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Reportajes

17 de Junio de 2018

Hijos y madres del silencio: una nueva agrupación de víctimas de violaciones a los derechos humanos

La organización autogestionada cuenta con más de tres mil integrantes, hijos que quieren saber su origen biológico repartidos por el mundo. Madres que quieren encontrar a sus hijos que les arrebataron al nacer o desde hogares de menores. Todos acusando delitos que van desde la apropiación al tráfico y secuestro de niños, por parte de intermediarios entre los que hay de todo: médicos, jueces, matronas, funcionarios del Sename y curas, entre otros. Los actos ocurrieron principal, pero no exclusivamente en dictadura. La justicia investiga, pero el tiempo se agota.

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El frío sábado 9 de junio, en uno de los auditorios del Museo de la Memoria, unas cien personas, principalmente mujeres, se reunieron para tomar decisiones sobre los próximos pasos a seguir de la agrupación Hijos y Madres del Silencio. La organización ya cuenta con más de tres mil adherentes: hijos buscando sus orígenes biológicos, madres o familiares buscando a niños que les fueron arrebatados con engaños o abuso de poder.

El concepto de “adopciones irregulares” con que el problema fue motejado inicialmente les parece estrecho para la evidencia que han ido recopilando. Las dirigentes de la agrupación hablan hoy de apropiación, usurpación de identidad, tráfico y secuestro de niños, entre otros graves delitos, la mayoría ocurridos durante la dictadura militar, pero no exclusivamente. Hay patrones de conducta y actores que se repiten: médicos, jueces, matronas, asistentes sociales, funcionarios del Sename, monjas y curas, entre otros.

El juez Mario Carroza investiga los hechos y ya aceptó ampliar las fechas de investigación más allá de los límites de la dictadura chilena que rigió entre 1973 y 1990.

Pero la justicia tarda y la búsqueda es difícil, entre otras razones, por innumerables obstáculos legales. Por eso, junto con colaborar con la justicia, la organización promoverá un proyecto de ley que reconozca a todos los chilenos el derecho a conocer su identidad biológica y pedirán al Estado que se haga cargo de las pericias y exámenes que hoy consiguen apelando a la buena voluntad de las personas y los laboratorios interesados en ampliar sus bancos de ADN.

La organización comenzó a gestarse hace cuatro años, después de que Ciper Chile revelara adopciones ilegales gestionadas por el sacerdote Gerardo Joannon. Ester Herrera, periodista que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, se quedó sentada en su escritorio por varias horas después de leer el artículo, pues se dio cuenta de que las dudas que tenía sobre su origen biológico no eran irracionales y, más aún, que podría haber otras personas en su misma situación. Luego se contactó con otra periodista quien en Europa buscaba su origen biológico y pronto ya eran unas ocho personas, compartiendo sus propias experiencias de búsqueda y consejos sobre los caminos a seguir y los obstáculos a superar.

Así han ido avanzando y sumando miembros, que tienen “peaks” de crecimiento cada vez que se revela algún caso de adopción irregular, como los publicados recientemente sobre adopciones fallidas en Italia. Actualmente, tienen representantes en todas las regiones del país y recientemente han incorporado a organizaciones de niños que salieron de Chile y que hoy buscan conocer su origen en Italia, España, Suecia, Estados Unidos, y aún en Perú y Ecuador, entre otros países. Incluso una delegación del gobierno Sueco las visitó, pues entre los dos mil niños que fueron adoptados por familias de ese país en los años de dictadura, son muchos son los que sospechan haber sido llevados en procesos ilegales.

En el camino, 93 personas han encontrado su origen biológico y han descubierto mentiras y no pocos abusos. Sin embargo, son más –como Ester Herrera- los que no tienen respuesta y siguen buscando sin mayor apoyo que el de otras víctimas, amigos y voluntarios.

Coco García: conocer tu historia secreta

La profesora de filosofía, María del Carmen García –a quien todos conocen como Coco- también sintió en 2014 que había piezas que no encajaban en su biografía. Ella supo a los 35 años que era adoptada, pero aun así había cosas que le llamaban la atención, como que en su casa no hubiera una carpeta con los documentos del proceso. Además, las respuestas que le daba su familia eran parcas. Sólo sabía que “una familia del sur” la había entregado en adopción y que había nacido el 21 de marzo de 1974.

