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Opinión

8 de Agosto de 2018

Michelle Bachelet: “Nosotros creemos en el rol del Estado y no en bingos”

La sede de la nueva fundación de Michelle Bachelet -Horizonte Ciudadano- es una casa Ley Pereira, pequeña, que calientan con estufas a gas, de ésas con una rejilla incandescente. “El sistema eléctrico es bastante precario”, me cuenta ella. “Sólo puede estar prendida una estufa eléctrica a la vez”, porque con dos se saltan los tapones. Ahí trabajan a sueldo una secretaria, un encargado de comunicaciones y una joven que está por abandonarlos para irse con una beca al extranjero. La presidenta misma, me cuentan al día siguiente de realizarse esta conversación, podría recibir en cualquier momento la noticia de que ha sido elegida Alta Comisionada de Derechos Humanos para Naciones Unidas. Mientras escribo aún no se produce la votación, pero hay quienes dicen que ya es casi un hecho su nombramiento, porque el portugués Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, le habría dado el apoyo. De obtener este puesto, se especula, quedaría a un paso de reemplazar a Guterres cuando termine su período. Esta la primera entrevista que da desde que dejó el gobierno en marzo de este año.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

¿Cómo evalúa su Gobierno? ¿En qué se consiguió lo que quería, en qué pasaron cosas distintas, en qué fracasó?

-Si uno quiere pensar en logros, hay que hacerlo en función de lo que se planteó cuando una decidió ser candidata. Yo me planteé que quería hacer de Chile un país menos desigual, con más justicia, con más igualdad de derechos y oportunidades, y esto tuvo distintas traducciones. También, lo que hicimos tenía que ver con un diagnóstico que hice de las debilidades de Chile como país, considerando su desarrollo estratégico.

¿Qué debilidades?

-Por un lado, la pobreza y la injusticia social. En lo económico, el país se había estancado. Había crecimiento, pero aunque las clasificadoras de riesgo Moody’s y Fitch difieren sobre en qué momento empezó a bajar la economía, yo veía que a finales del 2012 había ido ralentizándose, sobre todo en sectores como el manufacturero. Y había varias razones: no contábamos con el capital humano necesario para los desafíos del futuro, sumado al altísimo valor de la energía.

En lo social, lo que buscamos fue cómo apoyar a las familias, cómo mejorar el seguro de cesantía, cómo hacer permanente el así llamado bono marzo –un aporte permanente para la familia- y cómo aumentábamos la pensión básica solidaria. En mi primer gobierno, yo no tenía la dimensión exacta de los déficit educacionales que teníamos. Habíamos hecho varias cosas, sobretodo en educación inicial, en salas cunas y jardines, asuntos en los que continuamos y en los que hay que seguir avanzando. Teníamos claro que había un problema de infraestructura, y nosotros somos de los que creemos que eso tiene que arreglarse con aportes del Estado y no con bingos. Decidimos que la educación requería un cambio estructural, un cambio de paradigma, que fuera vista como un derecho y no como un bien de consumo. Y creo que lo logramos. Me hubiera gustado que la economía fuera mejor y haber podido llegar a la gratuidad para un 100% durante mi gobierno, pero dada la economía que tuvimos llegamos a un 60%, lo que no es malo.

¿O sea, está conforme con el camino que tomó la reforma educacional o al cabo de ver cómo se dio, hubiera arrancado de otra manera?

-(Suspira) Yo siempre tuve una contradicción fundamental frente al tema educacional. Tenía la impresión de que si no mandábamos un proyecto de ley que fuera con todos sus componentes se iba a perder de vista la reforma en su conjunto y se iba a discutir sobre temas puntuales, extraviando lo central, porque lo que teníamos pensado era un todo coherente. Por otro lado, sabía que si mandaba eso iban a pasar muchos años antes de que pudiéramos aprobarlo. Por eso partimos con la ley de inclusión y algunas otras leyes por separado, con lo cual, obviamente, nos cuestionaron. Si hay una cualidad que tengo, es que puedo prever con tiempo lo que va a pasar, si uno lo hace por un lado o por otro. En este caso, no tuvimos opción, porque la alternativa era haberse quedado con un proyecto hermoso, precioso, pero sin leyes concretas.

