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Opinión

28 de Marzo de 2019

Indio Flojo, te mereces tus desgracias: Condiciones para los crímenes de odio

Por Sergio Caniuqueo Huircapan El lunes 18 de marzo falleció Federico Q.C, comunero mapuche, producto de un bestial ataque sexual realizado por sus compañeros de trabajo al interior de un fundo en el sector de los Niche, cerca de Curicó. Hace casi un año, el 6 de abril del 2018, ingresó de urgencia, luego de […]

Sergio Caniuqueo Huircapan
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Por Sergio Caniuqueo Huircapan

El lunes 18 de marzo falleció Federico Q.C, comunero mapuche, producto de un bestial ataque sexual realizado por sus compañeros de trabajo al interior de un fundo en el sector de los Niche, cerca de Curicó. Hace casi un año, el 6 de abril del 2018, ingresó de urgencia, luego de ser encontrado en estado grave por una cocinera del fundo. Fue violado, y le introdujeron diversos objetos en el recto anal, lo que derivó en una infección que no pudo curar y que causaría finalmente su fallecimiento. Antes de su coma inducido, en urgencia, reveló a su madre detalles del ataque, el robo de su sueldo y el nombre de los atacantes, pero Federico era el único testigo y por esta situación la investigación quedo suspendida en julio del año pasado. Su madre –monolingüe del mapuzugun– poco pudo hacer, y recién en julio el caso se abrió a la prensa gracias a las gestiones del abogado Eric Fuica. Las investigaciones comenzaron el 25 de abril, a cargo del comisario Hernán Mora, de la Brigada de delitos sexuales de la PDI de Curicó, por orden de la Fiscalía, casi veinte días después del crimen. El retraso, así como el poco apoyo a la investigación, fueron suficientes para que desaparecieran las evidencias y nadie fuera formalizado. Es más, según datos de prensa, la empresa lo finiquitó después del ataque desvinculándose de él. Federico ya antes había sido golpeado e insultado en su espacio de trabajo. El abogado intenta esta semana colocar una querella por homicidio y convencer a la madre de insistir en el acceso de la justicia.

El comunero provenía del sector de Tres Cerros, comuna de Padre las Casas, en la Araucanía, y como muchos otros comuneros, que generación tras generación han combinado el trabajo de temporero con su economía agrícola. Desde hace siglos los mapuche se han desplazado grandes distancias para desarrollar trabajos temporales.

Es probable que el caso de Federico no haya tenido mayor alcance porque todavía existe una frase que se repite constantemente “convengamos que el hombre mapuche es flojo”. Este dicho se encuentra en parte de la literatura histórica del siglo XIX y en el sentido común de muchas personas en la actualidad, porque permite justificar y culpabilizar al mapuche de su pobreza estructural y las situaciones que lo afectan. Una visión más aguda muestra que las causas de esta pobreza son históricas. Los informes de la Comisión Parlamentaria (1912) y de la Comisión Radicadora (1927) no muestran solamente que los mapuche fueron radicados en las peores tierras agrícolas, sino que desde se inicia la Radicación en 1884, a los mapuche se les entregó 4 hectáreas por personas, mientras que la ley de colonización extranjera entregó a cada padre de familia 40 hectáreas, y 20 más por cada hijo hombre. Por su parte, los chilenos recibieron en remates predios de 500 hectáreas, desde 1870, y a las empresas colonizadoras que funcionaron entre 1890 a 1910 se les entregó tierras cuya cantidad iba de 12.000 a 60.000 hectáreas. En 1956 la Universidad de Chile hizo un seminario para tratar este tema en las provincias de la Frontera, principalmente Cautín, y constataron que la tierra indígena había disminuido considerablemente, y un estudio de la CORFO realizado entre 1962 a 1968 también reveló que la tierra indígena tuvo pérdidas. Hubo denuncias y miles de causas se alojaban en los Juzgados de Indios, pero lejos de resolver la situación de pérdida de tierras, se generó una nueva animosidad contra el mapuche, y las tierras de las comunidades comenzaron a ser vistas como un obstáculo para el crecimiento de las ciudades (a las tierras indígenas circundantes se las de “Cinturones Suicidas”) y con ello se justificaba la usurpación y se estigmatizaba a su población como una amenaza para el desarrollo. La usurpación es algo que ha certificado el Estado a través del siglo XX desde sus diversas instituciones, pero todavía no se hace cargo de la cultura racista que animó en su momento.

Recuerdo que, hace 35 años atrás, la vida cotidiana en la comunidad comenzaba a las 6 de la mañana, al alba, para trabajar en los predios de la comunidad y en los fundos vecinos, y se terminaban las labores cuando se ocultaba el sol. Niños y adultos trabajaban de esta manera, de sol a sol. Cuando se iba a vender leña, carbón, o a moler o chancar, uno salía a las 2 de la madrugada, hombres, niños y adolescentes hacían largas filas en los molinos. Los fundos se hacían ricos porque pagaban una miseria. En los 80’ cuando los mapuche dejan de viajar a Argentina, y se vuelcan al Valle de Aconcagua generan una mirada antagónica por parte del peonaje de ese sector, pues sentían que trabajaban más y cobraban menos, como dice el libro Praderas a Parronales, de Daniel Rodríguez y Sylvia Venegas. En las panaderías de Santiago, se peleaban por contratar a jóvenes mapuche porque eran más trabajadores, y la mayoría de los presidentes de sindicatos panaderos, así como de asesoras de casas particulares, han sido mapuche. Y eran hombres y mujeres que trabajaban por lo general 16 horas diarias. Por lo tanto, la animosidad creada no tiene relación con el mapuche real.

UN CRIMEN DE ODIO

Hoy la madre de Federico se pregunta cómo existe tanto odio para cometer las atrocidades que le hicieron a su hijo, un hombre trabajador, que solo salió de su casa para mejorar la situación de pobreza en que viven. Dónde está la justicia. Por qué un crimen tan alevoso queda impune. Otros se preguntarán, por qué las organizaciones mapuche no toman la bandera de Federico, si su muerte no solo es la expresión viva del racismo, sino también la falta de tierra para trabajar y tener una economía que nos permita vivir dignamente.

Un crimen de odio consiste en atacar a quien representa un Otro: una raza, una clase, un género y/o transgénero. Estos crímenes están fundamentados en lo ideológico, en las creencias, y son un mensaje político simbólico de un sector que se resiste a los cambios. Hay muchos casos de ataques y golpizas que son catalogadas como riñas, y muy pocos son denunciados. Pero así es Chile: progresista sólo en algunas capas, mientras otras esperan la oportunidad para violentar psicológica y físicamente al Otro. Si no existe visibilidad de esto, si se muestra como un episodio, estaremos cimentando las bases para crímenes de odios cada vez más violentos que nos dejarán presos en el terror y la incertidumbre. Hay que recordar que en el primer mundo el nacismo y el fascismo se nutrieron del odio del pobre y se instrumentalizó por sectores conservadores y la propia burguesía. El odio hacia el mapuche hoy se recrudece en los sectores populares, que son los más conservadores y agresivos. Los chilenos pobres siempre han tenido sangre mapuche en sus manos, por más que la izquierda y los anarcos digan lo contrario. Hoy existe una clase media progresista de corte liberal que oscila entre la caridad y la cosificación. Una supuesta solidaridad con la causa, en la cual quedan fuera mapuche como Federico.

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