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Opinión

2 de Mayo de 2019

Carlo Galli, filósofo italiano: “Una democracia carente de centro político se encuentra a la merced de cada amenaza”

Carlo Galli es un referente mundial en el pensamiento político moderno, y en particular, en la obra del controvertido jurista alemán Carl Schmitt. Hasta mediados del año pasado, el profesor Galli integró el grupo Movimiento Democrático y Progresista en el Parlamento Italiano. Gracias a los esfuerzos de la Unipe: editorial universitaria (Buenos Aires) acaba de de ser publicada la primera edición castellana de la magnum opus de este pensador italiano: Genealogía de la política: Carl Schmitt y la crisis del pensamiento político moderno (2018), publicada hace veinte años en Italia. Pocas contribuciones han impactado tan profundamente la filosofía política. La publicación en castellano no pudiera estar más vigente, puesto que coincide con el centenario de la crisis de la República de Weimar (1919-2019), emblema de la crisis del parlamentarismo, y contexto en el cual el pensamiento de Schmitt mostró sus primeros brillos. La controversia del schmittianismo nos persigue en un presente atizado por múltiples conflictos, nuevos autoritarismos, el dominio de la economía, y la lenta erosión de la legitimidad del gobierno en Occidente. Aprovechamos la ocasión de la publicación para conversar con Galli sobre algunos tópicos de su pensamiento, así como de algunas señales del presente político global.

Gerardo Muñoz
Gerardo Muñoz
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1. La edición argentina de Genealogía de la política (Buenos Aires, unipe, 2018), un clásico del pensamiento contemporáneo, acaba de aparecer en castellano después de veinte años. Argentina fue siempre un territorio fértil para la recepción del pensamiento de Carl Schmitt. Mi primera pregunta es un lugar común: ¿cómo espera que los lectores en lengua castellana se acerquen a su libro?

Nos lo ha mostrado Jorge Dotti (1947-2018), la recepción de Schmitt en Argentina fue impresionante y muy penetrante. Como sabemos, esta recepción estuvo entrelazada con la reflexión filosófica, legal y política en torno al destino del estado argentino. Yo espero que mi libro, gracias a la traducción al castellano, sea de interés para los especialistas de Carl Schmitt – los más jóvenes y los ya maduros – quienes son numerosos no sólo en Argentina, sino también en Europa. Después de todo, la propia España ha tenido una relación dilatada y fructuosa con Schmitt, hasta tal punto que, como nos ha demostrado Miguel Saralegui, el jurista alemán pudiera ser definido como un “pensador español”.

2. La edición castellana de su libro sobre Schmitt coincide con el centenario de la República de Weimar (1919-2019), un momento decisivo que Max Weber describió como la entrada a una noche polar. Es también el momento de la crítica más contundente de Schmitt contra el liberalismo parlamentario. ¿Seguimos siendo contemporáneos de la crisis de Weimar?

Schmitt fue el intérprete más importante de la Constitución de Weimar, y este fue un momento en el cual había grandísimos constitucionalistas. Su Doctrina de la Constitución es un diagnóstico brillante de la situación histórica concreta desde donde operaban los conceptos políticos de la modernidad. Schmitt también fue el intérprete más agudo (pensemos en El Guardián de la Constitución o Legalidad y Legitimidad) de la ruina de Weimar, a causa de un abismo irreparable entre el espíritu y las herramientas del compromiso democrático, por un lado; y una polarización radical del pueblo y del sistema político alemán agravada por la crisis económica, por otro. Una democracia carente de un centro político y de la capacidad de analizar sus dinámicas y de poder responder a ellas, se encuentra a la merced de cada crisis y de cada amenaza. Esto fue así en Weimar entre 1930 y 1932, y sigue siendo cierto hoy en Europa, más allá de las formas específicas del autoritarismo que Schmitt había previsto (la dictadura comisarial del Presidente del Reich bajo el artículo 48 de la Constitución). Ciertamente, la capacidad de los sistemas democráticos hoy para gestionar las crisis ha mejorado muchísimo. Sabemos que el neoliberalismo tiene muchos medios a su disposición para defenderse. Pero todavía hoy, un sistema político débil es incapaz de analizar las causas reales de sus problemas (en Europa, por ejemplo, piénsese en el atolladero neoliberal y el orden del euro),y, por lo tanto, es incapaz de responder a las crisis económicas y sociales.

