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Opinión

27 de Junio de 2019

Columna: Criminalización en la escuela

De esta forma, frente a ciertos casos de violencia escolar (dependiendo de su naturaleza y gravedad) la respuesta de la suspensión o expulsión, así como las medidas del gobierno de represión y vigilancia, no permiten un espacio de reparación de parte del joven que acosa, no hay cabida para el perdón, para el cambio, por el contrario no enseña nada, solo que efectivamente los buenos siempre serán buenos y los malos también siempre lo serán, siendo éstos últimos expulsados y marginados de la sociedad.

Guila Sosman
Guila Sosman
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En los colegios hoy es muy común escuchar la palabra “Bullying”, desde niños muy pequeños hasta la enseñanza media, utilizan este término para referirse al hecho de que uno o más compañeros molestan y acosan a otro, quien es la víctima. Este uso no siempre corresponde a lo que el término quiere decir, que es el hostigamiento sistemático psicológico y físico, de manera intencionada de un niño o niña a otro, puede ser individual o de manera grupal.

Al hablar de acoso en el contexto escolar, se suelen identificar dos posiciones: el bulero o acosador y al que le hacen bullying, acosado o víctima. Al joven que hostiga, en general cuando es descubierto, el colegio lo sanciona y muchas veces expulsa. No se pretende justificar acciones como el acoso, simplemente es comprender que en esa situación existen más de dos personas, más que el que acosa y el acosado. Es incluir en el análisis que ambos son menores de edad, por ende no necesariamente tienen la madurez emocional para comprender el alcance y los efectos de sus acciones, eso más que indicarlos con el dedo, nos indica a nosotros como padres, madres y comunidad, quienes pueden reflexionar y prevenir acerca de la violencia en el contexto escolar.

Para esto, ante todo podría ser importante comprender la violencia como un fenómeno relacional, que implica muchas dimensiones, por lo que es bastante reduccionista limitarnos a una lógica binario de los “buenos” y los “malos”. En esta lógica binaria el bien y el mal están ilusoriamente delimitadas y separados, menciono el término “ilusorio” porque sabemos que es más complejo que esto.

Se debe agregar que ambos niños, ambos estudiantes, tanto el que sufre de la agresión como el que la comete, no son tratados como menores de edad, sino que se les define muchas veces como el “agresor” y la “víctima”, antagonistas de hecho bajo una mirada criminológica y en la cual los conflictos se resuelven a través de la judicialización de éstos.

Continuando con el punto anterior, si consideramos a la violencia como un fenómeno “relacional”, propio de cualquier sociedad, a lo que nos debemos enfocar es a los vínculos, y redes existentes en una comunidad escolar y en una sociedad donde no es posible canalizar la agresión inherente al todo ser humano, sino que a través de iniciativas del gobierno, se reprime y castiga con una violencia desproporcionada, invisibilizando las necesidades de niños y niñas.

Cuando menciono las medidas del gobierno me refiero a la Ley de “aula segura”, iniciativa del toque de queda, revisión de mochilas para el ingreso a los colegios, entre otros. Estas respuestas han sido planteadas a partir de hechos muy lamentables, siendo uno de éstos lo ocurrido en Puerto Montt cuando un joven de tan solo 14 años le disparó a un compañero de la misma edad. Una de las motivaciones de este joven para disparar, según lo que los medios de comunicación informan, fue que se sacó malas notas en dos ramos, siendo su frustración uno de los motores de su acción de una violenta desmedida.

¿No cabe en estos casos preguntarse y mirar acerca de este joven y su reacción? ¿Será solo la imitación de películas o eventos en otros países lo que lo lleva a actuar así? Como refiere algunos medios.

Parafraseando a Jesica Benjamín, autora psicoanalista, nuestro desafío en estos contextos, es crear un espacio compartido que pueda mantener la tensión, entre “eso que hago” y “eso que me hacen”, entre que me agreden y agredo, para que esto se pueda observar y reflexionar conjuntamente. En otras palabras, la propuesta es intentar salirse de la lógica binaria de hago y me hacen. Jessica Benjamín trata de superar hago y me hacen, no en base a reglas, normas, sino al continuo reconocimiento de que sufrimos y hacemos sufrir, del que sufre y hace sufrir.
 
El joven que disparó, así como cualquier niño o niña que acosa, es un menor de edad, es un estudiante en un colegio, que vive en una familia dentro de una comunidad, pero esta realidad está siendo criminalizada. La invitación es a pensar en un tercer espacio, intermedio, en el cual se amplíe la mirada y se piense al otro como sujeto, con historia y dolores.

De esta forma, frente a ciertos casos de violencia escolar (dependiendo de su naturaleza y gravedad) la respuesta de la suspensión o expulsión, así como las medidas del gobierno de represión y vigilancia, no permiten un espacio de reparación de parte del joven que acosa, no hay cabida para el perdón, para el cambio, por el contrario no enseña nada, solo que efectivamente los buenos siempre serán buenos y los malos también siempre lo serán, siendo éstos últimos expulsados y marginados de la sociedad.

*Guila Sosman, académica Facultad de Psicología UDP.

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