con el palo (putter) hasta dejarla enfrente, ajusta la postura y se planta firme.

Miradas alternativas al hoyo y a la bola, quizá algún pequeño golpe en blanco para testear el movimiento, la atención vuelve al objetivo y el putter vuelve a medir la nuca impoluta de la bola, última mirada al agujero, del cual no ha asomado ningún conejo en los últimos cinco segundos, mínimo backswing… y tac… Reviso la foto. La sesión
prosigue hasta que llega el turno de empezar oficialmente la jornada.

En realidad, el green de prácticas se encuentra un tanto elevado y lo rodea una baranda sobre la cual la gente se reclina para conversar, cerveza en mano, sin prestar demasiada atención. De pronto uno observa a estos muñecos gigantes que, por alguna razón, alguien ha colocado sobre la mesa de billar para que cuelen a bastonazos todos
esos mingos diminutos. Y fallan alarmantemente. Me digo que no hay nada más obsceno que mirar los estúpidos ensayos sobre el green de un jugador de golf.

Poco antes del mediodía la Casa Club del Chapultepec está animada, aunque tal vez no esté repleta, como lo estará mañana, el domingo definitivo. La gente se asoma y echa un vistazo a las prácticas o a cualquier otra cosa. Beben y charlan, charlan y comen algo, luego vuelven a beber. Todos andan de buen humor porque de eso se trata y algunos están a punto de irse al campo porque ya está por salir desde el tee del Hoyo 1 un trío de buenos jugadores, o puede que vayan a apostarse en algún green estratégico para aguaitar a los líderes, que arrancan pasadas las 12.

Otros se quedarán aquí toda la tarde. Puede que digan:
-Quédate, hombre… Ya tú estás grande para caminar así. Deja a la juventud. Vamos a pedirnos unos mezcales y platicamos. Al rato nos damos una vueltecita. Desde aquí lo seguimos más cómodos, por la pantalla.

1. El Media Center está emplazado entre el Driving Range (1) y la zona de prácticas del approach o golpe de aproximación, que los jugadores ejecutan una y otra vez desde el bunker o foso de arena hacia un green con varias banderas. Tres recintos principales montados para el campeonato. Entrando desde el Hoyo 1, está el restaurant / snack, donde nunca falta concurrencia. Se sabe que la prensa casi siempre tiene hambre y sed, y el hecho de que la comida y la bebida sean gratuitas no ayuda a regular el metabolismo. A última hora de la tarde del sábado, una simpática y regordeta custodio mexicana se vio obligada a desenfundar todo su asombroso repertorio angloparlante para convencer a un “gringo” como de dos metros y medio de alto acerca de la importancia de devolver al menos cuatro o cinco de las cervezas Indio escondidas en su bolso para que otros colegas, que tal vez venían arrastrándose desde el remoto Hoyo 14, también pudieran empinar mínimamente el codo a la salud del PGA Tour.

(1). Una amplia cancha, a menudo con banderas en diferentes sitios, y con altas mallas laterales, para ejercitar el swing. Los principiantes y los holgazanes acuden a menudo al Driving Range para, respectivamente, mejorar los movimientos básicos de la disciplina o hacer algo de golf sin tener que andar y desandar el campo. Uno junto al otro, los golfistas practican la sincronización, la amplitud y la fluidez de sus movimientos, mientras la cancha se va poblando a lo lejos de pelotitas blancas.

Justo al lado se encuentra la sala de conferencias, donde se aprietan decenas de cámaras televisivas mientras los cronistas anglosajones disparan preguntas al líder del torneo tras cada vuelta. El domingo, aquí se sentará el ganador, feliz y agobiado, con el rostro incendiado y la Copa Gene Sarazen a su diestra, para responder qué se siente ser eso que ninguno de nosotros, gacetilleros del mundo, jamás podremos ser… el campeón.