3. Weimar simbolizó las debilidades del parlamentarismo y el ascenso presidencialista en una nación tardía. Schmitt nunca ceso de reflexionar sobre el poder ejecutivo en el tejido político de las democracias. Ahora que cierto autoritarismo presidencial está de vuelta en Occidente, ¿podemos suponer que las intuiciones de Schmitt fueron correctas (sobre todo en lo relativo al decisionismo contra la neutralización de la economía)?

Hoy nos encontramos ante dos debilidades: por un lado, la del parlamentarismo que tiene cien años, y la del mercado, que tiene apenas diez (al menos en Europa). La solución de un presidencialismo autoritario y del endurecimiento del ejército a través de su poder decisionista está avanzando, aunque yo tengo la impresión de que es solo una respuesta superficial a la crisis del sistema neoliberal de nuestras sociedades. En otras palabras, muchas veces se llevan a cabo cambios a nivel político con el propósito de que nada cambie a nivel de las relaciones de poder de la sociedad, o en términos de las relaciones de derechos laborales. En suma, yo tengo la impresión que el giro “anti-sistema” hacia la derecha es en realidad la última reserva del “sistema”. Hemos aprendido de Schmitt que la política no requiere solo orden sino también energía, y que en realidad no existe el orden sin la energía. Yo estoy convencido que la energía para afirmar un nuevo orden no puede ser monopolizada por un líder autoritario que se autoposicione de manera mediática-plebiscitaria ante las masas. Esa proyección verticalista de la energía debe también iniciarse desde abajo hasta llegar a arriba, ya sea a través de los partidos o de sujetos colectivos fuertes no “vacios”. Sin sujetos políticos colectivos no hay democracia. Este esfuerzo por reconstruir un sujeto de masas es el comienzo de la solución al problema. Desde luego, las instituciones también deben ser renovadas, pero lo primero es el mayor reto.

4. Schmitt fue un gran pensador de la soberanía como concepto político de la modernidad. De ahí que quizás hoy él hubiese estado interesado en las mutaciones nacionales como reacción a la globalización. ¿Nos encontramos hoy en un ‘momento Polanyi’, tal y como usted lo ha caracterizado recientemente?

Como sostengo en mi último libro, Sovranità (Bologna, Il Mulino, 2019), nos encontramos hoy en un “momento Polanyi”. Hemos conocido la intrusión del mercado y el fracaso de su auto-regulación, que ha potenciado la destrucción de la riqueza pública y las desigualdades abismales a niveles personales; hasta tal punto que los nudos sociales se han roto, lo que ha comprometido a la propia democracia, arrojando a las personas a un estado de inseguridad económica y existencial. Y hemos visto una defensa de las sociedades que piden – más allá de cierta ideología neoliberal e individualista que sigue impregnada en sus discursos – más seguridad, más estado, y más regulación política para contener el inmenso de la las fuerzas económicas, que hoy carecen de toda dimensión socialmente constructiva y ordenada. La tragedia es que hoy, como en los años 30, la demanda de seguridad como un freno sobre lo ilimitado, ha sido interpretada por la derecha, mientras que la izquierda – que representa a minorías que viven bien en el sistema actual – la desestima o la tilda de fascista. Como ya hemos mencionado, la derecha solo propone soluciones inadecuadas y parciales. Y cuando propone una política “fuerte” lo hace contra los más débiles y contra los derechos democráticos, y no ciertamente contra los poderes económicos. La nueva derecha propone un orden – que es un concepto positivo, no debemos olvidarlo – pero un orden que es externo y superficial, ya que deja al desorden y a la injusticia social completamente intacta.

5. Sabemos que las interpretaciones del pensamiento jurídico de Schmitt han florecido tremendamente en los últimos años. Hay interpretaciones diversas de su legado: interpretaciones católicas, interpretaciones del excepcionalismo democrático, interpretaciones sobre un pensamiento jurídico de la contra-revolución, e interpretaciones de un schmittianismo agonista para el conflicto político. Sin embargo, el proyecto de Genealogía apuesta por la idea de “origen” o génesis (arche) de lo político. En su opinión, ¿ésta sigue siendo la mejor entrada para acercarnos al Schmitt “original”?

