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Opinión

5 de Julio de 2018

Manifiesto transitorio en tiempos de alta congestión (parte I)

La sensibilidad actual empuja a tomar partido, y eso significa aceptar o rechazar un pack de ideas que estarían todas en una supuesta consonancia, sin mucha posibilidad de discrepar. Ser ventrílocuo de la voz de un partido es necesario a veces, pero otras, convierte la lucha en un cliché. Cabezas de guerra le llamo a esta situación subjetiva, en que cada uno está demasiado de acuerdo consigo mismo. Tomar posición es otra cosa. Es arriesgar una palabra sin garantías. Implica creación y miedo, porque nunca se está tan seguro. Pero al fin y al cabo, en tiempos como estos, de saberes exagerados, es una resistencia mínima. Es poder decir no estoy contigo ni tampoco contra ti.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
Por

Lenguaje inclusivo: paradójicamente, lejos de sus buenas intenciones, en la práctica es altamente segregador, divide entre modernos y viejos, educados y lumpen, buenos y malos. Tanto imponerlo por secretaría como acudir a la RAE (¿cuándo importó la RAE?) es absurdo, pues se desconoce la rebeldía propia del lenguaje. El lenguaje no le pertenece a nadie. Es más, la lógica de la posesión es patriarcal: pater familias, patria, patrimonio. La lengua es materna, así también la madre-tierra: son espacios que alojan, no que poseen. Apropiarse e imponer un lenguaje es un gesto patriarcal.

Por lo demás, por el hecho de que alguien use esta modalidad lenguajera no significa que sus dichos sean inclusivos. Uno se muestra sobre todo en su sintaxis, en el modo de ordenar las palabras.
Sí sé, el lenguaje crea realidad. Repitámoslo como loros. Pero no por ello vayamos a creer que entonces podemos manipular la realidad a través del lenguaje impuesto.

El lenguaje opera bajo el principio del placer, el deseo es el que empuja a decir, es también una fuente solidaria de creación popular en las conversaciones informales, en los chistes, en la invención de neologismos, en la insolencia en contra de la gramática del poder, y en la poesía, ésta, su manifestación más elevada. No hay que olvidar que la lengua es un órgano erógeno. “Anda a laar”, “bajarse del poni”, ¡cuánta satisfacción nos dan las expresiones que se nos pegan porque vienen montadas en las pulsiones! Nótese que varias de ellas vienen de la jerga canera.

Y así comenzó esto del lenguaje inclusivo, como jugueteo pasado para la punta de la lengua. Y seguramente es en ese uso fresco y licencioso que dejará sus huellas. No así en su versión moralista, que tal como el saqueo que le hizo la psicología del management al lenguaje, rebajándolo al utilitarismo de la comunicación, convierten lo vivo en una mordaza.

A mí la “e” me gusta, es eficiente y no sé, hasta sexy porque la lengua se desliza por la boca como en el francés. ¿Pero si triunfa la “e” inclusiva, habrá que retroceder con la palabra presidenta a presidente? La “i” no pasa del chiste, “todis”. Pero vaya a saber uno, la poeta Ivonne Bordelois reparó en que varias partes del cuerpo provienen de algún diminutivo en latín: ojos son oculos, es decir, pequeños huecos; rodilla de rotula, pequeña rueda. Como si hubiera una consciencia maternal con el cuerpo o un cierto velo de ternura para contener la violencia. Respecto del uso de la x y @, me rehúso. Huele al futuro del capitalismo técnico, homogéneo, inhumano, como una limpieza ya no étnica, sino que de la especie. El “todos y todas” me parece un manierismo culposo, y no se puede habitar el habla solo desde la culpa, eso genera paranoia. Mi apuesta es que nos arreglaremos con creatividad y quizá la “e”.
Piropos y acosos: no me gustaron nunca jamás en el espacio público. Fuera del contexto de seducción suelen ser un acto de dominación, y aunque a veces no pasa de ser una inercia de una galantería popular, muchas otras es derechamente una invasión. Son antidemocráticos porque convierten la calle en un lugar hostil para las mujeres: evitamos pasar entre un grupo de hombres, hay que mapear el camino esquivando el ojo rapiña, retardamos la edad de las niñas para salir solas, aunque sean perfectamente autónomas. Transgrede la libertad de circulación.

Aun así, no estoy segura si deban ser penalizados; sospecho de otorgar más poder al poder sobre nuestras conductas. Aunque si el consenso es que hay “parte por hueón”, lo acepto. Lo que sí me interesa de este asunto es el lugar de la mujer en el espacio público. Da la impresión que en los países en que precisamente las mujeres llevan más tiempo de apropiación de la vida pública y política, la calle refleja otra civilidad.

Regular los espacios en que el abuso de poder masculino puede traducirse en acciones sexuales que menoscaben la dignidad y trayectoria de las mujeres, es imperativo. En lo académico y en lo laboral ello es muy claro. Sin embargo, no todas las relaciones de poder pueden volverse un código transparente y judicializarse.

Por ejemplo, en todas las relaciones laborales en que hay hostigamiento y presión, pero no por parte de una jefatura, sino por los pares, incluso los subordinados. Hay poderes que son entre líneas, existen las guerras frías en las oficinas. Pienso también en las malas citas, dicen que el primero en enamorarse pierde, y lo cierto, es que hay relaciones de poder también en la cancha de la seducción. Y hay otro lugar atroz, en que suele ser muy difícil regular, la familia. Por cierto, el abuso a menores de edad es un delito tipificado, pero no así las complicidades maternas, que muchas veces son una especie de proxenetas improvisadas por su propio temor a quedarse en el mundo sin hombre. Y eso, más allá del sentido común, no ocurre solamente en la pobreza; pasa también en clases acomodadas, en que mujeres se sienten inhabilitadas a conducirse por su cuenta en el mundo público.

Las mujeres durante siglos fuimos sujetos de dominio privado, el deseo de calle nos volvía abyectas: callejeras, andar solitas, sueltas. Aún hay lugares del mundo donde se mutilan los genitales femeninos por esta misma razón. En Occidente por fortuna, habitamos ya lo público, quizás aún con demasiados resabios patriarcales, pero también debiendo enfrentar lo propio de los juegos de poder irreductibles a las relaciones humanas.

Es del todo ingenuo suponer que tras la emancipación aparece entonces un estado ideal de cosas, sin conflicto. No. Aparecen juegos de poder de otro orden. Judith Butler le llama la ética de lo sexual a ese conducirse en las intersecciones entre los deseos, el poder, lo social y el inconsciente que empuja. La ética en general es hacer algo, negociar en las encrucijadas cotidianas. Hoy para las mujeres eso significa entre otras cosas, tener que aprender a cobrar por el trabajo; también a exigir a lo social cuestiones que se han naturalizado en el instinto, como las tareas de cuidado; y en el terreno amoroso reconocer una relación que no va a andar como se espera, aprender cuando una pareja no será más que un amante.

Que las cosas no resulten como una quiere no es siempre resultado de una opresión patriarcal, sino de otros juegos de poder. Y la ética se trata de saber hacer algo con el poder que se tiene y el que no se tiene. Como todes. Foucault le llamó a esto el cuidado de sí como práctica de libertad, asumirnos como sujetos en los laberintos humanos. Práctica indispensable tras los procesos de liberación.

El cuidado de sí es más que el wellness, es una ética. Y es, a mi juicio, lo que hace que la calle sea nuestra.

Ideas en desarrollo…

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