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Entrevistas

21 de Febrero de 2019

Jani Dueñas: “Una mujer con un micrófono en la mano tiene que ser revolucionario”

El próximo martes 26 de febrero, Alejandra Selma Dueñas Santander se subirá al escenario de la Quinta Vergara donde será a la única exponente femenina del humor. ¿Presión? Lo normal, lo lógico. Ella sabe que el éxito o fracaso en el Festival de Viña del Mar no es el principio ni el fin de nada. Para ella sólo es la parada previa a su próximo show. En esta entrevista con The Clinic, la actriz y comediante se detiene a mirar su camino, analiza los momentos en que fue una regalona del patriarcado, de cómo sus dolores y fracasos se han transformado en guiones y de las conquistas personales que ganó gracias al feminismo. Y por qué no, también de privilegios: “La verdad es que soy una burguesa de mierda que ha tenido mucha suerte”, dice.

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“Esto es lo más señora que vas a ver en tu vida: un estuche donde se guarda el abanico de abuela”, dice orgullosa Jani Dueñas al sacar su aireador personal e instalarse en la terraza de una cafetería frente a la plaza Las Lilas, poblada por madres jóvenes, coches y guaguas varias en una calurosa tarde de verano.

¿La excusa de la reunión con The Clinic? La misma, la única hoy por hoy: El Festival de Viña del Mar. Escenario al que se subirá el próximo martes 26 de febrero y donde será la única mujer comediante en probar suerte arriba de la Quinta Vergara. Justo en un año precedido por el protagonismo del feminismo en la agenda pública y privada.

“No sé si quiero ir, la verdad. A mí me gustaría ir a los 58 años, cuando ya nadie me esté poniendo a prueba. Y me gustaría ir cuando vayan tres o cuatro mujeres, no una”, dijo Dueñas el pasado 11 de agosto de 2017 a La Tercera sobre sus ganas de subirse al escenario más popular de Chile.
Pero las cosas cambiaron en el camino.

En junio pasado estrenó en Netflix “Grandes fracasos de ayer y hoy”, un especial donde aborda sus temas por excelencia: ser mujer, estar envejeciendo y ser soltera. Una pieza que fue destacada por la revista Time, como uno de los diez mejores stand up del mundo en 2018. Excusa perfecta para invitarla a participar en la edición nº 60 del Festival de Viña del Mar.

¿El futuro? Clarísimo, dice, como buena capricornio: el próximo jueves 7 de marzo realizará un show con Paloma Salas en el Teatro Nescafé de las Artes, que estará hermanado con el 8 de marzo, en que se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y en la que participará de la huelga y marcha correspondiente.

“Vamos a tener un show muy feminista, muy bonito. Vamos a invitar a la Paloma Elgueta y a las Horregias, una banda punk disidente. El espectáculo tendrá música, mucho feminismo, pañuelos verdes y vaginas sobre el escenario”, cuenta ansiosa sobre esa función, la última antes de sus esperadas -y necesarias- vacaciones.

¿Qué fue lo que finalmente te hizo tomar la decisión de ir a Viña del Mar? Porque habías dicho que no querías ir, que no te interesaba.
-No me interesaba tanto antes, porque me pasa con Viña que siento que es un escenario bacán y todo, pero siento que Chile le da una importancia exagerada al tema del éxito o del fracaso en este lugar. Y eso me da un poco de mono.

Antes no me sentía preparada para ir tampoco, porque en realidad no es mi escenario. Por más conocida que uno sea, ese escenario es de los cantantes y es un festival que funciona como un programa de televisión y yo no soy tan transversal.

Entonces la decisión pasaba por encontrarme lista para un desafío como ese. Y sentí que era algo que tenía que hacer, porque era coherente con mi vida en este momento, porque era coherente con el año que he tenido, porque es coherente con cómo quiero armar mi carrera para adelante y llegó el momento en que me dije “sí, tengo las herramientas para enfrentar un desafío profesional como este”.

