Cultura
6 de Mayo de 2019Amanda Teillery, escritora: “En mi generación hay como una soledad tácita”
Tiene 23 años y está llena de ansiedad por el futuro. El éxito de su primer libro de cuentos “¿Cuánto tiempo viven los perros?” (2018) sembró el camino para lo que vino: “La buena educación” (2019), una novela donde aborda la amistad y la soledad en un mundo de colegios privados y grandes casas vacías. Un universo complicado pero también conocido para ella. Amanda Teillery está a pocos meses de terminar Licenciatura Creativa dónde sólo le queda defender su tesis de sobre literatura feminista. Aquí habla sobre sus orígenes, la transición de sus gustos y las marcas adolescentes que han teñido su trabajo editorial.
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Pasaste de escribir cuentos a escribir una novela. ¿Cómo es ese proceso? Me imagino que hay complejidades distintas en cada uno.
-Encuentro que el cuento y la novela tienen una finalidad distinta, en el sentido de que en el cuento le estás dando una solución más próxima al lector: él se mete a esa lectura para buscar una solución rápida, tiene otro sentido del tiempo. Para mí funcionan con técnicas distintas. En el cuento yo ocupo la técnica de lanzar una bomba de información que al final explota. En cambio en la novela uno tiene que expandir los recursos. Ya no puedes ocupar el factor sorpresa que yo ocupaba en los cuentos, tienes que dilatar una historia. Por eso tienes que estar todo el rato convenciéndolo, haciendo que te siga. Y en eso también está el riesgo de que te abandone.
¿Cómo surge tu vínculo con las letras y con la escritura? ¿Cuándo empiezas a escribir?
–En la adolescencia me involucré más. En parte porque no estaba muy integrada en el colegio. Tenía mis amigas y todo, pero había una cosas en “las fiestas con los niños del colegio privado” y siempre me sentí muy ajena a eso. Entonces me dediqué más a leer, fue como una compañía. De tanto leer me empezaron a dar ganas de también escribir y en tercero medio me metí a un taller con Gonzalo Contreras y gracias a él, di el salto a la editorial.
¿Fue muy abrumador ese salto?
-Sí, fue loco. Pero fue lento también. Demoró como un año y medio a dos años en que me respondieran en la editorial. Es que Gonzalo me recomendó, él publicaba ahí. Me dijo que, como yo no tenía muchos cuentos escritos, escribiera unos diez cuentos más. Y fue lo que hice.
¿Y qué leías en esos tiempos, por ejemplo? ¿Qué autores te llamaban la atención?
–Bueno, igual cuando empecé tenía como 13 años, entonces estaba muy en la onda de estas cosas adolescentes como Crepúsculo, que ahora me da como un poco de vergüenza, pero ahí partió mi gusto.
Eras chica, no es tan descabellado.
-Pasé de leer esas cosas, a tener otro ojo cuando, a los 13 o 14, me leí ‘Cumbres Borrascosas’ y ahí dije “quiero leer más de esto”. Ese fue un periodo de puro clásico. Y después como en segundo medio descubrí literatura más contemporánea, me empezó a gustar Eugenides, McEwan. Entonces ahí fue como un periodo más clásico y cuando terminé el colegio, más contemporáneo.
Y por ejemplo, referentes chilenos, ¿has leído? ¿hay gente que te llame la atención?
–Sí, de los tradicionales chilenos José Donoso fue importante, sobre todo por el tema de cómo trata la clase social. Y también me gustan mucho las escritoras chilenas, actuales sobre todo Paulina Flores, Arelis Uribe, María Paz Rodríguez. En Chile como que estoy muy metida en leer a las autoras mujeres.
Paulina Flores, Arelis Uribe, Romina Reyes y probablemente varias escritoras jóvenes más también impulsaron su carrera con libros de cuentos, aunque a diferencia tuya, apuntan a otro estrato, hablan de otra clase. ¿Qué crees que diferencia tu trabajo literario con los universos que abordan esas autoras?¿sólo la clase?