¿No pecó de exceso de ambición? Muchos han comentado que debió concentrarse en la educación pública y mejorar los liceos y las universidades públicas

-Mejoramos las escuelas públicas, mejoramos e hicimos salas cunas y jardines infantiles que ya se los quisieran países de Europa. Armamos dos maravillosas nuevas universidades estatales en Aysén y en Rancagua. Pero un gobierno no hace lo que quiere, sino lo que puede implementar. Siempre se puede pensar que era mejor de otro modo, pero quizás nos hubiéramos encontrado con otro tipo de conflictos. Si hay algo que sentí que faltaba en la reforma educacional, era el preguntarse para qué tipo de mundo o sociedad estábamos educando al niño que entraba a la sala cuna. Es un tema que creo se viene. Hay que meterse en los contenidos, preguntarse qué necesita un niño hoy para cuando aparezca la revolución 4.0.

¿La reforma comenzó bien pensada o se fue arreglando la carga en el camino?

-Comenzó bien pensada. Hubo gente muy buena que trabajó durante la campaña en los contenidos programáticos, pero obviamente que la vida es mucho más compleja y uno se va encontrando con dificultades, con apoyos o faltas de apoyo. Incluso en los partidos de la Nueva Mayoría había distintos planteamientos y consideraciones. Todo eso es parte de la política: uno piensa algo y después debe armar los acuerdos, resolver los desacuerdos y enfrentar los problemas que se van presentando en el camino. La verdad es que cada día me encuentro con jóvenes que me dicen: “Estoy estudiando gratis gracias a usted, en la universidad”. Incluso el otro día, viajando en un avión, se sentó a mi lado un chico que hace clases de economía en una buena universidad privada y me dijo: “Por primera vez tengo alumnos que estudian gratis y he tenido que replantearme el modo de hacer clases, porque los alumnos ya no son solo ABC1 y he tenido que cambiar los ejemplos y el modo de explicar, y esto hace bien”. Yo creo que si bien no fue perfecta y hubo cosas que me hubieran gustado un poquito más allá o un poquito más acá, logramos transformar -no en la cabeza de todos, porque hay gente que sigue pensando que la educación no es un derecho sino un bien de consumo- el modo de ver la educación.

Cierto, cambió el modo en que se concibe la educación ¿Pero no se abarcó más de la cuenta?

-Una autocrítica que puedo hacerme como gobierno, es que nos planteamos metas muy ambiciosas y de repente el Estado no está en condiciones reales de responder a eso. Igual nos planteamos implementaciones graduales. Es cierto que fuimos súper ambiciosos en tener proyectos grandotes, importantes, pero al final yo me quedo con que valió la pena, así como también lo que algunos han llamado la revolución energética, que logramos bajar el costo y cambiar el modelo de desarrollo energético a un modelo sostenible y compatible con los dilemas que tenemos por delante. Cada cosa tuvo conflictos de intereses que debimos enfrentar: en océanos partimos con un 4% de la zona económica exclusiva y terminamos con un 43%, en muy poco tiempo. Creo que hay un solo país que tiene más áreas marinas protegidas que nosotros, pero se ha demorado más. Nos hicimos cargo de la agenda de transparencia y probidad. Habíamos hecho una parte importante en el gobierno anterior, pero nos dimos cuenta que había que cortar de raíz la relación entre política y dinero.

O sea, los grandes logros no necesariamente fueron los planeados, sino los que aparecieron en el camino

-Algunos sí, como los de energía. Máximo Pacheco contó en el lanzamiento de su libro que él en verdad soñaba con ser ministro de otra cosa, y cuando se lo ofrecí le dije: “Máximo, la energía es clave para la economía en Chile”, porque yo lo tenía claro de antes. Hubo otros que fueron surgiendo. Nosotros habíamos trabajado en la campaña con grupos de la comunidad LGTBI, teníamos conciencia de estos temas, pero algunos se concretaron en leyes, en avances concretos. Son temas que han irrumpido en la sociedad, que antes no tenían la misma fuerza y yo creo que nos hace bien como país. En economía identificamos los ejes estructurales de desarrollo…

Pero una gran crítica a su gobierno es la despreocupación por el crecimiento

-Pero no es cierto que haya habido despreocupación. La cantidad de pega que hicimos para apoyar a las Pymes, por ejemplo. El cobre estuvo en su precio más bajo. Como ahora la economía no ha crecido a la velocidad prometida, resulta que la explicación que se da es que es mi culpa, todo supuestamente por las reformas, pero estas dos instancias calificadoras de riesgo internacionales (Moody’s y Fitch), dicen: “No, señores. Esto no es así”. La economía empezó a bajar, según Moody’s en 2010 y según Fitch a partir de 2012. La economía se ralentizó en el mundo, China dejó de comprarnos tanto cobre y el precio bajó. Puede ser que muchas de las reformas también hayan traído desconfianza para aquellos que sentían que tocaban sus intereses, por cierto, y que eso puede significar que algunos dejaran de invertir. Puede ser. Pero en la vida uno tiene que tomar opciones. Hicimos todo lo posible para que la economía pudiera seguir creciendo. Lo hizo a un ritmo más lento del que yo hubiera querido, pero siguió creciendo. No se estancó. Y lo importante es que el costo de esa ralentización no lo pagaron los pobres, que es lo que habitualmente sucede.