Por otro lado, siento que no es de vida o muerte para mí. Tengo un show dos días antes y tengo un show una semana después. O sea, Viña por supuesto, en proporción, es incomparable. Y claro, por supuesto que me pone muy nerviosa y que hay miedo y ansiedades asociadas, pero es muy importante en una línea de tiempo de muchas pegas, de muchos otros shows importantes. Entonces no me lo estoy tomando como la consagración de mi carrera o el peor momento de mi vida. Me lo estoy tomando como un desafío gigantesco en el que quiero pasarlo muy bien, pero en el que si no pasa nada o me va mal, nadie se va a morir.

LA RABIA, EL HUMOR

El año 2011 Jani Dueñas tuvo de esos momentos que marcan un antes un después en la vida. Fue cuando la invitaron a telonear a la comediante argentina Malena Pichot en su unipersonal el Teatro Oriente.

¿Te acuerdas de ese momento en que dijiste “quiero hacer stand up para siempre”?
-En ese momento no había una escena de stand up. Había un bar, que era el Cachafaz y ahí no se podía actuar tan seguido, era una presentación cada tres meses. En ese tiempo no me consideraba una comediante, era como un hobby para mí. Me llamaron para el show de la Male y ahí yo me preparé: era grande po, hueona. Junté todo lo que había hecho antes y empecé a darle forma. Además busqué colegas en lo mismo: ahí conocí a la Paloma Salas, Felipe Núñez y armamos “Niño gordo”, la primera banda de stand up que tuve. La idea era tener shows que tuvieran cierta regularidad para llegar preparada a ese momento.

Después de hacerlo me sentí tan bien, porque antes alcanzaba a hacer funciones de 10 o 15 minutos y todo apurado, porque habían otros seis comediantes. En esa oportunidad pude hacer 30 minutos y crucé el límite en que empecé a disfrutar del escenario. Fue ahí donde yo dije que quería hacer esta hueá para el resto de mi vida.

Varias veces has dicho que el fracaso y la comedia van súper hermanadas, ¿qué es lo que te gusta de vivir en ese limbo?
-Sabes qué, es súper raro. Yo soy súper capricornio, súper luna en capricornio.

Chuta, ¿y eso qué significa?
-Que soy una hueona muy estructurada, que necesita que las cosas estén en orden. El caos me altera profundamente. En general, mi parte capricornio es la seguridad y la certeza, soy muy ordenadita, organizada con la plata. Mi agenda la vieras, o sea, jamás se me pierden las cosas, no se me pierde nada.

Mi ascendente es Leo, es el escenario; el riesgo, la pasión, la aventura, el carrete, el sexo desenfrenado, los placeres de la vida y llamar la atención, por supuesto. Y esa combinación es muy de comediante. Igual es raro que, dada mi afición a la estabilidad, haya decidido dedicarme a esto. Tal vez fue por lo mismo, no lo sé. Anoche tuve un show y me fue la raja, estuvo bacán. Y, esa sensación solamente la puedo conservar hasta el próximo show que haga y puede que me vaya super mal. No tengo la menor idea.

¿Has tenido la experiencia de fracasar en el escenario últimamente?
-Claro. Lo que pasa es que ahora hay un momento en que como comediante es muy fácil aburguesarse porque la gente va a verte a ti, y paga seis, ocho y diez lucas por verte a ti, porque tú le das risa y quiere irse a reír contigo. Entonces, uno puede salir y decir: “mira, ando con un abanico” y la gente se va a reír, aunque no sea gracioso. Creo que el fracaso en este punto de mi carrera está en otro lugar: ya no está en que la gente te rechace, te pifie o no vaya a tus shows. Hace mucho que no tengo el problema de vender entradas.

El fracaso está en que no se rían tanto como uno espera; lo contrario de la risa no es la pifia o el abucheo, es el silencio. A veces, es peor que no pase nada a que sea como “buu, te odio, fome”. Esa hueá me da lo mismo. Fome tu abuela, loco. Pero si la gente te mira con cara de póker y no estás pudiendo causar nada en ellos, ese es un mini fracaso. También hay shows donde uno no conectó o no supiste explicar algo. Es tan frágil este arte porque de repente hay pausas que si las haces más largas el chiste no funciona. Dijiste una palabra de más y el chiste no se entendió. Eso es fracasar y es muy frustrante.

