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Nacional

8 de Mayo de 2019

Freddy Navarrete, monitor social: “Dar abrazos es más que dar cariño, es estregar dignidad”

Desde 2008 trabaja haciendo rutas de calle para asistir a esas 8 mil personas que se estima viven en Santiago con el cielo como único techo. Ha estado metido en trifulcas monumentales, limpiado heces y orina, visto cómo destruyen el narcotráfico, la violencia y el consumo. Por eso, le tiene tanta fe al piloto Vivienda Primero que se lanzó ayer.

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Por Ximena Torres Cautivo

Carlos Tapia era un adulto mayor que vivía debajo de un camión. Se abrigaba por dentro con pelacables en petacas, ese alcohol de bajísima calidad que toman los chiquillos de calle. Una mañana llegamos a verlo y estaba paralizado; no sentía las piernas, apenas hablaba. Le había dado una trombosis. Logró sobrevivir y vivió varios años más en la residencia Rosita Renard de Nos”.

Freddy Navarrete Collipal (46), electricista al que la vida y una natural inquietud social condujo a especializarse en la ayuda profesional a las personas en situación de calle, habla de aquellos a quienes atiende con nombre y apellido. Recuerda fechas, historias, detalles. Sabe que en ese conocimiento, en esa relación cara a cara, personal y directa, radica el éxito de su gestión. “La vida de calle es dura, dura, sobre todo para los chiquillos que ya han perdido todas sus redes y para los que tiene problemas de salud mental. Yo me dedico a ayudar a quienes viven en esa situación para aportar a la justicia social. Es una necesidad que he sentido siempre”.

Santiaguino, nacido en Renca, de ascendencia mapuche por madre, aunque “se considera ciento por ciento mapuche urbano”, Freddy es buenmozo y tiene estilo. Usa un corte de pelo tipo mohicano, jeans y la chaqueta de polar con los colores y el logo del Hogar de Cristo, donde trabaja desde el año 2008.

Desde que era joven, en 1992, empezó a hacer voluntariado en la Parroquia El Señor de Renca. En paralelo, terminó sus estudios de electrónica, trabajó como electricista en obras de construcción y formó con varios amigos el Movimiento de Acción Social André Jarland. “Ahí empezamos a hacer rutas de calle nocturnas a nivel comunal, cubríamos de Renca hasta Conchalí, todo el sector norte de Santiago”. Así supo que el Hogar de Cristo apoyaba proyectos sociales comunales y postuló a fondos para financiar las rutas de calle del Movimiento. “Nos apoyaban con 10 kilos de harina cruda, mermelada y mantequilla, para salir a atender a los chiquillos de calle”.

LA PALETA DE CASTOR

En 2008 se quedó cesante de la construcción y supo que había la posibilidad de hacer un reemplazo en un albergue del Hogar de Cristo, en el invierno. “Ahí vieron que tenía buena actitud y capacidades sociales de contención, de comunicación. Y, gracias, yo creo, al padre Alberto Hurtado, que me escuchó decir que mi sueño sería trabajar a diario con las personas en calle, al poco tiempo me ofrecieron pega estable en esto”.

-¿Qué condiciones hay que tener para trabajar en la calle con personas dan dañadas?

-Creo que todo va en la entrega, incluso en la cantidad de abrazos que uno puede dar. Un abrazo además de ser un cariño, es una motivación, un reconocimiento de la dignidad del otro. Yo me he formado en reducción de daños, en contención en crisis… He hecho cursos y hoy soy monitor social y me desempeño profesionalmente. Estoy en esto porque el universo conspiró para ello.

Llama la atención lo expresivo que es Freddy para describir la indefensión de las personas de calle. “Iba caminando entre Estado y Huérfanos hacia la Alameda. Era invierno, hacía mucho frío, estaba el comercio abierto y bullía de gente. De repente, desde un pasaje, sale esta persona invisible para todos, enfundada en un abrigo grueso, pero sin zapatos ni pantalones, que se defeca en la vereda y cae al suelo. Yo lo asisto, todos los demás nos rehúyen. Esas escenas son una confrontación tremenda de lo que significa vivir en calle: ser invisible, asustar, espantar. Somos pocos los que nos acercamos en una situación así. La mayoría siente miedo, pudor, asco, todas emociones fuertes y desagradables”.

Freddy recuerda su primer logro significativo trabajando en el Hogar de Cristo: “José Hogaz era un hombre con diagnóstico de esquizofrenia que rondaba por el barrio Yungay. Tenía el pelo blanco, apelmazado y largo. Le llegaba a la mitad de la espalda; a mí se me figuraba la cola de un castor, pero a él le servía de almohada, de cojín, cuando dormía tirado en cualquier parte. Los chiquillos con esquizofrenia suelen tener gustos muy marcados, alguna pasión, pero cuando se descompensan, se ponen muy territoriales y cuesta conectarse con ellos. La primera vez que José nos oyó, nos prestó atención, fue cuando vio que andábamos con un libro. Eso lo despertó. Fue como si se abriera la puerta de su percepción. Empezamos a llevarle libros, amaba los cómics. A los dos meses logramos sacarlo de calle y revincularlo con su familia. Ese encuentro fue emocionante. Todos lloramos. Ahora está estable, vive con sus padres, ya no tiene el pelo como paleta de castor”.

VIVIENDA PRIMERO

A Freddy lo han amenazado muchas veces. Ha estado metido en medio de peleas, de trifulcas tremendas. Ha visto cómo el narcotráfico ocupa las calles y usa a los más desvalidos como burreros. Ha asistido a funerales donde ha quedado la pelotera entre deudos que se culpan de la pérdida de su muerto perdido en vida en la dureza de la calle.

También sabe lo brutalmente dura que es la vida de las mujeres en esta situación, lo que explica que sean minoría. Un 16% del total, según el último Catastro de Personas en Calle. “El lunes 4 de marzo pasado, cuando volví de mis vacaciones, en Carrascal con Matucana, en un paso bajo nivel donde hay unos 4 o 5 rucos, nos encontramos con Cecilia, una niña de unos 30 años, de pelo corto, que estaba en un muy mal estado de salud. Su nivel de desnutrición era tremendo, era puro hueso. Apenas tomaba agua, sólo consumía pasta base y se defecaba y orinaba encima. Alguien dijo que tenía cáncer. La llevamos al Consultorio Carol Urzúa, de Renca, y logré que me diera la dirección de su madre. En su casa supe que coincidentemente ese mismo día Cecilia estaba citada a la Unidad de Infectología del Hospital San Juan de Dios. Tenía VIH”.

La madre fue con él. Pudo ver a su hija, quien fue trasladada al hospital. Llevarle ropa, pañales. Estar con ella. “Cecilia murió el jueves de esa misma semana; su debilidad era extrema. Al menos no murió en la calle, lo hizo dignamente”, dice Freddy emocionado, sin olvidar detalle de cada una de las historias de sus chiquillos de calle y convencido de que el programa piloto Vivienda Primero que acaba de lanzarse es “el principio de una gran iniciativa”.

Claro como es, comenta: “Se estima que hay 8 mil personas en situación de calle en toda la Región Metropolitana y estamos beneficiando a 15 de ellas con este piloto. Quince seres humanos que ya no están expuestas al frío y a la humedad de la noche, a la violencia, a los abusos, que no están consumiendo a destajo, que, al estar acompañados, entre ellos mismos se cuidan, que tienen baño, agua caliente… Realmente de esto puede resultar una gran cosa”.

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