La reforma electoral fue importante, más allá de si es perfecta o no. Se cambió el sistema binominal que todos teníamos claro que no era el adecuado y logramos mayor representación de las mujeres en el parlamento, más bajo de lo que yo hubiera querido (40 % de las electas), pero subió de un 13% a un 23% por ciento. Finalmente todo el trabajo que se hizo en función de la nueva Constitución fue un proceso muy importante de participación en Chile. Nunca habían participado en algo 240.000 personas.

Yo participé en el Consejo Ciudadano, y el proceso, mientras duró, fue una experiencia extraordinaria, pero terminó raro. Creo que muchos sentimos que fue abandonado.

Fue muy largo el proceso de recopilación y de reconstrucción de un proyecto de Ley que pudiera, en la medida de lo posible, tomar toda esta diversidad y riqueza de la discusión. Sin embargo, yo opté por mandar igual este proyecto de Ley, porque todo proyecto es perfectible.

LA CONCERTACIÓN

¿Le parece que hubo una desmesura en los juicios críticos de la Nueva Mayoría a la historia de la Concertación?

-Efectivamente, hay gente que quería más, que consideraba que se había cumplido una etapa y que a partir de lo construido uno podía aspirar a más, en buena, en positivo. Habrá otros que -me pasó en mi primer gobierno, de Concertación- que se quedan en las puras críticas. Una vez fui a un seminario internacional donde fueron descritos los distintos tipos de socialistas: yo describí al socialista vergonzante, ése que se avergonzaba de las cosas que hacíamos, que siempre encontraba que era muy poco y muy tarde, pero nunca reconocía que finalmente lo que hemos avanzado lo hemos construido entre todos, y que ésa era el agua que había en la piscina.

Los Complacientes y Los Flagelantes

Claro, y eso que yo he sido siempre más bien autoflagelante. Pero yo lo viví en carne propia siendo Presidenta, y criticaban cosas de manera injusta de repente.

¿Cuál es su evaluación del período concertacionista?

-Obviamente hubo temas que no se lograron resolver con la premura que uno demanda cuando es más joven y siente que los pobres no pueden seguir esperando. Uno quisiera que hubiese pobreza cero, que los niños tuvieran todas las oportunidades en la vida, pero es desde la pasión y no desde un juicio político autocrítico. Creo que efectivamente la Concertación hizo mucho, fue un esfuerzo fundamental, creció a propósito de darnos cuenta de que teníamos que construir acuerdos para lograr los avances en democracia, en lo político, en lo social.

LA IZQUIERDA

¿No será también que la Concertación aprendió a dejar atrás un concepto de izquierda, y que asumió que la manera de construir una sociedad mejor ya no eran ni la revolución ni el socialismo?

-En la Concertación se discutió, mientras yo era ministra, cuánto Estado y cuánto mercado era lo aconsejable. Como en cualquier familia, siempre hay tensiones políticas e ideológicas que muchas veces se expresan a la hora de tomar decisiones. Algunos creían en las privatizaciones y otros, no. Ahora la izquierda en el mundo está remirándose y rearmándose en algunos casos, pero también reflexionando en el mundo actual, que es tan distinto y tan volátil. Ya no tiene el capitalismo de los siglos XVII, XVIII, XIX o XX. Gran parte de la industrialización se fue a Asia. En este mundo, la izquierda tiene que replantearse, más que en un programa electoral, cómo se vuelve a encontrar con los ciudadanos, con las personas. Uno de los problemas en Chile, pero también en otros lados, ha sido la pérdida de una relación -y en base a qué temáticas- con la gente.

¿Tiene que olvidarse del socialismo la izquierda actual?

-Hoy en día todo el mundo entiende que se requiere propiedad estatal, pero que también hay medios que pueden ser privados, y que una relación adecuada entre lo público y lo privado es lo mejor.