También dijiste a la revista Sábado que el humor estaba muy cerca de la tristeza, ¿con este oficio has podido reconciliarte con ciertos períodos de tu vida?
-Yo creo que los comediantes llegan por distintos caminos. En mi caso, es la historia de la niña triste que quiere que la miren, tener el cariño y atención de la gente y el humor se vuelve una manera de dar vuelta esta tristeza, soledad, la sensación de rechazo, de ser media outsider de lo que se espera que seamos. No ser parte de la belleza hegemónica. El humor aparece como una herramienta de llamar la atención y de reivindicar este espacio de “yo no me voy a quedar callada”. Voy a ir a llorar a mi pieza, pero después voy a volver y me vas a tener que escuchar porque te voy a hacer reír, saco huea.

En mi caso ha servido mucho, porque me ha permitido canalizar no sólo mi sensación de adolescente rechazada, sino también mi rabia. Soy una persona muy rabiosa, si no pudiera decir en el escenario las cosas que me cargan sería una persona mucho más apestosa de lo que soy. Como que la rabia es un motor del humor súper potente. Yo hago un humor de las hueás que odio, y odio mucho. Entonces, si no pudiera botarlo ahí, seguro tendría una úlcera.

Hace unos años pude ver tu show “Ya no somos los mismos”, en el Radicales. Me dio la sensación de que, pese al humor, estabas enfrentando un período muy duro. ¿Te sanó realmente el humor? ¿o fue una forma autoflagelante para tratar tus penas?
-Yo encuentro que es mucho más autoflagelante hacerte el playlist de canciones que te mandan a la mierda cuando te patearon y escucharlo una y mil veces. Yo no puedo hacer esa hueá. No puedo entrar en esa dinámica. Yo estaba muy mal en esa época, es verdad, me ponía a llorar porque sí.
Entonces, en ese caso, el humor no es solo una terapia para uno, también te permite sacar la rabia para afuera, conectar con otros. Cuando uno está pasando penas de pareja o estás viviendo la ausencia de personas que quieres, fracasos, muertes, sientes que a ti nomás te pasa, que eres el único hueón el mundo y te sientes solo. Una buena manera de sentirse acompañado es cuando te das cuenta que a todos les pasa. Y cuando estaba en ese monólogo, me daba miedo de que fueran hueás mías únicamente. Y no po, cuando empezaba a contarlo era como, “no estoy sola, no me pasa solo a mí”. Todos hemos sufrido por amor, es lo más universal del mundo.

REGALONA DEL PATRIARCADO

Si tuviéramos que poner una lupa tu stand up, sin duda que habría tres grandes focos: ser mujer, envejecer y estar soltera. ¿Qué reflexiones tienes con respecto a estas etapas de la vida, ya fuera del escenario?

-Esos temas aparecen porque son recurrentes en mi vida desde hace muchos años y no han caducado aún. Y están unidos, po. Ser mujer es algo que a mí me costó. Estoy muy de acuerdo ahí con la Simone de Beauvoir en el rollo de que uno no nace mujer, sino que se hace. O sea, uno se construye como mujer y decide cómo quiere ser. Esa conciencia yo no la tuve hasta muy adulta. Y me empecé a preguntar ene qué significa ser mujer en Chile.

Acá, con la edad, uno va perdiendo el atractivo sexual, las viejas no le importan a nadie. Vas perdiendo tu lozanía, por lo tanto, ser mujer en este proceso implica entenderte de nuevo, qué mujer quieres ser ahora. Cómo vas a vivir contigo misma. Y eso después se une con la maternidad, con su presencia o ausencia, que está unida al reloj biológico y al ciclo del cual te estoy hablando. Y yo, que decidí no tener hijos, ser vieja es algo que tengo que pensar y planificar. Porque “no voy a tener nadie que me cuide”. Y súmale que ser viejo en Chile es como el loly.

