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Revisando viejos papeles, que en realidad no son papeles sino archivos de computador, encontré estas líneas que son, de algún modo, una vieja carta de amor:
“Ya que no nos veremos durante las vacaciones de verano, querida, te recomendaré algunas lecturas: tú sabes, leer es el único consuelo que me deja tu ausencia. Aquí van:
El capítulo XVI del Quijote, donde aparece la ardiente y cumplida Maritornes; la novela corta “Los muertos”, de James Joyce “de manera que ella había tenido un gran amor…”); el perturbador cuento “El hombre de la multitud” de Edgar Alan Poe, los cuentos “La forma de la espada”, “La señora mayor”, “El impostor inverosímil Tom Castro” y “El inmortal”, de Jorge Luis Borges (en ellos podrás encontrar frases asombrosas como: “las noches del desierto pueden ser frías, pero aquella había sido un fuego”; “la pasión del miedo lo invalidaba”; “Una descarga de fusilería nos buscó”; “tenía ese aspecto como de obra de ingeniería que tienen los negros entrados en años”; “hasta 1929, en que se hundió en el entre suelo, contaba sucedidos históricos pero siempre con las mismas palabras y en el mismo orden, como si fueran el Padrenuestro, y sospeché que ya no respondían a imágenes; lo mismo le daba comer una cosa que otra: era, en suma, feliz”).
Sigamos. La novela corta “Una avanzada del progreso” de Joseph Conrad, donde dos mediocres se creen más de lo que son en una oficina de una empresa naviera en la costa africana; la crónica de Oriana Fallaci sobre el alunizaje del Apolo 11, cuyo título se me olvidó; “Sermones y prédicas del Cristo de Elqui” de Nicanor Parra (“evitemos las bebidas espirituosas/una copa al almuerzo suficiente”); la segunda parte de Altazor (“irías a ser ciega que Dios te dio esas manos”) de Vicente Huidobro; las novelas “Los Hermanos Karamazov” y “El eterno marido” de Fedor Dostoievsky; “El Club del suicidio” de Stevenson (el sólo título ya vale mucho); “El gigante egoísta”, de Óscar Wilde; el cuento “Un señor muy viejo con unas alas enormes” del pesado de Gabriel García Márquez; El “Informe sobre ciegos”, inserto en la novela “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato; “Las hojas de hierba”, de Walt Whitman (“quédate hoy conmigo, quédate hoy conmigo un día y una noche y te enseñaré el origen de todos los poemas”); el poema “Voy a hablar de la esperanza” de César Vallejo (“no sufro este dolor como católico ni como mahometano ni como hombre ni como ser vivo siquiera, hoy sufro solamente”); la última página de “El banquete de Platón”; “Madame Bovary” de Gustave Flaubert (“tú eres el único que me ha querido”); “La sonrisa de la Gioconda” de Aldoux Huxley, una obra teatral con un final sorprendente; “El Factor humano” de Graham Greene, impresionante; “La rebelión de los colgados”, de Bruno Traven, una obra maestra sobre la génesis de la rebelión mexicana; “La mujer que se fue a caballo”, de D.H. Lawrence; “El caballero inexistente”, de Italo Calvino, (“para ser un hombre que no existe eres bastante avispado”); “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago; “Cuentos de amor locura y muerte” de Horacio Quiroga; El cuento “Quieres hacer el favor de callarte por favor” de Raymond Carver y la novela “Oscuro como la tumba donde yace mi amigo” de Malcoln (sic) Lowry.
*Guillermo Hidalgo fue el alma de este pasquín durante sus primeros años. Creador de entrañables personajes como Chupete Aldunate y Titán do Nascimento, entre tantos otros, nuestro editor general nos dejó por estos días hace nueve años. Y lo extrañamos. Acá compartimos este texto de enero de 2001, publicado en la edición N°43.