¿Debiera aceptar la izquierda que el capitalismo es el sistema en que el mundo está envuelto y que lo puede dulcificar, pero no arrasar?

-Esa es una de las cosas que nos hemos preguntado en esta fundación. Hay muchos y muy prestigiosos economistas en el mundo que dicen: “Sabe qué más, este sistema no está funcionando para la mitad de la humanidad. ¿Tenemos que dar por sentado que las cosas tienen que ser así?” No funciona para una enorme cantidad de gente. Incluso en los países que creen en este modelo, algunos economistas están buscando algo distinto. Uno escucha a muchos jóvenes decir que el problema es el modelo, pero no he escuchado a nadie todavía que me diga cuál es el modelo alternativo. ¿Es esto lo único que tenemos para ofrecerle a la humanidad? Yo no le puedo contestar de manera tajante, pero me gustaría un modelo de desarrollo que fuera inclusivo, que tuviera todas las oportunidades, que fuera democrático y que fuera moderno. Cuando fui a unos encuentros de la OMS, escuché a una señora, profesora de Universidad en Ginebra, que llamaba a remirar el mundo en el que estamos, porque el capitalismo ha evolucionado. Por ejemplo, siempre se da la pelea contra las farmacéuticas, pero yo quiero contarles, dijo ella, que hoy en día los que invierten en las compañías farmacéuticas son los fondos de pensiones, que tienen que buscar la mayor rentabilidad para sus pensionados. El bien y el mal tienen una dimensión distinta. Yo no estoy quitándole responsabilidad a las farmacéuticas, sólo estoy diciendo que este mundo es mucho más complejo y que la izquierda tiene que hacer el ejercicio de preguntarse cuál es el proyecto que nos permita mejorar la vida, el bienestar y la dignidad de las personas, que es lo que una persona de izquierda busca.

Usted vivió en Alemania Oriental, tuvo el sueño de la revolución, soñó una izquierda que fracasó. ¿Qué es lo que le puede decir a esos movimientos jóvenes que buscan la redención?

.Yo he aprendido que uno puede tener los mismos sueños, pero construirlos de manera diferente, no necesariamente con un solo modelo. Lo que yo sí creo es que los jóvenes se han hecho cargo de algo que yo también comparto, y es que los grupo políticos se han elitizado. En Chile, al menos, se ha parlamentarizado la política, cuando son los alcaldes y concejales quienes están todos los días con la gente.

¿Cómo ve usted al Frente Amplio? ¿Son sus aliados naturales en un proyecto futuro?

Sus críticas son acertadas en algunos casos, equivocadas, en otros y, a veces, injustas.

¿Cuáles le parecen injustas?

-He estado con algunos que le dicen a otros: “Oye, tú no eres de izquierda, yo sí”. Asumir que el que no piensa exactamente igual no es de izquierda, me parece errado. No hay una sola izquierda, ni tampoco una sola derecha. Más allá de eso, me quedo con la fuerza de los jóvenes, con las ganas de hacer cosas, con ese compromiso de justicia social, que me parece que le hace bien a Chile.

¿Le resultó frustrante que no se comprometieran más directamente con su gobierno? Más bien fue al revés: lo aportillaron

-En algunos casos se equivocaron claramente, porque estábamos trabajando en la misma dirección, pero en otros, apoyaron. Los que estaban en el Parlamento -no se llamaba Frente Amplio- apoyaron muchas iniciativas nuestras que les parecían adecuadas. Yo creo que la gran pregunta que debe hacerse la izquierda o la centroizquierda es: ¿Qué queremos para Chile? ¿Cómo lo logramos? ¿Cuánta capacidad de unidad y diálogo hay entre nosotros? Porque de lo contrario, vamos a seguir probablemente con gobiernos de derecha.

Cada vez cuesta más ver la diferencia entre la izquierda y la derecha. ¿Qué idea propondría usted para convocar, para diferenciarse?

-No tengo una idea preconcebida, pero creo que el objetivo de hacer de Chile un mejor país para todos sigue siendo clave.

