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Nacional

24 de Octubre de 2018

Las voces detrás de la huelga que afecta a los recorridos 200 de Subus

Máquinas que lideran las infracciones cursadas en 2017, horarios de trabajo que exceden las 12 horas, mujeres conductoras que han tenido que orinar en sus propios uniformes por carecer de baños y choferes que reclaman estar desprotegidos por sus empleadores. Estos son los detalles de las precarias condiciones laborales de los más de 1.200 conductores movilizados de Subus.

Por

“Entregamos esta carta a modo de sugerencia, a ambos ministerios, a fin de que se unan por un grupo de trabajadores chilenos que se sienten abandonados, y que cumplen la honorable labor de transportar a la masa trabajadora de esta región”

Ese es uno de los fragmentos de la carta con la que llegaron marchando el pasado martes alrededor de 300 trabajadores en huelga de la empresa Subus – concesionaria que opera los recorridos 200 y de la zona sur del Transantiago- a los Ministerios de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) y del Trabajo y Previsión Social.

Desde el año 2013 -según el dictamen número 64 de la Comisión Ergonómica Nacional- el trabajo de conductor de buses de transporte en zona urbana es considerado un trabajo pesado, es decir, una labor que acelera el desgaste físico, intelectual o psíquico en la mayoría de quienes los realizan.

El petitorio de los más de 1.200 choferes movilizados de Subus justamente evidencia algunos puntos de ese desgaste: se solicitan baños en las cabeceras de los recorridos, un reajuste salarial del 4%, mejoras en las máquinas y respeto a los horarios de colación y descanso.

Desde la empresa, sin embargo, han atribuido hechos de vandalismo en contra de los buses por parte de los sindicatos, los cuales entorpecerían las negociaciones. “Nuestra exigencia es que se acabe el vandalismo antes de sentarnos a cualquier mesa, pero hay proyectadas reuniones y ver cómo se puede avanzar el tema”, dijo el subgerente de Asuntos Públicos de Subus, Julio Toyos, y luego agregó: “Subus ha invertido en reparación de buses más de 120 millones de pesos desde que comenzó la huelga producto de vandalismo de buses. Esto es inaceptable y vamos a seguir adelante con todas las acciones judiciales”.

“Antes trabajaba de madrugada los fines de semana trabajaba y me daba miedo. En ese tiempo me ponía un gorrito, me ocultaba el pelo y simulaba ser un hombre. Trataba de no dar señales de que una mujer iba manejando”, relata Pizarro.

Según las memorias del área de fiscalizaciones del MTT, Subus lidera las infracciones de 2017 respecto al estado de sus máquinas con un total de 3.989. En cuanto a multas, los datos de la Dirección del Trabajo muestran 20 multas de 2018 en trámite de cobranza con la empresa, por un total de 1.039 UTM. En gran parte, las causales tienen que ver con la carga de la jornada laboral: “No tomar todas las medidas necesarias para proteger eficazmente la vida y salud de los trabajadores”; “exceder máximo de 2 horas extras por día”; “manejar más de cinco horas continuas el chofer de locomoción colectiva interurbana”; “no otorgar descanso semanal compensatorio”.

Giovanni Barrueto (50), presidente del Sindicato de Trabajadores San José de Subus, ha decidido relatar en primera persona lo que aqueja, día tras día, a un chofer en su oficio.

Actualmente Barrueto es el presidente del sindicato de San José (San Bernardo), el mismo que, junto a los sindicatos de Santa Rosa y San Alfonso (Estación Central) han iniciado una huelga que mantenía, hasta este jueves por la mañana, paralizado a gran parte de los recorridos 200 del Transantiago. Según nos cuenta, ha hecho todo lo posible para mejorar la situación.

— Hoy día estoy durmiendo a las 3 de la mañana y no sé si voy o no voy a trabajar, porque mi nivelación de sueño, mi reloj interno cronológico es dispar. Claro, tu cuerpo está acostumbrado a despertar todos los días a las 6 de la mañana porque sabes que entras al trabajo a las 8 de la mañana, ¿Cierto? para nosotros no es así.

MUJERES SIN BAÑOS NI SEGURIDAD

En julio de 2014, Hortensia Pizarro (53) se convirtió en la primera mujer que puso sus manos en el volante de uno de los buses del patio San José de Subus. Era un sueño para ella, ya que varias veces había querido hacer el mismo trabajo que su esposo, conductor de la empresa Express.