Alguna vez te han preguntado, “¿cuándo vas a dejar de hablar que tienes 40 años?”
-A veces, y les digo que probablemente lo haga cuando tenga 50 años. Para mí, la edad siempre va a ser un rollo importante porque tengo un tema de que siento que estoy diez años atrás. Siempre he sentido que mi fecha de nacimiento está mal, que mi mamá se equivocó al inscribirme, que en verdad no tengo 43 años. Yo no sé qué significa tener 43 años, no me siento adaptada a mi edad. Todos mis amigos, mis ex pololos, son todos diez o quince años menores y me siento muy bien ahí. Cuando estoy en un lugar muy generacional, la verdad es que no sé qué hago ahí. Desde esa desadaptación mía quizá viene la pregunta de qué significa la edad. En el caso de las mujeres es mucho más importante, por el reloj biológico.

Y por último, el tema de la pareja, que está súper ligado. Ser una mujer independiente, autónoma, que no quiere tener guagua ni que se quiere casar, ser una mujer que les atraes a los hombres, pero les asustas y de nuevo, proyectarte como una persona que tal vez nunca tenga una pareja estable, son muchas cosas.

Eso es ser mujer para el mundo —apunta a las mujeres del café—: tener el pelo largo, estar con las amigas y las guaguas tomando jugo. Y está super bien. No estoy diciendo que las hueonas bacanes somos las que tenemos piercings. Pero sí, déjennos coexistir con ustedes también po. Que eso —apunta de nuevo— no signifique ser la “mujer oficial”. Que podamos existir todas las otras formas de ser mujer y que, insisto, no es solo la mía.

Perteneciste a muchos contextos donde los hombres eran los protagonistas. Mekano, The Clinic, 31 Minutos, El Club de la Comedia… Incluso, ahora, en el Festival. ¿Cómo has tenido que lidiar con el machismo en todos esos espacios?
-Yo soy la historia de la niña/niño. Soy profundamente heterosexual, sin embargo, de alguna manera siempre quise estar cerca de los hombres porque me gustan mucho. Pero a mí me educaron, y lo recuerdo patente, que los hombres eran y siempre fueron más bacanes: podían hacer lo que querían, se quedaban afuera jugando hasta tarde, se ensuciaban. Y yo siempre me sentí muy rara en estas labores de niñas: eso de jugar a cuidar la guagua, hacer chalequitos de crochet, mientras ellos hacían muebles. Yo nunca entendí muy bien esa hueá.

Quería ser como ellos y estar cerca de ellos. Pensaba que las mujeres eran fomes porque eran frágiles, lloraban y eran débiles. Te estoy hablando desde mi primer cerebro de niña. En cambio el hombre juega, dice hueás, hacen lo que quieren… La libertad, el privilegio. Entonces, me empecé a ahombrar mucho, me transformé en el amigo con tetas, en el “Janito” y caí en la trampa de defender mucho ese espacio de ser “la mujer entre hombres”. Fui la regaloncita del patriarcado toda mi adolescencia y primeros años de juventud, hasta mis treintas, después me pegué la cachá. Y me creía más bacán que las otras minas, “porque a mí me pescan”. Pero al final yo quería puro tirar y ellos no querían tirar conmigo porque yo era la amiga. Yo me hacía la trampa a mí misma.

A partir de tu relación con los círculos masculinos, ¿te tocó enfrentarte al bullying?
-Cuando chica en el colegio sí, por gorda. Soy de una generación en que eso era parte de las relaciones humanas no más. Y tenía compañeros que les hacían el triple o más de bullying que a mí, entonces no lo sufrí tanto. Bueno, lo sufrí como toda gorda que sufre en el colegio digamos, por no ser la más bonita del curso y que te daba vergüenza hacer educación física y cambiarte la ropa delante de las compañeras. Yo creo que todas las gordas saben lo que es y ya está.

Luego en entornos profesionales, no. Más que bullying, viví discriminación, pero la verdad yo he sido bien afortunada. Me ha tocado relacionarme con los hombres desde un lugar bastante transversal. Al principio, tal vez, en 31 minutos había una relación de poder que era más asimétrica, por supuesto, porque ellos eran todos hombres, además yo llegué a la mitad de la primera temporada. Y obviamente además yo tenía muchas ansias por calzar en ese grupo y por aprender, y que me quisieran.