Pero esa frase la diría alguien desde cualquier punto del arco político

-La desigualdad en nuestro país sigue siendo una realidad: desigualdad de ingresos, territorial, de género, étnica, etc. Algunos entienden que un mejor país para todos se consigue con el chorreo y no entienden la educación como un derecho. ¡No pues! Aquí se trata de construcción de derechos, obviamente dentro de las capacidades que el país tiene y de manera gradual, porque uno cuando ha gobernado sabe que no se puede hacer todo de un día para otro. También creo que hay una derecha más liberal, que ha cambiado, una derecha más joven. Pero, en general, en toda la derecha no hay ningún intento ni interés en discutir sobre los modelos de desarrollo. Todo el mundo quiere que la gente salga de la pobreza, pero no hay un intento serio por discutir sus razones, sus condicionantes, los factores que hacen que exista. Cuando se propone la solución del bingo, yo sé que fue una mala frase, pero en verdad expresa una concepción ideológica. El que los techos de las escuelas tendrían que arreglarse con completadas, bingos. Varias de las medidas que tomamos en salud eran justamente para salir de ese paradigma, porque la gente tenía que hacer completadas para comprarse los medicamentos. Es un concepto muy distinto.

¿Cómo evalúa al gobierno de Sebastián Piñera hasta aquí? ¿Es otra derecha, es la misma derecha, se complejizó al menos la discusión? No he visto que hayan echado pie atrás en ninguna de sus reformas

-No sé si es tan así. Las reformas y leyes las hicimos respetando los elementos claves de una democracia: discusión en el gobierno y en Congreso y, en algunos casos, con participación ciudadana. Así se avanzó, por ejemplo, en la despenalización de la interrupción del embarazo en tres causales. Pero el nuevo gobierno intentó por vía reglamentaria dar vuelta atrás las cosas, incorporando la idea de que todos podían tener objeción de conciencia. Afortunadamente, la Contraloría es quien determina y dijo: “Perdón, si se reciben recursos del Estado, tiene que garantizase lo que el Estado le ofrece a todos y a todas”.

Se me ha dicho -no me consta- que la implementación de la desmunicipalización en educación está lentita. Hay formas y formas, y uno puede, cuando no le gusta algo, mandar otra ley, pero si no tiene apoyo, puede hacerlo vía reglamentaria. No debiera ser, porque hoy los reglamentos no pueden ir más allá de lo que la ley define, pero se puede intentar. Otro caso: aprobamos un proyecto de ley sobre derechos sexuales y reproductivos y el reglamento entró dos días antes de que terminara nuestro gobierno, pero nunca salió: se retiró (en este gobierno) y sin reglamento esa ley no pudo implementarse. No obstante, no creo que sea muy popular terminar con la gratuidad en la educación superior, porque la gente ya la tiene.

Piñera terminó asegurando en la campaña que la quería ampliar

-Claro, pero al nivel técnico. A la distancia, he visto mucho anuncio pero no los resultados prometidos. He visto una economía debilucha, que ha aumentado el desempleo. A lo mejor es injusto de mi parte hacer una evaluación definitiva a tan pocos meses, pero yo diría que ojalá todas las reformas que permiten que la gente esté en mejores condiciones sí continúen y su implementación vaya progresando en la medida que fueron pensadas. Ojalá no haya retroceso en ninguno de los avances.

Así como hablamos como que hay que reinventar la izquierda, ¿ve que hay también una derecha que está tratando de reinventar su mundo?

-Siempre ha habido una derecha liberal. Yo veo que hay gente, pero no sé cuán dispuestos están a hacerse las grandes preguntas de fondo que hacen que un país sea desigual.

¿Cuáles?

-No sé cuál sería la respuesta, pero las preguntas -estoy igual que los cabros jóvenes- serían en torno al modelo de desarrollo. El tema energético fue súper apoyado porque bajaba los costos de producción, pero proyectos específicos que tenían impacto en otras cosas, proyectos mineros que pudieran tener un conflicto, no siempre cuentan con el mismo entusiasmo para llevarlos adelante. Soy de las personas que creen que tiene que haber público y privado, pero que el Estado y lo público es esencial, porque es lo único que de verdad puede garantizar que se actúe sobre las causas más estructurales de la desigualdad y de la pobreza. No todo el mundo está de acuerdo.

Usted es de las que empuja por más Estado, digamos.

-Que el Estado juegue el rol que tenga que jugar y que además sea un mejor Estado, más robusto, con buenas regulaciones, no necesariamente gigante, porque también puede ser un desastre. Hay otros que prefieren un Estado subsidiario, que el mercado resuelva todas las contradicciones de la sociedad. Yo no creo eso, para nada.

FEMINISMO

¿Cómo ha visto todo esta explosión feminista? De alguna manera es herencia suya, ¿no?