Sin embargo, desde el primer día le hicieron saber que había llegado a un espacio “de hombres”. La ropa que le pasaron era masculina: zapatos formales, pantalones anchos, una polera que a veces obliga a las choferes a ocupar otra debajo para que no se les mueva constantemente el cuerpo, y la característica chaqueta de la empresa. Las miradas de extrañeza tanto de sus compañeros como de los pasajeros eran evidentes y, a sus espaldas, algunos conductores se quejaban de no poder hablar con la misma soltura que lo harían si se encontraran solo entre hombres.

A Pizarro no le importaba nada de eso. Ella quería conducir.

Hoy día estoy durmiendo a las 3 de la mañana y no sé si voy o no voy a trabajar, porque mi nivelación de sueño, mi reloj interno cronológico es dispar. Claro, tu cuerpo está acostumbrado a despertar todos los días a las 6 de la mañana porque sabes que entras al trabajo a las 8 de la mañana, ¿Cierto? para nosotros— no es así.

El plan de incorporación de mujeres al sistema de transporte público ha tenido un impulso sostenido en los último seis años. En 2012 empezaron los cursos del Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (SENCE) junto al Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones para capacitar a jóvenes y mujeres para sacar licencias de conducir clase A3.

En 2013, con 145 mujeres integradas al sistema, se empezó a incentivar la actividad premiando a conductores destacados. Al año siguiente, ese premio se separó entre hombres y mujeres. En 2015 ya había más del doble de conductoras que en 2013 y, según datos de la Dirección de Transporte Público Metropolitano, en 2017 ya había 601 conductoras en el sistema, que representan un 3,2% de la totalidad de choferes de ese año.

Con el tiempo Hortensia Pizarro, quien fue en 2015 galardonada con el premio a mejor conductora de la empresa, también se ha dado cuenta de algunas carencias que tienen las mujeres conductoras.

Una de las principales tiene que ver con la seguridad. Algunos de los recorridos de las micros 200 tienen un público de peligro, sobre todo en ciertos horarios. De las siete mujeres que hay en el patio San José, al menos dos han sufrido agresiones físicas de parte de usuarios. Si bien a Hortensia no le ha tocado algún golpe, sí la han intentado asaltar en su trabajo.

“Antes trabajaba de madrugada los fines de semana trabajaba y me daba miedo. En ese tiempo me ponía un gorrito, me ocultaba el pelo y simulaba ser un hombre. Trataba de no dar señales de que una mujer iba manejando”, relata Pizarro.

Otro de los problemas tiene que ver con los baños. “Los hombres son más flojos con ese tema. Por ejemplo, tenemos una cabecera en frente de Carozzi de la calle Diego Portales. Ahí nos arriendan un baño en una casa, pero los hombres no pierden el tiempo en caminar hacia allá. Ellos hacen al lado de los buses, el olor es insoportable. Ese baño yo creo que lo ocupamos solo las mujeres, nunca he visto a un hombre yendo al baño ahí”, dice la conductora.

Si bien Pizarro logra mantenerse firme con respecto a sus necesidades durante sus recorridos, su experiencia difiere a la de sus colegas de otros patios. En el de Santa Rosa, según relata Valentina (quien pidió reserva de su nombre real), hay al menos dos conductoras que en los últimos días, mientras realizaban recorridos que carecen de baños en sus cabeceras -como el 205 o el 226-, han terminado orinándose en el mismo bus.

“Es algo denigrante, penoso. Yo tengo compañeras que orinan en avenida Mapocho adentro del bus, en las sanfonas. Después la gente se sube y está todo hediondo. Yo no me atrevo porque la orilla del parque está siempre llena de gente y se ve por las ventanas”, cuenta Valentina, que ve el problema principalmente en el recorrido 226, que es más largo y tiene varios saltos en el camino.

Según la conductora, esto también afecta la calidad del servicio. No solo porque hay quienes prefieren perder una hora de viaje para ir a hacer sus necesidades a la cabecera de Recoleta, sino también porque más de alguna vez, por las ganas de ir al baño, ella misma se ha negado a llevar a gente que se demora en llegar al paradero o ha apurado a señoras: “¡Súbase rápido por favor!”.

Hace dos meses, el caso de Denisse Figueroa de la empresa Express – quien tuvo que trasladar a su hija enferma mientras trabajaba – evidenció lo problemático que es ser una madre conductora del Transantiago. “Hay mujeres a las que les complica, porque no tienen con quién dejar al hijo. Una compañera tenía que coordinar los turnos con el papá. Él trabajaba en la mañana y cuando llegaba a la casa ella se iba a trabaja”, dice Hortensia Pizarro.