La enorme popularidad de Schmitt a nivel mundial tiene dos ramas completamente distintas: el mundo angloamericano y el mundo latino. Ambas responden de diversos modos a un mismo problema: la crisis del liberalismo y de la democracia liberal. Tenemos que tener en cuenta distintos contextos políticos e institucionales, así como diversas tradiciones políticas y compromisos reflexivos. Sin embargo, la vuelta a Schmitt responde a cómo pensar una alternativa a las tradiciones políticas occidentales de últimos dos siglos. Esta alternativa no es ideológica (sabemos que Schmitt es un pensador declaradamente reaccionario), sino metodológica: la grandeza de Schmitt yace en su genealogía, esto es, en su idea de que para entender la política uno debe primero poder entender el origen concreto de una estructura de poder. Aquí origen no debe entender como una fundación estable, sino como energía, como desequilibrio, y por lo tanto, como conflicto al interior de cada orden. Para Schmitt la noción de orden siempre viaja junto con el nihilismo. El descubrimiento teórico del ‘origen de la política’ tiene luego una contraparte práctica que puede ser muy revolucionaria (activar un nuevo origen de conflicto, como en las revoluciones). Una política del origen siempre supone una defensa extra-legal y un poder de decisión sobre un orden político existente, que da legitimidad como factor de estabilidad. El poder constituyente revolucionario y el sistema de protecciones están siempre presentes en Schmitt. Como jurista, Schmitt lleva a cabo la forma más radical de la deconstrucción genealógica de la forma estado: en efecto, además de defender autoritariamente al estado, también encontramos el intento por sobrepasarlo. Al mismo tiempo, Schmitt también fue un gran defensor del estado; algo enormemente apreciado hoy en la China. Por cierto, esta sería la “tercera rama” de su influencia global, y que hace posible que la comunidad científica norteamericana legitime algunos aspectos del régimen autoritario comunista.

6. Retomando la pregunta anterior sobre las apropiaciones de Schmitt. ¿Qué opinión tiene usted del llamado ‘schmittianismo de izquierdas’? Pienso aquí en ciertos esquematismos schmittianos en las teorías del populismo contemporáneo.

No hay dudas que Schmitt puede ser apropiado por diversos fines ideológicos: él mismo vinculó su pensamiento a una de las ideologías más nefastas. Pero su importancia yace en la genealogía. Desde un punto de vista práctico, es importante subrayar que la política es energía antes que institución, conflicto antes que orden. Esto también puede ser aceptado desde la izquierda. Pero debemos asumir con seriedad la naturaleza del conflicto y la intensidad de la energía. Yo no estoy a favor del “populismo”, si por esto se entiende una serie de significantes vacíos. Y tampoco me interesa el populismo si es solo “protesta” y no un pueblo como clase concreta (trabajadora, subordinada, y oprimida). Y tampoco estoy a favor de una “democracia agonística”, si por esto entendemos una práctica de desobediencia civil o una serie de revueltas amorfas. Schmitt no se interesó por pensar la mayoría, sino la soberanía en un sentido estructural fuerte. Por eso intentar domesticarlo o usarlo metafóricamente es inútil. Su fuerza radica en la manera en que afronta la política como “aut aut”. Y tarde o temprano, ese aut aut nos obligar a identificar el problema aquí y ahora. Schmitt no es un pensador de la norma, de la cotidianidad, ni tampoco del movimiento dialéctico. Por lo tanto, Schmitt no es un pensador biempensante, aunque tampoco puede encarnar una postura de oposición al capital global.

7. Genealogía de la política realiza una lectura importante sobre la espacialidad en los conceptos . En efecto, la noción de espacio fue clave para Schmitt, porque remitía a la Iglesia Católica (Roma como Raum). ¿ Cuál es la importancia de qué asumamos las lecciones de Schmitt en torno a la espacialidad, ya sea en el sentido político o geoeconómico?

Schmitt es el gran enemigo del universalismo, sea técnico, moral, legal o económico. Para él, el universalismo es una forma interesada de negación de la política, puesto que actúa como una potestas indirecta. Por eso un espacio liso, como el mar, no tiene cualidad política: el orden político requiere nomos, esto es, poner fronteras en el suelo, estar en condiciones de poner límites. El orden es monista en su interior, y pluralista en su exterior. El orden requiere fronteras y soberanía, porque necesita enemigos concretos, y no enemigos criminalizados, como el pirata que es el enemigo de la Humanidad. Por otra parte, la relación de Schmitt con la Iglesia Católica es compleja: por un lado, hay un fuerte rechazo del universalismo como potestas indirecta; y por otro, encontramos la existencia de un orden que aspira realizar el complexio oppositorum de la Iglesia, pero que el Estado es incapaz de personificar. No olvidemos tampoco que Schmitt aprecia en el catolicismo “el lugar concreto”, a diferencia del Protestantismo. Es cierto que Schmitt tiende a favorecer una noción fuerte de “Roma”, cuyo valor es meramente metafórico. Ciertamente, para Schmitt la política solo se da en el espacio, ya sea como forma o como conflicto; ya sea en el espacio del estado o del imperio (grossraum, o gran espacio).

