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Nacional

27 de Junio de 2018

El camino de Andrea Molina hasta la Alcaldía del Cariño

Mi padrino en la televisión fue Felipe Camiroaga y en política Pablo Longueira. Fui actriz, show woman, animadora y luego parlamentaria. Hoy, desde la Alcaldía del Cariño de La Florida, siento que he vuelto al origen, que he vuelto a mí, a reencontrarme con la Andrea que no necesita nada para hacer cosas, con la Andrea que se para en la calle, golpea puertas y cree que la unión hace la fuerza. Ya no tengo veinte años y mi preocupación es cómo seguir adelante, cuestionarme en qué me estoy convirtiendo y dónde quiero estar. Y he decidido estar acá, en la Alcaldía del Cariño, acompañando a muchos chilenos, escuchando sus problemas, abrazándolos en su enfermedad, en el duelo y en el abandono. A todos les digo: no están solos.

Por

 

 

Si tuviera que hablar de reinvenciones, partiría por hablar de esa Andrea que deja de ser show woman para para meterse de cabeza en lo social con el “Hola Andrea”. Siempre fui de la idea de que nada ni nadie te puede limitar y que el hecho de que hayas hecho una cosa ayer no quiere decir que mañana no podrás hacer otra. Creo en la evolución de las personas, en su crecimiento.

Cuando chica quería ser profesora de artes plásticas, porque me gustaba mucho la escultura. Después quise ser abogada porque siempre fui defensora de las causas perdidas y de los más débiles. También quise ser psicóloga, porque vivía tratando de entender por qué éramos de la forma en que somos… Siempre me cuestioné, me recuerdo preguntándome por qué me planteaba ante la vida de esta manera y no de otra, por qué me preguntaba diez veces todo, por qué no tomaba la vida más fácil… Ahora que lo pienso era muy autoflagelante, muy crítica de mí misma, muy exigente, siempre tratando de dar más de lo que debía dar…

Salí del Liceo 7 en 1987… eran otros tiempos… salías del colegio y te encontrabas con soldados metralleta en mano. Me acuerdo que nos cuidábamos bastante, pero igual protestábamos. Eran días demasiado crudos y violentos. Yo era hija de profesores, gente muy estigmatizada; que si no eran rojos, eran verdes o amarillos.

Siempre estuve en contra de lo que no se hacía bien, de aquello que significaba pasar por arriba del otro. En mi familia nunca fuimos políticos. Mi papá solía decir: “yo sólo sé que todos los días tengo que levantarme a trabajar, sea quien sea el presidente que esté de turno” y le encuentro toda la razón.

Después de esos días grises, de la invasión absoluta en términos de derechos humanos y libertad de expresión, vino la democracia y se sintió como un “ahhhhh!!!”… Como un destape producto de la acumulación de tanta energía. Salió todo lo que teníamos guardado. Por otro lado, se generaron muchos cambios sociales, muchas separaciones, mucho gay y mucha gente que empezó a mostrarse tal cual era, tratando como de romper con esas estructuras que habíamos tenido con la dictadura… Sí, yo no hablo de gobierno militar, yo hablo de dictadura. Yo voté por el NO.

La Sussi que todas llevamos dentro

Cuando salí de cuarto medio estudié secretariado bilingüe porque mi papá, al ver que ya estaba trabajando de modelo y le había agarrado el gusto a la plata, me lo impuso cariñosamente. Yo tenía muy buenas notas, pero me daba la vuelta y partía a trabajar no más para juntar mi plata. Yo empecé a trabajar a las 14 años como promotora y pasaba horas de pie pensando en lo qué iba a hacer con el dinero que iba a ganar. Busqué mi independencia, dejar de ser una carga y al mismo tiempo alivianarles en algo la mano a mis padres; quería que fueran más felices, que tuvieran más tiempo para vivir, para sonreír…

Del modelaje pasé a la tele. Fui a un casting para un comercial y de repente todo empezó a fluir. Que “oye pero podrías decir unas palabras, podrías hacerte un bolito” y era que me dijeran. Lo hice.

Y llegó “Sussi”, la serie. Estudié teatro con Luis Alarcón y amé el oficio porque te hace mirar hacia adentro para luego proyectarte. Es la oportunidad que uno tiene de ser lo que no es, vivir otra vida, la de alguien que quizás tienes escondido o que habita algún pedacito de tu ser. La actuación te da esa libertad y ese sentimiento es maravilloso, es como un pase a la libertad de lo más profundo del ser.