-No sé en el caso de ellas, porque no sé sus motivos, pero me da la impresión de que uno en primera instancia igual escribe sobre lo que conoce y se hace como un poco cargo de su realidad. A mí al principio igual me dio un poco de pudor escribir sobre mi clase, mi origen, mi mundo. Yo al principio no quería escribir sobre eso, pero también sentía que a todas esas historias les faltaba un piso, un origen. Pero también no podía apropiarme de una historia que no era mía, no podía hablar sobre luchas que no eran mías, ni clases que no eran mías, porque tendría un fin muy ególatra del tipo: “yo quiero hacer un libro y que me aplaudan”. Entonces igual sentí que había un deber o una cierta línea moral donde tenía que hacerme un poco cargo de lo que escribo y no negar de dónde salió esa inspiración.
¿Probaste escribir sin dejar rastros de tu origen?
-Estaba escribiendo cosas donde emitía cualquier como rastro de clase y decía: “no, no puedo hablar sobre esto porque no me pertenece, pero tampoco voy a hablar de esto porque me da pudor”; Y en ese sentido encontraba que no tenían nacionalidad los personajes que abordaba. Todo era demasiado neutro, como una traducción de anagrama.
¿Cómo se entrelazan ambos universos (más marginales o clase media) con el tuyo? ¿qué hace transversales tus discursos?
–No sé si como en temas de contenido o de temas, yo y esas escritoras tengamos un punto en común. Yo encuentro que entre ellas sí. Quizás siento que coincidimos un poco en la técnica, sobre todo si se trata de un cuento, y en esos relatos tratamos de dar cuenta una realidad. Pero no es sólo una realidad sino que también hay una observación, un trabajo social, un ethos. También hay un trabajo con el personaje, porque hay un juego con el afuera, con el contexto, pero también es una circunstancia que da pie para que la interioridad de un personaje se desarrolle.
Siento que de alguna eso hermana, sin apuntar exactamente a las mismas lecturas, los discursos.
-Sí, puede ser. Yo igual estoy hablando sobre mi generación que es un poco más chica que la de ellas. En mi generación hay como una soledad tácita, por como las normas o las exigencias del entorno son tantas que, normalmente, la misma gente no alcanza a procesar que se siente incómoda con todo lo que le imponen, porque están muy metidos en cómo seguir las reglas. Por lo menos yo cuando escribo, mis personajes no se dan cuenta del absurdo de su vida. Hay algunas excepciones. Pero en general eso es más trágico, porque aunque no se den cuenta del absurdo de su vida igual sienten un cosquilleo que les dice: hay algo que no me calza.
¿Crees que hay un prejuicio a la hora de escribir sobre clases más acomodadas?
–Sí, también yo creo que hay un prejuicio y también a mí me pasa. Es decir pero “¿qué voy a escribir sobre ellos?”, si no tienen dramas. O “su vida es súper perfecta y fome por ser perfecta”, pero esa idea también esconde un abandono. Los dejan solos con su perfección y le dicen: “no, si eres perfecto”. Y se van y los dejan ahí, pero hay mucho más drama detrás de esa apariencia. Y muchas veces los reducen sólo a las discusiones y temas morales, que son la única educación que tienen: una educación llena de dictámenes, en donde no hay una educación interior, empática o emocional.
¿Cuánto de tu vida hay en estos cuentos y en esta novela en particular?
–Hay de mi vida, pero yo creo que es más de la vida del resto. Como te dije, en el colegio no era muy partícipe, entonces era más observadora. Y siento que lo que escribo da cuenta de ese trabajo de observación, que creo que es más fácil escribir estando afuera. Si hubiera estado como tan adentro mi visión estaría perjudicada por la subjetividad y creo que no hubiera podido escribir algo así.
Uno de los temas que abordas en esta novela es el aborto. ¿Te interesa hacer un guiño a la discusión feminista?
–Surgió igual de manera natural, pero, o sea, tenía un motivo de por qué estaba escribiendo eso, tenía ciertas inquietudes y también habían ciertas críticas que quería hacer. Igual empecé a escribir sobre esto antes de que el movimiento se volviera más fuerte. De todos modos igual me reforzó este boom y como que le pude dar más forma. Además sentí que era un buen momento para que la gente lo recibiera, porque antes igual tenía un poco de miedo. Cuando empecé a escribir no se hablaba y decía como: no sé si se va a leer bien; pero ahora lo que me gusta es que se está empezando a naturalizar. Entonces puedo publicar una novela en donde haya un aborto, pero que la gente no la tilde como una “novela sobre el aborto”, sino que se diga lo que realmente es: una novela sobre la amistad, que hace una observación sobre una determinada clase social. Siento que antes no se podía hacer eso, porque lo empañaba todo.
