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Cultura

18 de Diciembre de 2018

RESEÑA | Las selfies de una tribu

Los textos se organizan en torno a focos que iluminan un momento histórico fundamental: la muerte de Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, y están enlazados a través del sufijo “post”, pues refieren el panorama posterior a su deceso, sin quitar, por supuesto, la herencia de sus años al frente del país.

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La pertenencia a una tribu es, ante todo, la pertenencia a una gestualidad cultural. Una imagen, una palabra o una identificación que disipan lo individual y se suturan como tramos de un mismo recorrido pero grupal. No existe tribu, diría Lévi-Strauss en Tristes trópicos (1955), sin que sus sujetos se piensen en confrontación con un afuera hostil que los empuja a compactarse en una masa donde se desdibujan como personas pero se consolidan como fuerza. En este mundo exterior –se continúa con el antropólogo francés– hay un misterio insondable, variaciones sobre las cosas, su razón de ser y sus ritmos, que la masa tratará de responder porque de esas respuestas dependen los lazos que la forjan y su destino como cuerpo social.

La apariencia de la tribu cubana es disímil, a veces pareciera un átomo que se desintegra en partículas que se disparan hacia direcciones opuestas, contrastantes, lejanas, escasamente dadas a volver a reagruparse, esto en apariencia porque jamás se perderá el sentido tribal, de clan que se olfatea sin importar cuán distante se ubiquen sus miembros; que se reconoce y se integra a la menor señal de peligro o necesidad. En una caravana atravesando las selvas panameñas, en la habanera sala de estar del Aeropuerto Internacional José Martí –quizá uno de los pocos territorios donde la tribu se toca transitoriamente con elementos desconocidos y queda descolocada, sin referentes para mantener la cohesión, pero esto por breves momentos, como al azar– o en el lobby de la Sala Avellaneda del Teatro Nacional mientras se vela el cadáver del mayor de los Van Van, la tribu se encoge como un molusco, luego se ensancha, se identifica y por último resopla como un solo y gran bufido: ser cubano es precisamente eso, compactarse como una fuerza y respirar, respirar mucho a pesar de la adversidad, que ya alcanzó un cuerpo de tanto mutar y cargar con una vejez de casi sesenta años.

De lo anterior, integrándose a las últimas miradas sobre la sociedad cubana –por ejemplo, las que pueden leerse recurrentemente en la página web “El estornudo”, de la cual es su Director Editorial– va el libro La tribu. Retratos de Cuba (2017) de Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, 24 retratos para el autor –crónicas periodísticas híbridas para la escritora de esta reseña, toda vez que cruzan límites de género e instalan cómodamente el elemento facticio, aquel que para el crítico español Albert Chillón significa una mezcla de “ingredientes de contenido –temas y motivos, semblanzas y descripciones, símbolos y detalles- […]. Y, además, construy[e] una trama argumental –y una argumentación de fondo–” (“El concepto de `facción´: índole, alcance e incidencia en los estudios periodísticos y literarios” 2017 96)– sobre la tribu cubana dentro y fuera de la isla y el desarraigo que a veces pretende cubrirla como un manto pero que no vence, como en “El pitcher negro de las medias blancas”, “La boca apretada”, “Off side”, “La ruta hacia el norte”, “Muñeca rota”, “Panamá selfies” y “Un triste (y multiplicado) tigre”.

También se constituyen en textos que recogen el desamparo frente al futuro (los tres de “Cuba post Castro, una aproximación”), la (obligada) sobrevivencia cotidiana que toma por igual al humilde trabajador como al ingeniero y al estafador (“Ingenieros y traficantes”) o al terrorista norteamericano asilado y acoplado al régimen socialista (“Wanted”), la disidencia política buscando un resquicio, apenas uno a través del arte (“El perfomance nacional”) o los sueños que alguna vez cosieron la felicidad (“Todos los jueves de Ray”), así como la palabra que borda las mil multiplicaciones de la condición de cubanidad, desde el canto sandunguero del Van Van mayor (“La muerte del maquinista”), pasando por la poesía inmensa de Rafael Alcides, quien “Parece el primero de los hombres, pero es el último sobreviviente” (Álvarez 229) (“Alcides, el inédito”), hasta ese fragmento de imaginario desde donde Cuba (se)mira, ese Malecón que para Álvarez semeja una orgía de las formas (“Malecón: la orgía de las formas”). Y en todos los textos la tristeza de lo sido, de un pasado como grito efervescente y frenético, sí, porque está una tristeza que puede empujar a la tribu hasta enterrar su dialecto (Álvarez 2017 20).