La redacción es un amplio cobertizo con muchas filas de mesas, la mayor parte vacías, sobre las que se lee el nombre del medio correspondiente y entre las cuales hormiguean redactores, fotorreporteros, camarógrafos que van o regresan del baño (salida lateral) o del comedor (principal) o que vienen o van a algún punto del campo.

Algunos se afanan en sus escritorios y se evitan kilómetros de marcha. Siguen el torneo por Azteca TV, observan una pantalla gigante con los scores en tiempo real, redactan notas, actualizan las páginas webs o sus perfiles en redes sociales, chatean con sus jefes o con sus esposo/as en algún lugar de Massachussets o la Condesa.

Supervisa una chica llamada Rachel, que no sabe ni pizca de español, pero que tiene brazos derecho e izquierdo mexicanos. Rachel y las muchachas de su equipo te ponen una manilla para que puedas comer y usar las instalaciones destinadas a la prensa, te ofrecen algunos números de Golf Digest, te colocan etiquetas para que recuerdes que solo puedes hacer fotos desde fuera de las cuerdas, te aconsejan que observes las reglas del PGA Tour para fotógrafos y reporteros y te entregan una agenda y una pluma para que anotes cualquier dato o idea interesante. Yo obedezco:

1-Toda la infraestructura, Media Center y, quizá, la misma Rachel incluidos, se trajo desde Houston a un costo de cinco millones de dólares, informó el mexicano John Sutcliffe en ESPN. Pero no sorprende: se repartirán unos 10 millones de dólares en premios y el último lugar del torneo se irá con más de 50 mil;

2-El anfitrión, Benjamín Salinas, es heredero de una fortuna de 4300 millones de dólares. Habla inglés en TV para el público norteamericano, a veces sonríe y se peina pulcramente de izquierda a derecha. Organiza el torneo desde los 33 años, la misma edad de su tocayo Benjy, el personaje de Faulkner, “un idiota lleno de ruido y furia” que espía a través de la cerca, junto al negro Luster, a unos extraños que juegan al golf en los campos del Sur que pertenecieron a su familia y su estirpe, condenadas a disolverse en un violento ayer acorralado por los nuevos tiempos;

3-El mundo del golf no carece en absoluto de ironía. La sucesión de hechos que nos tiene aquí empezaría con Donald Trump, quien se lanza por la Presidencia y enseguida abre su boca para soltar lindezas como que los mexicanos llegados a Estados Unidos son a menudo criminales, narcotraficantes y violadores (“criminals, drugs dealers, rapists”). Trump posee varios campos de golf de primera magnitud, como el National Doral Miami, sede hasta 2016 del Cadillac World Golf Championship. Al parecer, debido a sus incendiarias declaraciones, el evento del sur de la Florida se quedó sin patrocinio y luego no abundaron quienes estuvieran dispuestos a asociar su marca con la de Trump. El PGA Tour debió buscar nueva plaza para una de las fechas más importantes del calendario. Para 2017, justo
después de que Trump se convirtiera en Presidente, la cita de primeros de marzo se convirtió en el WGC-Mexico Championship. “We just jump over the wall” (2), dijo el norirlandés Rory McIlroy.

4-El PGA Tour ha donado unos dos mil millones de dólares a instituciones benéficas desde 1938, leo en la edición especial de Golf Digest;

5-No está aquí Tiger Woods, pero otra vez anda suelto el tigre. Reportes de prensa hablaban hace poco de un Tiger bajando a los infiernos: ha ganado unos 1650 millones de dólares (110 millones en premios) durante su carrera –asegura una nota–, pero los escándalos y el “duro golpe” de la muerte de su padre lo hicieron recalar en la desolada playa de los 700 infortunados millones de dólares;

6-Hace tres días, cuando veníamos por las credenciales, un indigente intentó decirme cómo llegar hasta la entrada del Club y dónde estacionar el auto en aquellas calles angostas y atiborradas. No hice caso y doblé en dirección contraria: el hombre gesticulaba con los brazos envueltos en unos trapos sucios y ondulantes como banderas, miraba a todos lados y jamás posaba sus ojos en un punto, hablaba como Dios…;

