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14 de Mayo de 2019

Columna futbolera de Patricio Hidalgo: Entrenadores chilenos, los otros patiperros

Destacar en Primera, llegar a Europa, consolidarse allí y asegurar el futuro. La meta es una sola y las estaciones intermedias apenas admiten variaciones. Alguno llegó al viejo continente sin grandes actuaciones en Chile, como Mauricio Isla, que aún no debuta en nuestra liga. Otro prefirió un destino algo más excéntrico, salvando los dólares pero […]

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Destacar en Primera, llegar a Europa, consolidarse allí y asegurar el futuro. La meta es una sola y las estaciones intermedias apenas admiten variaciones. Alguno llegó al viejo continente sin grandes actuaciones en Chile, como Mauricio Isla, que aún no debuta en nuestra liga. Otro prefirió un destino algo más excéntrico, salvando los dólares pero transando la gloria deportiva, como Carlos Villanueva, que lleva 250 partidos jugados entre Asia Occidental y el Oriente Medio. No faltó el que pudo financiar la vida de sus retoños sin consolidarse nunca, como Mauricio Pinilla.

Excepciones existen, pero el camino soñado es el de los puntales de la generación dorada. Bravo, Medel, Vidal y Sánchez recorrieron el camino completo y están cerca de volver al terruño, prender la parrilla y sonreír pensando que todo eso pudo no haber pasado nunca. Por mucho que hoy es más común que hace 20 años, por cada uno que lo logra
decenas de miles quedan en el camino.

En el caso de los entrenadores es incluso más infrecuente. Menos pintosos que los argentinos, menos verseros que los uruguayos, con infinita menos tradición futbolera que los brasileños, lo de ellos pasa por vender seriedad, apegarse al proceso, prometer trabajo y solo trabajo. Que el terno esté bien planchado, que la dirigencia se ponga con algún refuerzo que valga la pena y el resto es pelar el ajo, en general lejos de la familia porque los sueldos son otros y los números no calzan.

Más allá del inefable Pellegrini y algún otro afortunado en el pasado, lo que hay hoy es un puñado de chilenos que están tratando de cumplir sus sueños ya creciditos, lejos de los focos pero acaso un poco más cerca de la meta.

En febrero de este año un número desconocido apareció en el celular de Jaime Vera, el Pillo. Hace 30 años supo destacar en la liga griega, así que no lo tomó por sorpresa el idioma del interlocutor. El OFI de Creta nuevamente necesitaba sus servicios, esta vez desde la banca. No se demoró mucho en dejar botado a los muchachos de Curicó, con los que en ese momento preparaba el inicio del torneo. Era la gran oportunidad, después de intentarlo en media docena de equipos en Chile, y así lo hizo saber a quién quisiera escucharlo: “quieren darle un toque sudamericano al equipo”, dice que le dijeron. “Desplegaré mi metodología para cambiar las cosas, voy a tener que ponerme las pilas para volver a hablar griego porque cuando estuve allá aprendí medio a lo tarzán” añadió llegando allá, y la verdad es que mal no le ha ido. Sigue peleando el descenso, pero mucho más cerca de salvarse que cuando llegó.

A 3735 metros sobre el nivel del mar, rodeado de una mayoría Aymará y Quechua, tampoco le ha ido mal a Miguel Ponce, el “Chueco”. El club boliviano San José de Oruro confió en sus dotes a pesar de haber descendido con Deportes Temuco el año pasado y el hombre ha respondido. Jugó con dignidad la Copa Libertadores contra equipos mucho más poderosos, dándose maña incluso para ganarle a Peñarol, y en el torneo local se anota en un expectante sexto lugar. En su caso, se trató de ajustar cuentas con el joven que fue: “Para mí es un gran paso poder salir de Chile, un sueño que no pude lograr como jugador” dijo cuando lo presentaron.

Mucho más consolidado está José Luis Sierra en Arabia. El Coto ha podido dar vueltas olímpicas y se sobrepone con bastante simpleza a los problemas de adaptación. “Al principio la vestimenta, que las mujeres vayan tan tapadas, como que te impacta, pero después uno va entendiendo que su cultura es así”. Ni siquiera el idioma ha conseguido hacer mella en su ánimo. “No entiendo el idioma ni nada de lo que publican ni dicen. Pero para mí eso es
liberador mentalmente”.

El más duro de piel ha sido sin duda Nicolás Córdova que ha soportado estoico dos años en un club con hinchas impacientes, el Universitario de Lima. “El problema es el técnico. Tiene buenos jugadores, pero no tiene idea. Es cualquier otra cosa, pero entrenador no es”; dijo esta semana una leyenda del club. Germán Leguía. La respuesta de Nico fue digna del caballero que es: “Los técnicos siempre estamos con las maletas hechas para irnos. Si me tengo que ir, me iré con la frente al alto de haber trabajado lo mejor posible”.

Con decenas de jugadores en Europa, otros tantos repartidos por América y no pocos apostando por destinos más exóticos, podemos decir que los futbolistas chilenos que viajan afuera lo hacen caminando una senda que muchos otros han transitado. No es el caso de nuestros entrenadores, que para legitimar su estirpe no cuentan más que con un puñado de nombres propios. Imaginarse a cualquiera de ellos calentándose comida en un departamento solitario, sin poder confiar en casi nadie, lejos de sus afectos, caminando como leones enjaulados por un living decorado para huéspedes pasajeros, intentando conectarse a wifi para alcanzar a despedirse de sus hijos antes de que se duerman, aprieta el alma. Tanto como cuando ya han conseguido meterse en la cama y justo antes de quedarse dormidos alcanzan a imaginarse lo mismo que cuando jóvenes: triunfar en Europa, asegurar el futuro.

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