Los textos se organizan en torno a focos que iluminan un momento histórico fundamental: la muerte de Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, y están enlazados a través del sufijo “post”, pues refieren el panorama posterior a su deceso, sin quitar, por supuesto, la herencia de sus años al frente del país. Ese post resulta una suerte de “Danzando en la oscuridad”, título que agrupa a siete de los retratos, que bien pueden definir el nomadismo y la quietud, el rebusque y la honradez, el estar y el ser de esta particular tribu, acostumbrada a erguirse “sobre el teatro de operaciones de nuestros escombros” (Álvarez 248) y a sobrevivir aun a costa de convertir la existencia en pequeños simulacros cotidianos, estos revestidos de una “estolidez […] que caracteriza la vida cubana: un país en el que desde hace mucho tiempo la gente no tiene nada que hacer, no encuentra manera de entretenerse, y permiten sin resistencia, […], que el tiempo de sus barrios los mastique” (225).

El sujeto de la tribu que describe Álvarez no guarda relación con el optimista y desaprensivo de los primeros años revolucionarios, tampoco con el sacrificado por una causa o una idea internacionalista. La tribu tiene ahora nuevos miembros, vigorosos y con pocos escrúpulos, cuyas vidas han girado a “33 revoluciones” como escribiera Canek Sánchez Guevara en su libro de cuentos así titulado (2016), y baila alrededor del cadáver del hombre nuevo porque en “esta segunda década del veintiuno, el hombre […] ya no importa si es nuevo o no, sino simplemente que sea” (Álvarez 153).
Dentro del conjunto de textos sobresalen los dedicados al basurero de la calle 100, en Ciudad de La Habana: “Los bailarines”, “El bote”, “Las inmediaciones”, “Luz María”, “Chen”, “Yorgelis” y “Los bailarines”, un lugar donde la impronta tribal se convierte en epítome de la (sin)razón. Aún dentro de los desechos, la reproducción descarnada de la indigencia y las sobras fermentadas por el intenso calor, la solidaridad y el deseo de permanencia de la tribu adquieren niveles surrealistas, dignos de una particular cabrerainfanteana “Vista del amanecer en el trópico”.

Una pregunta cierra el último retrato/crónica periodística y surge de una idea totalizadora acerca del pasado de la tribu pero también del futuro que la espera: “Vestimos un concepto, fuimos abrigos, pantalones, camisas de una idea. Destrozada la tela que somos, ¿quién va a querer vestir ahora el cuerpo viejo que Cuba es?” (Álvarez 251). La tribu, antes cuerpo risueño y unido ideológicamente en torno a una revolución, jamás a la intemperie porque la ropa de un futuro esperanzador la cobijaba, siente ahora la desnudez, ha llegado el frío y solo quedan harapos para guarecerla. La tribu sigue cohesionada pero el mundo se hace cada vez más hostil y “engendra lilas de la tierra muerta, y mezcla memoria y deseo” (131), de ahí los obstáculos y los apremios, por ejemplo, de la Caravana migrante por Centroamérica o la comida cada vez más difícil de conseguir en una Habana “ceñida por [el] largo muro” (100) del Malecón o por la peste de los basureros físicos y políticos.

En las páginas de Álvarez la tribu persiste en largas travesías donde cada vez más el sueño de la razón produce monstruos. Quizá la porfía de su andar, de reír, de corear a grito destemplado el “vanvanero” “Temba, Tumba, Timba”, sea el dialecto que va quedando, el único, la singular manera de sobrevivir(se).

Reseña del libro La tribu. Retratos de Cuba. Carlos Manuel Álvarez Rodríguez. Ciudad de México: Sexto Piso, 2017, 257 páginas, Primera Edición, ISBN: 978-607-9436-57-5 (Prólogo de Martín Caparrós).

*Por Daniuska González González – Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile. [email protected]

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