7-Del otro lado hay un fuerte o algo así: el Campo Militar 1. Por la avenida del Conscripto, aledaña al Club, puedes ver camionetas militares de adiestramiento cargadas de soldados primerizos con armas largas colocadas entre las piernas; La gente que paga cientos de dólares, o quizá más en reventa, y viene por estos días al Chapultepec resulta simpática. Se visten de modo presuntamente casual, lo cual incluye centenares de pamelas y sombreros panamá. Pero hay quien se disfraza de golfista. Uno sospecha que esas gorras y pulóveres de Callaway, Ping o TaylorMade sólo dejan el armario en ocasiones como esta, si no es que acaban de ser compradas en la tienda del Club. El hábito haciendo al monje.

Un par de señores jubilados iban con sus zapatos de golf, muy circunspectos, hacia el green del Hoyo 4. El primero preguntaba al segundo si llegó a trabajar para Carlos Slim y el interpelado, tras un vistazo a la punta de su calzado de dos tonos, respondía que sí o que no, pero que en todo caso trabajó en cierto departamento de administración o de ventas con alguien de apellido Ordóñez o Gutiérrez y que éste, a su vez, lo jaló cuando por fin se fue a un puesto clave en otra muy importante empresa perteneciente al señor No Sé Quién.

El sábado, en las inmediaciones del Hoyo 1, alguien repetía en voz alta siempre que un jugador fallaba su tiro: “Pregúntame… Tenía que preguntarme”. Lógicamente, aquel señor no era el burro de Shrek, sino algún accionista del Chapultepec interesado en informar a las 20 o 30 personas que estábamos a su alrededor que, bueno, él ha metido muchas veces la pelotita en aquel agujero porque, con perdón, él es lo que se dice un socio de muchos, muchos años en este Club.

-Ese putt no tiene caída, hay que apuntarle al centro del hoyo –nos explica a todos, aunque con la vista clavada en su esposa, que decide poner su mejor cara de póker–.

-Un poco más a la izquierda, D.J. –aconseja el socio nada menos que al líder del ranking
mundial–.

En ámbitos virtualmente distinguidos, resulta trascendental el reconocimiento, si no como experto, al menos como iniciado. El neófito no pertenece, está bajo sospecha de ser un paria, un desclasado, y ese estigma, por supuesto, tiene implicaciones terribles más allá del contexto lúdico del golf. Ciertos diálogos revelan ansiedad.

-Órale, ese soy yo. Ese es mi golpe, así mismito la fallo siempre… Qué rabia, cabrón –se lamenta alguien cuando erra Jordan Spieth, dueño de tres Majors a sus 24 años–.

El padre ilustra en voz alta a su hijo entre el pelotón que avanza hacia el Hoyo 5: -Ya ves que en el tenis están los Grand Slams, pues en el golf también hay cuatro Majors: Augusta, el British Open, el US Open y… este… el PGA Championship. Y bueno, Tiger tiene 15 (3) . Al rato te vas por cerveza, mijo, ¿sale?”.

(3) En realidad, Woods ha ganado 14 Majors, segundo históricamente tras Jack Niklaus (18).

Es su primer hoyo del día y la señora no puede más de entusiasmo:
– ¿Y Rory…? ¿No vino Rory…?
-No, no vino.
-Uhm, me gusta Rory.
Silencio absoluto porque se juega.
– ¿Y el australiano que me gusta? ¿Vino?
– ¿Quién?
-Este… el que me gusta. Justin, ¿no?
-Ah, Justin Day. No, no vino.
-Uy, qué lástima. Me gusta Justin.
-Sí.
-Sí, juega bien, ¿no?
-No, no es Justin.
– ¿Cómo?
-Que no es Justin. Justin es Thomas.
– ¿Cómo?
-Su nombre es Jason.
-…
-Jason Day. El australiano…
-Ah, sí, claro, perdón, claro, Jason. Jason Day. Me gusta… Pero no vino, ¿cierto?