En en ese minuto todavía era la “Janito”, entonces yo calcé muy bien por eso también, porque yo no me relacionaba con ellos desde un lugar de “soy mujer”. Me relacionaba con ellos como “wena, compare”, ¿cachai?. Entonces ellos nunca tuvieron ni un problema conmigo, así como “Oh, la mina cuática”, porque yo no era la mina po. Y sí, en el proceso en que desde los treinta y tantos pa’ delante, en los que yo empecé a ponerme feminista, y a leer, educarme, conversar con las amigas, ir a terapia y a cachar toda la volá, sí en ese proceso hemos conversado mucho con mis compañeros.
Hemos tenido discusiones álgidas y otras pacíficas, pero todas muy provechosas. Porque ellos también han tenido que adaptarse a estos tiempos como hombres, y creo que nos ha servido a ambos lados. A entender nuestra relación, a entender cómo trabajar con mujeres, con otras mujeres y no solo conmigo. A entender la suerte que tuvieron de trabajar conmigo.

¿Qué costos tuvo para ti asumir ese rol?
-Esto me costó mucho desentrañarlo con terapia, porque también tenía que ver con mi noción de la femineidad, sobre qué significa ser femenina para mí, para el mundo y en ese camino tuve que desarmar todo esto, entender que para ser querida y aceptada por un hombre no hay que necesariamente ser como uno, que es la trampa del empoderamiento femenino: que una mujer para tener poder tiene que tener terno y ser agresiva. Tenía que reconciliarme con mi femineidad, que era femenina pero a mi manera. De que no era lesbiana, aunque todos lo pensaran y me hacían pensar “¿tendré que ser lesbiana?”, porque eso es lo que el mundo espera de mi po, hueona, y eso me costó un par de vueltas.

Yo creo que hoy día lo más importante es que entendí mi forma de ser mujer y es algo que para mí fue un trabajo y no debiera serlo. No debería costarnos tanto llegar a un punto en el que yo hoy me siento afortunada de conocerme, quererme, aceptarme y entender que está todo súper bien y que me he convertido en la mujer que quiero ser. No tenemos que estar dándonos la vuelta de 10 o 15 años, pasándolo pésimo por diversas razones y gastar millones en terapia. Primero, que no es necesario que los hombres te acepten para ser quien quieres ser y que no es necesario convertirse en hombre para tener sus privilegios, no es necesario anular tu personalidad, tu fragilidad, para que no te vean como una “mina”.

¿Cuándo adquiriste esta conciencia?
-Fue como a los 30 y tantos, lo empecé a pasar mal con el tema de ser mujer por la fertilidad. También tuve que pensar si quería tener hijos o no: de repente quería y después no. Estaba enamorada y creía que era una consecuencia obvia ser padres, pero no quería. Pero fueron dos meses en los que si quería, y estaba reproduciendo en mi un deseo que me habían enseñado, que no era genuino. Y reconocer tu propio deseo es súper difícil a veces, porque no calza con tu entorno y tuve que viajar muy profundo para saber que nunca quise ser madre, es algo que nunca me vi teniendo en mi vida. Esa frase de “la maternidad será deseada o no será”, es perfecta, porque no anula a quienes sí quieren serlo y espero que las que si quieren, no nos anulen a nosotras. Que cada uno reconozca su deseo es lo mejor que nos puede pasar.

¿Esa transformación fue gracias al feminismo?
-El feminismo me ha regalado la hermandad de mujeres y eso me dio vuelta la cabeza. Que las amigas y esta cosa “femenina” no es lo que el patriarcado y el capitalismo nos han vendido: esto de tomar Aperol con las amigas y comprarse zapatos, ni tampoco necesariamente ser mamá. Es porque tenemos un instinto de leona y porque somos mucho más brujas que princesas po, hueón. Y desde donde viene esa hueá, conectarse con eso, es muy bonito.

¿Sientes que ser esa “Janito” frenó un poco tu capacidad de tener relaciones?
-Es que era un deseo mal puesto y poco conectado. Entonces si a mi me gustaba un gallo y yo me hacía su mejor amiga y después me enojaba porque le gustaba mi mejor amiga, pero yo estaba mandando las señales equivocadas. Y estaba buscando en los lugares equivocados también. Estaba todo equivocado. Yo no era capaz de reconocer lo que quería: que era ser vista o ser amada. Entonces eso hizo que mis relaciones amorosas fueran muy torpes, cortas y poco profundas, probablemente. Muy intensas, pero desde un dramatismo muy adolescente, que se extendió hasta los treinta y tantos.