-No creo que muchas de las feministas piensen eso. Sí creo que todos los avances de las mujeres han sido gracias a logros de las mujeres anteriores. Lo que yo recibí cuando era joven o no tan joven es lo que hicieron Olguita Poblete, Elena Caffarena, Amanda Labarca en el ámbito de la educación. La otra vez tuvimos una actividad en la Universidad de Chile que se llamaba: “Botemos todos los biombos”, un homenaje a Eloísa Díaz, la primera mujer que entró a estudiar medicina. Ella tenía que ir a clases con la mamá y le ponían un biombo alrededor. Había dos tesis sobre las razones de aquello: una, era que se hacía para que no viera cuerpos piluchos en anatomía, y la otra, era para que sus compañeros no se desconcentraran por su presencia. Todavía quedan biombos, distintos, pero quedan. Creo que lo que ha pasado es extraordinario. Cuando yo era joven, no me declaraba feminista, porque en esa época el feminismo que conocía no incluía en su relato las condiciones político-sociales. Para mí no bastaba luchar contra la cultura patriarcal para mejorar la sociedad. Hoy me declararía más feminista que antes, porque se conjugan más claramente las dos cosas: una mirada política junto terminar con la cultura patriarcal.

Si usted le tuviera que dar algún consejo a este movimiento feminista ¿qué le diría?

-La pregunta es cómo lograr que esto no sea un momento, sino que sea un proceso para delante. Los hombres deben sumarse con más fuerza a esto para que no sea una conversación entre mujeres. Es verdad que es muy distinta la discriminación en el trabajo en el nivel socioeconómico medio o alto, que la mujer obrera o la mujer dueña de casa con siete chiquillos que tiene que ver si le alcanza para comprar la comida todos los días, pero hay una cosa común: que las miren como ciudadanas de segunda clase. No todos los partidos se han sumado con fuerza para asegurar que la agenda para la mujer sea de verdad transformadora.

Lo que me tocó ver en la primavera del mundo árabe es que a las chiquillas que habían estado en la plaza Tahir cuando cayó Mubarak y se trabajaban los temas de una nueva Constitución, les dijeron: “No es el momento de ustedes ahora. Es el momento de la democracia”. Lo mismo en España, con Los Indignados. Cuando en Sudáfrica ganó Mandela, les dijo a las mujeres que habían luchado en la clandestinidad que tampoco era su momento. Ellas le respondieron: “Nosotras estuvimos con las armas en la mano, no nos volvemos a las cocinas”.

Usted no va a volver a ser candidata, ¿verdad?

-No ¡Nunca más! Lo he dicho muchas veces, no sé por qué no me creen.

Ya, entonces dígame no como candidata, sino como mujer: ¿Es importante para la causa de la igualación de los derechos de la mujer que pueda disponer de su cuerpo hasta cierto momento de la gestación, como en todos lo países desarrollados, que pueda decidir libremente si aborta o no?

-Antes de volver a Chile, en ONU Mujeres, hablé de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. La mujer debe tener pleno derecho a tomar decisión sobre su cuerpo. Lo he pensado siempre y lo sigo pensado.

¿Qué va a hacer usted? ¿Se irá a ese cargo que le ofrecieron en la ONU?

-Estoy haciendo un montón de cosas, estoy presidiendo iniciativas internacionales, ad honorem. Son puras mentiras las que circulan en estas fake news de que me pagan no sé cuánto. Me he enterado de unas cosas insólitas, como que supuestamente yo recibía tres mil dólares por haitiano que entraba a Chile. Ayer o anteayer salió otro que decía que la ONU me pagaba no sé cuántos millones para promover el aborto. Yo todo lo que hago es gratis en apoyo de buenas causas, porque aunque en Chile siempre veamos el vaso medio vacío, la verdad es que Chile tiene harto prestigio y yo tengo bastante apoyo para hablar de temáticas como las de las mujeres, los niños y la salud.

Entre viaje y viaje, ¿su sede es esta fundación?

-Mientras viajo a distintos lugares y mientras no tome alguna otra determinación, voy a estar acá, por supuesto.

¿Qué papel político le interesa jugar en el futuro de Chile?

-Primero, creo que a la democracia le hacen bien los cambios de liderazgos. Me gustaría potenciar jóvenes.

¿Cree que ya para las próximas elecciones vendría bien que concursara gente nueva?