Al borde de un green también puede detectarse el modelo progre de la mujer curtida versus el marido novato:
-Excelente golpe, la puso en el green. Lo sabía… Qué crees. Cuántas yardas, 300, más o menos. Habrá que revisar los datos de este hoyo. Es par tres. Desde ahí tiene el birdie seguro.
-…

3 En realidad, Woods ha ganado 14 Majors, segundo históricamente tras Jack Niklaus (18).

-Oh, qué gran tiro. De quién será (dicen Sergio García) De Sergio… Uhmm, la dejó dada.

¡Grande Niño…! (este no escucha porque está a muchas yardas de allí).

Camino unos 12 kilómetro. Sigo el grupo del español García, campeón en Augusta. De vez en cuando doy vueltas para ver a Spieth, Thomas, Bubba Watson o Dustin Johnson.

No sé si esos nombres digan algo a las multitudes de fanáticos -más allá de Estados Unidos- de Messi, Ronaldo o Lebron James, pero de cualquier modo sépase que estos tipos también se las arreglan para ser endemoniadamente buenos en lo que hacen y, por supuesto, famosos y muy ricos.

García concluye en séptimo puesto, a cuatro golpes de los líderes. Hasta el antepenúltimo hoyo tiene opciones de igualar en la cima y acceder al playoff de desempate. El sábado había errado en el 5 un putt difícil pero no imposible. Nada más golpear se quejó de algo con su caddie, un vikingo enorme y colorado que lanzó una mirada furibunda en dirección a donde yo estaba.

-Hey… Shhh… Ggrrr… -farfulló, y enseguida despachó una andanada en un inglés lleno de pedruscos rodantes-.
-Be careful, ok?… Be careful… Argh…!!! -agregó-.

Sin querer, había apretado el obturador un segundo antes de que pegara a la bola, la cámara trizó el silencio y García falló por bastante. Ese disparo hubiera elevado sus chances, pero en concreto apenas significó una diferencia de 90 mil 750 dólares entre su bolsa (239 mil 750 dólares) y la de quienes empataron con un golpe menos. El caddie –una voz que designa al imprescindible hombre que carga la bolsa de palos pero que también puede traducirse como el carrito de la compra o pequeña caja con divisiones para herramientas o para el té– suele ganar hasta el 10 por ciento de las recompensas obtenidas por un golfista profesional. En este caso, la ira del caddie estaría justificada, por lo menos, unas nueve mil contantes y sonantes veces.

Siempre que un tiro va al hoyo se escucha la frase más socorrida en un campo de golf: “Get in the hooole…”. No hay nada parecido en español. Es un aullido limpio y jubiloso, situado en el extremo opuesto del melancólico coyote que mira a la luna y del viejo beatnik enfrascado en un buen o mal viaje de ácido. “Get in the hoole…” es un súbito voto de buena suerte que alza vuelo sobre nuestras cabezas y acompaña el recorrido de la bola hasta el agujero o hasta el “Ooohhh…”.

-Get in da hooole… -gritaban los fans estadounidenses-.

Al caer la tarde del domingo, Phil Mickelson metió su putt para par en el Hoyo 18 y se supo que habría playoff contra el mejor golfista de 2017, el veinteañero Justin Thomas.

Los legítimos amantes del juego se relamieron y, un segundo después, volvieron a atusarse sus prestigiosos bigotes. Cientos de entusiastas corrieron inútilmente, porque allí ya había miles esperando, hasta el Hoyo 17, The Peak, un par tres a orillas de un lago donde nadan y hacen gárgaras unos patos magníficos.

Nada especial ocurre. A siete mil 835 pies sobre el nivel del mar, Thomas dilapida sus intentos y, un lustro después, el viejo Mickelson conquista su trofeo número 43 en el PGA Tour.