Y en ese sentido, ¿qué te ha parecido todo este debate sobre los derechos de las mujeres?
–Sí, me inspira mucho, me ha hecho escribir y también ha hecho que vea cosas que antes no veía. Antes escribía en una página feminista de cosas que yo sentía que sólo a mí me pasaban, y sin embargo la respuesta de la gente era: yo toda la vida me he sentido así, pero nunca lo dije. En cambio ahora, no sé si es como una catarsis colectiva, pero sí es como un reconocimiento y compañerismo en los otros, donde te dan ganas de hablar.
Desde esa trinchera, ¿sientes algún prejuicio hacia ti por venir de cierto lugar o tener cierto origen? ¿Te han dicho: “ah no, eres cuica, no puedes hablar de esto porque no te pasa”?
-Sí, pero en cierto sentido igual he sido súper afortunada de nunca haber estado en un contexto en que un familiar me haya abusado o nunca he estado en un contexto más precario en que no se pueda salir de ese círculo. Obviamente hay un tema con los privilegios: yo en cierto sentido me tengo que hacer cargo de mis privilegios: ellos me han dado igual una plataforma y quizás algunas oportunidades como estudiar en la universidad, poder estar en un taller en donde hablamos de toda clase de teorías feministas. Pero al mismo tiempo no me tengo que cegar solo a mis privilegios, también debo ocupar el privilegio para dar plataformas para escuchar a otras personas y no hablar yo por ellas. Por eso mismo yo enfoqué la novela en lo que yo conocía, porque hubiera sido súper paternalista meterme en un ambiente que no me correspondía y contar la historia de otra persona que merece, con sus palabras, abordar su propia realidad.
Eres joven y ya tienes dos publicaciones. ¿Te da ansiedad hoy el futuro?
Sí, igual me da ansiedad, sobre todo ahora con el último libro. La gente que lo ha leído me ha dado comentarios del tipo “oh, lo leí muy rápido, me entretuvo”. Pero como que siento que no puedo seguir hablando de la adolescencia eternamente, entonces me da nervio, porque tengo planes de escribir sobre otras cosas, pero me da nervio que a la gente le guste eso y que vaya a querer siempre eso de mí, sobre todo que lo escribí en una etapa en que uno cambia mucho. A los 20 años lo empecé a escribir, ahora tengo 23 y ya siento que me han pasado hartas cosas entre medio. Entonces, como siento tanta distancia, me da nervio encasillarme y que si hago otra cosa no va a ser del gusto de la gente porque va a esperar eso de mí.
“Un recuerdo: el sexo es malo. Mejor dicho, no existe. Por lo menos para Sofía y las demás niñas de su edad. Eso es lo que les han dicho: el sexo es de los otros, no de ellas”, es una frase que dices en tu libro ‘La buena educación’. ¿Te hace sentido esa frase en tu propia vida? ¿cómo has tenido que lidiar con esa carga?
–Siento que en relación a las mujeres, el tema del sexo siempre ha sido un poco el método de control, es decir, porque el sexo siempre está ligado con ciertos juicios y esos juicios siempre provienen de una idiosincrasia masculina. Entonces es como siempre darle el gusto a esa manera de ver. El sexo siempre está ligado un poco con el castigo. Si eres una persona muy sexuada te tildan mal, o si no eres sexuada, te tildan mal también. Entonces ese equilibrio es un equilibrio en el que los hombres se sienten seguros y no dónde las mujeres se sienten seguras, cómodas y libres. Y estoy segura que las mismas mujeres con los prejuicios masculinos dicen: “ah, ella es puta” y en el fondo ella no es puta, ella está haciendo lo que quiere. Y tú, y la gente que lo dice, incluso yo caí en eso en algún minuto, lo dice y la juzga desde la represión. “No puedo ser tan libre de hacer lo que ella está haciendo” y eso es un tema de culpa también. Es como el ideal de lo que debería ser y un ideal imposible de alcanzar y también te hace sentir mal por tus mismos deseos naturales. La masturbación en la niñas más chicas es como no, no y no. ¿Pero por qué? porque desde la lógica masculina no existe el hecho de que pueden tener placer para ellas mismas. El acto es permitido o validado solo si es para darle placer al hombre. Es mal visto que lo hagas porque tú quieres.