Empezó a viajar a Santiago, desde Antofagasta donde vivía, y a reunirse con otros que como ella buscaban pistas sobre su origen. Un día fue al Registro Civil y pidió su “acta de nacimiento”, un documento mucho más completo y extenso que el certificado de nacimiento y “que pocas personas conocen”.

La primera rareza que halló es que en ese documento sus padres adoptivos aparecían como sus padres biológicos. Además, a ella le habían dicho que había nacido en una clínica en Santiago, pero en ese papel un médico certificaba su nacimiento en una casa. El certificado de parto que normalmente viene adjunto al acta, no estaba. “La información no cuadraba”, relata.

Más que decepción, dice, “curiosamente sentí que tenía algo, una herramienta para avanzar y evidenciar lo que estaba ocurriendo”.

“Vinieron conversas necesarias con mis padres adoptivos, pero no logré obtener más información. Entonces hice lo que estamos haciendo desde entonces en nuestra agrupación: llené una ficha con mis datos e hice pública mi búsqueda en Facebook y en redes sociales. Y di todas las entrevistas que me pidieron. En junio de ese año, mi mamá biológica me envió un email. Me costó bastante tiempo reunirme con ella. Me negaba aceptar que fuera su hija. La fecha de nacimiento y que venía del sur coincidía, pero no el lugar de nacimiento, pues ella me decía que tuvo su hija en el Hospital San Juan de Dios. Me mandó una foto y reconocí algunos rasgos míos en su retrato.

La profesora de filosofía, María del Carmen García –a quien todos conocen como Coco-.

La profesora de filosofía, María del Carmen García, a quien todos conocen como Coco.

Finalmente decidí viajar y conocerla. El dato definitivo fue la hora de parto. Yo sabía a qué hora había nacido, pues lo decían los documentos, y cuando se lo pregunté me dijo sin dudar: a las nueve de la noche”.

Su madre le contó que había quedado embarazada en 1973, a los veinte años, en una relación sin mayor compromiso, en Valdivia, y en el seno de una familia conservadora que no podía tolerar la vergüenza de que la muchacha tuviera hijos fuera del matrimonio. “Eso iba en contra de los principios sociales, culturales y religiosos de esa familia. La llevaron a Santiago, a la casa de una tía abuela para que tuviera la guagua. Mi familia no los conocía. Aún no sé quién hizo en el nexo. Lo único que he logrado descubrir es que había matronas y médicos que pasaban los datos, una pequeña red. Todos dicen que no hubo dinero de por medio en este caso. Se trataba de dos familias acomodadas. Para una, ese embarazo era una vergüenza. Para la otra, era un estigma no tener hijos. Mi mamá(adoptiva) me contó que una tía le presentó esta opción, pues ella había ayudado en otros casos”.

Coco dice que en su caso no buscaba una madre, “porque la tengo. Tengo una familia que me acogió y me amó desde el primer día. Pero sí quería conocer mi origen y mi historia. Qué había pasado con mi madre biológica, si le habían dicho que yo había nacido muerta. La historia inconsciente con la que todos cargamos. En mi caso, conocer una historia silenciada con la que había tenido que vivir hasta entonces”.

Su madre biológica le dijo que no quería entregarla, pero que no tuvo opciones. Al día siguiente del parto, la guagua fue entregada a su actual familia  y la joven madre volvió a Valdivia. Pasaron más de treinta años antes de que se reencontraran en un café, en Santiago.

Luego, ambas se practicaron un examen de ADN que comprobó el prentesco. Entonces Coco comenzó la segunda travesía, para ubicar y conocer a su padre.

“Lo conocí en 2016. Ese encuentro fue muy significativo. Me sentí súper acogida y más parecida a él que a ella. Se provocó algo bonito ahí. Ahora me siento tranquila de poder mirarlos a los ojos. No los reconozco como a mis padres. Cada paso ha sido emocionalmente desgastador y ha significado que ellos han tenido que contar cosas que nunca habían contado. Y cada proceso toma su tiempo. Después comencé el camino para conocer a mi hermano menor y todavía me quedan algunos pasos que dar. A pesar de que ha sido difícil, ha sido un proceso necesario y sanador, en que me he reconocido y he podido cerrarlo. Mi decisión es que no quede ningún silencio. Pero en este sentido soy una privilegiada, pues la gran mayoría de las personas en nuestra agrupación no han logrado encontrar a sus hijos o a sus padres”.