Para mí, Sussi sigue siendo una mujer actual. Yo creo que está lleno de Sussis, lleno, lleno… Todas hemos sido Sussi en algún momento de nuestras vidas, todas hemos soñado despiertas con el príncipe azul y nos hemos enamorado perdidamente, del tipo “si no es ese no es nadie” y nos hemos querido morir de desamor… Sussi no va a pasar de moda por más marchas feministas que haya.

Mi primer gran tropiezo fue con algo que después sería frecuente: el bloqueo que sentí al intentar proyectar mi carrera, porque en realidad no se me abrieron tanto las puertas. Para muchos actores la formación profesional era muy importante y no iban a validar a alguien como yo, que más encima era exitosa.

Ahí vi que no había muchas posibilidades y me reinventé en la animación y en el concepto de show woman. Salía en los estelares con plumas, siempre muy rupturista y cuidadosa de las formas. Hacía espectáculos lindos y de gran profesionalismo.

Trabajé mucho con Felipe Camiroaga, en rigor él me llevó a la TV recomendándome participar en audiciones. Él me presentó con Mauricio Correa y con los que eran los líderes máximos de la televisión, al menos en TVN. A Felipe se le extraña mucho, ¿sabes? Siento que hay un antes y un después de él, pero la vida es así: el mundo no puede para porque una persona muere, uno no puede detenerse porque el otro te dejó o te abandonó, o porque tú lo dejaste… El mundo no puede parar ni tú tampoco: tienes que darte cuenta que la vida es maravillosa y que es un regalo y que hay que vivirla intensamente.

Hola Andrea

La televisión fue un espacio mágico, mágico, mágico… Imagínate poder llegar a miles y millones de personas desde TVN con la señal internacional. O sea, qué rico, qué interesante, qué lindo y a la vez qué enorme responsabilidad.
Ya estando en el “Hola Andrea” me pasaban cosas impresionantes. Un día llegó una mujer a decirme: “tuve depresión muy grave y vengo a darte las gracias por sanarme, por ayudarme a volver a ponerme de pie, porque todos los días te miraba en la tele y tú me decías ‘tú puedes, tú eres capaz, confía en ti, dale, dale, párate’, y así lo hice. Fui a Roma y traje un crucifijo bendecido por el Papa Juan Pablo II”. Las lágrimas me brotaban como en los monitos animados.

Estaba en la lucha por ser madre y me encontré con este mundo real, de la gente con sus problemas. Mi cabeza y mi corazón volvieron a la búsqueda de la Andrea, esa Andrea que entiende que ya no está sola, que no quiere estar sola, que quiere ser madre para vivir por otra persona y dejar el egoísmo.

Nació en mí una necesidad social, un hambre de vivir, de sentir y de hacer cosas mucho más profundas. Y en el “Hola Andrea” lo hice. Y sentí que flotaba cuando caminaba… Sentía que el corazón no me cabía dentro del cuerpo, que me golpeaba el esternón…

Conocí la felicidad de sentir que otra persona puede estar mejor de lo que está gracias a tu trabajo. Era pararse frente a alguien y decirle “vamos a ir juntos, no te puedo decir cómo vas a estar, pero vamos a ir juntos”.
En la tele fui la primera en abordar la temática de la violencia intrafamiliar con “Mujer rompe el silencio”, un programa dirigido a todas esas mujeres que no se atrevían a hablar de lo que les pasaba, que habían sido flageladas, violentadas psicológica y físicamente durante toda una vida y por vergüenza nunca hablaban ni decían nada.

Fuimos pioneros también en hablar de bullying, en visibilizar el maltrato al adulto mayor y en muchos otros temas. En algún momento sentí que me estaba volviendo loca porque no tenía la capacidad de absorber tanto dolor. Me lo tomé como algo personal porque encontraba que la maldad era superior, infinita… Y sufrí mucho porque todo el dolor de los otros me afectaba, porque era y sigo siendo súper sensible.

Pablo Longueira

Así como Felipe me llevó a la tele, Pablo Longueira me llevó a la política. No he andado mal de padrinos; digan lo que digan, he caído en buenas manos.

