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Opinión

11 de Abril de 2019

El cielo y el infierno según Luis Núñez

Foto: Agencia Uno

Luis Núñez pasó del fútbol profesional a la cárcel casi sin escalas. Estando ahí pudo celebrar el título de la UC de 2016, e incluso pudo cumplir un sueño que parecía inconcluso: levantar la copa. Se la llevó al penal, quizás el menos talentoso de sus compañeros de generación pero seguramente por lo mismo el mejor compañero: Cristián Álvarez. “Nos quedábamos en su casa, en La Legua, y esas son cosas que no se olvidan nunca” dijo en esa oportunidad.

Patricio Hidalgo
Patricio Hidalgo
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La cara de Luis Patricio Núñez aparece hoy entre el listado de los prófugos más buscados de Chile, compartiendo plantel con abusadores sexuales, malversadores de caudales públicos y detonadores de artefactos explosivos.

Lo último que supimos de él fue a través de su abogado, uno de los más reputados defensores de narcotraficantes del país, que sorprendió con un argucia que no está establecida en nuestros códigos procesales: “Él está dispuesto a dar el paso, pero quiere garantías”. Juan Hernández, viejo zorro en estas lides, sabe de lo que habla.

Hace seis meses, tras la primera orden de detención contra su cliente, miró allí donde ninguno de nosotros quiere mirar para justificar la rebeldía de Núñez frente a una nueva formalización y la posibilidad cierta de la prisión preventiva: “Este lugar no tiene baños, no tiene camas, ni siquiera un colchón. No tiene duchas para mantener la higiene. Mi cliente no puede estar ahí”.

Ese “ahí” son las cárceles de nuestro país, que esta semana han sido portada de los diarios por significar un espacio de tormento y tortura permanente, cautelado, financiado y promovido por el Estado. “La justicia en Chile es muy discriminatoria, eso es sabido”, había dicho Hernández tiempo antes, pero nadie lo escuchó ni lo escuchará. Estamos demasiado ocupados hablando del control de identidad y registro a los menores de edad, que sabemos no serán nunca ni nuestros sobrinos ni nuestros hijos.

Durante muchos años, la cara de Núñez apareció en el listado de los mejores jugadores de nuestro fútbol, compartiendo plantel con los mayores referentes de la UC de la última década: Cristopher Toselli, Cristián Álvarez, Gary Medel, Roberto Gutiérrez, José Pedro Fuenzalida y Jorge Ormeño entre otros. Entonces, le decían Lucho Pato y era como ellos pero a la vez era distinto. Tenía barrio, le ponía el pecho a las balas, era tan habilidoso como astuto, no tenía el prototipo de un atleta pero podía llevarse a cualquier defensa con un chancho al hombro, agarrando velocidad como un motor petrolero bien aceitado. Nunca le enseñaron el cuento ese de la otra mejilla y compartir cancha con un jugador así se agradece.

El equipo rendía más con él, se atrevía más. Era como ellos pero no se consolidó como ellos. En vez de llegar a la selección o asegurar el futuro con un contrato jugoso, empezó un trayecto con idas y vueltas por estadios semivacíos, canchas disparejas y sueldos impagos. En alguno de esos equipos mostró pinceladas de talento, pero de a poco, casi imperceptiblemente, la noche empezó a ganar terreno. El árbitro Braulio Arenas negó haberle dicho traficante de la Legua en pleno partido, con una argumentación lamentable: “la verdad es que sabía que vivía en la Legua por las informaciones del diario, pero no tenía idea que estuvo con problemas de reclusión en ese aspecto”. El caso nunca se aclaró porque a esas alturas el origen comunal del futbolista era un padecimiento, como a muchos de sus vecinos les pasa, mezclándose la credibilidad con su pigmentación de piel y su forma de arrastrar ciertas consonantes. Su primera detención había sido un par de años antes. Luego le siguió otra en pleno camarín de Deportes Concepción, acusado de robo de cajeros automáticos, otra por receptación de especies y porte ilegal de armas y esta última por homicidio, aun pendiente, siempre con el narcotráfico como telón de fondo.

Luis Núñez pasó del fútbol profesional a la cárcel casi sin escalas. Estando ahí pudo celebrar el título de la UC de 2016, e incluso pudo cumplir un sueño que parecía inconcluso: levantar la copa. Se la llevó al penal, quizás el menos talentoso de sus compañeros de generación pero seguramente por lo mismo el mejor compañero: Cristián Álvarez. “Nos quedábamos en su casa, en La Legua, y esas son cosas que no se olvidan nunca” dijo en esa oportunidad. Los hinchas del fútbol tampoco nos olvidamos de los jugadores que nos dieron alegrías en una cancha, aunque no sean de nuestro equipo. Suponemos que cada abrazo que consigue darle en estos días Luis Núñez a sus hijas debe vivirlo como el último en años, y se nos aprieta el estómago al imaginarlo. Queremos que haya podido celebrar el triunfo de la UC contra Gremio, que de vez en cuando pueda jugar una pichancha y que nunca más se meta en líos. Y que cuando le toque enfrentar a la justicia, que es un rival que nunca ha eludido del todo, no pierda su dignidad en el proceso.

“He vivido de todo, ya no me entran balas. Conozco el cielo y el infierno, y cuando has vivido en los dos, ya no te asusta nada” le dijo a la prensa hace un lustro. Ojalá que esta temporada en el infierno que acecha sea breve, y que más temprano que tarde la pelota vuelva al medio, el árbitro vuelva a inflar sus pulmones y Lucho Pato pueda seguir jugando. Que así sea.

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