Valentina ratifica esa información, pues a ella misma le tocó vivir que la disposición de turnos para cuidar a su hijo dependiera exclusivamente de la buena voluntad de los mandos medios de la empresa. “Sería bueno que nos apoyaran un poco con el tema de nuestros hijos. Los días domingo siempre nos hacen entrar a las 12, mediodía, hasta las 7 de la tarde. Una no alcanza a estar con la familia. Somos como 14 mujeres, no les costaría nada darnos un turno decente”, asegura.

ZONA ROJA

Alexis Lloyd (48) ni titubea al decir que el 23 de julio del 2016 ha sido, por lejos, el peor día de su vida. Pese a que han pasado poco más de dos años, para él sigue siendo doloroso recordarlo.

Lloyd lleva 3 años trabajando en la empresa chilena de transporte público Subus. Según él mismo dice, se trabaja “duro, muy duro”. Por lo mismo, se hizo parte de la huelga. Todos los gritos, pancartas y desvelos, asegura, son para lograr tener condiciones dignas en el trabajo.

Es Giovanni Barrueto, presidente del Sindicato de San José, quién lo anima a contar su historia, pues dice que representa lo que muchos colegas están viviendo.

Lloyd procede a relatar cómo vivió el 23 de julio de 2016, el día en que salió temprano a trabajar en los recorridos G de Subus, pero del que terminó con una depresión severa y sin poder sentir el olor a carne asada cuando encienden la parrilla ni adivinar qué plato que está preparando su señora en la cocina.

El G22 no es un recorrido complicado. Era el último que le tocaba realizar ese día a Lloyd antes de pasar a comprar algunas cosas al mall con su señora, tal como se había comprometido. Sin embargo, una vez que terminó su labor, le dijeron que los buses G08 estaban con 40 minutos de retraso. Según recuerda, le dieron dos opciones: o realizaba un G08 o al otro día recibía su finiquito.

La ida al mall nunca se concretó.

— Me puse en el andén de la G08V finalmente. La micro iba llena. En una parada tuve que subir a siete tipos. Por falta de espacio dentro de la máquina, se ubicaron al lado mío. Uno de ellos traía una mochila gigante, de esas para ir a acampar. Le dije que por favor avanzara porque me obstruía la visión. Él me respondió de forma violenta y me alegó que llevaba bastante rato esperando.

Si no es por una señora que andaba por ahí, que no sé si Dios la puso en ese minuto para ayudarme, podría haber pasado algo peor, porque ella se abalanzó sobre mí en ese minuto y gracias a eso los tipos dejaron de golpearme. Ella me dijo que me fuera, que si seguía ahí me podían matar. De ahí me fui a— l Hospital El Pino a constatar lesiones.

Lloyd se considera un conductor tranquilo. Cuenta que no tiene vicios y que, si toma, lo hace en compañía de su familia o de su señora. Parte del recorrido donde él opera se denomina la “zona roja”, pues así se tilda a los lugares de mayor complejidad en cuanto al niveles de violencia o agresión a choferes. Por lo mismo, nunca responde a los insultos que recibe de vez en cuando por los usuarios. Dice que, de hacerlo, puede meterse en problemas.

Esa era la consigna ese día, por lo que Lloyd no respondió a los insultos. Una estrategia que duró poco ya que, al llegar a la intersección de San Francisco con Lo Blanco, le pidió al hombre de la mochila que le diera visual, pues le estaba tapando el espejo lateral derecho. Lo siguiente que vio fue cómo se le iban encima a golpes. El bus empezó a desviarse y Lloyd tiró del freno de manos para detenerlo.

— Ahí me tiraron al suelo y me empezaron a pegar. Si no es por una señora que andaba por ahí, que no sé si Dios la puso en ese minuto para ayudarme, podría haber pasado algo peor, porque ella se abalanzó sobre mí en ese minuto y gracias a eso los tipos dejaron de golpearme. Ella me dijo que me fuera, que si seguía ahí me podían matar. De ahí me fui al Hospital El Pino a constatar lesiones.

— Después de todo lo sucedido, ¿la empresa lo ha ayudado en algo?

— No. Yo regresé a trabajar y he tenido que solventar todos mis gastos médicos: psiquiatras, psicólogos y otros especialista. La empresa no me ha apoyado en nada.

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