Pablo es un hombre inesperado en el sentido de que te conversa de cosas, que te plantea temas y te deja pensando.

Tiene tantas historias que podría escribir millones de libros. Es un hombre al que tuve la suerte de acompañar cuando fue candidato presidencial. Y todos sabemos cómo terminó esa historia: con él bajando su candidatura por depresión. Fue muy triste. Es que a un hombre como él no podía pasarle algo así y le pasó. Eso demuestra lo vulnerable que somos y que es el de arriba quien dispone, no nosotros. En el equipo no lo podíamos creer, yo creo que nadie lo hacía, estoy segura que todos pensaban que ese roble no se doblaba. Hoy sólo podría decir que de no haber pasado lo que pasó hubiéramos tenido un tremendo presidente. Agregar también que hoy, -por el bien suyo, por el de su familia, sus amigos y por el de todos los que le tenemos afectos-, sólo me queda esperar que demuestre su inocencia.

En fin… Pablo Longueira me persiguió muchos años, él quería que yo entrara a la política. Su primer llamado fue como, “hola Andrea soy Pablo Longueira y me gustaría conversar contigo”.

Cabe señalar que me llamaban de todos los sectores ofreciéndome ser alcaldesa o concejala, por ejemplo. Yo no quería aceptar porque estaba lejos de la política. Además, yo estaba muy bien donde estaba, me gustaba mucho lo que hacía y sentía que estaba en un rol importante.

Cuando murió Ricardo Claro me enteré que el “Hola Andrea” era su programa protegido de Megavisión. Con Ricardo Claro siempre tuve línea directa, lo mismo que con su mujer. Yo lo molestaba porque él era muy formal, muy estructurado… Yo le decía “¿usted se acuesta así, con terno?”, y él como que se escandalizaba y se reía. Es que no se le movía un pelo. Era muy amoroso conmigo pese a toda la fama que lo antecedía, que la Radio Kioto y esas cosas, pero lo cierto es que yo no lo conocía, no sabía quién era y nunca pensé en quiénes eran los dueños del canal.
Cuando estaba esperando a mi Noelita todo el mundo sabía que me había demorado ocho años en lograrlo. Don Ricardo y su mujer participaron de una fiesta del canal, yo andaba así con mi guata que era como una sandía y las pechugas me salían desde el cuello, y me mandé a hacer un vestido y esa noche, un peinado maravilloso. Me veía tan bien… Creo que a esa cena también estaba invitada la Cecilia Bolocco, pero yo dije “toma cachito de goma; si ella va a llegar tarde, yo voy a llegar después, porque en mi canal no me van a quitar el protagonismo”. Me sentía en el universo, en la luna, imagínate…

Bueno, el “Hola Andrea” se acabó poco después de la muerte de Ricardo Claro y no acepté las propuestas que me hicieron en el canal. Yo no me iba a convertir ni en La Jueza ni en nada parecido. Ahí aparece Pablo. Un día medio en broma le dije: “¿sabes qué? Llámame cuando tengas un cupo en el Congreso”. Después de un tiempo así fue. Yo pensé que era una broma y llamé a Jovino. Él me confirmó que me querían en la UDI.

¿Qué hace ella acá?

Nuevamente me enfrenté a una encrucijada y me dije lo de siempre: “¿por qué no?”. Y volví a quebrar el paradigma y entré en política.

Nunca milité, nunca tuve reuniones partidistas y lo que me hizo aceptar fueron las personas, no la UDI como ideología. Me encontré con gente muy valiosa, muy trabajadora, muy seria. Después, claro, me fui en situaciones y temas en los que pensaba distinto, pero lo cierto es que pude disentir… A mí me encantó entrar a la UDI, porque yo venía de la tele, estaba separada dos veces, con hijos de hombres distintos y con mi llegada también se provocó un quiebre para ellos.

En el Congreso estudié un montón. Me preparé y di lo mejor de mí misma nuevamente. Y adivina qué, otra vez me cuestionaron: “¿qué hace la Andrea Molina en política, qué va a hacer esta niñita que tiene una neurona en la cabeza?”.

