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Opinión

16 de Junio de 2018

Columna: Tiempos Complejos

Si Chile hoy es más complejo que ayer, la pregunta sobre cómo encauzar ese proceso, con todas sus dificultades e irregularidades, es uno de los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo.

Josefina Araos y Santiago Ortúzar
Josefina Araos y Santiago Ortúzar
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En ciencias sociales se dice que la sociedad contemporánea es, en algún sentido, más “compleja” que otras. Si la sociedad “premoderna” se presenta como jerárquica, ritual, rígida, la moderna se describe a sí misma como una realidad horizontal, autónoma, fluida. En ese sentido, es una sociedad más compleja: se entiende no desde la unidad, sino desde la diferencia; y, por lo mismo, existen muchas perspectivas desde la cual es posible observarla.

Autores de diversas tradiciones y posiciones políticas se han encontrado en torno a esta reflexión, y a lo problemático que se vuelve en sociedades altamente complejas la intervención de las instituciones y, fundamentalmente, del Estado. El economista austríaco Friedrich Hayek, por ejemplo, formuló una defensa ideológica del liberalismo en los siguientes términos: el Estado sería estructuralmente incapaz de procesar toda la información relevante para el intercambio económico, y el mecanismo óptimo para obtener esa información —logrando coordinar así sociedades complejas— sería el mercado. El argumento de Hayek, desde luego, tiene que ver con su enfrentamiento directo a las alternativas de planificación central del socialismo del siglo XX.

Ese intento ha sido sometido a crítica. En un libro reciente (IES, 2018), Daniel Mansuy y Matías Petersen problematizan los alcances de la propuesta hayekiana para resolver las tensiones propias de la complejidad moderna.

Hayek tiene conciencia de que la complejidad de nuestras sociedades nos exige preguntarnos sobre los riesgos de articular un orden social a partir de una única instancia centralizadora que, producto de esa misma complejidad, se muestra incapaz de abarcarlo. Sin embargo, a pesar de esa intuición, su perspectiva parece dejar de lado a los sujetos concretos del proceso de modernización, centrándose en el mecanismo impersonal y evolutivo del mercado. Por lo demás, no demasiado distinto a la acción estatal que él critica.

Desde un marco político opuesto, el antropólogo James Scott observa un problema semejante. Tanto el mercado como el Estado operarían en las realidades concretas mediante la simplificación. Estas macroestructuras reducirían inevitablemente la particularidad para funcionar eficazmente. Scott mostró que esa estrategia, que en principio valoramos porque permitiría hacer manejables estructuras más complejas, también puede tener efectos devastadores.

Hay dimensiones valiosas de la vida social que irremediablemente se pierden cuando esos criterios de estandarización y simplificación actúan sobre la sociedad. Esto puede tener consecuencias dramáticas: Scott documenta múltiples casos de tecnificación de la agricultura que fracasaron por ignorar el conocimiento local de las comunidades.

Una preocupación similar tuvo el sociólogo chileno Pedro Morandé, quien criticó fuertemente los proyectos de modernización emprendidos en América Latina desde mediados del siglo XX. Por opuestos que fueran esos proyectos transformadores en términos políticos e ideológicos, el sociólogo identifica en ellos un mismo influjo: la aplicación de modelos abstractos en realidades locales que no logran nunca someterse enteramente. Y allí donde la clase política y la ciencia social que la apoyaba veían sólo vestigios de una tradición resistente a la modernidad inevitable, Morandé subrayaba una valoración del mundo diferente que exigía ser considerada a la hora de pensar proyectos de desarrollo.

En los tres teóricos, entonces, hay un intento por comprender aquella complejidad inédita que emerge con la sociedad moderna; y también una tesis compartida respecto de la imposibilidad de que una sola instancia reclame la centralización de las múltiples e indeterminables relaciones que constituyen un orden social. Y en sociedades como las nuestras, ese desafío teórico deviene una exigencia práctica. Si Chile hoy es más complejo que ayer, la pregunta sobre cómo encauzar ese proceso, con todas sus dificultades e irregularidades, es uno de los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo.

*Instituto de Estudios de la Sociedad

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