Creo que el costo de eso también fue que mi primera relación más seria, más estable, comprometida, más proyectada y más real, por lo tanto, fracasó porque yo recién ahí después de eso empecé a entender cosas. Esa relación tuvo que fracasar, porque a pesar de que había mucho amor ahí, y podría haber sido perfecta en teoría, yo necesitaba pasar por esa hueá para entender que lo que yo dije que quería en ese minuto, era lo que no quería.
Que seguía replicando esos modelos: “Tengamos guagua, seamos felices para siempre, tengamos una casa en la playa, yo nunca te voy a dejar, tú siempre vay a ser mío, vamos a estar juntos para siempre, sin ti no puedo vivir”. Eso fue lo que arruinó todo. Es lo que suele arruinarlo todo. Y después de eso, de fracasar, yo entendí que nunca quise eso para mí. ¿Por qué estoy diciendo esto que no pienso?

Ya, tal vez lo quiero un poco, pero parece que también quiero esto otro. Y desde ese lugar volver a relacionarse con un hombre y también desde ahí entender tu soledad y ser una mujer sola, pero no desde un lugar de desamparo, ¿cachai?. No como “oh, la hueona sola, te vas a quedar sola. Vas a tener gatos y te vas a quedar sola, hueona sola” o ser esa hueona sola que nadie pescó y no sabe qué hacer o no tiene herramientas para vivir la vida sin un gallo al lado. Esa es la soledad que el patriarcado dice que tenemos.

Y oye, la soledad es preciosa. Es un espacio de soberanía para la mujer, y debiera ser conquistada como tal. En el momento en que tu soledad se convierte en un espacio de soberanía para ti, tú te puedes relacionar con el otro, con el otre o con quien quieras, desde un lugar de conexión profunda, pero de libertad. Y eso yo lo aprendí después de ese fracaso. Me hubiera encantado aprenderlo antes, pero así es como tenía que ser.

¿Te hace sentido en tu propia historia la palabra revancha?
-No siento que mi historia sea cómo “Mirá de quién te burlaste, Barney”. Porque en verdad a pesar de eso que yo te digo, de haber sido una adolescente atormentada y un poco rechazada por la hegemonía, he tenido más suerte que la chucha, hueona. Tengo un privilegio que no se puede entender, entonces también sería muy deshonesto y muy patudo, decir que ahora recién la vida me está dando lo que yo merezco. Tampoco es como que soy una rebelde sin causa a la que ahora el mundo recién le está haciendo justicia. No, eso sería una caricatura. La verdad es que soy una burguesa de mierda que ha tenido mucha suerte.

¿Cuáles son tus privilegios?
-Yo soy más hegemónica que muchas mujeres. Creo que también el feminismo de lo que te alerta es que no se trata solo de ti. Se trata del colectivo, se trata de levantar a otras también, se trata precisamente de las que no tienen voz. Y creo que el privilegio que yo tengo, no solo como mujer famosa, conocida o mediática en Chile, y lo que sea que eso signifique, es tener esta plataforma. Es esto de conversar contigo, el poderme parar y hablar arriba de un escenario. Una mujer con un micrófono en la mano tiene que ser revolucionario. Ese es un privilegio gigante que nunca quiero que se me olvide que es un privilegio.

¿Haces proyección a largo plazo? ¿Cómo te imaginas de aquí a 10 años?
-Mira, este año lo tengo súper ordenado. Como soy capricornio, soy súper planificada. Pero no tengo idea a 10 años. No sé y no quiero saber, de verdad no me atrae esa proyección. No sé, creo todo puede pasar. Puedo estar haciendo mermeladas en el sur o puedo estar muerta de una sobredosis. O puedo enamorarme de un gringo e ir a vivir afuera y nunca más hacer stand up. Todo es posible.

Y estás muy entregada a eso…

-Absolutamente. Precisamente porque el corazón de hacer lo que yo hago es eso. Estar en el presente y subirte al escenario a ver qué pasa. Creo que eso es una buena extrapolación para ver la vida. Estar en el presente y mañana ver qué pasa.

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