Me malinterpretaron cuando hablé en la discusión del aborto y me ridiculizaron haciéndome pasar por una tonta que quería preguntar la opinión a un feto en circunstancias de que yo planteé mi posición como hablándole a mi hija, preguntándome como mamá qué haría con mi hija si el día de mañana me dice que no quiere tener el bebé que lleva en su guatita porque la violaron. Me preguntaba cómo la ayudo y la apoyo para que no aborte, para que a lo mejor piense en la adopción de ese hijo que no tiene culpa.

En fin, me hicieron un bullying terrible porque la idea era hacerme parecer como una estúpida, porque sencillamente no estaba de acuerdo con lo que los otros decían. Era como “estás de acuerdo o eres una imbécil”.

Y así muchas veces, pero yo no tuve ni tengo miedo al hacer sentir mi voz. Cosas así demuestran el tipo de sociedad en la que vivimos y no necesariamente es porque seamos machistas, sino porque las más hirientes y las más duras son las mujeres. Falta mucho trabajar en nosotras mismas; nosotras generamos el machismo, nosotras somos las que criamos a nuestros hijos hombres, aunque no sé cómo llamarlos hoy porque con el tema del lenguaje inclusivo está difícil.

Supongo que debería decir hijes o niñes. Lo que quiero decir es que somos las mujeres las que nos matamos entre nosotras. Que si eres bonita eres una yegua, que si tienes plata quizás con quien te has acostado, que el cargo que tienes te lo regalaron…

Hay que tener cuero de chancho y eso aburre, cansa. Así fue como luché ocho años en el Congreso y me siento orgullosa de haber sido pieza fundamental en temas como la Subsecretaría del Adulto Mayor o el lenguaje de señas. El Día del Medio Ambiente existe gracias a una propuesta que yo presenté porque fue un tema prioritario en mi gestión. Se le podría sacar tanto provecho en los colegios, con las empresas y trabajar en conjunto como sociedad… Yo lo abordaría como el mes de la patria, así, con ese mismo espíritu.

Y así fue como un día reproché el gesto de Camila Vallejo de amamantar en la sala, porque no corresponde, y tampoco tuve reparos a la hora de decir que Urrutia se había desubicado cuando habló de los detenidos desaparecidos. Qué falta de tino más grande.

Soy respetuosa de las instituciones y sí, creo que hay que honrar el cargo, respetar las instituciones. No estoy de acuerdo, por ejemplo, en ir vestido de domingo. No quiere decir que seas mejor o peor persona por la ropa que vistes, pero por favor, un poco de respeto por la Nación, por la historia, por la República.

IMPORTACIÓN DE POBREZA

Claro que vi el video de los ecuatorianos en la cárcel y me pareció atroz, pero también me pregunto, quién tiene el derecho de matar a una persona a palos, ¡a palos! A la señora Margarita la mataron con un nivel de violencia terrible; no les importó nada… No estoy diciendo que lo que pasó estuvo bien, pero no son unos pobrecitos, son asesinos. No se trata de avalar ese nivel de violencia al interior de las cárceles, pero tampoco pueden culpar al 100 por ciento a Gendarmería q harto hace con tan pocos recursos…

Ahí se abre otro tema: la inmigración. Siento que nosotros hemos importado pobreza y miseria, y fui muy crítica de lo que hizo Michele Bachelet. Creo que es muy bueno abrir las fronteras pero hay que saber abrirlas para primero cuidar a los tuyos y después darles dignidad a los otros.

La prioridad es mejorar la vida de tus conciudadanos. Si llega alguien de afuera que llegue con trabajo y no le quite el trabajo a un chileno. Por otro lado, el chileno también se nos pone un poco flojito y hay otros que no, que salen a las 5 de la mañana a luchar por un sueldo miserable.

En fin. Sumando y restando, me gusta la mezcla que se va a generar con otras miradas, otros sabores, otras culturas y otras formas de bailar. Los centroamericanos además son mucho más alegres y extrovertidos que nosotros.

Me gusta la palabra meritocracia, creo en ella y me siento completamente identificada.

Es maravilloso darle espacio a todas las personas que se la juegan por llegar donde quieren y que logran sus objetivos a punta de sacrificio.

Me siento orgullosa de lo que he hecho, creo que soy una buena hija de este país. Me encanta Chile, lo amo. Lo encuentro bello, bello. Me encanta mi gente, el chileno de verdad, que es cariñoso, te mira de frente, se emociona y es capaz de sacarse el pan de la boca. El chileno es muy lindo.

