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Opinión

10 de Agosto de 2018

Crítica de baños: Nuestros peores miedos

Si la concurrencia es mucha y hay más de un baño, uno puede intentar hacerse el gil y salir de este diciendo que se cortó el agua o algo por el estilo, para que nadie lo use por un rato al menos. Eso nos daría tiempo para buscar un sopapo, soda cáustica o un gasfiter entre los invitados.

Profesor Pereyra
Profesor Pereyra
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Aunque los momentos destinados a visitar el baño deberían ser sinónimo de tranquilidad e introspección profunda, no son pocas las amenazas que nos acechan cuando nos sentamos en un inodoro. Probablemente la más común o recordada es esa terrible desgracia de darse cuenta que no hay papel higiénico en el recinto con posterioridad al momento de haber evacuado. Puestos en ese incómodo trance no queda más que empezar a inspeccionar lo que uno lleva encima y que está dispuesto a sacrificar. Dependiendo de cada persona, las opciones pueden ser variadas.

Pañuelo de tela si se es old style; pañuelos desechables, si anda resfriado; un calcetín (o dos, dependiendo de la necesidad); los calzoncillos; papeles varios que encontremos en bolsillos o billetera y -la opción más extrema para muchos- un par de billetes. Pero claro, además de lo cara de esta última opción, hay que reconocer que el papel moneda no es el mejor material para limpiarse el traste, porque tiene nulo poder de absorción y es tan duro que puede llegar a sentirse como un cuchillo en las nalgas. Créanme, se los dice un ferretero. Dicho todo lo anterior, hay que reconocer que aunque sea de manera desagradable, es posible salir de una manera más o menos airosa del trance de no tener papel higiénico.

Sin embargo, hay cosas peores, y mucho. Nos referimos a la realmente incómoda situación de que –una vez terminada nuestra faena– tiremos la cadena y el agua del inodoro en vez de bajar, suba y luego se estanque, quedando todo lo mejor de lo nuestro ahí, flotando imperfectamente e invocando al monstruo del Lago Ness. Como dirían en las noticias: una imagen dantesca. Si se tiene mucha suerte, puede que haya un sopapo cerca y podamos aplacar la situación. Si no, no hay que hacer nada más que huir. ¡No se les vaya a ocurrir volver a tirar la cadena!, porque en ese caso las posibilidades de ocasionar un tsunami de caca por todo el baño son altas. Si el baño es público, lo mejor es cerrar la puerta del habitáculo y salir como si nada hubiese pasado. Y, obviamente, no volver al lugar de los hechos en el futuro cercano. Ahora bien, si estamos en el baño de una casa de amigos o familiares, la cosa se complica. Si la concurrencia es mucha y hay más de un baño, uno puede intentar hacerse el gil y salir de este diciendo que se cortó el agua o algo por el estilo, para que nadie lo use por un rato al menos. Eso nos daría tiempo para buscar un sopapo, soda cáustica o un gasfiter entre los invitados. Sin embargo, si se trata del único baño de la casa y -para peor- hay gente esperando afuera para usarlo, me parece que la única opción posible es salir del baño con la mejor cara de póker que podamos poner y con el vuelito abandonar la casa o departamento sin despedirse de nadie. Porque en este tipo de situaciones, con un poco de suerte, solo el tiempo logrará sanar la herida. Antes, no hay nada más que hacer.

Menos grave que lo anterior, pero aún así muy incómodo, es usar un baño cuando hay gente cerca. Sobre todo cuando se está en alguna reunión más o menos íntima en una casa o departamento pequeño, en que los asistentes al evento están inmediatamente afuera del baño que estamos utilizando. En estos casos lo ideal es que haya música de fondo y mucho ruido de conversación. De lo contrario, los sonidos propios de la visita al baño se escucharán casi como si estuviésemos utilizándolo sin haber cerrado la puerta. ¿Qué hacer en estos casos? Si en el baño llega haber una radio a pilas, encenderla y aprovechar; zafamos. De lo contrario, hay que abrir una llave en el lavatorio (o la ducha de ser necesario) para que sea ése el ruido escuchado por los demás y no los que produce nuestro organismo. Y bueno, siempre estará también la antigua y no muy efectiva estrategia de intentar toser al momento de pujar, de manera que un sonido tape el otro (supongo que me entienden). Por último, la visita al baño debe, en lo posible, ser breve. Porque si uno se va al despacho por media hora y vuelve como si nada, aunque no se haya escuchado ruido alguno nadie, pero nadie, les creerá que estaban lavándose las manos. Aún así, quédense tranquilos, porque no hay nada más natural que usar un baño y ocasionar diferentes ruidos inherentes a esa faena. Es cierto, nos puede dar vergüenza el quedar tan en evidencia, pero lo bueno es que de eso nadie se ha muerto. Y hablando de cosas naturales, no se preocupen tanto por el olor que dejen tras usar el baño, porque es inevitable. Pueden abrir la ventana si el baño tiene o utilizar algún desodorante ambiental que precavidos dueños de casa hubiesen dejado sobre el estanque del inodoro. Pero no nos engañemos: el olor a mierda es más grande que cualquier cosa y solo se disipa con tiempo y circulación de aire. Y en algunos casos, tarda bastante.

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