-Yo no quiero aquí declarar la mortalidad política de nadie, pero igualmente necesitamos a los jóvenes. Como además ellos son gran parte de los desilusionados y desencantados, creo que tienen que tener espacio donde proyectarse y preocuparse de otras temáticas que no son necesariamente las temáticas públicas tradicionales. Durante mi campaña anterior y durante el gobierno conocí a muchos que jamás les hubiera interesado una discusión sobre un cierto tipo de política, pero que estaban súper comprometidos con los temas animalistas, medioambientales, culturales. Una de las conversaciones que tuve en un seminario esta semana era cuál sería la etapa post neoliberal de este país, y no apareció la luz.

Usted parte de la base, cuando dice eso, que llevamos un largo período neoliberal

-Sí. El neoliberalismo exacerbó un concepto según el cual todo se logra gracias a un esfuerzo personal individual. Es individualismo a ultranza.

Pero ese período neoliberal habría sido administrado buena parte del tiempo por la coalición política a la que usted pertenecía

-Sí, y se hicieron cambios fundamentales en algunos aspectos, pero había otros aspectos que ha sido más difícil de desinstalar. Te voy a dar un ejemplo que siempre repito: fueron increíbles las marchas contra las AFP. Pero a la hora de pensar en un fondo colectivo muchos decían: “No para mí”. Esas personas que estaban en contra de las AFP porque sus pensiones eran muy bajas o iban a ser muy bajas cuando se jubilaran, no se daban cuenta de que el trasfondo de las AFP es que está basado en eso, en el ahorro personal y no en un concepto colectivo o de sociedad. Entonces, cuando yo pienso en eso, me refiero a cómo volver a construir sociedades donde se entienda que el progreso personal es bueno, pero que tiene que ir de la mano de un progreso colectivo.

¿Pero usted terminaría con las AFP o cree que hay que hacerlas convivir con otros mecanismos?

-Nosotros pensábamos que había que mantener, más allá de lo que hubiera que regular, cambiar o no sé qué. Teníamos un proyecto de Ley a las administradoras de pensión, que establecía la necesidad de un fondo estatal fuerte y que los fondos fueran a un ámbito colectivo, de manera que pudiera haber solidaridad entre todos: solidaridad intrageneracional, o sea, entre los futuros viejos, e intergeneracional, o sea, de los jóvenes de hoy día con los viejos actuales. Mientras, otra parte iba al ahorro individual. Cuando tú preguntabas si hay diferencias con la derecha, sí hay pues, porque este concepto de que el esfuerzo personal es lo único que logra el progreso de las personas no es cierto. Hay gente que se esfuerza tremendamente y le va mal igual.

LATINOAMÉRICA

¿Cómo vive usted este final bien degradado de lo que ha sido la izquierda Latinoamericana? ¿Nicaragua, Venezuela…? Ya me hablará de Brasil

-No sé si uno puede generalizar. No me gusta lo que está pasando en Nicaragua, ni en Venezuela, y es muy complejo lo que está pasando en Brasil, donde estuve la semana pasada.

¿El venezolano y el nicaragüense son gobiernos que siente de su tribu, o no los considera de su izquierda?

-Creo que siempre debe respetarse la democracia y los derechos humanos. Siempre. No se pueden resolver problemas con el uso de la violencia. Creo que los más de 350 muertos que hay en Nicaragua -de acuerdo a cifras de las organizaciones humanitarias-… eso a mí no me representa. Jamás lo compartiría. El caso de Venezuela diría que hay una situación muy compleja económica y humanitaria. Nosotros estuvimos involucrados como gobierno cuando yo era Presidenta en buscar un encuentro entre países. Estábamos como acompañantes del proceso de diálogo entre la oposición y el presidente Maduro, pero no resultó, porque había demasiada desconfianza entre las partes.

¿Y Lula? La carta que usted firmó ¿De qué se trata eso?

-En el mundo ha habido una cantidad importante de artículos y de reflexiones en torno a si el proceso a Lula se ha ajustado a un debido proceso, si no se ha politizado obsesivamente, en una sociedad que está bastante polarizada.

Pero de alguna manera, al firmar la carta usted toma una postura

-Sí. Yo no me voy a pronunciar sobre el fondo: lo que nosotros dijimos es que si hay un proceso que es cuestionable y politizado, al punto que el propio Bernie Sanders y algunos miembros del Partido Demócrata (en Estados Unidos) han señalado que debiera haber tenido la posibilidad de revisar aquello. Eso es lo que yo firmo.

¿No es que usted pone las manos al fuego por la inocencia de Lula?