Miedo y silencio

Que la mayor parte de estos casos se concentren en dictadura, no es casualidad, opina Coco García. “La gran problemática en los años de dictadura es que las personas vivían en un temor permanente. Los organismos públicos, tutelados por el gobierno militar, ejercían un autoritarismo sin contrapeso. Una mamá a la que le quitaban un hijo, una campesina pobre, a dónde iba a ir a reclamar. La mandaban para la casa con viento fresco. El miedo y el silencio son el punto común en todo lo que pasó”.

Existen madres que legítimamente quieren dar en adopción a sus hijos y el Estado y los organismos intermediados debieran facilitárselo, sin juzgarlas y procurando el mayor bienestar para esos niños. No obstante, la legislación comparada muestra gran disparidad en fallos judiciales respecto de si debe prevalecer el derecho de los hijos a conocer su identidad biológica o si el derecho a la intimidad y a la libre determinación de las madres. En Chile, existen normativas que protegen ambos derechos, así si una agencia de adopción con la venia del Sename y los jueces de familia, ha entregado a niños a una nueva familia, se niega a la madre el derecho a conocer dónde se encuentran. Y, en cuanto a los hijos, la legislación les impide pedir certificados de parto y otros antecedentes que les permitan identificar a sus madres biológicas. El problema es que cuando las adopciones e inscripciones de niños con nuevas identidades se han hecho con abuso de poder, esa legislación en teoría “protectora”, se convierte en el arma que impide probar los delitos e injusticias.

“Nos parece irónico que se haga reforma a la ley de adopciones, si ni siquiera tenemos garantizado el derecho a la identidad biológica. Tenemos mucha gente a la que se les ha usurpado la nacionalidad, que tienen doble identidad, otros a los que sus datos de origen se les han borrado completamente. Contar con algún documento que evidencie lo que se está denunciando es clave. Pero muchas veces quienes impiden acceder a la información son personas que hoy tienen cargos públicos. Les da miedo, se asustan, porque creen que se les va a culpar por lo que hicieron otros en el pasado”, dice Coco García.

Contar con una ley, que facilite el acceso a la información de la propia identidad, como en Argentina, donde existe un instituto que se hizo cargo de los apropiados, sería importante, agrega la dirigente.

“No hay nadie en el aparato público instruido para ayudarnos. Lo único que te ayuda es el pituto. Cómo puede ser que tengamos que llamar al amigo del primo del sobrino, para que una madre pueda encontrar a un hijo. A nosotros el tiempo se nos está acabando. El mes pasado fallecieron dos mamás, sin saber qué había pasado con sus hijos”.

Existe un Programa de Búsqueda de Origen en el Sename, pero solo opera para adopciones “legales”. Y tampoco hay certeza de su compromiso con la materia. En la asamblea de Hijos y madres del Silencio una mujer contó que había recurrido a esa oficina para ubicar a su madre biológica, pero el organismo le dijo falsamente que su madre, que viviría en Concepción, no quería saber nada de ella. La mujer averiguó por su cuenta que había un problema de alcance de nombre y que su madre biológica real, a quien ubicó y conoció por sus propios medios, vivía en realidad en Valparaíso y no tenía ningún reparo en conocerla.

“Esa oficina no le sirve a los adoptados irregularmente. Tampoco a las madres cuyos hijos han sido entregados en adopción sin su consentimiento o aprovechándose de su pobreza o ignorancia. Por eso creemos que debe existir una ley específica que nos ampare”, dice Coco García.

Una de las vías para lograr encontrar la verdad sobre el origen biológico es el examen de ADN. Hay laboratorios internacionales que están construyendo bancos con muestras de todo el mundo y que son útiles a la hora de confirmar o descartar sospechas de parentesco. Pero el examen es caro. Y el Estado de Chile no lo considera como una prestación gratuita ni aún en los casos de sospecha de apropiación, tráfico o adopción ilegal de niños. La Agrupación Hijos y Madres del Silencio logró que uno de esos laboratorios donara kits para la realización del examen. Mujeres que quieren saber dónde están sus hijos viajaron de noche en bus desde puntos lejanos a Santiago para participar en la reunión y ver si tenían la suerte de obtener el único kit sorteado en la ocasión.

Ester Herrera relata que es duro tener que distribuir los pocos recursos disponibles de esa forma. “A nosotras también nos duele, pero es lo que hay”.

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