Alcaldía del Cariño de La Florida

Y dejé el congreso porque perdí la elección para ser senadora por Valparaíso. A Jacqueline van Rysselberghe no la volví a ver. Ella, en un almuerzo de bancada, declaró abiertamente que yo perdí por falta de apoyo de la UDI y nada que hacer frente a eso. Tal vez sólo decir que el cargo la ha cambiado mucho y que me gustaba más la Jacqueline que era alcaldesa en términos de empatía, de cercanía y de formas. Siento que este cargo la ha endurecido. Pero cada uno tiene su sello.

Saqué la tercera mayoría y me sacaron por secretaría. Eso fue lo que pasó. Cuando perdí, claro, me sentí pésimo, pero después me di cuenta de que son cosas propias de la política. La pregunta es ¿qué es parte de la política? Bueno, todo. Concuerdo con lo que dice la alcaldesa Catthy Barriga: la tele es una taza de leche comparada con la política.

La política es oscura, compleja y la mayoría de las veces no tiene corazón. Después de mi salida del Congreso he pensado mucho y no, ya no estoy dolida. Yo no me quedo pegada en el pasado, yo vivo el aquí y el ahora.
Mira, yo perdí y mira donde estoy, en la Alcaldía del Cariño, a cargo de tres programas de adultos mayores, viendo cáncer, depresión, duelos, maltrato y violencia intrafamiliar, entre otros temas.

Y estoy feliz y fascinada… Agradecida de la inmensa generosidad del alcalde Rodolfo Carter quien abrió la municipalidad para los vecinos.

Y entonces me pregunto: ¿fue tan malo lo que pasó? Al final del día no, por el contrario, fue una oportunidad para poder volver a sentirme libre.

Claro, en el camino sufrí clasismo por no tener un apellido de alcurnia: como que tenía la pinta pero no era de los “Molina de Talca pos oye”. Tenía los ojitos de piscina pero no el fundo. Pero ¿sabes? He sido Andrea Molina en la tele y me gané mi lugar. He sido Andrea Molina en política y también me gané mi lugar, les guste o no: que a nadie se le olvide que tuve dos mayorías nacionales, aunque les duela. Eso nadie me lo va a quitar.

En el camino también sufrí machismo y feminismo. Y vuelvo al inicio de estas líneas: a mí me han atacado más mujeres que hombres. Las mujeres, siempre las mujeres… No estoy defendiendo a los hombres, no es que esté ni a favor ni en contra, sólo estoy diciendo que las mujeres son más crueles.

Si me apuran podría decir que el movimiento feminista es parte de lo que tiene que pasar, es parte de la evolución de los países que van buscando seguir encontrándose, pero en el fondo siento que no representa a las mujeres en su totalidad, creo que no están las mujeres que sufren de verdad, las que son madres solteras, las mujeres mayores, las vulneradas, las que sufren violencia, las que tienen problemas de alcoholismo, de drogas, las abandonadas… No están las madres que no pueden hacer ninguna diligencia porque no tienen con quién dejar a sus hijos postrados.

No digo que el movimiento esté equivocado, sólo digo que representa sólo una necesidad que tiene que ver con las universitarias que viven con sus papás, los que gracias a Dios les pueden pagar la universidad y tienen todo el derecho de reclamar lo que ellas estimen. No estoy haciendo un juicio de valor, estoy poniendo el movimiento en su lugar en el mapa. No lo desvalorizo, al contrario, le doy todo el valor.

Hoy trabajo con mujeres que tienen más de 65 años y que no se sienten escuchadas, que por lo general están muy abandonadas, que sienten que ya fueron y que a nadie le importa lo que les pase. Hay una carencia de amor profundo, de hacerlas sentir que alguien las ayuda, o al menos las escucha.

Hoy trabajo para los adultos mayores a quienes siento que hemos abandonado. Y eso es de una injusticia feroz porque son ellos los que han hecho grande a este país.

Esto lo vengo viendo desde el “Hola Andrea”, pasando por el Congreso y hoy viviéndolo en el día a día desde la Alcaldía del Cariño.

Acá volví al origen, a mi esencia… Volví a sentir que el corazón no me cabe dentro del cuerpo, que me golpea el esternón.

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