-Yo creo que él es un hombre honesto, pero también porque le tengo cariño y aprecio, como a Dilma. Lo que se hizo con Dilma fue claramente político y quienes llevaron adelante el proceso contra ella son personas que hoy día están presas. Yo jamás justificaría que alguien hubiera usado recursos de manera que no corresponde. Eso está mal. Pero así como digo eso, también creo -porque he tenido demasiados amigos cuando uno está bien- que con los amigos, sin enjuiciarlos, uno tiene que estar cuando están bien y cuando están mal. No obstante, insisto en que jamás voy a apoyar a alguien que haya tomado ciertas decisiones o haya tenido un conflicto de interés. De hecho, la agenda que nosotros desarrollamos buscaba justamente que no hubiera conflictos de interés. En la carta lo que buscábamos era que se asegurara que había habido un proceso no tan politizado.

CASO CAVAL

¿Lo más doloroso que le pasó en su gobierno fue el caso Caval? ¿Cómo lo ve terminar?

-Bueno, yo creo que siempre es doloroso cuando en gran medida, por razones políticas, la familia es afectada. No conozco el proceso así que no puedo saber, pero lo que sí sé es que hubo mucho objetivo político también.

¿Organizado?

-No lo sé, no me atrevería a decirlo. Pero lo que a una le llama la atención es que todos los otros involucrados son de la UDI. Yo siempre he sido respetuosa de las decisiones de la justicia y tengo la esperanza de que la verdad salga a flote y que a quienes han imputado injustamente puedan mostrar su verdad y recibir una cierta compensación social y moral que se requiere. Ha sido muy doloroso. La cantidad de mentiras que han inventado sobre mi familia, sobre mis hijas también, son impresionantes. Escandalosas. “Hija de Bachelet mata 4 personas en un accidente de tránsito”, y ponen fotos de un accidente de tránsito real, que no tiene nada que ver con una de mis hijas y aparece con la foto de ella. “Hija de Bachelet se casa no sé donde, con no sé quién”. Mis hijas sufrieron mucho todo esto. En otra aparecía mi hija hablando de qué había que castrar a los pobres. Ellas son chicas de izquierda y les ponían en su boca palabras que jamás dirían. Para los cabros es muy brutal. Todo porque una tomó la decisión de estar donde está.

¿Eso se cobra internamente en la familia me imagino?

-Sí, se cobra. Además yo soy una mujer sola, y cuando hay una pareja se puede vivir de una manera distinta, pero sola, me refiero a sin pareja, sin el padre de los hijos al lado todo el tiempo, es más duro para ellos y duro para una. Yo creo que además con las mujeres en política se es mucho más… no sé cual es la palabra. Por un lado se banaliza, se habla del tamaño de sus carteras, de los novios; y, por otro lado, se es muy duro.

¿Este segundo gobierno suyo sintió más hostilidad que en el primero?

-Los dos fueron hostiles, pero creo que este segundo fue muy duro. Por un lado, con todo lo de mi familia, y me refiero a las niñitas y todo eso, porque si hay un caso judicial, no me voy a meter, más allá de mi opinión sobre los hechos. En el primero, no hicieron eso con mis hijos. Lo segundo es que yo no tengo ningún problema en que me hagan una crítica política, por dura que sea, pero cuando empiezan a hacer opiniones de otro tipo, es otra cosa. Yo siempre comentaba que mientras yo era una gorda, José Miguel Insulza era “El pánzer”. No hay que ser feminista para darse cuenta de que se es más duro con la mujer. De otra parte, nunca la derecha, salvo alguna excepción, votó por ninguno de mis proyectos de ley.

Hacia finales de su gobierno usted dijo que tenía ganas de irse a sembrar tomates

-Me sacaron en cara el otro día que todavía no me había ido.

De todos modos, nadie la imagina en una huerta.

-Hay una frase en inglés que es muy buena: I just can’t help it. No puedo no hacerlo. Está en mi naturaleza. Pero así y todo, insisto: no voy a volver a ser candidata, porque eso sí que no está en mi naturaleza.

¿Ni irse a los tomates?

-Uno puede también sembrar tomates en distintos lados. De hecho, encontré una cajita de semillas de tomates que se hacen en un kit chiquitito. Mi simbología era que quería poder hacer algo ligado a lo terrenal y que uno pudiera tener un propósito y tener el resultado que uno quería, más allá de que me encanta cocinar y que tengo mis plantitas por ahí: tengo romero, tengo un montón de cosas en mi jardín. Una vez se lo comenté a alguien y me dijo: “Yo tengo 300 hectáreas de tomates”, pero ésa no era la idea.

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