8. La crisis de la dominación politica y económica durante el siglo veinte fue encarada por Schmitt desde una noción teológica (complexio oppositorum) de lo político. El Katechon (esa vieja figura de San Pablo que remitía a un poder de freno) aparecía como la figura que podía frenar el tiempo y la anarquía. Sin embargo, ¿no estamos hoy ante la ruina de la legitimidad política, ya siempre caída de antemano a la técnica? ¿Estamos en un escenario post-katechon?

Yo no identificaría lo “político” con el complexio oppositorum. La noción de complexio es un modo del orden político que prescinde de lo “político” (entendido como relación amigo-enemigo), ya que se basa en una auctoritas en un sentido fuerte, que no estuvo disponible en el estado moderno. Lo político es al mismo tiempo lo concreto y el conflicto; por lo tanto, es la forma de la existencia política, pero no es en sí misma un katechon, ya que el katechon es una fuerza que precisamente detiene el conflicto. Ciertamente, lo político es un conflicto que genera decisión, lo cual nunca llega a realizarse completamente. Por lo tanto, el katechon es lo que, frente al conflicto absoluto, mecanismo del mundo universal de la técnica, puede expresar un conflicto concreto. De esta manera, el conflicto intermedio es frenado por un conflicto bien definido. Aquí Schmitt se asemeja a Clausewitz, quien analiza guerra real, mas no la guerra absoluta. En cualquier caso, hoy estamos ciertamente en una época que, de distintas formas, es post-katechontica, ya que el conflicto está desconectado del territorio y de las fronteras (solo basta pensar en el terrorismo). Y, sin embargo, también es verdad que hoy un nuevo orden espacial está teniendo lugar en el planeta, organizado por grandes espacios semi-soberanos – en una forma de competencia entre estados medianos y compañías multinacionales – en una época que ya es post-global, y, por lo tanto, política de nuevo.

9. Finalmente, Prof. Galli, usted mismo ha señalado en su libro Guerra Globale (2000) que los conflictos se han intensificado desde el fin de la guerra fría, algo que Schmitt vislumbró en sus últimos ensayos, pero que solo ahora se han vuelto una realidad efectiva y también una operación del gobierno. ¿Sigue siendo Schmitt el horizonte conceptual por el cual podemos seguir pensando la guerra civil en curso, o debemos ir más allá de Schmitt?

Yo creo que debemos andar “con Schmitt para ir más allá de Schmitt”, como suele decirse. En otras palabras, debemos renunciar al peso reaccionario de su ideología, que se circunscribe a un momento muy específico, como es la crisis alemana de los 20, la tragedia de los 30, y la crisis europea de los 40. Por lo tanto, yo no creo que debamos extraer “leyes” de Schmitt, como tampoco debamos extraer reglas eternas para la política. Desde un punto de vista intelectual, la genealogía de Schmitt nos permite llevar a cabo una permanente reflexión sobre la política. Schmitt nos ha enseñado a pensar concretamente, a interpretar la política de manera seria y dramática, en lugar de siempre estar buscando formas o principios de estabilidad para un orden. Debemos estar en condiciones de leer las señales de un posible orden al interior de un tiempo de desorden. Schmitt nos enseñó a no creer en soluciones fáciles, técnicas, o morales a la hora de enfrentar problemas políticos. En otras palabras, su lección radica en hacernos pensar la cuestión del orden como una necesidad y al mismo tiempo como una realidad contingente. Pensar la política como energía y como institución. Y yo no creo que podamos liberarnos de su enseñanza, aunque hoy vivimos en un contexto internacional distinto en el que él vivió. En resumen, su pensamiento es una parte fundamental de cada pensamiento crítico que desee dejar atrás el normativismo, el funcionalismo, y el neoliberalismo.

*Gerardo Muñoz es profesor en Leigh University, Pensilvania. [email protected]. En Twitter: @GerardoMunoz87

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