Amplia sonrisa/ Saludo al rival y a la muchedumbre/ Aclamación de los fans agolpados
sobre la colina adyacente y en los balcones de los Hospitality bautizados con los nombres de los “Tres Grandes” (4) / Coro: “Phil, hermano, ya eres mexicano…”/ Firmar la tarjeta/ Alzar la Copa Sarazen en el Hoyo 18/ Breve discurso de campeón/ Más saludos/ Sonreír todo el tiempo/ Cheque por 1,7 millones de dólares.

(4) The Big Three: Arnold Palmer, Gary Player y Jack Niklaus.

Mickelson va de negro: gorra de KMPG, playera con logos de Callaway y Workday. Dice en la rueda de prensa que superará los 50 triunfos y que, a sus 47 años, puede sostener el pulso con los jóvenes porque tiene mejores golpes que nunca. Ante las cámaras el ganador de cinco Majors, tal vez el mejor golfista que jamás fue número uno del mundo, se siente como un pez que por fin ha vuelto al agua. Posa para NBC y para los móviles de los reporteros, firma banderillas para obsequiar a los niños en la zona de autógrafos o para los socios VIP. Lo conducen hasta un ángulo del Driving Range, donde se ha improvisado un set de televisión al aire libre. Varias cámaras y, a su espalda, la Copa. Le formulan otra vez las interrogantes de rigor para el mercado anglosajón. Responde sin titubear, con el rostro encendido, volviendo a reír con su rostro de Hugh Grant el Pescadero. Ya casi no hay luz. Entonces se corre deprisa un breve face to face para el público hispano de ESPN:

-Finalmente ocurrió. No puedo imaginar un mejor lugar que la Ciudad de México. La gente aquí ha sido tremenda… -dice en inglés Mickelson, mientras lo espiamos dos docenas de personas: técnicos, miembros de su propio equipo y de la organización, reporteros que nada tienen que hacer aquí.

Por último, lo exhortan a enviar un mensaje en español porque, a fin de cuentas, el amigo Philip nació en San Diego, California. Mickelson mira un instante hacia lo alto, el cielo es un espectáculo que no vale la pena, agradece en español como quien gatea sobre pequeños guijarros. Es todo. Se levanta. Se despide. Se va.

En el comedor, todavía algunos colegas ramonean los pastelillos sobrevivientes de la merienda y echan mano a las últimas Coca Cola de la nevera.

Me pregunto qué, después de todo, es el golf.

¿Un parque jurásico de las buenas maneras anglosajonas; el pasatiempo favorito de yuppies reformados, viejos capitanes de la industria, celebrities y políticos de carrera; el irónico escenario pastoril donde mejor se despliega la pragmática de los negocios posmodernos; otra factoría de ídolos que acumulan seguidores en Twitter e Instagram y frecuentan las listas de Forbes; la moderna caja chica del eternamente caritativo mal de conciencia; un paraíso cortado a la medida sobre una mesa de sastre, depravado y decadente como cualquier paraíso; el deporte límpido, sutil de Niklaus, Palmer y el joven Woods?

Cuando atravieso de regreso el Hoyo 10, una franja ocre o marrón tiñe la parte alta de los altos árboles. No es el ocaso, sino el aliento amenazador de una urbe intoxicada, fumeta, enferma de gigantismo e insensatez. Más arriba el cielo es una plancha de oscuro hormigón. Recuerdo entonces que alguien dijo hace unas horas que todos los hoyos del Chapultepec caían hacia el centro de la ciudad.

4 The Big Three: Arnold Palmer, Gary Player y Jack Niklaus.

Sin embargo, ahora es la Ciudad de México quien se echa encima del Chapultepec, está a punto de aplastarlo, de darle su merecido, de reducirlo a la equívoca condición de vasto teatro de la memoria y la imaginación. Quién sabe por qué motivo.

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#Golf#México#Sex Appeal

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